Share

  Por José Luis Milia.

Hace rato que el Congreso argentino dejó de ser un templo del debate serio para convertirse en un espectáculo digno de una carpa desvencijada de feria de pueblo. Si alguien aún abrigaba la esperanza de que allí se legisla con rigor, el último episodio entre diputadas despejó cualquier duda: en la Cámara el arte predominante no es la oratoria, sino la “putada” ejecutada con destreza milenaria. ¿Proyectos de ley? ¿Discusión profunda? No, aquí la competencia real es ver quién se lleva el trofeo al insulto más creativo.

La vedette indiscutida de este último culebrón de escoba y vereda fue la diputada Florencia Carignano, quien, en su cruzada verbal contra la mediocridad intelectual de las libertarias, decidió que la mejor forma de desenmascararlas era llamarlas “gatos”. Quizás porque en su espacio político se consideran guardianes de la lucidez universal, Carignano lanzó su estocada con la pasión de quien protege un dogma sagrado: al fin y al cabo, explicó, algunas diputadas libertarias parecen más preocupadas por cultivar su imagen en Instagram, desfilar por hoteles cinco estrellas y acomodarse en regazos estratégicos que por sentarse a leer proyectos de ley. Lo primero es un misterio reservado a los dioses de las alcobas, pero lo segundo es tan cierto como que el sol nace al oriente.

Pero Carignano no se detuvo ahí. Sintió la necesidad casi científica de definir el término “gato”. ¿Qué es un gato?, se preguntó —o le preguntaron—, y con la fascinación de quien acaba de descubrir una nueva partícula cuántica, explicó: “Son acompañantes que, a través de favores sexuales, consiguen alguna cosa.” Cuando cayó en la cuenta de que esta afirmación podía causarle un tropiezo con sus compinches del pañuelo verde, apresuró una aclaración de manual: ¡También hay gatos hombres! Aunque sin pruebas fehacientes, sostuvo la idea con firmeza. Y no le faltaba razón. Dicen los lenguaraces que hace algunos años ciertos hombres de porte distinguido y físico impecable hicieron méritos entre las sábanas de una viuda influyente, consiguiendo puestos estratégicos como secretarios o ministros. ¿Leyenda urbana? Tal vez. Pero nadie me ha demostrado, aún, que Drácula no existe.

 Pero vayamos al fondo del asunto, porque más allá de esta riña de vecinas de conventillo, hay una pregunta mucho más grave: ¿Se puede tomar en serio al Congreso argentino? La verdad, difícilmente. Dejando de lado este sainete digno de la cartelera de un teatrucho de tercera, el verdadero problema es la miseria intelectual que allí gobierna. Y sobre esto, Carignano guarda un silencio tan estratégico como descarado, porque no nos engañemos, fue su propia horda política la que, desde 2003, convirtió la obsecuencia y la ignorancia conceptual en virtudes cardinales.

Así que, gatos o no, no hay diferencias sustanciales entre la mayoría de las diputadas argentinas, sean del color político que sean. Tanto las que presumen de buen lomo como los “bagayos” comparten una cualidad irrefutable: son ignorantes, iletradas y guarangas, y en cualquier otro país, con suerte, solo servirían para atender la boletería de un piringundín.

 JOSE LUIS MILIA

josemilia_686@hotmail.com

Non nobis, Domine, non nobis. Sed Nomini tuo da gloriam.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 9, 2025