La guerra de Gaza ha vuelto a centrar la atención en una solución de dos Estados al conflicto palestino-israelí, que muchos países todavía consideran el camino hacia la paz a pesar de que el proceso de negociación ha estado moribundo durante una década. Más de siete meses después de la guerra más mortífera entre israelíes y palestinos hasta el momento, Estados Unidos ha dicho que no hay manera de resolver los problemas de seguridad de Israel y el desafío de reconstruir Gaza sin dar pasos hacia un Estado palestino.
Al encontrarse cada vez más aislado diplomáticamente, Israel ha reaccionado con enojo ante la decisión de España, Irlanda y Noruega de reconocer oficialmente un Estado palestino. Madrid, Dublín y Oslo han explicado su medida como una forma de acelerar los esfuerzos para asegurar un alto el fuego en la guerra de Israel contra Hamás en Gaza. La Autoridad Palestina, que ejerce un autogobierno limitado en Cisjordania bajo la ocupación militar israelí, acogió con satisfacción la medida, mientras que Israel retiró a sus embajadores en protesta, diciendo que tales medidas podrían poner en peligro su soberanía y seguridad.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha dicho que no comprometerá el control total de la seguridad israelí al oeste de Jordania y que esto es contrario a un Estado palestino soberano, que, según él, representaría “un peligro existencial” para Israel. Los obstáculos han impedido durante mucho tiempo la solución de dos Estados, que prevé Estados israelí y palestino uno al lado del otro. Estas incluyen asentamientos judíos en tierras ocupadas que los palestinos buscan para un Estado y posiciones intransigentes sobre cuestiones fundamentales, incluidas las fronteras, el destino de los refugiados palestinos y el estatus de Jerusalén, una antigua ciudad sagrada para ambas partes.
El conflicto se produjo en la Palestina gobernada por los británicos entre árabes y judíos que habían emigrado a la zona en busca de un hogar nacional mientras huían de la persecución en Europa y citando vínculos bíblicos con la tierra. En 1947, las Naciones Unidas acordaron un plan para dividir Palestina en Estados árabes y judíos con dominio internacional sobre Jerusalén. Los líderes judíos aceptaron el plan, que les entregó el 56% de la tierra. La Liga Árabe lo rechazó.
El Estado de Israel fue declarado el 14 de mayo de 1948. Un día después, cinco estados árabes atacaron. La guerra terminó con Israel controlando el 77% del territorio.
Unos 700.000 palestinos huyeron o fueron expulsados de sus hogares y terminaron en Jordania, el Líbano y Siria, así como en la Franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental. En una guerra de 1967, Israel capturó Cisjordania, incluida Jerusalén Oriental, de Jordania y Gaza de Egipto, asegurando el control de todo el territorio desde el Mediterráneo hasta el valle del Jordán. Los palestinos siguen siendo apátridas y la mayoría vive bajo la ocupación israelí o como refugiados en estados vecinos. Algunos -en su mayoría descendientes de palestinos que permanecieron en Israel después de su creación- tienen ciudadanía israelí.
La solución de dos Estados fue la base del proceso de paz respaldado por Estados Unidos iniciado por los Acuerdos de Oslo de 1993, firmados por Yasser Arafat de la Organización de Liberación de Palestina (OLP) y el Primer Ministro israelí Yitzhak Rabin. Los acuerdos llevaron a la OLP a reconocer el derecho de Israel a existir y a renunciar a la violencia y a la creación de la Autoridad Palestina (AP). Los palestinos esperaban que esto fuera un paso hacia un estado independiente, con Jerusalén Oriental como capital. El proceso se vio afectado por el rechazo de ambas partes.
Hamás, un movimiento islamista, llevó a cabo ataques suicidas que mataron a decenas de israelíes y en 2007 arrebató Gaza a la Autoridad Palestina en una breve guerra civil. Los estatutos de Hamás de 1988 abogan por la desaparición de Israel, aunque en los últimos años ha dicho que aceptaría un Estado palestino a lo largo de las fronteras de 1967. Israel dice que el cambio de Hamás es una artimaña.
En 2000, el presidente estadounidense Bill Clinton llevó a Arafat y al primer ministro israelí, Ehud Barak, a Camp David para cerrar un acuerdo, pero el esfuerzo fracasó. El destino de Jerusalén, considerada por Israel su capital “eterna e indivisible”, fue el principal obstáculo. El conflicto se intensificó con una segunda intifada (levantamiento) palestina en 2000-2005. Las administraciones estadounidenses intentaron reactivar el proceso de paz, sin éxito, y el último intento fracasó en 2014.
Los defensores de la solución de dos Estados han previsto una Palestina en la Franja de Gaza y Cisjordania unidas por un corredor a través de Israel. Hace dos décadas, ex negociadores israelíes y palestinos establecieron los detalles de cómo podría funcionar en un plan. Conocido como el Acuerdo de Ginebra, se abre en una pestaña nueva, sus principios incluyen el reconocimiento de los barrios judíos de Jerusalén como la capital israelí y el reconocimiento de sus barrios árabes como la capital palestina y un Estado palestino desmilitarizado.
Israel anexaría grandes asentamientos y cedería otras tierras en un intercambio, y reasentaría a colonos judíos en territorio soberano palestino fuera de allí.
¿Es posible una solución de dos Estados? Los obstáculos han aumentado con el tiempo. Mientras Israel retiraba colonos y soldados de Gaza en 2005, los asentamientos se expandieron en Cisjordania y Jerusalén Oriental, y su población aumentó de 250.000 en 1993 a 695.000 tres décadas después, según la organización israelí Peace Now. Los palestinos dicen que esto socava la base de un Estado viable. Durante la Segunda Intifada, Israel también construyó lo que describió como una barrera para detener los ataques palestinos. Los palestinos lo llaman apropiación de tierras. La Autoridad Palestina, encabezada por el presidente Mahmoud Abbas, administra islas de Cisjordania envueltas por una zona de control israelí que comprende el 60% del territorio, incluida la frontera jordana y los asentamientos, acuerdos establecidos en los Acuerdos de Oslo.
La política interna se ha sumado a las complicaciones. El gobierno de Netanyahu es el más derechista de la historia de Israel e incluye nacionalistas religiosos que obtienen el apoyo de los colonos. El ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, dijo el año pasado que no existía un pueblo palestino. Hamás ganó las elecciones en 2006 y un año después expulsó de Gaza a las fuerzas leales a Abbas, fragmentando a los palestinos.
¿Hay algún camino a seguir? El destino de Gaza es la cuestión inmediata. Israel pretende aniquilar a Hamas y dice que no aceptará ningún acuerdo que lo deje en el poder. Netanyahu ha dicho que Gaza debe ser desmilitarizada y bajo el total control de seguridad de Israel. Ha dicho que no quiere que Israel gobierne Gaza ni restablezca asentamientos allí. Hamás dice que espera sobrevivir y ha dicho que cualquier acuerdo para Gaza que lo excluya es una ilusión.
Los 40 años del CARI marcan la vigencia de una institución comprometida con el país y el desarrollo de sus relaciones internacionales
Si bien la historia sirve para proyectar los tiempos venideros, es oportuno resaltar otra de sus lecciones: el futuro siempre nos sorprende en algún punto. Así ocurrió en los 40 años que tiene de vida el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI): desde la Guerra Fría, pasando por la caída del Muro de Berlín, hasta los oscuros celajes que hoy se ciernen sobre los valores universales de las repúblicas democráticas, y sin olvidar las consecuencias del cambio climático.
En ese contexto se entiende que el estímulo y la obligación de conjeturar escenarios para insertarnos al mundo desde la cultura y el interés nacional sean la esencia del CARI, el núcleo de su identidad. Pensar la Argentina en un mundo a veces impredecible, para que desarrolle al máximo su singular potencial y así estar preparados para aprovechar o mitigar las “sorpresas”, es el mejor legado del embajador Carlos Muñiz, el visionario fundador del CARI.
En la antorcha de ese legado que, junto con los destacados miembros del comité ejecutivo, tenemos el honor de llevar, nos indica que debemos siempre poner nuestra energía en intentar iluminar los caminos que se vienen, ya que los argentinos no hemos dado, aún, todos los frutos que nuestro potencial guarda.
En este contexto es claro que la política exterior es la herramienta para obtener una interdependencia inteligente, que nos brindará con políticas sustentables en el tiempo aquello con lo que las naciones desarrolladas ya cuentan en su mayoría: bienestar para su población y libertad para decidir su futuro. La integración, como arma contra la equidad, derrota la pobreza en las democracias evolucionadas y es el compromiso pendiente que tenemos.
Los argentinos hemos probado en nuestra historia contemporánea una miríada de sistemas políticos, económicos y sociales con una variable negativa inmutable: la falta de una duradera cohesión interna entre los actores institucionales. En otras palabras, una perdurable debilidad para formar consensos de mediano y largo plazo para establecer una república democrática desarrollada hacia la integración global, por sobre los intereses sectoriales y políticos.
Desde la restauración de 1983 hemos experimentado avances y retrocesos, pero el mundo cada vez nos espera menos, ya que ese mundo, el de la universalidad de los valores republicanos, el de los regímenes internacionales para fomentar derechos de los pueblos por sobre las fronteras, está ahora bajo el acecho de tribalismos neopopulistas, nacionalismos resucitados y lecturas anacrónicas de la realidad que impulsan también proteccionismos, guerras comerciales, y que en muchas ocasiones violan los derechos humanos.
[ezcol_1quarter]
Abbas
[/ezcol_1quarter]
[ezcol_1quarter]
Albright
[/ezcol_1quarter]
[ezcol_1quarter]
Kohl
[/ezcol_1quarter]
[ezcol_1quarter_end]
Rodríguez Giavarini
[/ezcol_1quarter_end]
En estas cuatro décadas que se conmemoraron en junio pasado, el CARI ha dado de sí, al cumplir con la tradición argentina de producir conocimiento global desde el sur del hemisferio, 22 comités, siete grupos de trabajo y dos institutos, que configuran un activo único de diplomacia pública. Así, miles de estudiantes, profesores, académicos, políticos, diplomáticos, periodistas, intelectuales, artistas, jefes de Estados y de gobierno han pasado por el CARI. Nelson Mandela, Helmut Kohl, Bill Clinton, Madeleine Albright, Mahmoud Abbas y Shimon Peres, al igual que el papa Francisco (antes de ser ungido obispo de Roma) han sido parte de las actividades del Consejo.
El acercamiento entre la Argentina y Gran Bretaña, cuando las relaciones bilaterales aún estaban rotas después del conflicto del Atlántico Sur, es uno de los ejemplos de éxito de la diplomacia pública que impulsó el CARI, de manera de sentar el tono de la nueva etapa diplomática en la que el reclamo soberano se mantuvo incólume.
En la actualidad el CARI tiene la distinción de ser el representante argentino del Council of Councils, que lidera el titular del Consejo para las Relaciones Internacionales de Nueva York (CFR), Richard Haass. Este Consejo de Consejos representa a veinte naciones desarrolladas y emergentes en la búsqueda de facilitar la cooperación internacional por medio de sus think tanks de política exterior.
El CARI es una institución pluralista y en modo alguno adhiere a gobiernos o facciones políticas, pero siempre apoya con su aporte académico e institucional las políticas de acercamiento al mundo.
Los desafíos para la Argentina en este contexto de “desorden” mundial son mayúsculos, ya que el interés nacional significa poder avanzar en materia de exportación de alimentos y desarrollo energético con una agenda de mayor comercio multilateral y ampliar los tratados de libre comercio, mientras reforzamos nuestros sistemas educativos para una nueva etapa de la globalización que nos afectará a todos.
Vale coincidir con las palabras del presidente Mauricio Macri en Davos a comienzos del año: “El crecimiento global es sustentable, pero no alcanzó a todos y deterioró la confianza en la globalización […] para construir un futuro compartido de desarrollo justo y sostenible, debemos trabajar juntos buscando consenso”.
Ante dicho panorama, la presidencia argentina del G-20 es una oportunidad singular para mostrar nuestro compromiso con la comunidad internacional.
Si volvemos al auxilio de la historia, hace más de medio siglo Arturo Frondizi sintetizó esta deuda que arrastramos como sociedad política: “Tenemos que extirpar hasta sus raíces la ignorancia, la miseria, la enfermedad y el miedo al futuro, tenemos que construir puentes, diques, caminos, oleoductos, usinas y fábricas sobre toda la República. Habrá que volcar tractores, equipos electrógenos, talleres y máquinas agrícolas sobre todos los campos. Tendremos que multiplicar los camiones, los vagones y las locomotoras. Las alas argentinas surcarán todos los cielos y la bandera de la patria flameará por todos los mares como una mensajera de progreso”.
Más atrás en la historia, Ortega y Gasset nos encomió con el ya tradicional grito de “argentinos a las cosas […] Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos […] No imaginan ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirles el pecho a las cosas…”.
Ojalá que en el tiempo del presidente Macri los argentinos podamos establecer los mínimos puentes de consenso para saldar las deudas con la historia de las que nos alertaron Frondizi, Ortega y Gasset, y tantos otros, de manera que podamos trabajar juntos para que las sorpresas de la historia jueguen a nuestro favor o nos perjudiquen lo menos posible porque reaccionamos a tiempo y con inteligencia.
Para ello, el CARI seguirá trabajando con su producción de conocimiento argentino en pos de una sociedad internacional, en la que el derecho y la equidad de los pueblos sean alguna vez moneda corriente.
Presidente del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI) y exministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la República Argentina
Adalberto Rodríguez Giavarini es Ex Ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la República Argentina. Es un economista y militar retirado del Ejército Argentino. Graduado en el Colegio Militar de la Nación y en la Universidad de Buenos Aires, es también Doctor Honoris Causa de la Universidad de Soka (Japón), vinculado a la Unión Cívica Radical y ex Ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la República Argentina.
La solución de dos Estados al conflicto palestino-israelí.
○
Por Mick Olsen.
La guerra de Gaza ha vuelto a centrar la atención en una solución de dos Estados al conflicto palestino-israelí, que muchos países todavía consideran el camino hacia la paz a pesar de que el proceso de negociación ha estado moribundo durante una década. Más de siete meses después de la guerra más mortífera entre israelíes y palestinos hasta el momento, Estados Unidos ha dicho que no hay manera de resolver los problemas de seguridad de Israel y el desafío de reconstruir Gaza sin dar pasos hacia un Estado palestino.
Al encontrarse cada vez más aislado diplomáticamente, Israel ha reaccionado con enojo ante la decisión de España, Irlanda y Noruega de reconocer oficialmente un Estado palestino. Madrid, Dublín y Oslo han explicado su medida como una forma de acelerar los esfuerzos para asegurar un alto el fuego en la guerra de Israel contra Hamás en Gaza. La Autoridad Palestina, que ejerce un autogobierno limitado en Cisjordania bajo la ocupación militar israelí, acogió con satisfacción la medida, mientras que Israel retiró a sus embajadores en protesta, diciendo que tales medidas podrían poner en peligro su soberanía y seguridad.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha dicho que no comprometerá el control total de la seguridad israelí al oeste de Jordania y que esto es contrario a un Estado palestino soberano, que, según él, representaría “un peligro existencial” para Israel. Los obstáculos han impedido durante mucho tiempo la solución de dos Estados, que prevé Estados israelí y palestino uno al lado del otro. Estas incluyen asentamientos judíos en tierras ocupadas que los palestinos buscan para un Estado y posiciones intransigentes sobre cuestiones fundamentales, incluidas las fronteras, el destino de los refugiados palestinos y el estatus de Jerusalén, una antigua ciudad sagrada para ambas partes.
El conflicto se produjo en la Palestina gobernada por los británicos entre árabes y judíos que habían emigrado a la zona en busca de un hogar nacional mientras huían de la persecución en Europa y citando vínculos bíblicos con la tierra. En 1947, las Naciones Unidas acordaron un plan para dividir Palestina en Estados árabes y judíos con dominio internacional sobre Jerusalén. Los líderes judíos aceptaron el plan, que les entregó el 56% de la tierra. La Liga Árabe lo rechazó.
El Estado de Israel fue declarado el 14 de mayo de 1948. Un día después, cinco estados árabes atacaron. La guerra terminó con Israel controlando el 77% del territorio.
Unos 700.000 palestinos huyeron o fueron expulsados de sus hogares y terminaron en Jordania, el Líbano y Siria, así como en la Franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental. En una guerra de 1967, Israel capturó Cisjordania, incluida Jerusalén Oriental, de Jordania y Gaza de Egipto, asegurando el control de todo el territorio desde el Mediterráneo hasta el valle del Jordán. Los palestinos siguen siendo apátridas y la mayoría vive bajo la ocupación israelí o como refugiados en estados vecinos. Algunos -en su mayoría descendientes de palestinos que permanecieron en Israel después de su creación- tienen ciudadanía israelí.
La solución de dos Estados fue la base del proceso de paz respaldado por Estados Unidos iniciado por los Acuerdos de Oslo de 1993, firmados por Yasser Arafat de la Organización de Liberación de Palestina (OLP) y el Primer Ministro israelí Yitzhak Rabin. Los acuerdos llevaron a la OLP a reconocer el derecho de Israel a existir y a renunciar a la violencia y a la creación de la Autoridad Palestina (AP). Los palestinos esperaban que esto fuera un paso hacia un estado independiente, con Jerusalén Oriental como capital. El proceso se vio afectado por el rechazo de ambas partes.
Hamás, un movimiento islamista, llevó a cabo ataques suicidas que mataron a decenas de israelíes y en 2007 arrebató Gaza a la Autoridad Palestina en una breve guerra civil. Los estatutos de Hamás de 1988 abogan por la desaparición de Israel, aunque en los últimos años ha dicho que aceptaría un Estado palestino a lo largo de las fronteras de 1967. Israel dice que el cambio de Hamás es una artimaña.
En 2000, el presidente estadounidense Bill Clinton llevó a Arafat y al primer ministro israelí, Ehud Barak, a Camp David para cerrar un acuerdo, pero el esfuerzo fracasó. El destino de Jerusalén, considerada por Israel su capital “eterna e indivisible”, fue el principal obstáculo. El conflicto se intensificó con una segunda intifada (levantamiento) palestina en 2000-2005. Las administraciones estadounidenses intentaron reactivar el proceso de paz, sin éxito, y el último intento fracasó en 2014.
Los defensores de la solución de dos Estados han previsto una Palestina en la Franja de Gaza y Cisjordania unidas por un corredor a través de Israel. Hace dos décadas, ex negociadores israelíes y palestinos establecieron los detalles de cómo podría funcionar en un plan. Conocido como el Acuerdo de Ginebra, se abre en una pestaña nueva, sus principios incluyen el reconocimiento de los barrios judíos de Jerusalén como la capital israelí y el reconocimiento de sus barrios árabes como la capital palestina y un Estado palestino desmilitarizado.
Israel anexaría grandes asentamientos y cedería otras tierras en un intercambio, y reasentaría a colonos judíos en territorio soberano palestino fuera de allí.
¿Es posible una solución de dos Estados? Los obstáculos han aumentado con el tiempo. Mientras Israel retiraba colonos y soldados de Gaza en 2005, los asentamientos se expandieron en Cisjordania y Jerusalén Oriental, y su población aumentó de 250.000 en 1993 a 695.000 tres décadas después, según la organización israelí Peace Now. Los palestinos dicen que esto socava la base de un Estado viable. Durante la Segunda Intifada, Israel también construyó lo que describió como una barrera para detener los ataques palestinos. Los palestinos lo llaman apropiación de tierras. La Autoridad Palestina, encabezada por el presidente Mahmoud Abbas, administra islas de Cisjordania envueltas por una zona de control israelí que comprende el 60% del territorio, incluida la frontera jordana y los asentamientos, acuerdos establecidos en los Acuerdos de Oslo.
La política interna se ha sumado a las complicaciones. El gobierno de Netanyahu es el más derechista de la historia de Israel e incluye nacionalistas religiosos que obtienen el apoyo de los colonos. El ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, dijo el año pasado que no existía un pueblo palestino. Hamás ganó las elecciones en 2006 y un año después expulsó de Gaza a las fuerzas leales a Abbas, fragmentando a los palestinos.
¿Hay algún camino a seguir? El destino de Gaza es la cuestión inmediata. Israel pretende aniquilar a Hamas y dice que no aceptará ningún acuerdo que lo deje en el poder. Netanyahu ha dicho que Gaza debe ser desmilitarizada y bajo el total control de seguridad de Israel. Ha dicho que no quiere que Israel gobierne Gaza ni restablezca asentamientos allí. Hamás dice que espera sobrevivir y ha dicho que cualquier acuerdo para Gaza que lo excluya es una ilusión.
PrisioneroEnArgentina.com
Junio 11, 2024
INSERTARNOS EN EL MUNDO SIN PERDER DE VISTA EL INTERÉS NACIONAL
Por ADALBERTO RODRÍGUEZ GIAVARINI.
Los 40 años del CARI marcan la vigencia de una institución comprometida con el país y el desarrollo de sus relaciones internacionales
Si bien la historia sirve para proyectar los tiempos venideros, es oportuno resaltar otra de sus lecciones: el futuro siempre nos sorprende en algún punto. Así ocurrió en los 40 años que tiene de vida el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI): desde la Guerra Fría, pasando por la caída del Muro de Berlín, hasta los oscuros celajes que hoy se ciernen sobre los valores universales de las repúblicas democráticas, y sin olvidar las consecuencias del cambio climático.
En ese contexto se entiende que el estímulo y la obligación de conjeturar escenarios para insertarnos al mundo desde la cultura y el interés nacional sean la esencia del CARI, el núcleo de su identidad. Pensar la Argentina en un mundo a veces impredecible, para que desarrolle al máximo su singular potencial y así estar preparados para aprovechar o mitigar las “sorpresas”, es el mejor legado del embajador Carlos Muñiz, el visionario fundador del CARI.
En la antorcha de ese legado que, junto con los destacados miembros del comité ejecutivo, tenemos el honor de llevar, nos indica que debemos siempre poner nuestra energía en intentar iluminar los caminos que se vienen, ya que los argentinos no hemos dado, aún, todos los frutos que nuestro potencial guarda.
En este contexto es claro que la política exterior es la herramienta para obtener una interdependencia inteligente, que nos brindará con políticas sustentables en el tiempo aquello con lo que las naciones desarrolladas ya cuentan en su mayoría: bienestar para su población y libertad para decidir su futuro. La integración, como arma contra la equidad, derrota la pobreza en las democracias evolucionadas y es el compromiso pendiente que tenemos.
Los argentinos hemos probado en nuestra historia contemporánea una miríada de sistemas políticos, económicos y sociales con una variable negativa inmutable: la falta de una duradera cohesión interna entre los actores institucionales. En otras palabras, una perdurable debilidad para formar consensos de mediano y largo plazo para establecer una república democrática desarrollada hacia la integración global, por sobre los intereses sectoriales y políticos.
Desde la restauración de 1983 hemos experimentado avances y retrocesos, pero el mundo cada vez nos espera menos, ya que ese mundo, el de la universalidad de los valores republicanos, el de los regímenes internacionales para fomentar derechos de los pueblos por sobre las fronteras, está ahora bajo el acecho de tribalismos neopopulistas, nacionalismos resucitados y lecturas anacrónicas de la realidad que impulsan también proteccionismos, guerras comerciales, y que en muchas ocasiones violan los derechos humanos.
[ezcol_1quarter]Abbas
[/ezcol_1quarter] [ezcol_1quarter]Albright
[/ezcol_1quarter] [ezcol_1quarter]Kohl
[/ezcol_1quarter] [ezcol_1quarter_end]Rodríguez Giavarini
[/ezcol_1quarter_end]En estas cuatro décadas que se conmemoraron en junio pasado, el CARI ha dado de sí, al cumplir con la tradición argentina de producir conocimiento global desde el sur del hemisferio, 22 comités, siete grupos de trabajo y dos institutos, que configuran un activo único de diplomacia pública. Así, miles de estudiantes, profesores, académicos, políticos, diplomáticos, periodistas, intelectuales, artistas, jefes de Estados y de gobierno han pasado por el CARI. Nelson Mandela, Helmut Kohl, Bill Clinton, Madeleine Albright, Mahmoud Abbas y Shimon Peres, al igual que el papa Francisco (antes de ser ungido obispo de Roma) han sido parte de las actividades del Consejo.
El acercamiento entre la Argentina y Gran Bretaña, cuando las relaciones bilaterales aún estaban rotas después del conflicto del Atlántico Sur, es uno de los ejemplos de éxito de la diplomacia pública que impulsó el CARI, de manera de sentar el tono de la nueva etapa diplomática en la que el reclamo soberano se mantuvo incólume.
En la actualidad el CARI tiene la distinción de ser el representante argentino del Council of Councils, que lidera el titular del Consejo para las Relaciones Internacionales de Nueva York (CFR), Richard Haass. Este Consejo de Consejos representa a veinte naciones desarrolladas y emergentes en la búsqueda de facilitar la cooperación internacional por medio de sus think tanks de política exterior.
El CARI es una institución pluralista y en modo alguno adhiere a gobiernos o facciones políticas, pero siempre apoya con su aporte académico e institucional las políticas de acercamiento al mundo.
Los desafíos para la Argentina en este contexto de “desorden” mundial son mayúsculos, ya que el interés nacional significa poder avanzar en materia de exportación de alimentos y desarrollo energético con una agenda de mayor comercio multilateral y ampliar los tratados de libre comercio, mientras reforzamos nuestros sistemas educativos para una nueva etapa de la globalización que nos afectará a todos.
Vale coincidir con las palabras del presidente Mauricio Macri en Davos a comienzos del año: “El crecimiento global es sustentable, pero no alcanzó a todos y deterioró la confianza en la globalización […] para construir un futuro compartido de desarrollo justo y sostenible, debemos trabajar juntos buscando consenso”.
Ante dicho panorama, la presidencia argentina del G-20 es una oportunidad singular para mostrar nuestro compromiso con la comunidad internacional.
Si volvemos al auxilio de la historia, hace más de medio siglo Arturo Frondizi sintetizó esta deuda que arrastramos como sociedad política: “Tenemos que extirpar hasta sus raíces la ignorancia, la miseria, la enfermedad y el miedo al futuro, tenemos que construir puentes, diques, caminos, oleoductos, usinas y fábricas sobre toda la República. Habrá que volcar tractores, equipos electrógenos, talleres y máquinas agrícolas sobre todos los campos. Tendremos que multiplicar los camiones, los vagones y las locomotoras. Las alas argentinas surcarán todos los cielos y la bandera de la patria flameará por todos los mares como una mensajera de progreso”.
Más atrás en la historia, Ortega y Gasset nos encomió con el ya tradicional grito de “argentinos a las cosas […] Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos […] No imaginan ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirles el pecho a las cosas…”.
Ojalá que en el tiempo del presidente Macri los argentinos podamos establecer los mínimos puentes de consenso para saldar las deudas con la historia de las que nos alertaron Frondizi, Ortega y Gasset, y tantos otros, de manera que podamos trabajar juntos para que las sorpresas de la historia jueguen a nuestro favor o nos perjudiquen lo menos posible porque reaccionamos a tiempo y con inteligencia.
Para ello, el CARI seguirá trabajando con su producción de conocimiento argentino en pos de una sociedad internacional, en la que el derecho y la equidad de los pueblos sean alguna vez moneda corriente.
Presidente del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI) y exministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la República Argentina
Adalberto Rodríguez Giavarini es Ex Ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la República Argentina. Es un economista y militar retirado del Ejército Argentino. Graduado en el Colegio Militar de la Nación y en la Universidad de Buenos Aires, es también Doctor Honoris Causa de la Universidad de Soka (Japón), vinculado a la Unión Cívica Radical y ex Ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la República Argentina.
PrisioneroEnArgentina.com
Agosto 8, 2018