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A mis doce años Frederick Forsyth era William Shakespeare. Solo mencionando los títulos en el orden en que los leí, y no en el turno en que fueron publicados, Los Perros de la Guerra, Los Archivos de Odessa y El Día del Chacal (Aún hoy una fabulosa novela, que hubiera sido más si -cambiando el curso de la historia- Forsyth hubiera asesinado a De Gaulle) eran dulces licores para mis ojos. Al final del día, Shannon o Peterkin Miller eran tan importantes como mis héroes deportivos. Luego, con una La Alternativa del Diablo tan llena de referencias y particularidades económicas, confieso que le perdí el rastro. Pero ningún autor de espionaje político me atrapó para darle una nueva oportunidad (A pesar de esporádicas lecturas, como El Fantasma de Manhattan o El Afgano, las que debí obligarme a terminar). O cambié. Descubrir no ficción y autores como Russell, Hitchens o Chomsky -tan iguales, tan distintos- abrió un abanico que mostraba que, sin importar la ideología, buenas ideas son buenas ideas. De todas maneras, hay una enorme diferencia entre una novela y un tratado o un ensayo, o una biografía o una entrevista. El Problema del Terrorismo es una hipótesis, una pregunta y una respuesta en suspenso. Si el Terrorismo es un problema o no (Al no tener solución) es el eje de las tribulaciones de Españadero y si bien no es Woody Allen -que, al no encontrarle significado a la vida, se dedica a hacer geniales bromas al respecto- el autor atrapa concediendo presencia a lo no excepcional y lo no excepcional es el comportamiento humano. Si todos -como generalmente decimos- somos tan buenos, tan honestos, tan compasivos, tan humanitarios (ese yo-yo interno que funciona como el mejor reloj suizo) no necesitaríamos de autoridades, de recolectores de impuestos y viviríamos despojados de la eterna inseguridad. La gran falla de Karl Marx y su idea romántica es que no todos somos iguales. Proclamamos que tenemos los mismos derechos, pero somos diferentes. Creemos en la paz, pero no somos pacíficos. Apreciamos nuestra vida y la de los nuestros, pero no las vidas de otros. Aplaudimos a quien nos dice lo que queremos escuchar, mientras nos pone un pie en el cuello. ¿Cuántas veces condenamos al terrorismo o al narcotráfico y vivimos en países que constantemente pisotean sus leyes, sus códigos, sus Cartas Magnas?

Algunas frases emanadas por Maquiavelo (“es más seguro ser temido que amado”) o atribuidas al gran Thomas Jefferson (“el árbol de la libertad debe ser regado con la sangre de los patriotas y de los tiranos”) pueden ser dirigidas tanto a terroristas como a estadistas, dictadores o  empresarios. Se debe ser cuidadoso con el contexto. Ha habido Terrorismo desde el comienzo de los tiempos y se han creado, escrito y vociferado incontables soluciones. Todas ellas expresiones de deseo. En nuestro tiempo, las Naciones Unidas han comprometido comisiones, politólogos y filósofos en busca de la piedra fundamental, y los resultados están a la vista. No han pasado doscientos años del fin de la segregación en Estados Unidos de América y aún no nos hemos dado cuenta de lo mal que se ha tratado a los esclavos. Pasarán otros doscientos para que aún no nos demos cuenta del daño infligido a los animales o al medio ambiente. Nunca, de la pena ocasionada a nuestros vecinos. Españadero lucha por salir de este laberinto irrespirable y lo consigue al localizar que el Terrorismo es uno solo, pero son varias sus caras. El mejor ejemplo es su pasaje sobre Kofi Annan y sus ideas para combatir este problema. Pero Annan mismo se convirtió -en Ruanda- en un terrorista al ignorar los informes desgarradores del Coronel Dallaire, quien estaba en las puertas del infierno, con su reporte de inteligencia fehacientemente comprobado. Hoy los resultados de la historia lo verifican.

Españadero es incansable y despliega con complicada simpleza los diferentes departamentos del Terrorismo. Así sea por ideales, fanatismo o ignorancia, es una adicción a la violencia que nadie puede curar, ni siquiera con los años. Pero esas ideas sobreviven y como la criatura de la película Alien, se desarrollan en el vientre y explotan en el momento menos pensado.  Al señalar la naturaleza de sus opiniones, Carlos Españadero puede comprender al terrorista y sus motivos, no al Terrorismo y a sus acciones. En un acto de Terror no hay -como bien diría el General Heriberto J. Auel- “Caballeros de la Guerra”.

El Napoleón y el Bola de Nieve de George Orwell vivían en la misma casa. Se puede estar en desacuerdo con el segundo, pero no es posible no temer al primero. Es como las muertes buenas y las muertes malas de las que habla Españadero. Los nazis contra los judíos, Stalin contra su propia gente, Estados Unidos y el incidente en Timor del Este. ¿Cuál es el verdadero bien en el sacrificio de unos pocos en beneficio de muchos?

Antes señalado, la concepción y ejecución de este notable trabajo va a dejar un montón de preguntas con múltiples opciones de respuestas. No hace apología del Terrorismo, pero si comprende su origen y sus motivaciones, aunque no las comparta, y si habla de los Estados que no analizan esas génesis y en oportunidades actúan como sus enemigos. La mesa de la controversia está servida. Solo faltan comensales que se atrevan a probar el primer bocado.

 

 


Fabian Kussman

email@PrisioneroEnArgentina.com

www.PrisioneroEnArgentina.com

@FabianKussman

Mayo 4, 2017