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Si…No tengo dudas. La hoja blanca es un reto. Lo sabemos todos los que pretendemos escribir. Solamente me hacía falta la presencia de las musas para poder concentrarme. Mi iluminación no llegaba y añoraba mis facultades de bilocación ya perdida. Cuantos personajes pude entrevistar con ese privilegio concedido. Cuantas veces sobrevolé el universo en busca de mis amigos. Cada hijo de vecino tiene su talismán o amuletos favoritos a la hora de inspirarse. Mi deidad no se asomaba. El rectángulo centelleante de la computadora se agigantaba cada vez más hasta hundirme en un punto blanco sin retorno. La penumbra gris del ensueño me atravesaba. Desde ese umbral de la vigilia y el sueño se abrió la puerta a una nueva realidad. Divise con formidable claridad al globo terráqueo que giraba sin perturbarse. Vislumbré la impresionante grandeza de los océanos Indico y Pacífico que confrontado con el tamañito del mar Mediterráneo lo hacían parecer de una ridícula insignificancia. Sin embargo en ese pequeño mar y en sus ajetreadas costas se han desarrollado las civilizaciones más trascendentes y la cultura ha conocido sus mayores esplendores. Esas aguas mediterráneas que están chorreando tradiciones de griegos y de troyanos, de egipcios y de fenicios, de romanos y de cartagineses, no han de olvidar tampoco las hechurías de tantos piratas. Malandrines que lo navegaron enarbolando una carabela entre dos tibias cruzadas, medrando a costa del intercambio de los pueblos. Ya Julio César tuvo que lidiar con los Trúhanes. Y cuando no eran los corsarios los que asaltaban el comercio marítimo, fueron los turcos, que en el siglo XV tomaron Constantinopla y el estratégico paso por los Dardanelos hacia el Mar Negro. Y como su presencia se hacía cada vez más insoportable, hubo que formar una Liga Santa para limpiar de turcos el mar. En mi letargo sin pausa me encontré cara a cara con un soldado que estuvo allí. Me reveló con ojos perturbado las colosales confrontaciones. El cruce de fuego de arcabuz y de pistolas por parte de ambos bandos. Flechazos, lanzadas y hasta la famosa bomba incendiaria fueron empleados en la batalla naval más sangrienta de todos los tiempos. El gran novelista, poeta y dramaturgo español exclamo como en un grito. Que “nunca el Mediterráneo vio en sus senos ni volverá a presenciar el mundo conflicto tan obstinado ni mortandad más horrible, ni corazones de hombres tan animosos y encrudecidos” Miguel de Cervantes Saavedra se llamaba el soldado. Me hablaba de la batalla de Lepanto. Me contaba con voz pausada que a la liga gloriosa la formaron España, Venecia y Roma. Que equiparon 300 barcos bajo las órdenes de Don Juan de Austria, hermano natural de Don Felipe II, con 80.000 hombres entre marineros y soldados. Que los turcos alistaron 250 barcos con 120.000 hombres, y los pusieron bajo el mando de Alí Bajá. Venecia aportó 106 bajeles y 6 galeras enormes, toscas, pesadas, pero con 40 cañones cada una. España menos galeras, pero muchas fragatas, bergantines y buques de ágil maniobra. El pontífice de Roma 12 galeras y 6 fragatas. A sus hombres el Papa les concedió indulgencias equivalentes a las de los cruzados que fueran a rescatar la Tierra Santa. Y todos, desde Don Juan al último marinero, confesaron y comulgaron antes de dejar el puerto. Al enemigo lo encontraron metido en el estrecho de Corinto, angosta faja de mar que separa el Peloponeso del resto de Grecia, detrás de las Islas Jónicas. La batalla se libró frente a la ciudad de Lepanto el 7 de octubre de 1571. Tremenda. Monumental. Triunfo total. El veneciano Barbarigo, que mandaba el ala izquierda, muere ya con la alegría de saber que se ha alcanzado la victoria. Don Juan salió con un pie herido. Alí Bajá muere de un arcabuzazo en la cabeza. El virrey de Argel, excelente marino turco, logra escapar con 40 bajeles. Más de 130 barcos quedaron en poder de los cristianos y 90 se echaron a pique o se incendiaron. 25.000 turcos cayeron y 5.000 quedaron prisioneros 12.000 cristianos cautivos recobraron la libertad. También murieron 8.000 cristianos y se perdieron 15 naves. Así esAunque no me crea mí querido lector. Ese soldado español que en aquella batalla perdiera su mano izquierda, me conto su odisea. Recordó que Lepanto fue “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos ni esperan ver los venideros”.¿Tal vez fue un poco exagerado mi amigo Cervantes o pretendía magnificar la batalla para aumentar la gloria de haber participado en ella? La victoria no fue fácil. Lepanto no fue fácil. La lucha fue sin cuartel, con enormes sufrimientos. El Papa Pío V – máximo valedor de la empresa – estaba empeñado en que la Cristiandad jamás lo olvidara. Como la batalla había tenido lugar el primer domingo de octubre, la victoria fue atribuida a la “Virgen del Rosario”. La festividad se llamó en su origen “Nuestra Señora de las Victorias”, pero el Papa Gregorio XIII modificó el nombre de la solemnidad por el de “Nuestra Señora del Rosario”. Lo que puedo aseverar sin temor a mentir que a mi celebre acompañante no le trajo mayores consecuencias la pérdida de su mano izquierda en la célebre batalla. Porque, gracias a Dios, escribía con la derecha.

 


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Octubre 19, 2018