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  Por Nathan Levin.

Cuando el 5 de mayo de 1989, durante un control rutinario, la policía revisó el auto de David Serna, nunca se imaginaron que se encontrarían con el horror.

El hombre fue detenido de inmediato, de hecho, además de llevar droga, a bordo encontraron un equipaje, digamos particular y decididamente macabro, un caldero con corazones, columnas vertebrales y otros restos humanos.

El hallazgo, además de asustar y repugnar a los agentes, dio pie a una investigación que sacó a la luz una historia nada menos que escalofriante, el descubrimiento de una banda de narcos “particulares”, a cuyo frente se encontraba un tal Adolfo de Jesús Constanzo, pero procedamos por orden.

Adolfo de Jesús Constanzo era un cubano residente en Miami e hijo de una sacerdotisa que practicaba el “Palo” (también conocido como la Regla del Congo), una antigua religión africana originaria del Congo, que basa sus creencias en poderes ocultos y la interacción con las fuerzas de la naturaleza a través de un fetiche compuesto por huesos, órganos, sangre y esperma humano así como de animales, tierra y hojas.

En 1983 Constanzo abandonó Miami para mudarse a México, desgraciadamente el muchacho corrompido por una sociedad basada en los mitos de los grandes narcos y llena de las macabras enseñanzas religiosas recibidas de su madre, después de haberse ganado las simpatías de algunos narcotraficantes de Matamoros, ciudad fronteriza con los EE.UU., logró lavarles el cerebro, tanto así que se convirtió en su líder espiritual, su gurú.

Constanzo

Serna, interrogado con métodos poco ortodoxos, soltó la sopa y lo que dijo fue sin duda desconcertante. Dijo pertenecer a una banda criminal que operaba en el norte del país y que los restos que transportaba pertenecían a un joven estudiante estadounidense, Mark Kilroy, pero lo que impactó a los agentes fue cuando Serna les explicó para qué servían, de hecho confesó que todos los integrantes de la banda solían beber un brebaje hecho con restos humanos, sangre, tortugas y ajo ya que les otorgaba poderes sobrehumanos: como la invisibilidad o la resistencia a las balas.

Los agentes, tras haber adquirido más información sobre los Narcosatanici y haber descubierto su escondite, ubicado en un rancho conocido como “Santa Elena” en Matamoros, organizaron una redada que, tras un cruento tiroteo, condujo a la muerte y detención de casi todos los miembros de la banda, incluido el líder Constanzo, quien sin embargo, antes de ser capturado, ordenó a sus hombres matarlo.

En el interior del rancho, la policía encontró no sólo enormes cantidades de droga, sino también los cuerpos de 13 personas mutiladas y desmembradas, utilizadas para preparar el macabro brebaje.

Entre los detenidos se encontraban otros dos cabecillas de la banda, El Duby de León y Sara Aldrete, hijos de familias adineradas y respetables, quienes, como para justificarse, afirmaron que los habían secuestrado y obligado a comer carne humana. Afortunadamente, no les creyeron, también porque la investigación reveló que fue Sara Aldrete, estudiante de antropología de la Universidad de Texas, quien puso a Costanzo en contacto con los narcotraficantes de Matamoros, y los condenaron a cadena perpetua.

El Duby murió abandonado en prisión, mientras que Aldrete cumple hoy su condena. Así termina la historia de una de las bandas criminales más feroces y despiadadas de México, quizá hasta la más despiadada, porque los Narcosatanici no eran simples narcos, eran algo más aterrador, una mezcla de criminalidad, creencia y maldad innata que sembró muerte y terror durante muchos años.

 


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Setiembre 26, 2024