Desde que en la Revolución Francesa, Robespierre, el ejecutor del terror revolucionario (guillotina mediante) pronunciara su célebre sentencia, “el terror, sin virtud, es desastroso; la virtud, sin terror, es impotente”, la izquierda, según quiénes sean los que lo practican, ha distinguido dos tipos de terrorismo. Cuando se trata del propio, éste adquiere mágicamente las características de inevitable, revolucionario y hasta higiénico. Por el contrario, cuando se trata del ajeno, es inhumano, genocida, fascista y de derecha. Es que ser de izquierda, para el marxista-leninista, es ser una persona virtuosa al que todo le está permitido en función de que, como Mesías, viene a instalar el nuevo hombre y el nuevo mundo. Ser de derecha, en cambio (los que no pertenecen a la izquierda), es oponerse al progreso y destino de la historia. De allí que, para la izquierda, el terrorismo y todo lo que provenga de la derecha no tiene justificación alguna.
Lenin, el político comunista más importante de la historia, fue también uno de los más grandes maestros del terror “virtuoso”. En la guerra civil rusa, entre otros muchos de parecido tenor, emitió un bando terrorista en el que autorizaba la requisa de armas a las familias campesinas. La pena por encontrar alguna, que no hubiera sido denunciada oportunamente, era el ahorcamiento del hijo mayor. Era un puro, un incorruptible, un sacerdote de la revolución convencido de que estaba haciendo lo mejor. Su sucesor, Stalin, también hizo lo que estuvo a su alcance para el “progreso” de la humanidad (asesinó a unos veinte millones de civiles).
El marxismo-leninismo es una teoría política que afirma la necesidad de tomar el poder con el objetivo principal de eliminar una clase social, la burguesa. Así, hacer la revolución es perpetrar un genocidio por el “bien” de la humanidad. El hecho de que la promesa de semejante crimen sea manifiesto y hasta mostrado como deseable, dice mucho de la impunidad con la que se creen investidos los “ terroristas virtuosos”. Este y no otro es el “justificativo” ideológico-moral que permite a la gente izquierda no sufrir conciencia de culpa por los cientos de millones de atroces crímenes perpetrados, por las dictaduras comunistas.
Si matar en nombre de la revolución no produce arrepentimiento ni remordimientos, ¿por qué habría de hacerlo, mentir? Me refiero a algunos encumbrados izquierdistas que, en los ’70, repitieron hasta el hartazgo de que “fue una guerra” y hoy lo niegan. Será que mienten y no se les cae la cara de verguenza de puro “virtuosos” que son.
Hay quienes sostienen que “no fue una guerra” porque les parece atroz que desde el Estado se secuestraba “en horas de la madrugada, por bandas anónimas, a ciudadanos indefensos” o porque no “es una acción de guerra torturar y matar cuando no se puede oponer resistencia”. Esto – que sin duda sucedió durante el gobierno peronista y la dictadura militar y fue perpetrado, también, por el ERP y Montoneros- no es lo ajeno, sino lo propio de la guerra. Tampoco es lo más horrendo. Hay cosas peores. Mucho más cruel es tirar una bomba atómica sobre una ciudad y matar a cientos de miles de seres humanos o exterminar a seis millones de personas cuyo único “delito” fue el de existir. Luego, siguiendo aquel razonamiento negacionista debiéramos concluir que la Segunda Guerra Mundial no fue una guerra.
Aquel razonamiento sostiene que con una sociedad civil cómplice la dictadura quemó libros y desapareció personas. Es decir, que todos los argentinos somos culpables de la represión. De los que empezaron con el terror no se dice nada en contra. Al parecer, nunca se les pasó por la cabeza que si no hubiera habido subversión, tampoco hubiera existido la represión.
Lo más curioso es que los inquisidores de izquierda “buchonean” para los jueces para que condenen, por “apología del delito”, a aquellos que opinen “que fue una guerra”.
Con ellos, Mussolini, el patriarca de los escraches, estaría en su salsa.
Como no suelo guardar archivos sobre mis entregas, no recuerdo certeramente si mencioné este tema
antes de ahora.
Pero como el desarrollo de los hechos internacionales cuenta con su propia dinámica, creo que nunca está de más, esbozar nuevas hipótesis.
Este “Pato Donald”, para algunos, tiene los días y/o meses contados, por su carácter indómito y egocentrismo desmedido para los tiempos que corren.
Se apresta a un enfrentamiento directo con China, por el refuerzo que promete de la Séptima Flota, con
más submarinos nucleares en todo el sudeste asiático.
Una guerra comercial en principio con su puerta trasera -México- será una constante en su inminente
administración.
El enfrentamiento con Hollywood, Wall Street, la Prensa Asociada y la propia Agencia Nacional de Seguridad, lo tornará inestable en cuanto a su integridad física.
Enfrenta demasiados intereses corporativos que hasta ahora eran “las vacas sagradas del sistema”.
Lo que trae a mi memoria, un tanto oxidada lo admito, una anécdota protagonizada entre “Joe” Kennedy
y su hijo “Jack” en el verano de 1961.
El caso fue que el Patriarca le comentó a su hijo mayor que los tipos de la Bolsa de New York, eran unos
canallas.
Era sábado y en la tertulia familiar Bostoniana, participaban muchos de sus miembros.
Pero se supo luego que el actor Peter Lawford, cuñado del Presidente lo filtró a los Medios.
El resultado fue que en la apertura de la rueda del lunes siguiente, todos los operadores en el recinto,
se colocaron una cocarda que decia “soy un hijo de puta”.
Fue todo un meta mensaje que dos años después, tendría su epicentro en Dallas.
Donald Trump, si bien es el emblema del “antisitema” de todo Washington DC y sus intrigas, es de la
opinión que se encuentra suficientemente cohonestado por el holgado respaldo de sus votantes, víctimas de la decadencia Norteamericana.
El y sus asesores son de la opinión que con ello bastara, pero si eso creen, no estudiaron la historia de su propia Nación.
Muchos siguen afirmando que John Wilkes Booth -el asesino de Lincoln-, era un Confederado resentido por la derrota de los Sudistas.
He reunido en estos últimos treinta años, la suficiente documentacion respaldatoria que el homicida actuó por ordenes directas del Secretario De Guerra Edwin Stanton, quien ordenó la ejecución del Presidente, porque se oponía ferreamente a la politica del viejo Abe, de tender un manto de olvido y perdón a los Estados Sureños.
Y porque las conspiraciones presidenciales siempre son ejecutadas por los mas cercanos a la víctima.
Sucedió con Julio César, con Robespierre, con el exiliado Bonaparte, con Stalin a manos del Mariscal Zukov, con JFK por parte de su Vice Lyndon Johnson, quien era partidario de una intervención directa y sin mas demoras en Vietnam, Laos y Camboya, Juan Pablo I y con cientos de otros casos desde aquel afamado ateniense -Pisistrato-, a manos de sus dos hijos varones.
En otras palabras y yendo especificamente al caso Yankee, lo cierto es que ellos nunca apelaron a los Golpes de Estado, sino a la supresion de sus Presidentes si las cosas se salían de curso.
Trump puede y casi seguro será ese epifenómeno de recurrencia supresiva, si no opta por la moderación.
Pero todo indica que no recurrirá a dominar su altivo temperamento, porque planea reposicionar a USA
al status que tenía en los ochenta, cuando un mediocre actor como Reagan se apropió de Occidente y
los restos de la Union Soviética.
Y en esa Cruzada que esta vez acendrara el racismo de los ex Estados Secesionistas en perjuicio de los caras sucias afros, encontrará más enemigos en el camino que quizás en conjunto nos hagan presenciar
La izquierda y el terror
Por Mauricio Ortín.
Desde que en la Revolución Francesa, Robespierre, el ejecutor del terror revolucionario (guillotina mediante) pronunciara su célebre sentencia, “el terror, sin virtud, es desastroso; la virtud, sin terror, es impotente”, la izquierda, según quiénes sean los que lo practican, ha distinguido dos tipos de terrorismo. Cuando se trata del propio, éste adquiere mágicamente las características de inevitable, revolucionario y hasta higiénico. Por el contrario, cuando se trata del ajeno, es inhumano, genocida, fascista y de derecha. Es que ser de izquierda, para el marxista-leninista, es ser una persona virtuosa al que todo le está permitido en función de que, como Mesías, viene a instalar el nuevo hombre y el nuevo mundo. Ser de derecha, en cambio (los que no pertenecen a la izquierda), es oponerse al progreso y destino de la historia. De allí que, para la izquierda, el terrorismo y todo lo que provenga de la derecha no tiene justificación alguna.
Lenin, el político comunista más importante de la historia, fue también uno de los más grandes maestros del terror “virtuoso”. En la guerra civil rusa, entre otros muchos de parecido tenor, emitió un bando terrorista en el que autorizaba la requisa de armas a las familias campesinas. La pena por encontrar alguna, que no hubiera sido denunciada oportunamente, era el ahorcamiento del hijo mayor. Era un puro, un incorruptible, un sacerdote de la revolución convencido de que estaba haciendo lo mejor. Su sucesor, Stalin, también hizo lo que estuvo a su alcance para el “progreso” de la humanidad (asesinó a unos veinte millones de civiles).
El marxismo-leninismo es una teoría política que afirma la necesidad de tomar el poder con el objetivo principal de eliminar una clase social, la burguesa. Así, hacer la revolución es perpetrar un genocidio por el “bien” de la humanidad. El hecho de que la promesa de semejante crimen sea manifiesto y hasta mostrado como deseable, dice mucho de la impunidad con la que se creen investidos los “ terroristas virtuosos”. Este y no otro es el “justificativo” ideológico-moral que permite a la gente izquierda no sufrir conciencia de culpa por los cientos de millones de atroces crímenes perpetrados, por las dictaduras comunistas.
Si matar en nombre de la revolución no produce arrepentimiento ni remordimientos, ¿por qué habría de hacerlo, mentir? Me refiero a algunos encumbrados izquierdistas que, en los ’70, repitieron hasta el hartazgo de que “fue una guerra” y hoy lo niegan. Será que mienten y no se les cae la cara de verguenza de puro “virtuosos” que son.
Hay quienes sostienen que “no fue una guerra” porque les parece atroz que desde el Estado se secuestraba “en horas de la madrugada, por bandas anónimas, a ciudadanos indefensos” o porque no “es una acción de guerra torturar y matar cuando no se puede oponer resistencia”. Esto – que sin duda sucedió durante el gobierno peronista y la dictadura militar y fue perpetrado, también, por el ERP y Montoneros- no es lo ajeno, sino lo propio de la guerra. Tampoco es lo más horrendo. Hay cosas peores. Mucho más cruel es tirar una bomba atómica sobre una ciudad y matar a cientos de miles de seres humanos o exterminar a seis millones de personas cuyo único “delito” fue el de existir. Luego, siguiendo aquel razonamiento negacionista debiéramos concluir que la Segunda Guerra Mundial no fue una guerra.
Aquel razonamiento sostiene que con una sociedad civil cómplice la dictadura quemó libros y desapareció personas. Es decir, que todos los argentinos somos culpables de la represión. De los que empezaron con el terror no se dice nada en contra. Al parecer, nunca se les pasó por la cabeza que si no hubiera habido subversión, tampoco hubiera existido la represión.
Lo más curioso es que los inquisidores de izquierda “buchonean” para los jueces para que condenen, por “apología del delito”, a aquellos que opinen “que fue una guerra”.
Con ellos, Mussolini, el patriarca de los escraches, estaría en su salsa.
PrisioneroEnArgentina.com
Julio 25, 2017
Trump y el peligro de su propio magnicidio
Escribe Carlos Belgrano.
Como no suelo guardar archivos sobre mis entregas, no recuerdo certeramente si mencioné este tema
antes de ahora.
Pero como el desarrollo de los hechos internacionales cuenta con su propia dinámica, creo que nunca está de más, esbozar nuevas hipótesis.
Este “Pato Donald”, para algunos, tiene los días y/o meses contados, por su carácter indómito y egocentrismo desmedido para los tiempos que corren.
Se apresta a un enfrentamiento directo con China, por el refuerzo que promete de la Séptima Flota, con
más submarinos nucleares en todo el sudeste asiático.
Una guerra comercial en principio con su puerta trasera -México- será una constante en su inminente
administración.
El enfrentamiento con Hollywood, Wall Street, la Prensa Asociada y la propia Agencia Nacional de Seguridad, lo tornará inestable en cuanto a su integridad física.
Enfrenta demasiados intereses corporativos que hasta ahora eran “las vacas sagradas del sistema”.
Lo que trae a mi memoria, un tanto oxidada lo admito, una anécdota protagonizada entre “Joe” Kennedy
y su hijo “Jack” en el verano de 1961.
El caso fue que el Patriarca le comentó a su hijo mayor que los tipos de la Bolsa de New York, eran unos
canallas.
Era sábado y en la tertulia familiar Bostoniana, participaban muchos de sus miembros.
Pero se supo luego que el actor Peter Lawford, cuñado del Presidente lo filtró a los Medios.
El resultado fue que en la apertura de la rueda del lunes siguiente, todos los operadores en el recinto,
se colocaron una cocarda que decia “soy un hijo de puta”.
Fue todo un meta mensaje que dos años después, tendría su epicentro en Dallas.
Donald Trump, si bien es el emblema del “antisitema” de todo Washington DC y sus intrigas, es de la
opinión que se encuentra suficientemente cohonestado por el holgado respaldo de sus votantes, víctimas de la decadencia Norteamericana.
El y sus asesores son de la opinión que con ello bastara, pero si eso creen, no estudiaron la historia de su propia Nación.
Muchos siguen afirmando que John Wilkes Booth -el asesino de Lincoln-, era un Confederado resentido por la derrota de los Sudistas.
He reunido en estos últimos treinta años, la suficiente documentacion respaldatoria que el homicida actuó por ordenes directas del Secretario De Guerra Edwin Stanton, quien ordenó la ejecución del Presidente, porque se oponía ferreamente a la politica del viejo Abe, de tender un manto de olvido y perdón a los Estados Sureños.
Y porque las conspiraciones presidenciales siempre son ejecutadas por los mas cercanos a la víctima.
Sucedió con Julio César, con Robespierre, con el exiliado Bonaparte, con Stalin a manos del Mariscal Zukov, con JFK por parte de su Vice Lyndon Johnson, quien era partidario de una intervención directa y sin mas demoras en Vietnam, Laos y Camboya, Juan Pablo I y con cientos de otros casos desde aquel afamado ateniense -Pisistrato-, a manos de sus dos hijos varones.
En otras palabras y yendo especificamente al caso Yankee, lo cierto es que ellos nunca apelaron a los Golpes de Estado, sino a la supresion de sus Presidentes si las cosas se salían de curso.
Trump puede y casi seguro será ese epifenómeno de recurrencia supresiva, si no opta por la moderación.
Pero todo indica que no recurrirá a dominar su altivo temperamento, porque planea reposicionar a USA
al status que tenía en los ochenta, cuando un mediocre actor como Reagan se apropió de Occidente y
los restos de la Union Soviética.
Y en esa Cruzada que esta vez acendrara el racismo de los ex Estados Secesionistas en perjuicio de los caras sucias afros, encontrará más enemigos en el camino que quizás en conjunto nos hagan presenciar
a…
TRUMP Y EL PELIGRO DE SU PROPIO MAGNICIDIO.
PrisioneroEnArgentina.com
Enero 14, 2017