La situación de las víctimas, veteranos y prisioneros de la guerra contra la subversión terrorista no ha cambiado. 957 almas han muerto en prisión. Ese número debería sacudir conciencias, pero apenas genera un murmullo en quienes deberían levantar la voz.
Persiste, intacto, el relato armado por la izquierda, instalado con prolijidad quirúrgica durante décadas. Y las jefaturas —las de ayer y, sobre todo, las de hoy— han abandonado a quienes pelearon esa guerra. No levantaron la voz. No la levantan. Y por lo visto, no piensan levantarla.
Más preocupados por conservar un cargo, agradar al régimen de turno o asegurar un sillón político, se han negado a ponerse los pantalones largos. Prefirieron el tutú y las zapatillas de baile. Se rindieron al clima de corrección política, bajaron el cuadro del Capitán Giachino y llegaron incluso a sugerir que deberíamos pedirles perdón de rodillas a las madres de los otrora asesinos carniceros.
En silencio —silencio cómplice— se inclinaron, se arrodillaron y besaron sumisamente los pies de la terrorista Comandante Teresa, o se abrazaron con las innombrables de Plaza de Mayo. Mientras tanto, los viejos soldados quedaron a la mala del diablo, ignorados, sin siquiera una palabra en defensa de sus pensiones o sus derechos elementales.
Para maquillar su abandono, diseñaron pseudo homenaje puertas adentro, como si los actos clandestinos pudieran reemplazar el verdadero reconocimiento público. Creyeron que así la tropa —la de verdad, la que sangró— quedaría satisfecha. Pero la tropa sabe. Y la tropa recuerda. Las jefaturas permitieron además que la política usara a los bravos de ayer para beneficio propio, reduciendo su sacrificio a una estampita electoral.
Para colmo, cuando se convocó a Tucumán, ninguna unidad militar, incluido el Liceo, prestó apoyo. Por el contrario: intentaron convencer a la tropa para que no asistiera. Hubo manos negras y traidoras —siempre las hay— que hablaron con veteranos de la Tablada para frenarlos, y en Córdoba hicieron lo mismo con otros camaradas. Todo para evitar que el reclamo por verdad y justicia se hiciera visible. El punto cúlmine de esta conducta vergonzosa llegó durante la convocatoria del 29 de noviembre en Plaza de Mayo.
Hubo silencio absoluto de todas las jefaturas: Fuerza Aérea, Ejército Argentino, Marina de Guerra, Gendarmería, Prefectura y todas las policías del país. A ese silencio se sumaron hostigamiento, operaciones de derribo provenientes de la izquierda, de la propia tropa traidora y del Gobierno de la Ciudad. El Director General de Espacios Públicos, Mario Carmino, negó incluso la posibilidad de colocar 60 sillas para veteranos con movilidad reducida. Ese gesto pequeño en apariencia fue, en realidad, la confirmación más brutal del desprecio instalado.
Y aun así, la convocatoria fue un éxito rotundo.
Entonces pregunto:
¿Dónde quedó el compromiso prioritario sellado con sangre? ¿Dónde quedó la lealtad, la defensa de las causas justas y de la verdad?
Con profundo dolor lo digo: los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial —desde 1983 hasta hoy— han preferido ser políticamente correctos, permitiendo la construcción de un relato ultrajante y negacionista, afinado a medida de la izquierda. Fueron ellos los artífices del abandono de quienes fueron llamados a defender la Patria. Les negaron sus derechos humanos y contribuyeron, por acción u omisión, a una mentira aberrante que avergüenza la dignidad nacional y mancha a todos. Mientras tanto, las jefaturas y burócratas afines miraron para otro lado. Criticaron y bombardearon la convocatoria del 29N, la misma que —en menos de tres años— un puñado de mujeres y hombres, civiles y militares retirados logró organizar y llevar adelante con una fuerza que ellos no mostraron en 42 años.
Para denostar, sí: para eso siempre estuvieron disponibles.
Pero en contraste, la tropa policial brilló por su apoyo incondicional.
Digo tropa, no jefaturas.
Zurdos, tiemblen:
No lo dijimos nosotros.
Lo dijo el propio Poder Ejecutivo.
Pero esa frase —que muchos recuerdan— hoy aparece como el negativo de una foto antigua: se distingue, pero no se anima a revelar su imagen completa.
¿Hubo bajada de línea para malograr la convocatoria?
♣
La situación de las víctimas, veteranos y prisioneros de la guerra contra la subversión terrorista no ha cambiado. 957 almas han muerto en prisión. Ese número debería sacudir conciencias, pero apenas genera un murmullo en quienes deberían levantar la voz.
Persiste, intacto, el relato armado por la izquierda, instalado con prolijidad quirúrgica durante décadas. Y las jefaturas —las de ayer y, sobre todo, las de hoy— han abandonado a quienes pelearon esa guerra. No levantaron la voz. No la levantan. Y por lo visto, no piensan levantarla.
Más preocupados por conservar un cargo, agradar al régimen de turno o asegurar un sillón político, se han negado a ponerse los pantalones largos. Prefirieron el tutú y las zapatillas de baile. Se rindieron al clima de corrección política, bajaron el cuadro del Capitán Giachino y llegaron incluso a sugerir que deberíamos pedirles perdón de rodillas a las madres de los otrora asesinos carniceros.
En silencio —silencio cómplice— se inclinaron, se arrodillaron y besaron sumisamente los pies de la terrorista Comandante Teresa, o se abrazaron con las innombrables de Plaza de Mayo. Mientras tanto, los viejos soldados quedaron a la mala del diablo, ignorados, sin siquiera una palabra en defensa de sus pensiones o sus derechos elementales.
Para maquillar su abandono, diseñaron pseudo homenaje puertas adentro, como si los actos clandestinos pudieran reemplazar el verdadero reconocimiento público. Creyeron que así la tropa —la de verdad, la que sangró— quedaría satisfecha. Pero la tropa sabe. Y la tropa recuerda. Las jefaturas permitieron además que la política usara a los bravos de ayer para beneficio propio, reduciendo su sacrificio a una estampita electoral.
Para colmo, cuando se convocó a Tucumán, ninguna unidad militar, incluido el Liceo, prestó apoyo. Por el contrario: intentaron convencer a la tropa para que no asistiera. Hubo manos negras y traidoras —siempre las hay— que hablaron con veteranos de la Tablada para frenarlos, y en Córdoba hicieron lo mismo con otros camaradas. Todo para evitar que el reclamo por verdad y justicia se hiciera visible. El punto cúlmine de esta conducta vergonzosa llegó durante la convocatoria del 29 de noviembre en Plaza de Mayo.
Hubo silencio absoluto de todas las jefaturas: Fuerza Aérea, Ejército Argentino, Marina de Guerra, Gendarmería, Prefectura y todas las policías del país. A ese silencio se sumaron hostigamiento, operaciones de derribo provenientes de la izquierda, de la propia tropa traidora y del Gobierno de la Ciudad. El Director General de Espacios Públicos, Mario Carmino, negó incluso la posibilidad de colocar 60 sillas para veteranos con movilidad reducida. Ese gesto pequeño en apariencia fue, en realidad, la confirmación más brutal del desprecio instalado.
Y aun así, la convocatoria fue un éxito rotundo.
Entonces pregunto:
¿Dónde quedó el compromiso prioritario sellado con sangre? ¿Dónde quedó la lealtad, la defensa de las causas justas y de la verdad?
Con profundo dolor lo digo: los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial —desde 1983 hasta hoy— han preferido ser políticamente correctos, permitiendo la construcción de un relato ultrajante y negacionista, afinado a medida de la izquierda. Fueron ellos los artífices del abandono de quienes fueron llamados a defender la Patria. Les negaron sus derechos humanos y contribuyeron, por acción u omisión, a una mentira aberrante que avergüenza la dignidad nacional y mancha a todos. Mientras tanto, las jefaturas y burócratas afines miraron para otro lado. Criticaron y bombardearon la convocatoria del 29N, la misma que —en menos de tres años— un puñado de mujeres y hombres, civiles y militares retirados logró organizar y llevar adelante con una fuerza que ellos no mostraron en 42 años.
Para denostar, sí: para eso siempre estuvieron disponibles.
Pero en contraste, la tropa policial brilló por su apoyo incondicional.
Digo tropa, no jefaturas.
Zurdos, tiemblen:
No lo dijimos nosotros.
Lo dijo el propio Poder Ejecutivo.
Pero esa frase —que muchos recuerdan— hoy aparece como el negativo de una foto antigua: se distingue, pero no se anima a revelar su imagen completa.
¿Hubo bajada de línea para malograr la convocatoria?
Cada cual que lo analice. Yo ya lo he hecho.
Héctor Guillermo Sottovía
PrisioneroEnArgentina.com
Dic 8, 2025