El anciano caballero muy bien vestido, con paso lento pero señorial, apoyado en su bastón y tocado con un sombrero de fieltro gris oscuro, salió lentamente por la puerta de la casa de la calle Grand Rue 105 de la tranquila Boulogne-sur-mer , propiedad del abogado Alfred Gérard que vivía en la Planta Baja, mientras que él y su familia vivían en el departamento del Primer Piso donde se habían afincado al salir de Paris por los problemas políticos que alcanzaron insólitos niveles de violencia.
De hecho, el caballero que sufría de gota, reumatismo, cataratas, gastritis crónica y había sobrevivido al cólera no era hombre de dejarse amilanar por “pequeñeces”. Caminó despacio por la Grand Rue en dirección a la costanera porque deseaba sentir el aroma del mar imaginando a su amado país, porque era absolutamente imposible verlo debido a la enorme distancia que lo separaba físicamente de él, pero a través de su imaginación todo era posible: como cuando envió a su amigo José Antonio Álvarez Condarco para guardar en su memoria fotográfica cada paso que podía utilizarse al cruzar la imponente cordillera de los Andes. Nadie lo creía posible pero él lo veía claramente en su imaginación y lo logró.
En su camino pasó por una plaza donde jugaba un grupo de niños con espadas de madera. Se detuvo un momento, tanto para mirarlos como para descansar y recordó a aquel bravo soldadito que le impidiera entrar al polvorín con botas y espuelas, orden que él mismo había dado y que estuvo a punto de incumplir. Esbozó una sonrisa recordando a aquel joven para quien una orden de su General era sagrada, incluyendo al propio General.
Prosiguió con lentitud su agradable paseo por las tranquilas calles de Boulogne-sur-mer. Un relincho llamó su atención y su memoria voló lejos, hacia un campo de batalla, en San Lorenzo cuando un disparo al pecho de su caballo lo hizo encabritar y caer pesadamente de lado apresando su pierna, vio al enemigo acercarse con la bayoneta lista para atacarlo y al soldado puntano Juan Bautista Baigorria ultimarlo y quedarse a defenderlo mientras que el soldado raso correntino Juan Bautista Cabral lo sacaba con gran esfuerzo de debajo del animal muerto y cuando ya se encontraba a salvo, quien sería conocido más tarde como “Sargento Cabral” recibió un bayonetazo por la espalda que le provocara más tarde la muerte. Ahora, lejos de su amada patria, enfermo y cerca del gran viaje final sus ojos se humedecieron de gratitud hacia ellos. ¡Qué bravos soldados! ¡Qué arrojo! Qué amor a la Patria! Era un recuerdo agridulce caro a sus afectos. Sacudió un poco la cabeza y continuó su paseo. De pronto al levantar la vista, vio flameando orgullosa la bandera francesa y su imaginación lo llevó hasta una amplia y luminosa habitación de una de las casas de la nobleza mendocina donde un grupo de damas de la más alta aristocracia estaba bordando en alegre conversación, la gloriosa bandera de los Andes, basada en la creada por Belgrano y que airosa cruzara la alta cordillera. Esforzó su memoria y sonrió. ¡Si! Claro que las recordaba aún: Dolores Prat de Hiusi, Manuela Corvalán, Laureana Ferrari, Narcisa Santander, Mercedes Álvarez y su propia esposa Remedios Escalada que le diera a su hija Merceditas. El matrimonio fue breve con pocos momentos de intensidad amorosa. “Que Dios la tenga en la Gloria“ pensó y continuó su camino llegando, luego de doblar en una esquina hacia el paseo de la costanera. Entre la bruma de sus ojos pudo distinguir la figura de una mujer que le recordó a las mujeres que lo acompañaron en diferentes etapas de su vida: María Josefa Morales que estuvo a su lado durante toda la planificación de la campaña al Alto Perú, a la fogosa mulata Jesusa, mujer de confianza de su esposa y que le diera un hijo que jamás reconoció, a la hermosa Rosa Campuzano de Cornejo y a la que más estuvo cerca de sus afectos Carmen Morión y Ayalón que también le diera un hijo que lo buscó y lo encontró en Paris.
Al llegar a la costanera se dejó caer pesadamente en un banco desde el cual podía disfrutar del aroma marino, el sonido del mar y recordar a su patria lejana. Escuchó a lo lejos el sonido de una guitarra, entrecerró los ojos y se vio en plena juventud, con la guitarra en la mano, cantando picarescas coplas rodeado de amigos y hermosas mujeres como Lola y Pepa, la gaditana, en la magnífica tierra de Andalucía. Entonces pensó en su hija Merceditas, felizmente casada con un joven sumamente virtuoso y que la había dado las dos nietas que eran su tesoro: Mercedes y Josefa. De pronto cayó en la cuenta de que amaba a esas dos niñas mucho más que a su propia hija. Él había querido que fuera ejemplar en todo por eso la puso en ese severo Colegio de Bélgica y le había rescrito las Doce Máximas, sonrió pensando que de alguna manera eran como directivas militares, las recordaba muy bien, desde luego:
*Humanizar su carácter y hacerla sensible.
*Inspirarle amor a la verdad y odio a la mentira.
*Inspirarle gran confianza y amistad pero con respeto.
*Estimular la caridad con los pobres.
*Respeto por la propiedad ajena.
*Acostumbrarla a guardar un secreto.
*Sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones.
*Dulzura con los criados, pobres y viejos.
*Que hable poco y preciso.
*Acostumbrarla a estar formal en la mesa.
*Amor al aseo y desprecio al lujo.
* Inspirarle amor por la Patria y por la Libertad.
Estaba cavilando en esos pensamientos vertidos para su hija cuando escucho un casi grito de angustia:
“¡Papá!”, era la voz de Merceditas que llegando en un carruaje junto a su esposo y sus hijas, habían salido despavoridos al no encontrarlo en sus habitaciones y preguntando por doquier habían llegado hasta el lugar donde él, solitario reflexionaba. La joven dama se acercó presurosa y se sentó a su lado y tomando sus manos, ahora frías, le preguntó con cara demudada por el susto:
“¿Papá, cómo salió así? ¡Caminando! ¿Y si algo le ocurría? ¿Por qué? ¡Sin decir nada a nadie ¡”
Él la miró con dulzura y reconoció rasgos de su esposa Remedios en el rostro de su hija. Sonrió y movió la cabeza: ”¡Tranquila, fue solo una lenta caminata y me ha hecho muy bien!”- Las nietas corrieron a abrazarlo con cariño diciendo:-”¡Abuelito!”. Las cerró entre sus brazos a ambas. Su yerno lo ayudó a ponerse en pie y lo llevó hasta el carruaje que los devolvería a su hogar. Nadie lo sabía, pero ese paseo en solitario y de recordación de algunos hechos de su vida sería el último que realizaría. Había sido una hermosa tarde de verano que dejó una gran alegría en su interior.
Varias semanas más tarde, el 17 de Agosto de 1850 cerraba sus ojos para entrar en la inmortalidad, rodeado de su familia. Había nacido en 1778. Tenía 72 años.
La casa de Boulogne-sur-mer, es hoy día un Museo donde se conserva gran parte del mobiliario que utilizara en vida.
Si debemos recordarlo por todas las gestas victoriosas que llevó a cabo no sabríamos cuál escoger. Por eso me gusta rememorar las palabras que dejara para su hija y la posteridad en la última Máxima: ”Inspirarle amor por la Patria y por la Libertad”
Gracias por tanto, Don José Francisco de San Martín y Matorras , paladín de la Libertad!
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Por Prof. Dra. María Elena Cisneros Rueda.
El anciano caballero muy bien vestido, con paso lento pero señorial, apoyado en su bastón y tocado con un sombrero de fieltro gris oscuro, salió lentamente por la puerta de la casa de la calle Grand Rue 105 de la tranquila Boulogne-sur-mer , propiedad del abogado Alfred Gérard que vivía en la Planta Baja, mientras que él y su familia vivían en el departamento del Primer Piso donde se habían afincado al salir de Paris por los problemas políticos que alcanzaron insólitos niveles de violencia.
De hecho, el caballero que sufría de gota, reumatismo, cataratas, gastritis crónica y había sobrevivido al cólera no era hombre de dejarse amilanar por “pequeñeces”. Caminó despacio por la Grand Rue en dirección a la costanera porque deseaba sentir el aroma del mar imaginando a su amado país, porque era absolutamente imposible verlo debido a la enorme distancia que lo separaba físicamente de él, pero a través de su imaginación todo era posible: como cuando envió a su amigo José Antonio Álvarez Condarco para guardar en su memoria fotográfica cada paso que podía utilizarse al cruzar la imponente cordillera de los Andes. Nadie lo creía posible pero él lo veía claramente en su imaginación y lo logró.
En su camino pasó por una plaza donde jugaba un grupo de niños con espadas de madera. Se detuvo un momento, tanto para mirarlos como para descansar y recordó a aquel bravo soldadito que le impidiera entrar al polvorín con botas y espuelas, orden que él mismo había dado y que estuvo a punto de incumplir. Esbozó una sonrisa recordando a aquel joven para quien una orden de su General era sagrada, incluyendo al propio General.
Prosiguió con lentitud su agradable paseo por las tranquilas calles de Boulogne-sur-mer. Un relincho llamó su atención y su memoria voló lejos, hacia un campo de batalla, en San Lorenzo cuando un disparo al pecho de su caballo lo hizo encabritar y caer pesadamente de lado apresando su pierna, vio al enemigo acercarse con la bayoneta lista para atacarlo y al soldado puntano Juan Bautista Baigorria ultimarlo y quedarse a defenderlo mientras que el soldado raso correntino Juan Bautista Cabral lo sacaba con gran esfuerzo de debajo del animal muerto y cuando ya se encontraba a salvo, quien sería conocido más tarde como “Sargento Cabral” recibió un bayonetazo por la espalda que le provocara más tarde la muerte. Ahora, lejos de su amada patria, enfermo y cerca del gran viaje final sus ojos se humedecieron de gratitud hacia ellos. ¡Qué bravos soldados! ¡Qué arrojo! Qué amor a la Patria! Era un recuerdo agridulce caro a sus afectos. Sacudió un poco la cabeza y continuó su paseo. De pronto al levantar la vista, vio flameando orgullosa la bandera francesa y su imaginación lo llevó hasta una amplia y luminosa habitación de una de las casas de la nobleza mendocina donde un grupo de damas de la más alta aristocracia estaba bordando en alegre conversación, la gloriosa bandera de los Andes, basada en la creada por Belgrano y que airosa cruzara la alta cordillera. Esforzó su memoria y sonrió. ¡Si! Claro que las recordaba aún: Dolores Prat de Hiusi, Manuela Corvalán, Laureana Ferrari, Narcisa Santander, Mercedes Álvarez y su propia esposa Remedios Escalada que le diera a su hija Merceditas. El matrimonio fue breve con pocos momentos de intensidad amorosa. “Que Dios la tenga en la Gloria“ pensó y continuó su camino llegando, luego de doblar en una esquina hacia el paseo de la costanera. Entre la bruma de sus ojos pudo distinguir la figura de una mujer que le recordó a las mujeres que lo acompañaron en diferentes etapas de su vida: María Josefa Morales que estuvo a su lado durante toda la planificación de la campaña al Alto Perú, a la fogosa mulata Jesusa, mujer de confianza de su esposa y que le diera un hijo que jamás reconoció, a la hermosa Rosa Campuzano de Cornejo y a la que más estuvo cerca de sus afectos Carmen Morión y Ayalón que también le diera un hijo que lo buscó y lo encontró en Paris.
Al llegar a la costanera se dejó caer pesadamente en un banco desde el cual podía disfrutar del aroma marino, el sonido del mar y recordar a su patria lejana. Escuchó a lo lejos el sonido de una guitarra, entrecerró los ojos y se vio en plena juventud, con la guitarra en la mano, cantando picarescas coplas rodeado de amigos y hermosas mujeres como Lola y Pepa, la gaditana, en la magnífica tierra de Andalucía. Entonces pensó en su hija Merceditas, felizmente casada con un joven sumamente virtuoso y que la había dado las dos nietas que eran su tesoro: Mercedes y Josefa. De pronto cayó en la cuenta de que amaba a esas dos niñas mucho más que a su propia hija. Él había querido que fuera ejemplar en todo por eso la puso en ese severo Colegio de Bélgica y le había rescrito las Doce Máximas, sonrió pensando que de alguna manera eran como directivas militares, las recordaba muy bien, desde luego:
*Humanizar su carácter y hacerla sensible.
*Inspirarle amor a la verdad y odio a la mentira.
*Inspirarle gran confianza y amistad pero con respeto.
*Estimular la caridad con los pobres.
*Respeto por la propiedad ajena.
*Acostumbrarla a guardar un secreto.
*Sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones.
*Dulzura con los criados, pobres y viejos.
*Que hable poco y preciso.
*Acostumbrarla a estar formal en la mesa.
*Amor al aseo y desprecio al lujo.
* Inspirarle amor por la Patria y por la Libertad.
Estaba cavilando en esos pensamientos vertidos para su hija cuando escucho un casi grito de angustia:
“¡Papá!”, era la voz de Merceditas que llegando en un carruaje junto a su esposo y sus hijas, habían salido despavoridos al no encontrarlo en sus habitaciones y preguntando por doquier habían llegado hasta el lugar donde él, solitario reflexionaba. La joven dama se acercó presurosa y se sentó a su lado y tomando sus manos, ahora frías, le preguntó con cara demudada por el susto:
“¿Papá, cómo salió así? ¡Caminando! ¿Y si algo le ocurría? ¿Por qué? ¡Sin decir nada a nadie ¡”
Él la miró con dulzura y reconoció rasgos de su esposa Remedios en el rostro de su hija. Sonrió y movió la cabeza: ”¡Tranquila, fue solo una lenta caminata y me ha hecho muy bien!”- Las nietas corrieron a abrazarlo con cariño diciendo:-”¡Abuelito!”. Las cerró entre sus brazos a ambas. Su yerno lo ayudó a ponerse en pie y lo llevó hasta el carruaje que los devolvería a su hogar. Nadie lo sabía, pero ese paseo en solitario y de recordación de algunos hechos de su vida sería el último que realizaría. Había sido una hermosa tarde de verano que dejó una gran alegría en su interior.
Varias semanas más tarde, el 17 de Agosto de 1850 cerraba sus ojos para entrar en la inmortalidad, rodeado de su familia. Había nacido en 1778. Tenía 72 años.
La casa de Boulogne-sur-mer, es hoy día un Museo donde se conserva gran parte del mobiliario que utilizara en vida.
Si debemos recordarlo por todas las gestas victoriosas que llevó a cabo no sabríamos cuál escoger. Por eso me gusta rememorar las palabras que dejara para su hija y la posteridad en la última Máxima: ”Inspirarle amor por la Patria y por la Libertad”
Gracias por tanto, Don José Francisco de San Martín y Matorras , paladín de la Libertad!
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Agosto 17, 2023