Share

  Por Darcy O’Brien.

En los anales de la historia política estadounidense, pocas figuras son tan importantes —o tan complejas— como Lyndon Baines Johnson. De imponente estatura e intelecto, Johnson fue un hombre de contradicciones: un demócrata sureño que defendió los derechos civiles, un maestro de la política clandestina que vislumbró un renacimiento social radical. Su mente, implacable y estratégica, transformó la nación de maneras que aún resuenan hoy.

Nacido en la Texas rural en 1908, la juventud de Johnson estuvo marcada por las dificultades y la ambición. Ascendió en las filas del Congreso con una férrea ética de trabajo y un don para la persuasión. Para cuando se convirtió en líder de la mayoría del Senado en 1955, Johnson ya se había ganado la reputación de ser uno de los estrategas legislativos más formidables de Washington. Su capacidad para leer el ambiente, persuadir y forjar alianzas improbables era legendaria: un instinto político que rozaba la clarividencia.

Pero fue la presidencia de Johnson, impuesta tras el asesinato de John F. Kennedy en 1963, la que reveló todo el alcance de su fuerza intelectual. En cuestión de meses, lanzó una ambiciosa agenda nacional que se conocería como la “Gran Sociedad”. En un discurso histórico en la Universidad de Michigan en 1964, Johnson expuso una visión no solo de prosperidad económica, sino también de progreso moral: “La Gran Sociedad se basa en la abundancia y la libertad para todos. Exige el fin de la pobreza y la injusticia racial… Pero eso es solo el principio”.

Bajo el liderazgo de Johnson, el Congreso aprobó un torrente de leyes transformadoras: la Ley de Derechos Civiles de 1964, la Ley de Derecho al Voto de 1965, Medicare, Medicaid y la Ley de Educación Superior. No se trataba de simples ajustes políticos, sino de cambios tectónicos en el contrato social estadounidense. La mente de Johnson, siempre expansiva, veía al gobierno no como una burocracia distante, sino como una herramienta para la dignidad humana.

Sin embargo, la brillantez de Johnson se vio ensombrecida por la tragedia de Vietnam. Su escalada bélica, impulsada por la lógica de la Guerra Fría y el temor a parecer débil, erosionó la confianza pública y eclipsó sus triunfos nacionales. La misma mente que ideó milagros legislativos tuvo dificultades para conciliar la estrategia militar con las consecuencias morales. Fue una paradoja que lo atormentó hasta sus últimos días.

Aun así, el legado de Johnson permanece imborrable. Fue un presidente que pensaba en términos generacionales, no de ciclos electorales. Sus discursos, ricos en alusiones históricas y profundidad filosófica, revelaron a un hombre que creía en el poder de las ideas para moldear la sociedad. Admirado o criticado, el intelecto de Johnson era innegable: una mezcla de puro instinto político e idealismo visionario.

Lyndon B. Johnson no fue simplemente un político. Fue una fuerza de la naturaleza, una mente sin igual, cuya huella en la vida estadounidense es tan profunda como compleja. Su historia nos recuerda que la grandeza a menudo viene envuelta en contradicciones y que las ideas más poderosas nacen de las mentes más inquietas.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Agosto 27, 2025


 

Tags: , , , , ,
5 1 vote
Article Rating
Subscribe
Notify of
guest
8 Comments
Newest
Oldest Most Voted
Inline Feedbacks
View all comments
8
0
Would love your thoughts, please comment.x
()
x