Volando por la Puna con mi amigo Penck….

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lobo-aragon27272 Escribe Jorge B. Lobo Aragón.

 

“25 de febrero de 1913. Por cierto que se está muy bien en Tinogasta. Una pequeña ciudad en el oeste de la provincia Argentina de Catamarca y que permite la conexión con el hermano estado de Chile a través del transcordillerano paso de San Francisco. Las tardes, las mañanas, las noches están quietas. A la tardecita luego de haberme desprendido de mi cuerpo físico, estoy sentado frente a la casa junto con los notables del pueblo. Juez, hotelero, jefe de correos, comisario son mis anfitriones. A través de mi bilocación y dualidad astral puedo intervenir en las conversaciones como un pájaro atado a un cordel luminoso que no tiene límite. Como en la dimensión desconocida, conozco las serranías, la caza, los caminos, el pasto, la cosecha. Aprendí casi todos los idiomas. Tan simpático oír a esta gente. No se machacan con obscenidades. Cuántos huracanes han vivido estos hombres y aún viven apegados a su ancestral humilde silencio. Así conocí al doctor Wálter Penck, que en ese entonces rondada sus mozos 25 años. Desde Europa en donde el fulgor de la ciencia lo coqueteaba se vino con sus valijas a cuestas a estas tierras remotas quizás las más desoladas del planeta. Con el pude compartir el increíble viaje por la cordillera, de Tinogasta a Copiapó. Advierto que es Geógrafo, por cuenta del gobierno argentino y observo como levanta a plancheta una topografía expeditiva, suficientemente precisa de los pasos cordilleranos. Además del trabajo técnico pude advertir el entusiasmo casi llevado a la exaltación con que describe en un cuaderno forrado de cuero sus impresiones, los paisajes, la gente, las soledades. Antes de iniciar la expedición, en un momento de descanso ya más tranquilo me cuenta de su padre Alberto Penck, célebre geógrafo y erudito de Leipzig, doctor en filosofía y en ciencias por las universidades del Cabo, Oxford y Nueva York y con trabajos de investigación en todo el mundo. Es maravilloso observar las instancias previas al viaje y ver como mi amigo se apega a describir detalladamente sus memorias. Penck sale el 2 de marzo con dos peones y un mozo de mano y once animales, entre mulas cargueras y silloneros para mudar. El 10 cruza el paso de las Tres Quebradas a 4.870 metros de altura y el 13 alcanza otra vez la civilización, comiendo en mesa con hule en la Puerta de Paipote. El 14 llega a Copiapó y el 19 monta otra vez para volver. Lo que impresiona es el ambiente. Como pudo vencer alturas entre 4.000 y 6.000 metros, montado a caballo y básica indumentaria tocando el imponente Inca Huasi, el San Francisco y las cimas secundarias del Bonete. Este gran Señor Teutón, exploró, cartografió y detalló miles de kilómetros cuadrados de la Puna argentina, incluyendo la ascensión de más de una treintena de nuestros picos andinos con sus peones de walther-penck2confianza. En plena travesía concentrados en la pisada de la mula carguera mirábamos de reojo los picos nevados contemplando impávidos el descomunal ascender del amarillo disco lunar sobre un obscuro fondo violeta, proyectando reflejos verdosos sobre las nubes fugitivas. La noche es fresca, grandiosa, alumbrada por las luciérnagas y el Orión que mira desde el firmamento. El pedregullo cruje bajo los pies de mi compañero. Suavísima la noche, clarísima, blandísima a la luz, pero de pronto no se pueden separar las mandíbulas tiesas de frío. ¡Esa es la Puna!”. Permanecer o descansar en ese frío sin agua, hay que descartarlo. Se apela a todas las energías y se sigue cabalgando o hasta morir congelado. Pocos espectáculos pueden ser más maravillosos y sublimes que una noche en la Puna. Sobre todo en los días diáfanos en que la atmósfera se encuentra limpia y transparente. Cuando durante el día las escasas nubes se han disipado y por la noche el contraste entre la negritud del espacio y el cielo fulgurante de estrellas marcan una dialéctica de fenómenos lumínicos es un cuadro digno de contemplar eternamente. Las noches en la Puna, con cielos estrellados, y a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, es parte de un anfiteatro universal que no tiene valor humano. Es un espectáculo cósmico sideral que tengo el privilegio de observar desde mi óptica astral, como Don y regalo extraordinario dado por Dios sabiendo que nada es imposible. Las estrellas lucen con un brillo inusitado. La Vía Láctea es un verdadero “río de ungüento” que cruza el firmamento. El contraste del fondo negro del espacio vacío magnifica los fenómenos ópticos. Cada estrella rutila y el conjunto de luces representa miles de millones de luciérnagas en ese universo estático que sabemos se desplaza a velocidades vertiginosas. Me basta aguzar los sentidos para ver cómo esas “luminarias” se descuelgan dejando una delicada estela luminosa en su caída convirtiéndose en estrellas fugaces. El universo aparece vacío. Salvo la belleza del espacio misterioso, profundamente estrellado, en los días limpios y calmos. Solo el sonido del viento perturba el silencio total. Mudez que asusta ante la soledad del desierto y su cerrazón que nos envuelve. Es como el mutismo de la inmensidad de los salares que aparecen como espejos de las hadas a la luz de la luna. El viento que zarandea las escasas malezas o silba entre las hendiduras de las rocas da chiflidos afónicos e ininteligibles que deben encerrar algún lenguaje oculto como los menhires de mi Tafi del Valle. Hoy añoro a mi amigo Wálter Penck y extraño las noches con temperaturas que tocaban el fondo bajo cero del termómetro y congelaban el aire logrando que la escarcha se convirtiera en cuchillos de hielo plateados a la luz de la luna. La vista al cielo es la contemplación del cuadro más sublime que haya pintado pintor alguno. Es que visitar la Puna desde mi lugar de privilegio es embriagarse del cielo rutilante. De la luz radiante de millones de estrellas activas que titilan incesantemente antes nuestros ojos en una experiencia surrealista de los cuentos de hadas. Me avergüenza que este alemán acriollado con nuestros pasado, costumbres y tradiciones conociera y viviera esos parajes con tanta intensidad. Y nosotros, nacidos y criados tan cerca, apenas conocemos por fotografías. Seguramente. Mi compañero de andanzas desde el más allá podrá observar como su nieto Gerhard Penck ha cumplido con la promesa de su padre “Te doy mis ojos y mis anhelos y tú me traerás las sensaciones…”

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