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Escribe Enrique Guillermo Avogadro.

 

 

 

”No tuerzas el derecho; no hagas acepción de personas, ni tomes soborno; porque el

soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos. La justicia,

la justicia seguirás, para que vivas y heredes la tierra que Jehová tu Dios te da”

(Deuteronomio.16.19-20).

 

 

Como sociedad nos hemos hundido en una inmunda y maloliente ciénaga moral de la que todos, por acción u omisión, somos culpables, claro que en diferente grado. Resulta incomparable la responsabilidad que le cabe a quien entrega su documento de identidad -que permitirá el robo de su voto- a cambio de dádivas para poder simplemente alimentar a su familia, y la del empresario que paga una coima –que siempre cargará al precio del contrato- para obtener ventajas indebidas o la del funcionario que la recibe.
También somos culpables quienes aceptamos mansamente que todo esto continúe ocurriendo en nuestro país, mientras miramos indiferentes cómo continúan en libertad tantos personajes acusados de delitos no excarcelables, comprometidos por infinidad de pruebas que intentan adulterar, exhiben impúdicamente sus riquezas mal habidas y se ríen a carcajadas de sus conciudadanos, a muchos de los cuales han llevado a la pobreza más extrema con sus latrocinios.
La reciente muerte de Aldo Ducler ha hecho revivir la memoria de los monumentales desfalcos de los que hemos sido objeto: YPF, los fondos de Santa Cruz, IBM, Siemens, Skanska, Sueños Compartidos, trenes, aviones, gasoductos, centrales nucleares, represas, puentes, caminos, viviendas, escuelas, hospitales, hoteles, cloacas, agua potable, Ciccone, PAMI, IOMA, ANSES, AFJP’s, indemnizaciones a terroristas, remedios “truchos”, universidades, pesca, oro, el Instituto del Cine, contratos de dólar futuro, Odebrecht. British Petroleum y miles de etcéteras.
Sólo la decisión de Néstor Kirchner, explicada hace muchísimos años por tantos analistas (incluyendo a quien esto escribe) de robarse el 25% de la petrolera fue la causa mayor de nuestros males, comenzando por la inflación y el gigantesco déficit público. La caída en la producción y en la prospección de hidrocarburos obligó a la masiva importación de gas (otro brutal negociado) y se llevó las pocas reservas del Banco Central que se habían salvado de la depredación.
Los ciudadanos hemos permitido calladamente que, desde hace décadas, quienes deben administrar justicia en nuestro país sean elegidos por favores del poder de turno, y los jueces los devuelven con el permanente “cajoneo” de las causas que le resultan sensibles. Como verdaderas aves de presa, se han posado en el tejado de Comodoro Py y, desde allí, husmean el aire pútrido en busca de nuevas víctimas mientras protegen a los depredadores.
Pero no se trata sólo del fuero federal; los males afectan también a la Justicia ordinaria, como lo prueba el avance de la inseguridad cotidiana, sobre todo en los conurbanos de todo el país. Violadores, asesinos, narcotraficantes campean a sus anchas y se llevan la vida de hombres, mujeres y niños, en crímenes cada vez más violentos y salvajes.
Por delitos infinitamente menos graves que los comprobadamente cometidos por Cristina, Máximo y Florencia Kirchner, Lázaro Báez y sus hijos, Amado Boudou y sus testaferros, las hijas del “Bombón” Mercado, Julio de Vido, Cristóbal López y De Souza, Insfrán, Fellner, Alperovich, Capitanich, Aníbal Fernández, los Eskenazi, Ferreyra y Electroingeniería, y tantos otros, nuestras cárceles están repletas de presos; sin embargo, estos figurones, directamente responsables de la miseria que afecta a más del 30% de los argentinos y de la muerte por inanición de tantos chicos, disfrutan de una libertad que ya se ha transformado en un cachetazo en la cara de la sociedad entera.
Por eso –no por venganza sino por legítima defensa- debemos convertir el viento, que sin duda ha borneado, en un fuerte huracán que barra, de una buena vez, con tantos magistrados indignos de ocupar sus cargos y purifique el fétido olor que emana de nuestros tribunales. Cuando digo que debemos hacerlo en defensa propia, no me refiero sólo a impedir que estos malandras continúen decidiendo sobre nuestra libertad, nuestra honra y nuestro patrimonio, sino también a la necesidad que, como país, tenemos de contar con un Poder Judicial serio, preparado, independiente y rápido.
Porque está visto que, hasta que ese verdadero milagro se produzca, no podemos esperar que llegue a nuestras playas el aluvión de inversiones, siempre anunciado y nunca concretado. Sin él, no nos resultará posible convertirnos en un país desarrollado y próspero, condenándonos a subsistir en esta insignificancia que tantos esfuerzos nos costó conseguir.
Es cierto que, desde diciembre de 2015, el gobierno de Cambiemos nos ha reinsertado en la vidriera global, y hemos visto por aquí a los máximos líderes mundiales mientras, a la vez, Mauricio Macri ha visitado a las naciones más importantes; se han firmado centenares de acuerdos bilaterales, pero no se concretarán mientras los potenciales inversores, sean propios o extraños, no confíen en que, en caso de conflicto, nuestros jueces fallarán conforme a derecho y no, como sucede hoy, según sus propios intereses o los de sus mandantes políticos o empresariales. Usted mismo, querido lector, ¿pondría un dólar en un país cuyo Congreso dicta leyes, y el Poder Judicial las aplica, con efecto retroactivo?
Un pequeño paréntesis: no puedo imaginar a Mauricio Macri en actos de homenaje a los asesinos “malos” de Manchester, Londres, Paris, Niza, Nueva York, Orlando, Bogotá, San Sebastián o Madrid y, por eso, me parece insólito que el protocolo oficial argentino haya llevado a Angela Merkel, Barak Obama y François Hollande, entre otros, a visitar el “Parque de la Memoria-Tuerta” y llorar por los terroristas “buenos”, tan premiados ellos con cargos y dólares.
Porque no debemos olvidar, por ejemplo, que una bomba de Montoneros, en el comedor de una dependencia policial, mató a 23 personas e hirió a más de 60, o que otra, colocada en un avión por el ERP, asesinó a decenas de gendarmes. Y tampoco debemos hacerlo con las más de 17000 víctimas civiles de esos mismos “jóvenes idealistas”, que nunca fueron siquiera reconocidas por el Estado. ¿A qué extremos de hipocresía nos llevará el discurso “políticamente correcto”?
Para regresar a la necesidad de contar con un Poder Judicial como Dios manda, insisto en que la ciudadanía debe tomar el problema entre sus manos, como lo hace día a día en Venezuela y Brasil, pese a que esas verdaderas multitudes han obtenido tan disímiles respuestas. Basta recordar que un Juez federal con asiento en Curitiba, Estado de Paraná, se ha convertido en la figura pública más popular entre nuestros vecinos, que están dispuestos a blindarlo frente a los avances de los poderosos.
No esperemos que nuestros ¿honorables? legisladores asuman como propia esa tarea porque, si lo hicieran, muchos de ellos mismos terminarían presos, ya que han convertido al Congreso en un verdadero aguantadero, como lo demuestra la desesperada lucha por integrar las listas partidarias en pos de fueros, cuyo verdadero objetivo también hemos deformado.
La semana pasada propuse a mis colegas que asumieran la heroica actitud de denunciar a los jueces y fiscales que incurran en faltas graves en el ejercicio de sus magistraturas, aunque aclaré que no tenía demasiada confianza en la aceptación de esa sugerencia. También propuse, y hoy insisto, que todos los ciudadanos, en una concentración tan masiva como fue la del 1° de abril y replicada en todo el país, manifestáramos pacíficamente nuestro hartazgo.
No permitamos más que cuatro o cinco cretinos, hijos de mala madre, hipotequen nuestro futuro y el de nuestros descendientes. Salgamos a gritar, bien fuerte y remedando a Gabriel Celaya, “¡A la calle!, que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo”.
Bs.As., 10 Jun 17
Enrique Guillermo Avogadro

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