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  Por Vida Bolt.

Si parece algo extraño, tener escrito un deseo como este en la colección personal de cosas para hacer antes de morir, debo señalar que probablemente la idea fue extranjera y provino de una mente maliciosa.

Mi familia extendida (léase mi amiga Betty) tiene su propio mundo en el cual habita una cosa llamada nudismo, algo que desconocía sobre ella y siempre consideré como una rareza cuando estaba creciendo.

   Para Betty (no, no anda corriendo desnuda por las calles), al decidir un lugar para vacacionar, una playa nudista parecía una opción obvia. Ella, madre soltera con dos hijos, de 40 o 42 años, divorciada, con un cuerpo de mármol color ébano seguramente podría entrar en el monokini rojo que -al probar- cortaba mi respiración. Yo, en mis 40 o 42 años de esas épocas ya sufría las heridas de guerra que mis embarazos me habían relegado. De todas maneras, mi traje de baño fue a parar a mi maleta, y decidida a no comer durante el viaje, me encomendé a los dioses. Oscar, mi esposo, ese hombre que aun cuando éramos novios tenía mejor cuerpo que yo, apenas empacó un par de pantalones cortos y algunas camisas.

No reuniríamos con Betty en el hotel que había sido por ella seleccionado y que Oscar había investigado en internet. El viaje estaba planeado para un sábado. Oscar había vivido con una sonrisa en su rostro desde el lunes (luego sabremos la razón) El viaje hasta Tampa duró dos horas para Oscar (comiendo sándwiches y batidos de chocolate) dos días para mi (haciendo ayuno)

Confieso que la entrada al hotel es -bajo mi imaginación- como entrar al paraíso. Detrás de una hermosa jungla, la recepción se alzaba majestuosa. También hubo que caminar hasta él: el aparcamiento está a cierta distancia de la edificación, claramente marcada por señales, entre ellas una que señalaba “Vestimenta opcional”

Cuando finalmente llegamos, el lugar era tranquilo. Todavía era relativamente temprano. Una mirada rápida, poco intrusiva, a la gente en esta área que vestía con clase, fue suficiente para confirmar que estábamos definitivamente, sin ambigüedades, en el paraíso. Una amable empleada, con una chaqueta impecable y sonrisa sin par, nos dio las llaves de nuestra habitación y nos indicó el camino. Luego de tomar posesión y asearnos, debíamos encontrarnos con Betty para el almuerzo. Nos contactamos por teléfono y concordamos en ordenar alguna comida liviana en su habitación. Ella, entusiasmada, nos dejó saber que otra pareja nos acompañaría en ese almuerzo.  Shorts y camisa abierta para Oscar, Monokini, pareo, capelina y camisola blanca para mí.

Luego de abrazar una botella de vino blanco, y caminar cien metros hasta la habitación, golpeamos la puerta y al abrirse, el viaje hacia lo desconocido también se abrió. Betty, escoltada por una pareja de septuagenarios sonrientes, no invitó a pasar un par de veces, y hasta Oscar debió empujarme ya que yo estaba congelada ante la imagen de tres personas desnudas frente a mi rostro petrificado. Los imponentes senos de una muy alta dama desconocida flotaban demasiado cerca de mis ojos. La herramienta del señor parecía balancearse de manera descontrolada. Y la excelsa figura de Betty despertaba mi franca envidia. La sonrisa de Oscar se hizo más amplia. Él lo sabía.  

Me achiqué al traspasar en esos pasillos de ubres y genitales al viento y rápidamente busqué una silla en la cabecera de la mesa, en el sentido que ninguna parte privada afectara mi estadía con roces accidentales.

Durante la cena entendí el significado de la vida: En primera instancia, es importante tener en cuenta que el nudismo es opcional y no obligatorio, de allí el cartel “vestimenta opcional” (en mi mente se trataba de elegir si fuera formal o etiqueta, no con o sin ropaje). Luego, no todos somos iguales. Preferiría compartir un viaje con alguien desnudo que con un individuo con ropas malolientes.

Durante los primeros minutos buscaba un lugar alejado donde concentrar mi vista una vez que la orgía comenzara. Con el vaciamiento de botellas de vino, me fui sintiendo menos incomoda y mis “si” y “no” se transformaron en algo mas elocuente. Luego de la comida, concertamos para encontrarnos en la piscina del hotel.

Volví a la habitación sintiendo las carcajadas de Oscar en mi nuca. Una vez allí, sin abrir la boca, mi esposo y yo nos desnudamos ante un espejo. Sin morbo, nos observamos durante un largo rato. En silencio, nos pusimos nuestros bañadores y nos encontramos con nuestros amigos nudistas.

Nadie preguntó la razón de tener nuestros cuerpos cubiertos. La tarde fue amena entre tragos, carnes que no podían soportar el efecto de la gravedad y el síndrome de zombi que Oscar adquiría cada vez que una linda chica pasaba cerca (una entre cien, me animaría a decir)

Las cosas no cambiaron con Betty una vez que volvimos a casa. Nunca toqué el tema a menos que ella lo pusiera sobre la mesa. Nunca intentó enrolarme en su “secta”

Aquí está la conclusión: hoy, después de haber pasado años vacilando sobre todo el asunto (sin que esto fuera, claro, una obsesión), he decidido que el naturismo no es aterrador, ni indecente, ni siquiera particularmente extravagante. Es solo una cosa que la gente hace. Solo que no es para todos, al menos no es para Oscar o para mí.

 

 


PrisioneroEnArgentina.com

Noviembre 2, 2021


 

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