Amarás a tu vecino como a ti mismo

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  Por Vida Bolt.

Una de mis amigas de la infancia, Leyla, consiguió un trabajo que había estado persiguiendo durante años en Jacksonville. Nos visitó hace un mes para buscar una casa donde vivir y lograr mi asesoramiento acerca de los vecindarios mas apropiados parea una mujer sola.

Recorrimos la ciudad hasta que, curiosamente, vimos un cartel en el patio de una casa en la esquina de la nuestra que se vendía a un precio mas que razonable. Dos dormitorios, un baño y medio, y un amplio comedor. La casa estaba en buen estado, tal vez necesitaba refrescar la pintura en la cocina y modernizar un poco las alfombras de los cuartos, pero por 150,000 dólares parecía una ganga. No había prestado atención nunca a esta casa y había estado en el mercado durante más de dos años.

Leyla, soltera, sin hijos, la encontró apetecible y decidió adquirirla. Oscar, mi esposo, ayudó con la mudanza y alguno de sus amigos, más interesados en Leyla que en realizar una buena acción, se dedicaron a cortar el césped y algunos arbustos que habían crecido más de la cuenta.

Ya instalada, Leyla se dejó caer por mi casa a contarme que estaba muy contenta con la compra. Luego de relatar algunos detalles de lo que quería hacer para mejorar la casa, deslizó una preocupación:

“¿Que sabes tú de mi vecino?”

En verdad, no sabía nada. Apenas se de mi vecino junto a mi casa. El vecino de Leyla era un hombre de más de sesenta años con muchos kilos de más, piel blanca como la leche y una barba que recordaba a Santa Claus. Leyla me dijo que cada día, al llegar de su oficina, “Santa Claus” se encontraba en la vereda, saludándola y mostrándole el reloj.

“Hoy llegó quince minutos más tarde”, “Hoy llegó más temprano” suele decirle.

Pero esa no era su preocupación mas inquietante. Su primer domingo en el jardín trasero le deparó un bautismo de fuego. Mientras Leyla plantaba algunas semillas, “Santa Claus”, cuyo verdadero nombre es Mike, la sorprendió desde detrás de su cerca diciéndole que necesitaría mucha agua para hacer crecer saludablemente las plantas. Leyla le agradeció este obvio consejo, pero al levantar la vista vio que este hombre estaba totalmente desnudo, bebiendo una lata de cerveza y ofreciéndose a saltar la cerca y ayudarla con su proyecto. Leyla no se escandaliza con facilidad, ni es una monja, pero ver a un hombre de casi 400 libras exhibiendo las joyas familiares a la luz del día, no le pareció apropiado, ni sensual.

Oscar, quien había estado escuchando parcialmente la conversación mientras miraba TV, comenzó a huir hacia el garaje en busca de cualquier cosa menos de ofrecerse como mediador.

“¡Oscar!” dije, terminante “Vamos a hablar con este sujeto”

Llegamos a la casa de Mike (“Santa”) y golpeamos la puerta. La idea era comunicarle al atrevido vecino que Leyla era una mujer formada con valores antiguos y su desnudismo realmente la asustaba, la ofendía. Cuando la puerta se abrió, encontramos a “Santa” sin su traje de invierno rojo. De hecho, completamente desnudo.

Oscar, por valentía y arrojo, se suponía que era el encargado de hacerle saber a este hombre de la conveniencia de ser un buen vecino y no intimidar a Leyla, pero comenzó a reír compulsivamente. Debido a esto, fui la encargada de comentar las razones a “Santa”, a lo que correspondió afirmando con su cabeza a cada una de mis demandas. “Santa” asintió, sonrió elevemente, comprendió la situación e incluso me dió una palmada en la espalda a manera de despedida. Con la victoria en la mano, retornamos a casa a tomar café y comentar sobre las pequeñeces de Mike (“Santa”).

Tres días más tarde, recibí un regalo de Mike vía correo: La intendencia de la ciudad me conminaba a arreglar toda mi cerca vegetal, ya que estaba desbordada de hojas y caían debido al viento en la propiedad de Mike, también conocido como “Santa”.

 

 


PrisioneroEnArgentina.com

Mayo 22, 2023


 

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