LA LEY DEL FERIADO DEL “DÍA DEL TRABAJADOR DEL ESTADO” DEBE SER DEROGADA DE INMEDIATO
por Juan José Guaresti (nieto).
El 27 de Junio pasado una señora jubilada y con muchos años, quiso entregar un documento a una oficina pública. Tomo los dos medios de transportes habituales y cuando llegó a destino se enteró que la por la ley 26.876, dictada casi seis años atrás, ese día era feriado: Dicha ley había consagrado esa fecha para descanso del empleado público. Se enteró con la desazón del caso que tenía que volver al día siguiente con nuevos gastos y molestias. Preguntó a algunas personas si sabían de la existencia de ese feriado. Algunas sabían y otras no. Todas ignoraban a que prócer o a que funcionario público se homenajeaba en esa fecha pero, al parecer, a ninguno. A la señora le parecía bien que se recordara a José de San Martín o a Manuel Belgrano que tanta gravitación habían tenido en la Historia Patria, pero nadie le pudo informar quién o quiénes habían sido los empleados del Estado a cuya dedicación, mérito o esfuerzos superiores se recordaba el 27 de Junio. Ella había sido empleada pública y había trabajado muchísimo con gran esmero. Recordó que había conseguido el empleo porque su padre, que había ingresado previo examen, se había destacado muchísimo y había ascendido paso a paso por sus conocimientos a una posición elevada. Ella había ingresado sin examen a esa oficina pública porque en ese momento se habían suprimido pero dado el recuerdo que había dejado su padre y que todos dos sabían que en su casa se vigilaba mucho las calificaciones escolares que obtenían los hijos, pudo ingresar fácilmente. Comenzó a trabajar con mucha ilusión empujada por la imagen paterna pero gradualmente se dio cuenta que se incrementaba la cantidad de empleados pero muchos de ellos sabían poco y trabajaban escasamente. Por el contrario la tarea a su cargo crecía, a veces hasta quedar literalmente aplastada por los expedientes. Finalmente cobró valor y pidió hablar con su jefe y se quejó de tanta labor. Se le explicó que el personal estaba de hecho dividido en dos: Los trabajadores y competentes, y los que no lo eran, y que él tenía que tener el trabajo al día, de manera que, si, en efecto, había mucho más empleados que antes, no tenía más remedio que enviar las tareas solamente a aquellos que las hacían. Si las enviaba a los otros, no se terminaban nunca y el corría el riesgo que lo “levantaran en peso” si eso ocurría. La señora del relato siguió trabajando con su ritmo habitual, haciendo lo que podía, y notando también que con el correr del tiempo cada día era más capaz que el grupo entregado a la vagancia.
Se hizo tan notoria la diferencia que creyó llegado el momento de solicitar cubrir una posición que había dejado libre una jefa que había fallecido. Pidió una entrevista con quien revistaba como Jefe del Departamento a quien le espetó un muy bien preparado discurso sobre sus méritos de muchos años de ardua labor y habilidades. El Jefe del Departamento la escuchó con atención pero lamentablemente le expresó que no podía acceder a su justo pedido porque ese cargo iba a ser adjudicado a otra compañera de trabajo. Nuestra protagonista, desesperada, le dijo que la persona aludida figuraba en el grupo más atrasado en su tarea y más inepto. El Jefe del Departamento le respondió que en efecto era así, pero él había recibido órdenes superiores y las iba a cumplir. Poco después la frustrada candidata se enteró que la nueva jefe mantenía una muy próxima relación con una importante figura de la Administración Pública. Para peor de males la funcionaria modelo empezó a recibir día y noche toda clase de preguntas y pedidos de auxilio de aquella persona que pese a ignorarlo todo, ocupaba un cargo inmerecidamente.
Estos recuerdos le hicieron pensar que nada había cambiado desde el momento en que le dieron el cargo que por su mérito se había ganado a otra persona que no tenía ninguno, a cuando se sancionó la ley del “descanso” para todos los funcionarios públicos, sea cual fuere su dedicación o su esfuerzo. La ley del “descanso” es una ley injusta para los muchos funcionarios que cumplen con su deber y merecen de una u otra manera ese ”descanso” como premio a su dedicación, conocimientos o esfuerzo y no para aquellos que no son acreedores a estimulo alguno. La ley del “descanso” iguala a todos, sean buenos o malos. Otorga un feriado que lo paga el contribuyente quién no recibe ese día del Estado la prestación a que tiene derecho pese a haber pagado por ella. El costo de esa ley hace que aumenten los impuestos fenomenales que padecemos y retribuye de idéntica manera a todos, sean funcionarios probos y dignos o a quiénes conversan animadamente en la oficina mientras no se hace lo que se debe hacer. Todos los empleados públicos nacionales, según esa ley, tienen derecho a un día adicional de descanso, lo merezcan o no. Basta ser empleado público y trabaje o no trabaje, para tener un feriado más que los dependientes de las empresas privadas. Los legisladores de la ley 26.876 no tuvieron en cuenta que los empleados de las empresas privadas no recibieron de la Administración Pública los servicios que se les debieron dar o sea que pagaron impuestos para que otros “descansaran”, lo merecieran o no.
Todo esto realmente subleva al ciudadano honesto consciente de sus obligaciones para con su Patria que a partir del 4 de Junio de 1943 inició un, al parecer, imparable camino a la decadencia comenzando, con la educación pública. Ese día sin clases ¿en que ayudó a la Argentina? ¿Y tantas otras actividades que no se realizaron en ese “feriado” adicional? Lector: La ley 26876 es una ley antiargentina cuya derogación debe ser inmediata. Si queremos salir de la pobreza y la decadencia, tenemos que trabajar más, tenemos que estudiar más y hacerlo con fervor nacional, como esos países que se levantaron de la destrucción ocasionada por haber participado de guerras espantosas y hoy son un ejemplo de prosperidad y de paz.
LA LEY DEL FERIADO DEL “DÍA DEL TRABAJADOR DEL ESTADO” DEBE SER DEROGADA DE INMEDIATO
por Juan José Guaresti (nieto).
El 27 de Junio pasado una señora jubilada y con muchos años, quiso entregar un documento a una oficina pública. Tomo los dos medios de transportes habituales y cuando llegó a destino se enteró que la por la ley 26.876, dictada casi seis años atrás, ese día era feriado: Dicha ley había consagrado esa fecha para descanso del empleado público. Se enteró con la desazón del caso que tenía que volver al día siguiente con nuevos gastos y molestias. Preguntó a algunas personas si sabían de la existencia de ese feriado. Algunas sabían y otras no. Todas ignoraban a que prócer o a que funcionario público se homenajeaba en esa fecha pero, al parecer, a ninguno. A la señora le parecía bien que se recordara a José de San Martín o a Manuel Belgrano que tanta gravitación habían tenido en la Historia Patria, pero nadie le pudo informar quién o quiénes habían sido los empleados del Estado a cuya dedicación, mérito o esfuerzos superiores se recordaba el 27 de Junio. Ella había sido empleada pública y había trabajado muchísimo con gran esmero. Recordó que había conseguido el empleo porque su padre, que había ingresado previo examen, se había destacado muchísimo y había ascendido paso a paso por sus conocimientos a una posición elevada. Ella había ingresado sin examen a esa oficina pública porque en ese momento se habían suprimido pero dado el recuerdo que había dejado su padre y que todos dos sabían que en su casa se vigilaba mucho las calificaciones escolares que obtenían los hijos, pudo ingresar fácilmente. Comenzó a trabajar con mucha ilusión empujada por la imagen paterna pero gradualmente se dio cuenta que se incrementaba la cantidad de empleados pero muchos de ellos sabían poco y trabajaban escasamente. Por el contrario la tarea a su cargo crecía, a veces hasta quedar literalmente aplastada por los expedientes. Finalmente cobró valor y pidió hablar con su jefe y se quejó de tanta labor. Se le explicó que el personal estaba de hecho dividido en dos: Los trabajadores y competentes, y los que no lo eran, y que él tenía que tener el trabajo al día, de manera que, si, en efecto, había mucho más empleados que antes, no tenía más remedio que enviar las tareas solamente a aquellos que las hacían. Si las enviaba a los otros, no se terminaban nunca y el corría el riesgo que lo “levantaran en peso” si eso ocurría. La señora del relato siguió trabajando con su ritmo habitual, haciendo lo que podía, y notando también que con el correr del tiempo cada día era más capaz que el grupo entregado a la vagancia.
Se hizo tan notoria la diferencia que creyó llegado el momento de solicitar cubrir una posición que había dejado libre una jefa que había fallecido. Pidió una entrevista con quien revistaba como Jefe del Departamento a quien le espetó un muy bien preparado discurso sobre sus méritos de muchos años de ardua labor y habilidades. El Jefe del Departamento la escuchó con atención pero lamentablemente le expresó que no podía acceder a su justo pedido porque ese cargo iba a ser adjudicado a otra compañera de trabajo. Nuestra protagonista, desesperada, le dijo que la persona aludida figuraba en el grupo más atrasado en su tarea y más inepto. El Jefe del Departamento le respondió que en efecto era así, pero él había recibido órdenes superiores y las iba a cumplir. Poco después la frustrada candidata se enteró que la nueva jefe mantenía una muy próxima relación con una importante figura de la Administración Pública. Para peor de males la funcionaria modelo empezó a recibir día y noche toda clase de preguntas y pedidos de auxilio de aquella persona que pese a ignorarlo todo, ocupaba un cargo inmerecidamente.
Estos recuerdos le hicieron pensar que nada había cambiado desde el momento en que le dieron el cargo que por su mérito se había ganado a otra persona que no tenía ninguno, a cuando se sancionó la ley del “descanso” para todos los funcionarios públicos, sea cual fuere su dedicación o su esfuerzo. La ley del “descanso” es una ley injusta para los muchos funcionarios que cumplen con su deber y merecen de una u otra manera ese ”descanso” como premio a su dedicación, conocimientos o esfuerzo y no para aquellos que no son acreedores a estimulo alguno. La ley del “descanso” iguala a todos, sean buenos o malos. Otorga un feriado que lo paga el contribuyente quién no recibe ese día del Estado la prestación a que tiene derecho pese a haber pagado por ella. El costo de esa ley hace que aumenten los impuestos fenomenales que padecemos y retribuye de idéntica manera a todos, sean funcionarios probos y dignos o a quiénes conversan animadamente en la oficina mientras no se hace lo que se debe hacer. Todos los empleados públicos nacionales, según esa ley, tienen derecho a un día adicional de descanso, lo merezcan o no. Basta ser empleado público y trabaje o no trabaje, para tener un feriado más que los dependientes de las empresas privadas. Los legisladores de la ley 26.876 no tuvieron en cuenta que los empleados de las empresas privadas no recibieron de la Administración Pública los servicios que se les debieron dar o sea que pagaron impuestos para que otros “descansaran”, lo merecieran o no.
Todo esto realmente subleva al ciudadano honesto consciente de sus obligaciones para con su Patria que a partir del 4 de Junio de 1943 inició un, al parecer, imparable camino a la decadencia comenzando, con la educación pública. Ese día sin clases ¿en que ayudó a la Argentina? ¿Y tantas otras actividades que no se realizaron en ese “feriado” adicional? Lector: La ley 26876 es una ley antiargentina cuya derogación debe ser inmediata. Si queremos salir de la pobreza y la decadencia, tenemos que trabajar más, tenemos que estudiar más y hacerlo con fervor nacional, como esos países que se levantaron de la destrucción ocasionada por haber participado de guerras espantosas y hoy son un ejemplo de prosperidad y de paz.
PrisioneroEnArgentina.com
Julio 2, 2019
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