Bolivia va a las urnas para decidir el futuro de Evo Morales

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¿Qué sucederá con Bolivia? La hora de la verdad (en las urnas) llegó para el país sudamericano. Sus ciudadanos decide hoy si quiere el regreso de Evo Morales por medio de Luis Arce, su testaferro político y favorito en las elecciones generales, o prefiere que el liberal Carlos Mesa (Comunidad Ciudadana) tome las riendas de un país enfrentado –y por momentos desbocado– desde el fraude electoral de octubre del pasado año.

Arce

En un clima de tensión e incertidumbre, las urnas definirán, en esta primera vuelta –o en una segunda prevista para el 29 de noviembre– el nombre de un presidente cuya legitimidad, si el proceso transcurre con normalidad, no debería estar en discusión.

Los sondeos anticipan una ventaja notable para Arce, titular en la papeleta del Movimiento Al Socialismo (MAS) y exministro de Economía de Morales.

Su inmediato adversario, Carlos Mesa (Comunidad Ciudadana), le sigue en las preferencias, pero ninguno de los dos parece que pueda proclamarse presidente esta noche.

La totalidad de los pronósticos aseguran que Arce tiene una sola oportunidad para lograrlo: alcanzar el 50% de los votos y establecer una diferencia de 10 puntos sobre Mesa, como dispone la Constitución. Este resultado parece improbable pero posible. La otra opción, ir a un balotaje contra Mesa sería la crónica de una derrota anunciada. En ese escenario, posible y probable, se daría el frente común del voto opositor, y Evo Morales pasaría a formar parte, de verdad, del pasado.

Un hombre, Luis Fernando Camacho, alias el «macho», es el responsable de este escenario de división que entorna la puerta al regreso triunfal del caudillo indígena, que se mantuvo catorce años largos en el poder. Camacho ocupa con Creemos una tercera posición en la preferencias del voto y está lejos de alcanzar a Carlos Mesa, pero se negó a retirar su candidatura. Sin esta, no existirían dudas sobre la celebración del balotaje e, incluso, de un triunfo en primera vuelta del liberal.

Añez
Vargas Llosa

Pragmáticos (por la fuerza de las encuestas) y convencidos de que lo que hay en juego en estas elecciones es democracia versus tiranía, el expresidente Jorge Tuto Quiroga (Libre 21) y María de la Cruz Bayá (ADN) abandonaron sus aspiraciones de poder y se retiraron de la contienda electoral. La misma razón para retirarse esgrimió la presidenta interina, Janine Áñez (Juntos). La secuencia que la llevó al Palacio Quemado (sede histórica del Ejecutivo) se desató tras el pucherazo de las elecciones de octubre del 2019. Evo Morales renunció en medio de una ola de violencia después de atender la sugerencia del Ejército (aceptada inicialmente y calificada de golpe de Estado con posterioridad) de que esa era la mejor salida para él, para su Gabinete y para Bolivia. La dimisión en cascada del vicepresidente, Álvaro García Linera, y de la línea de sucesión –afín al MAS– permitió que la exsenadora, en un episodio rocambolesco, se convirtiera en presidenta interina del estado Plurinacional, como lo rebautizó Evo Morales.

Áñez llegó con la promesa de convocar elecciones a las que prometió que no se presentaría. La palabra dada fue efímera, y presentó su candidatura. Se retiró el 18 de septiembre al asumir (los sondeos la colocaban en una cuarta posición) que esa decisión beneficiaba directamente al MAS al dispersar el voto de la oposición. Lo hizo, según sus palabras, porque si no nos unimos, «vuelve Evo Morales».

Al voto útil es al que apela Carlos Mesa, mientras Camacho, líder de la poderosa Santa Cruz de la Sierra, lo califica de «voto del miedo» para impedir lo que su instituto –y no la razón- le dice que sería una victoria suya.

«Poner toda la carne en el asador» es lo que piden a los leales del MAS, Luis Arce y el ex canciller David Choquehuanca, la fórmula elegida a dedo por Evo Morales , inhabilitado por la Justicia por tener su residencia en Buenos Aires, donde está refugiado. Estas elecciones serán las primeras, desde el 2005, en las que el primer presidente de origen indígena de Bolivia no verá su nombre en ninguna papeleta. Los suyos rescataron en campaña los valores indigenistas y hasta la imagen de Julián Apaza alias Tupac Katari (serpiente en kechua y aymara), el indio rebelde ejecutado. Promesas de descentralización del poder y recuperar el crecimiento forman parte también de su discurso.

Las elecciones bolivianas tienen una dimensión regional clave. Mario Vargas Llosa lo resume y advierte en  apoyo a Carlos Mesa: «Son de enorme importancia no sólo para Bolivia, sino para toda América Latina». El Premio Nobel de Literatura pidió a «la oposición que representa la democracia» que «haga un puño en torno a Carlos Mesa, el candidato que está en mejores condiciones para ganar estas elecciones». Se trata, observó, de «apoyar la democracia, la libertad y la legalidad».

Mesa
Evo Morales

El antiguo «eje bolivariano» que lideró Hugo Chávez tiene puestos los ojos en este proceso electoral y apuesta sin tapujos a un triunfo del MAS. Expresidentes y legisladores de la región dan por segura la victoria, y suscribieron un manifiesto para que «su resultado sea respetado». Cristina Fernández, viuda de Néstor Kirchner y actual vicepresidenta argentina, lo rubricó junto a las firmas, entre otros, de Luiz Inácio Lula Da Silva, Dilma Rousseff, Rafael Correa (prófugo de la justicia ecuatoriana), el hondureño Manuel Zelaya y el colombiano y exsecretario general de la moribunda Unasur (Unión de Naciones Suramericana), Ernesto Sámper. Todos ellos apuntan a la OEA, a la que hacen responsable de provocar un deterioro en la democracia boliviana. El reproche tiene su origen en el reconocimiento de su secretario general, Luis Almagro, del fraude electoral del 2019, que desembocó en la anulación de aquellos comicios.

Para despejar cualquier sombra de manipulación o fraude, cinco delegaciones de diferentes organismos e instituciones internacionales velarán para que el proceso electoral sea limpio. La ONU apoyó al Tribunal Supremo Electoral con un equipo de asesores y asistencia informática. La OEA, la Unión Europea, el Centro Carter y UNIORE (Unión Interamericana de Organismos Electorales) desplazaron misiones de observación.

La tensión no esta solo dentro de Bolivia. El presidente de Argentina ha permitido, pese a su condición de refugiado que lo impide, que Evo Morales desarrollase una intensa actividad política en Argentina de la mano de su exvicepresidente, Álvaro García Linera. Las protestas del Gobierno de Janine Áñez cayeron en saco roto y tensaron más la cuerda entre ambos países. El último encontronazo surgió con la detención en Bolivia del exactivista y actual diputado kirchnerista por el Frente de Todos, Federico Fagioli, al que las autoridades bolivianas acusaron de haber cometido crímenes de lesa humanidad al llegar a La Paz, en calidad de veedor internacional. Fernández reaccionó en Twitter contra «el gobierno de facto de Jeanine Áñez» y le hizo responsable de «preservar la integridad de la delegación argentina».

Argentina, el país con el confinamiento más extenso del planeta (desde el mes de marzo), anunció que abrirá las fronteras para que la colectividad boliviana con derecho a voto (unos 161.000) pueda viajar a votar a su país. En simultáneo, autorizó la apertura de 114 escuelas cerradas para que voten.

Exhausta, empobrecida y azotada por el Covid, Bolivia se juega hoy la democracia y su futuro en la urnas.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Octubre 18, 2020


 

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