BUENOS AIRES, DONDE NACIÓ EL TANGO, BURLÓN Y COMPADRITO… Y EL ASADO DE TIRA?

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 Por CLAUDIO VALERIO

Todo turista que visita nuestro bello país lleva como grato recuerdo al clásico degustado sea en alguna estancia, como también en restaurantes y hogares. Es que compartir “La parrillada” resulta ser unos de los atractivos más buscados por los extranjero que visitan Argentina. Y, mientras éste se sirve, formando parte del ritual, es posible que disfruten de una típica expresión porteña: El tango. Buenos Aires y el tango son cuerpo y alma de una misma realidad. 

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En el siglo pasado, en el baile de los negros, el sonido de un parche “tan-gó” pudo dar origen al nombre, aunque, según el musicólogo Ortiz Oderico, también el tamboril tenía su antecedente: Shangó, dios del trueno en la mitología de los yorubas de Nigeria. Aunque hoy el tango ocupa el centro de gravedad ciudadano, lo cierto es que nació en los piringundines y burdeles situados en los arrabales más orilleros de Buenos Aires, como los Corrales Viejos (Parque de los Patricios), la Batería (Retiro), Santa Lucía y Barracas al Sur (Avellaneda). La proximidad de la pampa dotaba a los tangos de aires de milonga y títulos camperos: El cencerro, La tablada, El buey solo, Bataraz, La trilla, La huella, El baquiano, y otros.

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La irónica ambigüedad de algunos títulos delata sus raíces prostibularias, como el caso de El choclo, Tres al hilo, La flauta de Bartolo. Al tango, esta naturaleza marginal le valió, en una etapa, sea considerado música prohibida. Poco después del Centenario, en algunos cafetines atendidos por camareras, sobre todo en el barrio de La Boca, surgieron los nombres más estelares de la denominada “guardia vieja” del tango, cada uno asociado a un instrumento particular: Agustín Bardi, piano; Francisco Canaro, violín; Eduardo Arolas, bandoneón; Roberto Firpo, piano; Vicente Greco, bandoneón; Samuél Castriota, piano. Ángel Villoldo lanza a la fama dos clásicos: El esquinazo, y El choclo; y Juan de Dios Filiberto, Caminito y Quejas de Bandoneón. Así el tango ganó auditorios más amplios, que se daban cita en “salones de esparcimiento”, como La marina, La turca, La popular, La taquera, El griego, Las Flores, El argentino y El royal. Estos salones avanzaron hacia el centro de la ciudad, donde los nombres de la Guardia Vieja ya eran pequeños conjuntos que dieron nacimiento a las primeras orquestas. Juan Maglio Pacho se instala en el Bar Corrientes (corrientes al 1400), Eduardo Arolas en el Botafogo (Lavalle y Suipacha), y Roberto Firpo en El Centenario (Avenida de Mayo al 1300). Sin embargo, acorde a un país que buscaba legalizarse culturalmente en Europa, el tango obtuvo reconocimiento oficial en el viejo mundo, donde lo bailó “le tout París”, desde el Zar Nicolás II a Rodolfo Valentino; hasta que el académico Jean Richepin lo ensalzó en la Academia Francesa, y el mismo Papa Pio X lo absolvió de su pasado pecaminoso y prostibulario.

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Al fin, el Barón de Marchi organizó una reunión en el Palais de Glace porteño y lo presentó a la alta sociedad de Buenos Aires. A partir de 1917 irrumpió una nueva generación de compositores e intérpretes: Julio De Caro, Pedro Maffia, Pedro Laurenz, Enrique Delfino, Juan Carlos Cobián, Osvaldo Fresedo, Anselmo Aieta, Sebastián Piana, Osvaldo Pugliese y Edgardo Donato. Pero fue Carlos Gardel quien le dio al tango el espaldarazo definitivo cuando cantó Mi noche triste, de Samuel Castriota y Pascual Contursi. Eso sí, para siempre el tango tendría su impronta nostálgica, dramática, por la cual se lo reconoce hoy en todo el mundo. Desde mediado de los años 30 en adelante, saltó a la palestra una nueva camada de talentosos instrumentistas y compositores, conocida como Guardia Nueva: Aníbal Troilo, Orlando Goñi, Elvino Vardano, José Basso, Hugo Baralis, Carlos Di Sarli, Juan D’Arienzo, Rodolfo Biaggi, Fulvio Salamanca, Héctor Varela, Miguel Caló, Armando Pontier, Horacio Salgán, Osmar Maderna, Ángel D’Agostino, y un largo y genial etc., cuyo máximo esplendor (la Guardia Vieja ya había sido sucedida por una brillante Guardia Nueva), ocurre los años 40, época de grandes y magistrales orquestas, así como de multitudinarias citas bailables. En esta época se consagran como clásicos los antiguos poetas del tango, como los inmortales Le Pera, José González Castillo, Discépolo, Cadícamo, Celedonio Flores, y se consagran otros nuevos como Homero Expósito, Homero Manzi, Cátulo Castillo, José María Contursi; y cantores de la talla de Floreal Ruíz, Edmundo Rivero, Ángel Vargas. A partir de la segunda mitad de los 50, un nuevo tango, considerado de vanguardia, irrumpe en Buenos Aires y conquista el mundo. Sin dudas, su epicentro es Astor Piazzolla, cuyas composiciones perfilan un universo en el que se dan la mano las viejas tradiciones tangueras con toques de Ígor Stravinsky y Bela Bártok. El tango tiene diferentes formas en Buenos Aires: desde espectáculos diseñados para turistas, hasta bares y tanguerías con orquestas y bailarines en vivo. El tango más genuino y espontáneo se encuentra en las milongas, eventos populares que se desarrollan en clubes sociales,centros culturales o glorietas de las plazas donde se baila al ritmo del 2×4. Los lugares más reconocidos incluyen –además del espectáculo– la cena, con la posibilidad de elegir entre la especialidad de carnesargentinas o un menú internacional. El tango, como toda expresión artística y de manera inexplicable, desentraña nuestro espíritu porteño, revelando las características de identidad y condición humana, que nos distinguen, sea en ciudades como Nueva York, como también por las calles de París.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Mayo 31, 2020


 

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