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  Prof. Mgtr. María Elena Cisneros Rueda.

Sobre mascotas…

Las mascotas existieron en mi vida aun antes de mi nacimiento. Mis padres al casarse fueron a vivir a la calle  más emblemática de Paraná, la calle San Martín N°71. Por intermedio de sus conocidos, mamá, entonces de 23 años había encontrado ese lugar para comenzar su vida de matrimonio con papá de 26. La habitación era espaciosa, con una enorme y enrejada ventana hacia la calle y justo atrás, bajando tres peldaños un baño amplio con ducha y sanitarios en buen estado. El precio del alquiler era módico y papá podía ampliamente cubrirlo con su sueldo de jornalero de la Municipalidad de Paraná. Pero ambos tenían otros trabajos reditables, por lo que decidieron comprar una casa y prepararla de manera conveniente, vale decir, con todo lo necesario incluyendo un baño interior puesto a “todo vapor”. Consiguieron un buen terreno con una pequeña casita que reconstruyeron en su totalidad, pero que mamá nunca quiso, ni acepto en conformidad porque estaba muy cerca de la casa de mi abuela Elena Griselda, la mamá de papá.

El caso es que en esa primera casa-habitación había una mascota singular que fue mi primera mascota, cinco años después cuando yo llegué al mundo. Se trataba de un enorme, feo y verdinegro sapo entrerriano al que mamá nombró “Churchill” porque según ella tenía la misma cara desagradable del Primer Ministro inglés…el sapo se paseaba por toda la habitación, resoplando y haciendo un ruido singular, y mamá le decía que tenía que comerse todos los insectos molestos que por allí abundaban. El muy ladino hacia caso  y por eso su tamaño era singular.

De hecho, ese lugar era un poco especial, la familia que les alquiló esa habitación, lo hizo en realidad para tenerlos como ”tapadera” de sus actividades ultra clandestinas en la época, porque era en realidad un comité del partido comunista. Piensen ustedes que era plena época peronista, de ardores rápidos y reacciones acusatorias.

El caso es que papá que ya tenía su grupo musical, ensayaba todas las tardes con “los muchachos” y mamá se dedicaba a tejer y bordar y cantar con ellos, hasta que un día la dueña del lugar la invitó a una reunión del comité. Para su sorpresa mamá se encontró con varios personajes de la ciudad que jamás hubiera imaginado que no eran “del partido” porque simulaban otra cosa en su vida diaria o “radicales” por sus alcurnias y más aún “oligarcas” por sus familias.

Mamá siempre nos comentaba que quedó encantada con todo lo que oyó y conoció aquel primer día y desde entonces fue asidua visitante del lugar, que era en la casa de la familia, justo cruzando el patio bordeado de plantas y con un techo de glicinas entre la habitación del frente y ellos. Pero como ya dije, era una época de pleno peronismo furioso y siempre subsistía el temor de ser descubiertos. Entonces idearon una estrategia para avisarse si la policía llegaba a ver lo que pasaba y porqué tanta gente entraba en esa casa precisamente ya que no era conocida por ser una “unidad básica”. Si la policía llegaba, como sucedió algunas veces, papá y sus colegas músicos estaban entre partituras e instrumento y vasos de refresco que se cambiaba por cerveza al anochecer, porque “así el ensayo salía cada vez mejor” decía papá con un brillo picaresco en su cara redonda como la mía.

La hermana más pequeña de mamá, era una peronista fanática y una compañera de trabajo le “comentó” que ahí “donde vive tu hermana”, era una “guarida de comunistas”. Varias veces mi tía se apersonó en el lugar y se quedó hasta bien tarde para observar algo, pero mamá ya les había avisado y nunca pudieron atraparlos “in fraganti”. Durante esos ensayos, idas y venidas, avisos y contraseñas, quien se paseaba orondo por el lugar era el sapo Churchill que todos había adoptado como algo normal aunque singular. Cinco años más tarde yo hice mi entrada en el mundo: el 16 de marzo de 1951, justo cuando mis dos abuelas ya pensaban que mamá nunca quedaría encinta y por tanto celebraron mucho el acontecimiento pero por separadas porque jamás se aceptaron la una a la otra. ¡Una cosa era la familia de papá y una muy diferente era la familia de mamá y lo fue así hasta el final!

Lo cierto es que la casita comprada se fue poniendo bonita, se le fueron comprando de a poco y a créditos lo necesario y tardamos todavía dos años en mudarnos. Durante ese tiempo, Churchill y yo nos convertimos en camaradas de juego inseparables. Él se sentaba en la alfombra que mamá ponía en el patio donde me acomodaba con mis juguetes y el sapo se mezclaba entre ellos causando un enorme jolgorio puesto que me hacía tanto reír que no les quedaba otra que divertirse con nosotros a los hijos del matrimonio y a nuestros padres.

En 1955, un día soleado dejamos la casa, para tristeza de la familia y del comité que perdía a su máxima “alertadora” y Churchill quedó allí con su familia. Yo extrañaba a mi compañero de juego y dicen que lloraba llamándolo y diciendo que no quería vivir ahí, en mi media lengua castellana. Entonces papá trajo del  Corralón donde trabajaba,  un perrillo que llegó a ser tan grande como un gran danés mestizo de color gris. Pronto se convirtió en mi amigo y nos encantaba jugar entre las plantas para desesperación de mamá que veía sus flores todas pisoteadas y cortadas. Una mañana que ella volvía del trabajo “Dubi” no la reconoció y la atacó, pero mal. Mamá se asustó mucho y temiendo que me hiciera daño se lo entregó al “basurero” para que lo llevara al lugar de donde había salido, yo lo vi subir al carro enorme tirado por caballos y lo ataron a un lado y yo gritaba y lloraba para que no se lo llevaran y el ladraba lastimeramente, pero una decisión de mamá era irrefutable.

Entonces para consolarme ella trajo una gatita pequeña de su lugar de trabajo,  la llamamos “Michina”. Cuando llegó su tiempo nos trajo a un hijito y yo era la niña más feliz del mundo. Pero los vecinos los envenenaron a ambos y otra vez quedé solita. Papá pensó entonces en traer un animal que los vecinos no pudieran atacar y me compró un pez anaranjado y gordito que pusieron en una bonita y amplia pecera. El pez “Tito” evolucionaba en su pecera tranquilo hasta que, cuando yo cumplí 5 años mis padres hicieron una fiesta por todo lo alto. Asistió toda la familia, las compañeras y compañeros de trabajo de mis padres, todos los vecinos con sus hijos y  por lo tanto hubo tanta gente que mis padres pensaron que tal vez alguien tiró algo dentro de la pecera. “Tito” murió de indigestión.

Fue entonces cuando comencé a “hablar con Dios”, literalmente. Un mediodía después de mi fastuoso cumpleaños, mamá estaba preparando el almuerzo, papá estaba practicando técnica en la guitarra y yo en medio del enorme patio, embaldosado y amurallado, decidí preguntarle a Dios porqué todos mis animalitos tenían que dejarme. Arrastré una mesa y puse sobre ella una silla y sobre esa silla otra más pequeña y agarré en mis manos el cepillo de lustrar zapatos de papá e improvisando una escalera me subí y me paré en puntas de pie (ya estaba yo en la escuela de danzas desde hacía dos años) y cerrando un ojo, como veía que papá hacía cuando quería ver algo bien nítido, apunté al cielo y tiré  con fuerza el cepillo. Mi objetivo era “golpearle a Dios la puerta del cielo” para que abriera y me dijera lo que yo quería saber, el intento duró varias veces hasta que el cepillo me dio de lleno en la cabeza y entonces lloré a gritos.

Mamá vino corriendo y después de darme un buen “chirlo” en el trasero quiso saber la razón de mi estúpido actuar. Cuando lo supo  me dijo que al  hacer  la primera comunión y el  Niño Dios entrara en mi corazón podría hablar con Él y preguntarle lo que yo quisiera. Dos años después, la noche anterior a mi Primera Comunión, me comí una rosa del jardín de mamá para hacerle una cunita  en mi corazón al Niño Dios y poder  “hablar con él”.

En 1957 nos cambiamos de casa. Era un caserón enorme destinado a un Centro de Salud que mamá tendría a su cargo. El primer animalito que tuve allí fue el conejo “Rabito”, después llegó un perrito al que nombramos “Buki”, una cotorra llamada “Coco”, un gato llamado “Mitia”, una gallina conocida por “Susy”, un pato rezongón llamado “Pato”, un chivito llamado “chivi” y el caballo del vecino que relinchaba y resoplaba cuando nos llevaba a la escuela en días de lluvia a mi vecinita amiga Isabelita y a mí. Su papá nos tapaba las piernas con una loneta para que no mojarnos y para mí era el carruaje del rey y para nada el carro del verdulero. Después llegó el perro adulto “Buyan”, que nos dejaron porque sus dueños se mudaron a Santa Fe y no querían llevarlo, y el negro “Pokerman” que finalmente quedó con mi abuelo materno en su campo a media hora de San José de Feliciano. En 1967 nos mudamos a otra casa que papá y tío Luisito construyeron en menos de dos meses, porque desafectaron el Centro de Salud  y mamá volvió destinada al Hospital Louis Pasteur. Ahí tuvimos como huésped al gato “Hans” y a mi amada ”Tango”, le puse ese nombre porque mi amor platónico viajaba en el Tango 01 “Patagonia”.

En el año 75, cuando yo estaba en Europa, mis padres se cambiaron a la última casa que tuvieron que estaba ubicada en calle Echagüe 839. Ahí reinaba  mi bella “Tango” por todos lados y era la delicia de mis alumnitos que llegaban todas las tardes al Jardín de infantes “Federico Froebel” que yo había fundado en 1973 y que funcionaba en la casa, donde papá daba clases de guitarra. A esa casa llegó un  día lunes por la tarde la esposa de Eduardo Almirón a decirme que mi sueño se convertiría en realidad porque me traía un pasaje a Madrid y diez mil pesetas para gastos.

Una vez que mi esposo, José López Rega y yo nos instalamos en la casa de Villeneuve, hice amistad con dos perros vecinos, para una de los cuales “Diana” le escribí una música que figura en mi “Suite pour enfants”. Luego mi esposo me regaló a “Naxos” que tiene su música en mi disco “Joyas musicales” y cuando ya no pudimos volver porque nos denunciaron y luego él fue a prisión y yo tuve que entregar la casa como figuraba en el contrato, nos quedamos a vivir en la casita de Ft. Lauderdale.

Allí nació “Trapito” nuestro gato cuyo nombre le puso mis esposo, cuando lo vió era tan pequeñito que dijo: ”Ay! Parece un trapito”. Trapito vivió 18 años y medio y fue mi compañero fiel, junto a Tom , que murió en 1995 antes de llegar a Paraguay. Ese mismo 1995, volviendo del periódico que me hizo una preciosa nota, adopté a la gatita “Malou” que estaba preñadita y que nos dio a “Pandy”. Ambos murieron de 15 años. Mamá trajo ese mismo año a su amado “Thèodore”.

En 1997 adopté a la mestiza salchichita “Dolly” y a “Pelusa lobita”. Al año siguiente unos alumnos me regalaron a la caniche “LouLou” que tuvo dos camadas: “Sándalo” hoy de 17 años, “Chanel”, “Cocó Chanel” y ”Chancy” y luego tuvo a “Tesalónica”, Walkyria”,”Michel” y “Mimí” en 2004 y 2005 sucesivamente. Después llegaron “Dolly segunda”, “Laika”, “Vichy”, “Tobías”,”Loulou segunda”, Marilou”, “Remi”, “Johnny”, “Negrillón”, “Nanette”, nacieron “Athos”“y “Porthos”, salvé a “Tita”, “Mili”,”Chichita”,”Dino”, muchos de los cuales ya no están con nosotros puesto que solo me quedan 12 perros.

Y los gatos vinieron llegando por diferentes circunstancias y hoy son 19 a saber:

Gaulois, Madame Rochas, Dior, África, Senegal, Lucky, Firenze, Torcuato, Magnolia, Melody, Grecia, Lucas, Chacha, Mimí, Angie, Monsieur Poirot, MiouMiou y Tom. También he ayudado a vecinos que ya no están, como Griseldo y Moustache y cada noche pongo una bandeja con alimento en la vereda de la casa con agua limpia, debajo de una planta, para que los callejeritos que pasen por aquí puedan comer algo y recuperar fuerzas. El otro día vinieron tres a saludarme y según imagino, a agradecer el refrigerio nocturno.

Precisamente para los gatos he escrito la lista siguiente:

 TODO LO QUE NO PUEDO HACER TENIENDO GATOS

  • No puedo ir al baño sola.
  • No puedo dejar mi plato en la mesada de la cocina y atender el teléfono.
  • No puedo acostarme en la cama cómodamente porque siempre hay uno.
  • No puedo armar el arbolito de Navidad.
  • No puedo colocar bibelots en una repisa.
  • No puedo preparar un vestido y dejar sobre la cama.
  • No puedo comer nada sola.
  • No puedo trabajar en computadora tranquila.
  • No puedo tejer porque se pierden lanas y agujas.
  • No puedo suspender cortinas bonitas porque quedan llenas de uñas.
  • No puedo caminar a oscuras por la casa sin resbalar en algo húmedo.
  • No puedo poner floreros.
  • No puedo mirar sobre los muebles sin ver un gato allí arriba.
  • No puedo servirles la comida a los perros antes que a ellos.
  • No puedo preparar accesorios porque siempre se pierde un aro. 16-No puedo tardar en darles de comer a horario.

17-No puedo dormir la siesta sola y tranquila sin ser arañada.

   18-No puedo dormir hasta tarde por las mañanas.

   19-No puedo dejar una torta a enfriarse.

   20-No puedo dejar las puertas de los armarios abiertos.

   21-No puedo preparar una mesa.

   22-No puedo dejar cajones entreabiertos.

   23-No puedo abrir la heladera y dejarla un  ratito así.

   24-No puedo preparar pantys finos sobre la cama.

   25-No puedo tomar mate con galletitas.

   26-No puedo dejar la carne a descongelarse sobre la mesada de la cocina.

   27-No puedo hablar por teléfono sin que me arañen.

   28-No puedo dar clases de música sola. Siempre supervisan.

   29-No puedo plantar flores porque son su ensalada favorita.

   30-No puedo vivir sin ellos!!!

Sin embargo, he tomado la decisión de no recibir más animalitos debido a mi edad. Además he dejado sentado que si yo me voy de este mundo, los que queden se les haga eutanasia  para que no sufran porque nadie va a atenderlos y mimarlos como yo lo hago. Ya tuvimos una malísima experiencia con mi adorada “Tango”, que dejamos al cuidado de parientes y murió de forma dolorosa. Por tanto estos todos que están conmigo he decidido que sean los últimos.

Tengo aquí también un “Churchill segundo” y hasta una zarigüeya que nos visita cuando tiene hambre por tener su marsupio repleto. Vienen muchos pajaritos como pasaba en nuestra casa en Suiza, por eso se llamaba “Les oiseaux”, pero aquí no quiero porque los gatos….tampoco puedo tener un harris o un halcón como buena cetrera, por la misma razón, me hubiera gustado un  guacamayo o un loro pero con los felinos…vienen muchos caracoles y en el campito vecino pastan cabritos y ovejas. Por la calle pasan burritos y caballos. Entonces, no me faltan animales para admirar y ayudar.

Dos anécdotas graciosas

Cuando estábamos en Bahamas, íbamos todos los días al mar a caminar dentro del agua hasta la cintura, porque mi amado esposo sufría diabetes y el Dr. Marcus le había recomendado este ejercicio. Cada mañana luego de desayunar conducía yo hasta una bellísima y tranquila playa justo delante de un restaurante donde quedábamos para comer al mediodía la famosa ensalada de “Conk” que le fuera también recomendada a mi esposo por su alto contenido vitamínico. Una mañana estábamos caminando y admirando el paisaje y hablando de temas interesantes cuando de pronto sentimos algo rugoso tocando nuestras piernas. Como el agua es tan cristalina, pude dar un grito de regocijo cuando reconocí a un pequeño tiburón tigre que nos rodeaba con sus ojitos picaros y sus bigotes ondulantes. Enseguida lo acaricié y su piel era como papel de lija, pero parece que le gustó porque nos rodeaba tranquilamente. Mi esposo se puso muy nervioso y me dijo que nos fuéramos de inmediato hacia la playa. Yo le dije:

“-¡Amor, es un bebé tiburón, no va a hacerte ningún daño, solo quiere jugar””!

-“¡Si, pero puede venir la mamá y comernos!” fue su hilarante respuesta.

Otra situación jocosa vivimos en Ft. Lauderdale, cuando nuestra vecina Vivian, que vivía enfrente nos invitó a cenar una noche. Al llegar nos llevó hacia el patio con la infaltable piscina y fue a preparar bebida a la cocina. Estábamos ahí muy tranquilos cuando de pronto apareció resoplando y abriendo su bocaza un cocodrilo. Mi esposo dio un respingo y saltó detrás del cómodo sillón. En ese momento apareció nuestra anfitriona diciendo tranquila.

-“Les presento a Chichi, lo tengo desde que era un bebé. A veces se me escapa por el vecindario pero siempre lo encuentro”. Ahí comprendidos la extraña desaparición de algunos felinos y perritos vecinos. Por supuesto nunca más volvimos a su casa. Un tiempo después vinieron de la Guardia de animales silvestres y se llevaron a “Chichi” para los Everglades porque ya estaba bien grandecito. En esa época se comenzaba a filmar la serie “Miami Vice” y le pusieron al protagonista “Sonny” un Cocodrilo como “Chichi” en su barco, solo que encadenado. Como había sido noticia en el periódico  local, fue inspiración para los productores de la serie que en realidad se filmaba en Ft. Lauderdale y no en Miami.

Este ha sido un gracioso y verdadero relato de mi vida ¡animaleramente hermosa!

 


PrisioneroEnArgentina.com

Setiembre 2, 2021


 

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