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 Escribe Juan Manuel Otero.

 

 

Recibimos a través de todos los medios, nacionales y extranjeros, vehementes reclamos hacia las autoridades judiciales argentinas por el hecho de mantener en prisión a Milagro Sala, fundados en que aún no se ha dictado sentencia vulnerando así el constitucional principio de inocencia.

Por otro lado, como si fuera basura bajo el felpudo, se silencia a miles de presos políticos, octogenarios y nonagenarios, de salud quebrantada por la falta de atención médica, que pasan sus últimos tristes días en prisión, sin que la ley ni la piedad se acuerden de ellos.

Fueron acusados aplicando leyes posteriores a los hechos denunciados, basados en pruebas sospechadas de falsedad, testigos mendaces, fiscales complacientes y jueces prevaricadores. Se les niega la prisión domiciliaria y suman cientos los muertos en prisión.

Llevan lustros detenidos sin sentencia, pero ni funcionarios ni periodistas se sorprenden.

Sobre su injusta situación resulta llamativo el cobarde silencio de autoridades nacionales y extranjeras que se llenan la boca con el caso Sala. Si hasta el Secretario General de la OEA, don Luis Almagro ha declarado que  “El sistema político no puede declarar culpable a Milagro Sala”.

Esta situación resulta tan vergonzosa que uno de los ejes de la campaña presidencial del Ing. Macri fue “acabar con el curro de los Derechos Humanos”.

Sin embargo, seguimos comprobando que existen dos Argentinas muy diferentes una de otra, una que homenajea y premia a los terroristas y castiga a educadores que osan divulgar la verdadera historia y otra que supone inocentemente que los Derechos Humanos deben ser gozados por todos los argentinos.

Juan Manuel Otero

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