Durante la segunda mitad del siglo XX, la división del mundo entre capitalismo y socialismo provocada por la Guerra Fría no sólo enfrentó militar y económicamente a la Unión Soviética con los Estados Unidos. Además, impulsó una frenética competencia por la supremacía tecnológica reconocida en todo el mundo por la carrera espacial.
No obstante, la competencia por lograr escapar de la gravedad y orbitar la Tierra no fue la única frontera en disputa. Al margen del Sputnik, de Laika y del Apolo 11, Estados Unidos y la Unión Soviética también desarrollaron ambiciosos proyectos para excavar lo más profundo posible al interior de la Tierra.
En 1961, EEUU inició con el Proyecto Mohole, un programa que tenía como objetivo alcanzar el manto terrestre a partir de la perforación ultraprofunda del fondo marino. Impulsado por millones de dólares de la Fundación Nacional de Ciencias, cinco perforaciones distintas en el Pacífico lograron alcanzar una profundidad de 601 metros, que combinados con el fondo del océano sumaron un total de 3,600 metros debajo del nivel del mar.
Y aunque el proyecto obtuvo importantes muestras de sedimentos propios del Mioceno, los altos costos hicieron inviable su continuación, que se abandonó definitivamente en 1966, tras obtener la negativa de financiamiento del Congreso.
Sólo cuatro años después, la URSS puso en marcha su propio proyecto de excavación hacia el manto terrestre: el pozo superprofundo de Kola.
El sitio elegido para la excavación fue la península de Kola, una zona nubosa con ríos, acantilados y pantanos al norte de Rusia, que colinda con el Mar de Barentse en el Ártico y la frontera oeste de Finlandia.
En el lugar, los ingenieros debieron desarrollar tecnologías de perforación inexistentes en un laboratorio geológico creado especialmente para el proyecto. Con una enorme movilización de recursos, la primera perforación del pozo principal inició en mayo de 1970 y requirió de jornadas de trabajo extenuantes con maquinaria pesada y análisis en los laboratorios.
La meta era alcanzar la discontinuidad de Mohorovičić, la región que delimita el final de la corteza y el inicio del manto terrestre. 9 años después del inicio de los trabajos, el pozo de Kola superó el récord del agujero más profundo jamás cavado, dejando atrás al pozo Bertha Rogers (9,583 metros) ubicado en Oklahoma, Estados Unidos.
La labor de los geólogos encargados del proyecto se extendió durante una década más. Para 1989, el pozo de Kola alcanzó los 12 mil metros de profundidad. El hito dejó muy por detrás el récord de Bertha Rogres y se acercaba lentamente a la meta de los 15 mil metros pactados por los científicos al inicio de los trabajos.
No obstante, la combinación de fango e hidrógeno, aunada a las temperaturas que alcanzaban 180ºC en el fondo y los diversos derrumbes, provocaron el fin de la excavación en el pozo de Kola para 1992, fijando su profundidad máxima de 12,262 metros.
La parafernalia que despertó el proyecto y el hermetismo a su alrededor fue tal, que durante décadas se popularizó la leyenda de que el pozo de Kola había sido sellado con una enorme tapa de acero para no volver a abrirse nunca más, debido a que los trabajadores habían encontrado “la entrada al infierno”.
Y aunque la tapa y los enormes tornillos continúan en su sitio, lo cierto es que los geólogos no hallaron ningún indicio del infierno. En su lugar, se obtuvieron muestras de rocas de hace 2 mil millones de años, además de un conocimiento mayor de la composición de la placa báltica, la zona más profunda de la corteza en esta región del globo.
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Durante la segunda mitad del siglo XX, la división del mundo entre capitalismo y socialismo provocada por la Guerra Fría no sólo enfrentó militar y económicamente a la Unión Soviética con los Estados Unidos. Además, impulsó una frenética competencia por la supremacía tecnológica reconocida en todo el mundo por la carrera espacial.
No obstante, la competencia por lograr escapar de la gravedad y orbitar la Tierra no fue la única frontera en disputa. Al margen del Sputnik, de Laika y del Apolo 11, Estados Unidos y la Unión Soviética también desarrollaron ambiciosos proyectos para excavar lo más profundo posible al interior de la Tierra.
En 1961, EEUU inició con el Proyecto Mohole, un programa que tenía como objetivo alcanzar el manto terrestre a partir de la perforación ultraprofunda del fondo marino. Impulsado por millones de dólares de la Fundación Nacional de Ciencias, cinco perforaciones distintas en el Pacífico lograron alcanzar una profundidad de 601 metros, que combinados con el fondo del océano sumaron un total de 3,600 metros debajo del nivel del mar.
Y aunque el proyecto obtuvo importantes muestras de sedimentos propios del Mioceno, los altos costos hicieron inviable su continuación, que se abandonó definitivamente en 1966, tras obtener la negativa de financiamiento del Congreso.
Sólo cuatro años después, la URSS puso en marcha su propio proyecto de excavación hacia el manto terrestre: el pozo superprofundo de Kola.
El sitio elegido para la excavación fue la península de Kola, una zona nubosa con ríos, acantilados y pantanos al norte de Rusia, que colinda con el Mar de Barentse en el Ártico y la frontera oeste de Finlandia.
En el lugar, los ingenieros debieron desarrollar tecnologías de perforación inexistentes en un laboratorio geológico creado especialmente para el proyecto. Con una enorme movilización de recursos, la primera perforación del pozo principal inició en mayo de 1970 y requirió de jornadas de trabajo extenuantes con maquinaria pesada y análisis en los laboratorios.
La meta era alcanzar la discontinuidad de Mohorovičić, la región que delimita el final de la corteza y el inicio del manto terrestre. 9 años después del inicio de los trabajos, el pozo de Kola superó el récord del agujero más profundo jamás cavado, dejando atrás al pozo Bertha Rogers (9,583 metros) ubicado en Oklahoma, Estados Unidos.
La labor de los geólogos encargados del proyecto se extendió durante una década más. Para 1989, el pozo de Kola alcanzó los 12 mil metros de profundidad. El hito dejó muy por detrás el récord de Bertha Rogres y se acercaba lentamente a la meta de los 15 mil metros pactados por los científicos al inicio de los trabajos.
No obstante, la combinación de fango e hidrógeno, aunada a las temperaturas que alcanzaban 180ºC en el fondo y los diversos derrumbes, provocaron el fin de la excavación en el pozo de Kola para 1992, fijando su profundidad máxima de 12,262 metros.
La parafernalia que despertó el proyecto y el hermetismo a su alrededor fue tal, que durante décadas se popularizó la leyenda de que el pozo de Kola había sido sellado con una enorme tapa de acero para no volver a abrirse nunca más, debido a que los trabajadores habían encontrado “la entrada al infierno”.
Y aunque la tapa y los enormes tornillos continúan en su sitio, lo cierto es que los geólogos no hallaron ningún indicio del infierno. En su lugar, se obtuvieron muestras de rocas de hace 2 mil millones de años, además de un conocimiento mayor de la composición de la placa báltica, la zona más profunda de la corteza en esta región del globo.
PrisioneroEnArgentina.com
Octubre 3, 2021