Durante los cuatro años que gobernó en Burkina Faso, Thomas Sankara promovió el antiimperialismo y el panafricanismo, realizando al mismo tiempo masivos proyectos infraestructurales. Sin embargo, no pudo consolidar a sus seguidores y fue derrocado por el mismo oficial que lo llevó al poder.
El 11 de octubre empezó en Burkina Faso el proceso judicial contra los implicados en el asesinato de Thomas Sankara, carismático revolucionario y presidente del país entre 1983 y 1987. Uno de los acusados es su sucesor, Blaise Compaoré, que será juzgado en ausencia porque se encuentra en Costa de Marfil desde las masivas protestas que tuvieron lugar en Burkina en 2014 después de que intentara cambiar la Constitución para prolongar su mandato. Un día después de iniciarse, el juicio fue aplazado dos semanas. Sin embargo, de completarse, permitirá cerrar la historia de un magnicidio.
Apodado ‘el Che africano’, Sankara sigue siendo una figura crucial en la política burkinesa y todavía es fuente de fuertes disputas en la sociedad de ese país. Nacido en 1949 en la familia de un militar, Sankara vio la declaración de la independencia del Alto Volta —así se llamaba entonces esta excolonia francesa— cuando tenía 10 años. Tras acabar la formación militar, a los 19 años ingresó en el Ejército. Se politizó durante una misión en Madagascar, donde fue testigo de un levantamiento popular y se familiarizó con las obras de Marx y Lenin. Al regresar al Alto Volta, empezó a ganar popularidad entre la población y los círculos militares descontentos con la corrupción y la dependencia política y económica del país. Hacia inicios de 1980, Sankara era bien conocido en la capital, Uagadugú. A medida que cambiaban los regímenes, varias veces fue arrestado, luego promocionado al cargo del ministro de Información, y posteriormente arrestado de nuevo, para convertirse en primer ministro en el Gobierno militar de Jean-Baptiste Ouedraogo en enero de 1983. Pero ya meses después volvió a ser puesto bajo arresto domiciliario.
En esta situación, Compaoré y los oficiales ideológicamente afines a Sankara elaboraron un plan de sublevación. El 4 de agosto de 1983, la guarnición de Uagadugú derrocó al Gobierno de Ouedraogo, y Sankara fue nombrado presidente del Comité Nacional Revolucionario. En 1980, el Alto Volta era uno de los países más pobres del mundo. Los ingresos promedio de sus 7 millones de habitantes eran de 210 dólares anuales. Menos del 10 % de la población vivía en ciudades y la tasa de alfabetismo entre los adultos era del 11 %. Solo el 18 % de los niños asistían a la escuela primaria y un ínfimo 3 % a secundaria. Todos estos problemas no disuadieron al revolucionario, que a su llegada al poder tenía tan solo 33 años. El programa de reformas iniciado por Sankara preveía la modernización multidimensional de un país muy atrasado. Una de las medidas que implementó fue la distribución de las tierras de los tierratenientes ricos entre los campesinos. También, en un intento de revertir la desertificación del Sahel, el Gobierno de Sankara plantó más de 10 millones de árboles. Como resultado, en tres años la productividad agrícola se incrementó de 1.700 a 3.800 kilogramos por hectárea y la nación alcanzó la autosuficiencia alimentaria. Pronto, Burkina Faso empezó a ser autosuficiente en algodón.
Al mismo tiempo, se realizaron grandes proyectos infraestructurales. Todas las regiones del país quedaron interconectadas con una red de carreteras y vías férreas, y se pusieron en marcha varias fábricas de ladrillos para la construcción de viviendas. También se desarrolló el sistema sanitario. En el marco de una campaña masiva, 2 millones de niños burkineses fueron vacunados contra la polio, la meningitis y el sarampión en menos de dos semanas. Como resultado, la mortalidad infantil se redujo de alrededor del 20 al 14 %. En la esfera de la educación, una campaña nacional incrementó la tasa de alfabetismo en el país hasta el 73 %. Asimismo, Burkina Faso dio un salto en cuanto a los derechos de las mujeres. El gobierno revolucionario prohibió las antiguas costumbres de mutilación genital femenina, los matrimonios forzados y la poligamia, alentando a las mujeres a trabajar y a ingresar en las Fuerzas Armadas. Además, varias mujeres fueron nombradas altos cargos políticos. Los cambios llegaron también a la nomenclatura, y el propio país cambió de nombre por decisión de Sankara, de manera que el 4 de agosto de 1984 el Alto Volta pasó a llamarse Burkina Faso, que significa ‘País de los hombres íntegros’ en lengua moré.
La lucha contra la dependencia política y económica del país estaba en el centro de la política de Sankara. El revolucionario consideraba la deuda como el mecanismo más importante del imperialismo en su etapa de desarrollo actual.
“Creemos que la deuda hay que verla desde el punto de vista de sus orígenes. Los orígenes de la deuda provienen de los orígenes del colonialismo. Los que nos prestan dinero son los que nos habían colonizado antes. […] En su forma actual, es decir, controlada por el imperialismo, la deuda es una reconquista de África hábilmente gestionada, con el objetivo de subyugar su crecimiento y desarrollo a través de reglas extranjeras. Así, cada uno de nosotros se convierte en un esclavo financiero”, declaró Sankara ante la Organización de Unidad Africana en Adís Abeba, en 1987.
La realidad era que a partir de los años 1970 los países africanos habían ido acumulando préstamos que organizaciones financieras como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional concedían incluso a regímenes que era evidente que no las devolverían, como el de Mobutu en la República Democrática del Congo. Como resultado, entre 1982 y 1990 la deuda del continente se duplicó, alcanzando los 270 millones de dólares. Para Sankara, esta situación suponía que la población “podía relajarse en casa y pedirle dinero prestado a los neocolonialistas, pero debería tener en cuenta que ellos y sus hijos tendrían que devolver los préstamos con intereses”, explicó su exasesor, Fidèle Kientega. Como resultado, el régimen revolucionario se negó a pagar los créditos acumulados por Gobiernos previos y pedir nuevos préstamos, optando por apoyarse con sus propios recursos. Para compensar la ausencia de fondos extranjeros, Sankara apeló a la población. Como resultado, se creó un masivo movimiento de voluntarios y los burkineses materializaron grandes proyectos con sus propias fuerzas.
“La gente entendió el mensaje y se motivó para trabajar más duro”, señala Kientega.
En mucho, la velocidad y éxito de las políticas de Sankara se deben a su disposición a dar ejemplo personal a sus compatriotas. Desde el inicio, el revolucionario redujo los ingresos de todos los funcionarios, así como las suyas propias, limitando el salario presidencial a 450 dólares. Asimismo, cerró para los cargos estatales el acceso a lujos inalcanzables para la mayoría de la población burkinesa. En particular, a los funcionarios se les prohibió tener aire acondicionado en las oficinas y viajar en primera clase en avión. Se vendió el parque gubernamental de autos Mercedes que fue sustituida por una flota del coche más barato del momento, el Renault 5. Pese a su gran popularidad, Sankara se oponía a la creación del culto a su personalidad. Cuando una vez le preguntaron por qué no quería que sus retratos se colgaran en lugares públicos, respondió: “Hay siete millones de Thomas Sankaras”.
“Sankara era ambicioso, motivado y, a menudo, intransigente. Su presidencia ofrece un vistazo de qué pasa cuando un activista militante se convierte en el líder de un país”, escribe el biógrafo de Sankara, Amber Murray.
En plena conformidad con la vía hacia la modernización e independización de Burkina Faso, la política externa del Gobierno de Sankara incluía un enfrentamiento con las fuerzas imperialistas en África y la construcción de un consenso continental.
Así, cuando el entonces presidente francés François Mitterrand llegó a Uagadugú en noviembre de 1986, Sankara no se abstuvo de criticarlo abiertamente por el apoyo al ‘apartheid’ en Sudáfrica y a las crueles guerrillas en Mozambique y Angola. “Todos aquellos que les han permitido actuar como lo han hecho asumirán toda la responsabilidad, aquí y en otros lugares, hoy y siempre”, dijo el líder burkinés en un gesto poco habitual para los gobernantes africanos de la época. Mitterrand, en lugar de pronunciar su discurso según lo planeado, respondió: “¡Es usted un hombre algo problemático, presidente Sankara!”
En junio del año siguiente, en una reunión de jefes de Estados miembro de la Unión Africana en la capital etíope, el líder burkinés criticó no menos descaradamente a las élites políticas del continente. “Señor presidente, cuántos jefes de Estado están listos para ir a París, Londres o Washington cuando son convocados a una reunión allí, pero no pueden asistir a una reunión aquí en Adís Abeba, en África?”, preguntó Sankara. A esas tendencias se sumaban las relaciones amistosas con los países del bloque socialista que, sin embargo, no convirtieron a Burkina Faso en su satélite. Sankara lo demostró en 1984 condenando ante la ONU la invasión de la URSS en Afganistán. En una entrevista con The New York Times en 1985, la comparó con la ocupación estadounidense de la isla caribeña de Granada, rechazando el dictado de cualquier potencia: “Tenemos miedo de todos estos países que amenazan”.
Talentoso orador y líder carismático, Sankara contaba con el apoyo de la mayoría de la población burkinesa y con una red de organizaciones activistas llamadas Comités de Defensa de la Revolución (CDR) en honor a las células revolucionarias cubanas en las que se inspiraban.
Sin embargo, a lo largo de los cuatro años en el poder, la base social de la revolución burkinesa fue disminuyendo. A ello contribuyeron medidas como la represión del movimiento sindicalista y su sustitución por CDR o el conflicto del Gobierno con parte de los intelectuales socialistas, cuyo representante más notable era Joseph Ki-Zerbo. Entre tanto, el grupo numéricamente pequeño pero influyente de los rivales de Sankara —constituido por altos oficiales y funcionarios, así como la aristocracia tradicional y la clase media— se mantenía latente. A su vez, el sistema político construido por los revolucionarios era de estructura vertical, formado por organizaciones de masas que actuaban como ejecutores y no como generadores de iniciativas.
Como resultado, “hacia 1987 no había nadie que defendiera a Sankara, todos estaban contra él”, explica el historiador y africanista Alexéi Tselunov. “Después de no poder aplastar al sindicalismo más fuerte en esa parte de África, Sankara se quedó totalmente aislado”.
El 15 octubre de 1987, tuvo lugar el golpe de Estado organizado por antiguos socios de Sankara. El presidente fue asesinado en su palacio, junto con varios funcionarios, por 12 oficiales. Blaise Compaoré, el hombre que se puso al frente del país, anunció que la muerte de Sankara fue resultado de un “accidente” e introdujo la política de “rectificación”, revirtiendo gradualmente los logros de su predecesor. En unos años, volvió a pedir créditos a las organizaciones financieras internacionales.
Los golpistas pudieron mantenerse en el poder gracias al mimetismo del discurso revolucionario de Sankara y a la falta de iniciativa en las organizaciones de masas. Sin embargo, con el tiempo la imagen del revolucionario se convirtió en un símbolo de la oposición al Gobierno autoritario de Compaoré.
“Para la juventud, Sankara se convirtió en el símbolo de todo lo bueno, sin todo lo malo que indudable tenía lugar”, señala Tselunov.
Tras una serie de violentas protestas, esa imagen venció.
“Los revolucionarios son individuos que pueden ser asesinados, pero no se puede asesinar a las ideas”, dijo una vez Sankara. La historia mostrará si tenía razón.
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El 11 de octubre empezó en Burkina Faso el proceso judicial contra los implicados en el asesinato de Thomas Sankara, carismático revolucionario y presidente del país entre 1983 y 1987. Uno de los acusados es su sucesor, Blaise Compaoré, que será juzgado en ausencia porque se encuentra en Costa de Marfil desde las masivas protestas que tuvieron lugar en Burkina en 2014 después de que intentara cambiar la Constitución para prolongar su mandato. Un día después de iniciarse, el juicio fue aplazado dos semanas. Sin embargo, de completarse, permitirá cerrar la historia de un magnicidio.
Apodado ‘el Che africano’, Sankara sigue siendo una figura crucial en la política burkinesa y todavía es fuente de fuertes disputas en la sociedad de ese país. Nacido en 1949 en la familia de un militar, Sankara vio la declaración de la independencia del Alto Volta —así se llamaba entonces esta excolonia francesa— cuando tenía 10 años. Tras acabar la formación militar, a los 19 años ingresó en el Ejército. Se politizó durante una misión en Madagascar, donde fue testigo de un levantamiento popular y se familiarizó con las obras de Marx y Lenin. Al regresar al Alto Volta, empezó a ganar popularidad entre la población y los círculos militares descontentos con la corrupción y la dependencia política y económica del país. Hacia inicios de 1980, Sankara era bien conocido en la capital, Uagadugú. A medida que cambiaban los regímenes, varias veces fue arrestado, luego promocionado al cargo del ministro de Información, y posteriormente arrestado de nuevo, para convertirse en primer ministro en el Gobierno militar de Jean-Baptiste Ouedraogo en enero de 1983. Pero ya meses después volvió a ser puesto bajo arresto domiciliario.
En esta situación, Compaoré y los oficiales ideológicamente afines a Sankara elaboraron un plan de sublevación. El 4 de agosto de 1983, la guarnición de Uagadugú derrocó al Gobierno de Ouedraogo, y Sankara fue nombrado presidente del Comité Nacional Revolucionario. En 1980, el Alto Volta era uno de los países más pobres del mundo. Los ingresos promedio de sus 7 millones de habitantes eran de 210 dólares anuales. Menos del 10 % de la población vivía en ciudades y la tasa de alfabetismo entre los adultos era del 11 %. Solo el 18 % de los niños asistían a la escuela primaria y un ínfimo 3 % a secundaria. Todos estos problemas no disuadieron al revolucionario, que a su llegada al poder tenía tan solo 33 años. El programa de reformas iniciado por Sankara preveía la modernización multidimensional de un país muy atrasado. Una de las medidas que implementó fue la distribución de las tierras de los tierratenientes ricos entre los campesinos. También, en un intento de revertir la desertificación del Sahel, el Gobierno de Sankara plantó más de 10 millones de árboles. Como resultado, en tres años la productividad agrícola se incrementó de 1.700 a 3.800 kilogramos por hectárea y la nación alcanzó la autosuficiencia alimentaria. Pronto, Burkina Faso empezó a ser autosuficiente en algodón.
Al mismo tiempo, se realizaron grandes proyectos infraestructurales. Todas las regiones del país quedaron interconectadas con una red de carreteras y vías férreas, y se pusieron en marcha varias fábricas de ladrillos para la construcción de viviendas. También se desarrolló el sistema sanitario. En el marco de una campaña masiva, 2 millones de niños burkineses fueron vacunados contra la polio, la meningitis y el sarampión en menos de dos semanas. Como resultado, la mortalidad infantil se redujo de alrededor del 20 al 14 %. En la esfera de la educación, una campaña nacional incrementó la tasa de alfabetismo en el país hasta el 73 %. Asimismo, Burkina Faso dio un salto en cuanto a los derechos de las mujeres. El gobierno revolucionario prohibió las antiguas costumbres de mutilación genital femenina, los matrimonios forzados y la poligamia, alentando a las mujeres a trabajar y a ingresar en las Fuerzas Armadas. Además, varias mujeres fueron nombradas altos cargos políticos. Los cambios llegaron también a la nomenclatura, y el propio país cambió de nombre por decisión de Sankara, de manera que el 4 de agosto de 1984 el Alto Volta pasó a llamarse Burkina Faso, que significa ‘País de los hombres íntegros’ en lengua moré.
La lucha contra la dependencia política y económica del país estaba en el centro de la política de Sankara. El revolucionario consideraba la deuda como el mecanismo más importante del imperialismo en su etapa de desarrollo actual.
“Creemos que la deuda hay que verla desde el punto de vista de sus orígenes. Los orígenes de la deuda provienen de los orígenes del colonialismo. Los que nos prestan dinero son los que nos habían colonizado antes. […] En su forma actual, es decir, controlada por el imperialismo, la deuda es una reconquista de África hábilmente gestionada, con el objetivo de subyugar su crecimiento y desarrollo a través de reglas extranjeras. Así, cada uno de nosotros se convierte en un esclavo financiero”, declaró Sankara ante la Organización de Unidad Africana en Adís Abeba, en 1987.
[ezcol_1half] [/ezcol_1half] [ezcol_1half_end] [/ezcol_1half_end]La realidad era que a partir de los años 1970 los países africanos habían ido acumulando préstamos que organizaciones financieras como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional concedían incluso a regímenes que era evidente que no las devolverían, como el de Mobutu en la República Democrática del Congo. Como resultado, entre 1982 y 1990 la deuda del continente se duplicó, alcanzando los 270 millones de dólares. Para Sankara, esta situación suponía que la población “podía relajarse en casa y pedirle dinero prestado a los neocolonialistas, pero debería tener en cuenta que ellos y sus hijos tendrían que devolver los préstamos con intereses”, explicó su exasesor, Fidèle Kientega. Como resultado, el régimen revolucionario se negó a pagar los créditos acumulados por Gobiernos previos y pedir nuevos préstamos, optando por apoyarse con sus propios recursos. Para compensar la ausencia de fondos extranjeros, Sankara apeló a la población. Como resultado, se creó un masivo movimiento de voluntarios y los burkineses materializaron grandes proyectos con sus propias fuerzas.
“La gente entendió el mensaje y se motivó para trabajar más duro”, señala Kientega.
En mucho, la velocidad y éxito de las políticas de Sankara se deben a su disposición a dar ejemplo personal a sus compatriotas. Desde el inicio, el revolucionario redujo los ingresos de todos los funcionarios, así como las suyas propias, limitando el salario presidencial a 450 dólares. Asimismo, cerró para los cargos estatales el acceso a lujos inalcanzables para la mayoría de la población burkinesa. En particular, a los funcionarios se les prohibió tener aire acondicionado en las oficinas y viajar en primera clase en avión. Se vendió el parque gubernamental de autos Mercedes que fue sustituida por una flota del coche más barato del momento, el Renault 5. Pese a su gran popularidad, Sankara se oponía a la creación del culto a su personalidad. Cuando una vez le preguntaron por qué no quería que sus retratos se colgaran en lugares públicos, respondió: “Hay siete millones de Thomas Sankaras”.
“Sankara era ambicioso, motivado y, a menudo, intransigente. Su presidencia ofrece un vistazo de qué pasa cuando un activista militante se convierte en el líder de un país”, escribe el biógrafo de Sankara, Amber Murray.
En plena conformidad con la vía hacia la modernización e independización de Burkina Faso, la política externa del Gobierno de Sankara incluía un enfrentamiento con las fuerzas imperialistas en África y la construcción de un consenso continental.
Así, cuando el entonces presidente francés François Mitterrand llegó a Uagadugú en noviembre de 1986, Sankara no se abstuvo de criticarlo abiertamente por el apoyo al ‘apartheid’ en Sudáfrica y a las crueles guerrillas en Mozambique y Angola. “Todos aquellos que les han permitido actuar como lo han hecho asumirán toda la responsabilidad, aquí y en otros lugares, hoy y siempre”, dijo el líder burkinés en un gesto poco habitual para los gobernantes africanos de la época. Mitterrand, en lugar de pronunciar su discurso según lo planeado, respondió: “¡Es usted un hombre algo problemático, presidente Sankara!”
En junio del año siguiente, en una reunión de jefes de Estados miembro de la Unión Africana en la capital etíope, el líder burkinés criticó no menos descaradamente a las élites políticas del continente. “Señor presidente, cuántos jefes de Estado están listos para ir a París, Londres o Washington cuando son convocados a una reunión allí, pero no pueden asistir a una reunión aquí en Adís Abeba, en África?”, preguntó Sankara. A esas tendencias se sumaban las relaciones amistosas con los países del bloque socialista que, sin embargo, no convirtieron a Burkina Faso en su satélite. Sankara lo demostró en 1984 condenando ante la ONU la invasión de la URSS en Afganistán. En una entrevista con The New York Times en 1985, la comparó con la ocupación estadounidense de la isla caribeña de Granada, rechazando el dictado de cualquier potencia: “Tenemos miedo de todos estos países que amenazan”.
Talentoso orador y líder carismático, Sankara contaba con el apoyo de la mayoría de la población burkinesa y con una red de organizaciones activistas llamadas Comités de Defensa de la Revolución (CDR) en honor a las células revolucionarias cubanas en las que se inspiraban.
Sin embargo, a lo largo de los cuatro años en el poder, la base social de la revolución burkinesa fue disminuyendo. A ello contribuyeron medidas como la represión del movimiento sindicalista y su sustitución por CDR o el conflicto del Gobierno con parte de los intelectuales socialistas, cuyo representante más notable era Joseph Ki-Zerbo. Entre tanto, el grupo numéricamente pequeño pero influyente de los rivales de Sankara —constituido por altos oficiales y funcionarios, así como la aristocracia tradicional y la clase media— se mantenía latente. A su vez, el sistema político construido por los revolucionarios era de estructura vertical, formado por organizaciones de masas que actuaban como ejecutores y no como generadores de iniciativas.
Como resultado, “hacia 1987 no había nadie que defendiera a Sankara, todos estaban contra él”, explica el historiador y africanista Alexéi Tselunov. “Después de no poder aplastar al sindicalismo más fuerte en esa parte de África, Sankara se quedó totalmente aislado”.
El 15 octubre de 1987, tuvo lugar el golpe de Estado organizado por antiguos socios de Sankara. El presidente fue asesinado en su palacio, junto con varios funcionarios, por 12 oficiales. Blaise Compaoré, el hombre que se puso al frente del país, anunció que la muerte de Sankara fue resultado de un “accidente” e introdujo la política de “rectificación”, revirtiendo gradualmente los logros de su predecesor. En unos años, volvió a pedir créditos a las organizaciones financieras internacionales.
Los golpistas pudieron mantenerse en el poder gracias al mimetismo del discurso revolucionario de Sankara y a la falta de iniciativa en las organizaciones de masas. Sin embargo, con el tiempo la imagen del revolucionario se convirtió en un símbolo de la oposición al Gobierno autoritario de Compaoré.
“Para la juventud, Sankara se convirtió en el símbolo de todo lo bueno, sin todo lo malo que indudable tenía lugar”, señala Tselunov.
Tras una serie de violentas protestas, esa imagen venció.
“Los revolucionarios son individuos que pueden ser asesinados, pero no se puede asesinar a las ideas”, dijo una vez Sankara. La historia mostrará si tenía razón.
PrisioneroEnArgentina.com
Octubre 25, 2021