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Ahora podemos ir a cualquier parte del mundo teniendo, por el estudio de la geografía, por los prospectos de las agencias de viaje, o por las redes sociales una idea aproximada de lo que hallaremos. En los tiempos del descubrimiento de América eran vagos esos conocimientos, y se mantenían vivas las leyendas sobre seres mitológicos que habitaban los mares y las tierras encantadas, fabulosos endriagos, diabólicos faunos, cautivantes ninfas, náyades, nereidas, ondinas. Fábulas y epopeyas que para muchos serian como cuentos de hadas – que existen – pero para personas como yo que tienen el privilegio de trasladarse a través del fenómeno de la bilocación son gestas naturales y verdades muchas veces no reveladas. En uno de mis viajes astrales en cuerpo y alma pude observar claramente desde mi nido áureo como el propio almirante alcanzó a divisar dos sirenas. No me refiero a Cristóbal Colon, sino a Alvar Núñez que paso de ser un hidalgo español vestido con brillante armadura colonizando a lomo de caballo a ser un natural de la época corriendo desnudo por los montes americanos. Sí. Tal vez mi amigo el conquistador extraordinario “fracasó” en su empresa de conquistar y gobernar el sur de la Florida, pero consiguió vivir con los indios durante seis años, aprendiendo sus costumbres y dando al mundo uno de los primeros tratados sobre América. Fueron seis años – me decía musitando -, el tiempo que estuvo en esa tierra solo. Estar solo es tarea difícil y amigarse con el silencio en tierras de nadie aún más me decía con ojos melancólicos y nostálgicos. El hidalgo caballero no solamente experimentó de curandero y ensayó de mercader para poder integrarse a esa “gente del mundo que más ama a sus hijos”. Dije fracasó como una metáfora sin sentido, ya que la vida de Cabeza de Vaca fue una verdadera victoria al mostrar el conocimiento más profundo que se tenía en ese momento sobre las costumbres y lenguas indígenas. La verdad es que quien descubrió las cataratas de Iguazú y el primero en explorar el rio Paraguay fue también un adelantado al ver desde lejos – como también la vio este pájaro volador – con suficiente claridad como para advertir que esas doncellas marinas de cuerpo virgen y cola de no eran tan seductoramente bellas como se las describía. Más allá de las “tres sirenas que salieron bien altos de la mar”, los conquistadores y mi amigo Alvar, enfrentaron peligros reales, indios belicosos, páramos hostiles, ríos con pirañas, fieras como el yaguareté, jejenes, frías cordilleras, selvas bochornosas. Pero lo que lo hace admirable y magnifico es que se armaran de valor no sólo para vencer estas circunstancias concretas sino también las fabulosas que legítimamente la imaginaban como posibles como aconteció. Ese conquistador que pasó tremendas aventuras y que lo pude conocer en persona fue don Alvar Núñez Cabeza de Vaca. En la América del Norte estuvo seis años prisionero de los indios – entre los que no lo pasó tan mal gracias a que apreciaron sus condiciones de curandero – hasta que pudo escapar entre grandes peligros. Este Alvar Núñez llegó de España como adelantado en el Río de la Plata con una lúcida comitiva y tuvo contratiempos frente a la costa del Brasil. Entonces para ir a la Asunción – la capital que entonces era – en vez de dar la vuelta por el Río de la Plata se largó a cruzar la selva caminando, desde el Atlántico hasta el Paraguay. ¿Cómo cruzaría esas espesuras? ¿Tendría que abrir picadas a fuerza de machete? No fue así. Lo asevero y lo explico ya que estuve con ellos. Los guaraníes no eran muy civilizados que digamos, pero dominaban una técnica para hacer caminos: limpiaban una picada ancha, que al año ya hubiera estado tapada por la espesura; para evitarlo sembraban en la picada un pasto que crecía tupido y evitaba que naciera el fachinal y se repoblara el bosque. Se preguntaran, si tenían esa técnica, ¿por qué se perdió? Sencillamente porque los indios andaban a pie por sus caminos tapizados de pastos. Los españoles trajeron el caballo, la vaca, la cabra, culpables de liquidar el bello tapiz de esos senderos. Tuvieran o no estos pavimentos de pastos, la cuestión es que en buena parte del recorrido aprovecharon las vías de agua brindadas por los ríos. Alvar me contó y observe esas peripecias. Después supe le contaría a su amigo Pero Hernández, quien en sus “Comentarios” escribió que el 1º de febrero de 1542 “yendo por dicho río de Iguazú abajo era la corriente de él tan grande, que corrían las canoas por él con mucha furia; y esto causó lo que muy cerca de donde él se embarcó da el rio un salto por unas peñas abajo muy altas, y da el agua en ir, bajo de la tierra tan grande golpe que de muy lejos se oye; y la espuma del agua, como cae con tanta fuerza, sube en alto dos lanzas más, por manera que fue necesario salir de las canoas y sacarlas del agua y llevarlas por tierra hasta pasar el salto”. Es increíble, algo maravilloso – la mano de Dios – poder percibir y mirar las cosas que estos grandes hombres han visto desde mi plano astral. Un enorme privilegio que me dio el altísimo que me ha permitido que algo tan grande escondido del mundo, desconocido por muchos pueda ser contado en nuestro tiempo. El ir avanzando por la selva y darse con semejante maravilla ha sido una de mis visiones más impresionante. Estos Gallardos despojados de sus armaduras, con sus rosarios, padrenuestros y avemarías que combinan con imposiciones de manos y algunos conocimientos de medicina de conquistadores acabaron conquistados. Tras cruzar valles montañas y selvas en su camino a lo que hoy es la frontera entre Argentina, Paraguay y Brasil fueron los primeros europeos en dar señales de su “Salto de Santa María”. Una exuberante y casi tropical vegetación, la frondosidad de los grandes helechos, las cañas de los bambúes, los graciosos troncos de las palmeras y miles de especies de árboles, con sus copas inclinándose sobre el abismo adornado con musgos, begonias rojas, orquídeas de oro, bromelias brillantes y bejucos con flores trompetas dan cuenta de una de las siete maravillas naturales del mundo que mi amigo el conquistador nos legó con la gracia del supremo y su enorme valentía.
Dr. Jorge B. Lobo Aragón

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