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Si el desierto no era topográficamente uniforme, tampoco lo indios que lo habitaban, lo eran, en cuanto a tipo de vida y actitud para con el blanco. En forma general, vivían en tolderías y en pequeños núcleos; esta supuesta dispersión, era parte de la estrategia que contribuía a engaños en cuanto a número total de indígenas, haciendo parecerlos como más numerosos y tenía la ventaja de facilitar los desplazamientos.

Al sur del Río Negro, habitaban los Tehuelches de costumbres pacíficas; estos eran los indios que concurrían a Carmen de Patagones a realizar las transacciones comerciales. Hacia el Oeste, vivían las tribus de los Manzanos, cuya denominación se debía por el cultivo de esa fruta. Tenían hábitos guerreros, matizadas en sus fiestas por galopes desenfrenados y lanzas en alto. Si bien combatían y esclavizaban a los Tehuelches, respetaban a los blancos.

Tehuelches y Manzanos no figuraban en la lista de enemigos de ESTANISLAO ZEBALLOS, joven abogado veinteañero auspiciando la Conquista del Desierto, lo que era señalado en su fervorosa campaña periodística cumplida a partir de 1874 desde las páginas de “LA PRENSA”, diario fundado poco antes.

En artículos periodísticos que le sirvieran luego para publicar un interesante volumen “LA CONQUISTA DE QUINCE MIL LEGUAS”, señalaba que la cuestión de la frontera con los indios, se continuaba encarando con líneas artificiales de fortines como había establecido España. Sistema según el cual, el avance se hace conquistando nuevas zonas en avances de etapas sucesivas. Este sistema ya no respondía a las necesidades de expansión continua que suponían el aporte inmigratorio, la aparición del Ferrocarril, el Telégrafo, las necesidades de la ganadería.

En agosto de 1867, el Congreso de la Nación había aprobado una Ley señalando que el Ejército debía ocupar el territorio que se extiende hasta la margen septentrional del Río Negro, desde la Cordillera hasta el Atlántico.

En los fundamentos de la ley, se expresaba entre otros conceptos, que “ni la Nación ni el Congreso, pueden consentir por más tiempo que los bárbaros de la pampa, con violación de los Tratados más solemnes, sigan asolando y destruyendo nuestras poblaciones fronterizas” y agregaba que las 600 leguas de la línea de fronteras, sin defensas naturales, tornaban imposible su guarda.

Partiendo de sus tolderías, los indios cometían las agresiones contra los poblados, sorprendiendo con sus malones a los vecinos indefensos.

Algunas veces, pequeñas zanjas de dos varas de profundidad (1,73 metros) y tres o cuatro varas de ancho (entre 2,60 y 4,86 metros respectivamente. Recordemos que la Vara tiene un largo de 0,866 metros y era la medida usada entonces y hasta no hace muchos años, ya que los terrenos y calles, se medían en Varas) bastaban para proteger una casa y desviar a los indios, pues nunca abandonaban sus caballos. Pero ocurría, generalmente, que diezmaban las majadas de ovejas vecinas y rellenaban con sus cuerpos, las zanjas y pasar así por este puente de Vellones de lana, convirtiendo a los ovinos, en cómplices involuntarios de los malones. Sucedía lo mismo en diferentes puntos de la Zanja de Alsina.

Se llamó JUAN CALFULCURÁ (también Callfulcurá o Kafvkura “piedra azul” en mapudungun), el Cacique más temido; originario de Chile, pertenecía a la belicosa familia Araucana. Ejerció durante 40 años, un gobierno absoluto sobre docenas de Caciques menores. Se consideraba dueño y señor de un vasto territorio que gobernaba desde la Salinas Grandes, un lugar donde tres lagunas saladas, le otorgaban el monopolio del mineral indispensable para la elaboración del Tasajo (carne seca y salada para su conservación). En el sello que expresaba su soberanía, el título de General acompañaba a un dibujo en el cual conjugaban como armas: las lanzas, las fechas, las boleadoras y la espada. Cuando murió en 1873 a los 83 años aproximadamente, ya que su nacimiento es también aproximado 1790 en Chile; Pudo hacerse el balance de la infinidad de sanguinarios ataques que había llevado a cabo contra las poblaciones de los Blancos.

“La Prensa” del 21 de marzo de 1872, expresaba “algunos estancieros están levantando un censo que les permita conocer el número de cautivos que lleva Calfulcurá. Algunos estiman en más de 500”…

NAMUNCURÁ, quien heredó de su padre, CALFULCURÁ, el gobierno de las Salinas Grandes, si acaso fue menos sanguinario, no resultó nunca un modelo de lealtad a los compromisos contraídos. En 1875 se contó entre quienes, al frente de tres mil quinientos salvajes, participaron de una devastadora “Invasión Grande” como la denominaron los indios al evocarla. “Las hordas del desierto penetraron sorpresivamente en amplio frente bien hasta la retaguardia de la frontera, asolando las poblaciones que encontraron a su paso…

Así asaltaron establecimientos, robaron comercios y asesinaron a pobladores y guarniciones de fortines en una zona demás de trescientas leguas. Tan sólo en Azul, 400 vecinos fueron asesinados, 500 cautivos y arrearon unos 300.000 animales.

Respecto a JUAN CALFULCURÁ, se pueden mencionar las poblaciones que fueron arrasadas: Tapalqué; Cabo Corrientes; Azul; Tandil; Junín; Melincué; Olavarría; Gral. Alvear; Bragado; Bahía Blanca; 25 de Mayo; 9 de Julio.

Además del ganado, los indios buscaban con interés mujeres jóvenes y hermosas “Cristiana más grande, más blanca que india” solían decir para justificar su preferencia. ¡Ay de la muchacha que por desgracia caía en sus manos! A toda prisa las arrastraban a los toldos, a veces 100 leguas (500 Km.) de distancia; si eran jóvenes y bonitas, les tocaban a los Caciques; si no lo eran, las obligaban a los trabajos más rudos y siempre, a menos que lograran ganarse el cariño de su raptor, las mujeres indias, a hurtadillas, les hacían la vida miserable, golpeándolas y maltratándolas.

Esto ultimo explica  por qué, en cierta oportunidad “una Donna de San Luis” a punto de ser presa de alguno de los caciques que se preparaban a pelear para saber a quien le tocaría, se arrojó al cuello del Coronel MANUEL BAIGORRIA, un militar refugiado entre los indios y presente por casualidad, exclamando “Sálveme Compadre”, Baigorria, con alguna dificultad, logró llevarla a su casa en donde tenía otras mujeres; pero era sabido que las prisioneras blancas, entre los indios, jamás reñían, siempre que vivieran con un hombre blanco. La unión de estas cautivas blancas con caciques, originó la involuntaria descendencia de caciques mestizos. El Cacique “Ramón”, cuya tribu ocupaba los montes de Cerrilobo, al sur de la Laguna La Verde, en San Luis, era hijo de una cristiana cautiva en La Carlota, Córdoba, por lo que no mostraba mayor hostilidad hacia los blancos” dice el su libro Juan Carlos Walther “La conquista del Desierto”.

Esta conclusión no parece que deba generalizarse. El Cacique “Baigorrita” fue también hijo de una cristina cautiva en El Morro, San Luis, distinguiéndose por su bravura y altivez. Jamás se rindió y murió peleando, después de ser herido varias veces.

 

Bibliografía: Juan Carlos Walther – La Conquista del Desierto – Biblioteca del Oficial Circulo Militar – 1964

  1. B. Cunningham Grahan “El Río de la Plata – Londres 1914

Notas de esos escritores extraídas de Nueva Historia Argentina de Gustavo Gabriel Levene

 


PrisioneroEnArgentina.com

Agosto 22, 2021


 

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