“La gente se abandona a ella, aturdida, intoxicada
por la mentira como por un veneno sistémico”.
Antonio Scurati
Sergio Massa volvió de Estados Unidos con un logro que envidiaron tanto Martín Guzmán cuanto Silvina Batakis, ex usuarios de la silla en la cual, desde hace poco más de un mes, asienta sus posaderas el Ministro de Economía: una foto con la Secretaria del Tesoro, Janet Yallen. La otra, con la Gerente del FMI, Kristalina Georgieva, no se le niega a nadie, aunque sólo sea para ser apretado por el organismo acreedor, como sucedió ahora por el altísimo nivel de inflación que la Argentina sufre, una vez más, en este cuarto y penoso gobierno kirchnerista.
Al regresar, tuvo que resignarse a que el índice mensual de agosto (7%) fuera el peor en treinta años, lo cual certifica que superará el 100% en 2022 y, probablemente, sea aún mayor en la previa a las elecciones del próximo año. Y eso sólo por la mera inercia de la puja entre gasto público, impuestos, subsidios, precios, salarios, tarifas, deuda soberana, tasas de interés, brecha cambiaria, emisión y reservas monetarias, o sea, sin sumar el renovado “Plan Platita II” que seguramente impondrá Cristina Fernández para conservar (o al menos intentarlo) su base en la Tercera Circunscripción Electoral de la Provincia de Buenos Aires.
Sin necesidad de ser economista, resulta fácil entender que, con esta tan distorsionada economía, el aumento de la tasa para que supere la inflación (una obligación que surge no sólo el acuerdo con el FMI sino, especialmente, de la necesidad de que los pesos privilegien los plazos fijos y no presionen al blue), la renovación de la inmensa bola de nieve de los bonos atados a la inflación o linkeados al dólar implicará duplicar la actual base monetaria, realimentando gravemente la inflación. La contrapartida de ese aumento de intereses será la quiebra de muchas pymes, ya endeudadas hasta la maceta, y la consiguiente pérdida de puestos de trabajo.
Pero los problemas de Massa no terminan ahí. Por un lado, tendrá que luchar contra las apetencias de los gobernadores e intendentes, escasamente dispuestos a resignar sus obras públicas y remesas del Tesoro, sobre todo en un escenario electoral en que pronostican una fuerte derrota del oficialismo nacional. Por otro, resistir la presión en la calle de los sindicatos, para mejorar los salarios, y de los movimientos sociales, en pos de aumentar los subsidios y conservar su administración, que enriquece a los gerentes de la pobreza. Y peor aún, batallar contra el relato populista de la PresidenteVice a quien, a pesar de su insólito pragmatismo actual, no imagino tolerando un severo ajuste fiscal que, tradicionalmente, lleva a perder las elecciones. ¿Podrá sobrevivir El Aceitoso a ese triple abrazo mortal cuando, además y si tuviera éxito, se convertiría en un peligroso presidenciable?
Y todo eso mientras la angustiosa escasez de reservas en el Banco Central obliga a cerrar el grifo de importaciones, muchas de las cuales son imprescindibles para producir aquí, o sea, provocar una fuerte caída en la actividad con un marcado incremento de la demanda por el exceso de pesos en la economía; en resumen, la temible estanflación.
Creo que, aún con muletas, el Gobierno terminará su mandato y logrará transferir el mando a la oposición, pero ésta deberá asumir en condiciones catastróficas y sin contar con el apoyo del Senado, donde el peronismo, siempre indomable y muchas veces destituyente, conservará un poderío trascendental, tal como sucedió en las gestiones de Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa y Mauricio Macri, aunque éstos cometieran sus propios y graves errores. Pero también, en este escenario internacional que estará por mucho tiempo signado por la escasez de alimentos (por la generalizada sequía) y de energía (por la invasión rusa a Ucrania), tendrá otra enorme oportunidad que, espero, no vuelva a dilapidar. Basta con pensar las posibilidades que ofrecen la agroindustria, la minería, la pesca, el gas, el petróleo, el uranio, el litio, la industria del conocimiento y cientos de productos regionales.
Para salir del enorme atolladero que recibirá, y para provocar un giro copernicano en la mentalidad de una sociedad esclavizada por la dádiva y la obligada genuflexión, la próxima administración deberá concitar un alud de inversiones, especialmente en infraestructura de transporte de cargas, fluidos y pasajeros. En este momento, existe mucho dinero buscando dónde ser aplicado, pero exige la confianza, la previsibilidad y la seguridad jurídica que la Argentina no puede ofrecer. Entonces, para presentar un escenario atractivo, deberá entre otras cosas establecer que todos los contratos que se suscriban estarán sometidos a alguna jurisdicción extranjera y crear un fondo de garantía con activos públicos estatales fácilmente ejecutables, tal como hizo Brasil en 2003; también, cambiar de raíz los regímenes tributario y laboral y liberar los mercados, para generar rápidamente empleo genuino y, en pocos años, las divisas indispensables para nuestro desarrollo.
Si lograra producir ese cambio tan brusco en los primeros cien días, dispondrá de la tolerancia social, del tiempo y de los fondos necesarios para recuperar la perdida educación pública y entrar en un círculo virtuoso en el que se premie el mérito y el esfuerzo. Hoy, en el marasmo de piquetes, inexplicables atentados, grietas insalvables, desesperanza, resignación, pobreza, decepción, violencia, corrupción, impunidad, emigración de nuestros hijos e insólitas y ríspidas disputas personales entre los dirigentes en que estamos sumergidos, todo esto puede sonar a utopía; sin embargo, es un camino que deberemos recorrer para evitar que se cumpla el presagio del arqueólogo encarnado por el Tato Bores (https://tinyurl.com/yckk8v7s) mientras exploraba el lugar donde, se decía, había existido la Argentina.
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Por Enrique Guillermo Avogadro.
“La gente se abandona a ella, aturdida, intoxicada
por la mentira como por un veneno sistémico”.
Antonio Scurati
Sergio Massa volvió de Estados Unidos con un logro que envidiaron tanto Martín Guzmán cuanto Silvina Batakis, ex usuarios de la silla en la cual, desde hace poco más de un mes, asienta sus posaderas el Ministro de Economía: una foto con la Secretaria del Tesoro, Janet Yallen. La otra, con la Gerente del FMI, Kristalina Georgieva, no se le niega a nadie, aunque sólo sea para ser apretado por el organismo acreedor, como sucedió ahora por el altísimo nivel de inflación que la Argentina sufre, una vez más, en este cuarto y penoso gobierno kirchnerista.
Al regresar, tuvo que resignarse a que el índice mensual de agosto (7%) fuera el peor en treinta años, lo cual certifica que superará el 100% en 2022 y, probablemente, sea aún mayor en la previa a las elecciones del próximo año. Y eso sólo por la mera inercia de la puja entre gasto público, impuestos, subsidios, precios, salarios, tarifas, deuda soberana, tasas de interés, brecha cambiaria, emisión y reservas monetarias, o sea, sin sumar el renovado “Plan Platita II” que seguramente impondrá Cristina Fernández para conservar (o al menos intentarlo) su base en la Tercera Circunscripción Electoral de la Provincia de Buenos Aires.
Sin necesidad de ser economista, resulta fácil entender que, con esta tan distorsionada economía, el aumento de la tasa para que supere la inflación (una obligación que surge no sólo el acuerdo con el FMI sino, especialmente, de la necesidad de que los pesos privilegien los plazos fijos y no presionen al blue), la renovación de la inmensa bola de nieve de los bonos atados a la inflación o linkeados al dólar implicará duplicar la actual base monetaria, realimentando gravemente la inflación. La contrapartida de ese aumento de intereses será la quiebra de muchas pymes, ya endeudadas hasta la maceta, y la consiguiente pérdida de puestos de trabajo.
Pero los problemas de Massa no terminan ahí. Por un lado, tendrá que luchar contra las apetencias de los gobernadores e intendentes, escasamente dispuestos a resignar sus obras públicas y remesas del Tesoro, sobre todo en un escenario electoral en que pronostican una fuerte derrota del oficialismo nacional. Por otro, resistir la presión en la calle de los sindicatos, para mejorar los salarios, y de los movimientos sociales, en pos de aumentar los subsidios y conservar su administración, que enriquece a los gerentes de la pobreza. Y peor aún, batallar contra el relato populista de la PresidenteVice a quien, a pesar de su insólito pragmatismo actual, no imagino tolerando un severo ajuste fiscal que, tradicionalmente, lleva a perder las elecciones. ¿Podrá sobrevivir El Aceitoso a ese triple abrazo mortal cuando, además y si tuviera éxito, se convertiría en un peligroso presidenciable?
Y todo eso mientras la angustiosa escasez de reservas en el Banco Central obliga a cerrar el grifo de importaciones, muchas de las cuales son imprescindibles para producir aquí, o sea, provocar una fuerte caída en la actividad con un marcado incremento de la demanda por el exceso de pesos en la economía; en resumen, la temible estanflación.
Creo que, aún con muletas, el Gobierno terminará su mandato y logrará transferir el mando a la oposición, pero ésta deberá asumir en condiciones catastróficas y sin contar con el apoyo del Senado, donde el peronismo, siempre indomable y muchas veces destituyente, conservará un poderío trascendental, tal como sucedió en las gestiones de Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa y Mauricio Macri, aunque éstos cometieran sus propios y graves errores. Pero también, en este escenario internacional que estará por mucho tiempo signado por la escasez de alimentos (por la generalizada sequía) y de energía (por la invasión rusa a Ucrania), tendrá otra enorme oportunidad que, espero, no vuelva a dilapidar. Basta con pensar las posibilidades que ofrecen la agroindustria, la minería, la pesca, el gas, el petróleo, el uranio, el litio, la industria del conocimiento y cientos de productos regionales.
Para salir del enorme atolladero que recibirá, y para provocar un giro copernicano en la mentalidad de una sociedad esclavizada por la dádiva y la obligada genuflexión, la próxima administración deberá concitar un alud de inversiones, especialmente en infraestructura de transporte de cargas, fluidos y pasajeros. En este momento, existe mucho dinero buscando dónde ser aplicado, pero exige la confianza, la previsibilidad y la seguridad jurídica que la Argentina no puede ofrecer. Entonces, para presentar un escenario atractivo, deberá entre otras cosas establecer que todos los contratos que se suscriban estarán sometidos a alguna jurisdicción extranjera y crear un fondo de garantía con activos públicos estatales fácilmente ejecutables, tal como hizo Brasil en 2003; también, cambiar de raíz los regímenes tributario y laboral y liberar los mercados, para generar rápidamente empleo genuino y, en pocos años, las divisas indispensables para nuestro desarrollo.
Si lograra producir ese cambio tan brusco en los primeros cien días, dispondrá de la tolerancia social, del tiempo y de los fondos necesarios para recuperar la perdida educación pública y entrar en un círculo virtuoso en el que se premie el mérito y el esfuerzo. Hoy, en el marasmo de piquetes, inexplicables atentados, grietas insalvables, desesperanza, resignación, pobreza, decepción, violencia, corrupción, impunidad, emigración de nuestros hijos e insólitas y ríspidas disputas personales entre los dirigentes en que estamos sumergidos, todo esto puede sonar a utopía; sin embargo, es un camino que deberemos recorrer para evitar que se cumpla el presagio del arqueólogo encarnado por el Tato Bores (https://tinyurl.com/yckk8v7s) mientras exploraba el lugar donde, se decía, había existido la Argentina.
Buenos Aires 17 de septiembre de 2022
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
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Setiembre 17, 2022