El mal que nos produjo el “no te metas” fue inenarrable. A raíz de él nos costó un Potosí llegar a la pubertad cívica. En rigor, aún tenemos gran parte de esa asignatura – el civismo – pendiente y es por eso que no se expresa ‘madurez’ cívica, sino apenas adolescencia.
La base de un buen gobierno es un comportamiento social activo, controlante, militante. Este último vocablo – como tantísimas cosas de nuestra Argentina – ha sido bastardeado. Pero su adulteración no le quita su entidad y su valor. Una ciudadanía militante es garantía de buena institucionalidad.
Una de las claves – etimológicamente, la llave que abre una puerta o da acceso a un camino – del ansiado buen gobierno radica en la supremacía de las instituciones, es decir que los turnos gubernamentales – siempre teñidos de partidismo político – deban ceñirse y someterse al funcionamiento de ellas. Pongamos el caso de la Corte Suprema, quizás el órgano fundamental para la arquitectura institucional. Debe estar desde antes del arribo del nuevo ejecutivo y sobrevivirlo. Lo mismo cabe para el jefe de los fiscales – el Procurador General – el Tribunal de la Competencia y cien entes que estructuran al sistema. Se puede establecer una ecuación que nos permita una alerta temprana acerca de peligros institucionales: cuando se proyecta o se pretende flexibilizar los requisitos para nombrar a los encargados de esas instituciones o a sus miembros, deberá entenderse que existe una intención de manipulación incompatible con la institucionalidad deseada y necesaria.
La otra clave es el control constante por parte de la ciudadanía de los actos de gobierno. No bastan los controles institucionales, siempre sujetos a alguna o algunas averías. La ciudadanía activa y vigilante es indispensable. Obviamente, este saludable activismo reclama de un auxiliar ineludible: la prensa independiente. Ésta no es tan sencilla de hallar y sobre todo de sostener, pero es imprescindible. Afortunadamente para el esquema republicano ha irrumpido un instrumento informativo fenomenal, las redes sociales. Todo lo que hagamos para asegurar su libertad y para sanearla de su uso calumnioso, injuriante o abusivo será esencial para este medio brinde la información instantánea que exige la idea misma de una ciudadanía partícipe, cívicamente madura. Prensa y redes, pues, son esencialísimas.
No puede haber democracia republicana sin civismo. La Argentina ha sufrido tanto que es inconcebible que supongamos que por don de la divina providencia tendremos buenos gobiernos. Rogamos, claro, para recibir esa gracia, pero debemos coadyuvar. Nuestra calamidad es de tal envergadura que sólo con una ciudadanía activa podremos enderezar el rumbo. Tengamos en cuenta un solo y objetivo dato: en apenas tres generaciones pasamos de ser un ‘país rico’ a uno decididamente pobre. No existe paralelismo con ningún otro lar del planeta. La dimensión de la tragedia nacional es inmensurable. A tal inmensidad dañosa corresponde una fenomenal faena nacional en la cual el protagonista principal, el primer actor es la ciudadanía.
El “no te metas” fue corrosivo. De tanto dejar hacer a los gobernantes – y también a nuestros conciudadanos que en la vida cotidiana se regocijan con las transgresiones, desde las pequeñas a las magnas – posibilitamos ese milagro al revés de poseer un país dotado humana y materialmente que ha devenido en miserable y regresivo, donde el horizonte inextricablemente se estrecha y la perspectiva es el empobrecimiento general.
¿Por qué el “no te metas” se visualiza en retirada? Los banderazos y cacerolazos de 2019 y 2020 dan lugar a ese aserto esperanzador. Sobre todo por un elemento que les da trascendencia: no se movilizaron por un hecho concreto sino por un ideal abstracto: la vigencia del sistema republicano. Cuando una significativa parte ciudadana es capaz de expresarse por un ideal abstracto el volumen, la calidad y la entidad de la protesta adquieren una enorme relevancia. A esto deben adunársele las innúmeras manifestaciones barriales, sea por la azotante inseguridad, por la contaminación, por la falta de servicios básicos y tantas otras falencias.
Da la impresión que el “no te metas” agoniza, siendo inminente su inhumación. Como a ‘rey muerto, rey puesto’, nace o renace el civismo argentino, reaseguro de la indefectible institucionalidad.
La Argentina precisa cambios hondísimos que serán posibles articulando dos precondiciones: una institucionalidad sólida y una ciudadanía activa. Ello en el marco de volver a la Constitución comenzando por el Preámbulo que es nuestro programa nacional incumplido.
Comencemos por revertir de cuajo el rumbo hacia el empobrecimiento general trastrocándolo por el de prosperidad general. Un giro histórico de 180 grados.
*Diputado Nacional del partido UNIR en Juntos por el Cambio.
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Por ALBERTO ASSEFF*
El mal que nos produjo el “no te metas” fue inenarrable. A raíz de él nos costó un Potosí llegar a la pubertad cívica. En rigor, aún tenemos gran parte de esa asignatura – el civismo – pendiente y es por eso que no se expresa ‘madurez’ cívica, sino apenas adolescencia.
La base de un buen gobierno es un comportamiento social activo, controlante, militante. Este último vocablo – como tantísimas cosas de nuestra Argentina – ha sido bastardeado. Pero su adulteración no le quita su entidad y su valor. Una ciudadanía militante es garantía de buena institucionalidad.
Una de las claves – etimológicamente, la llave que abre una puerta o da acceso a un camino – del ansiado buen gobierno radica en la supremacía de las instituciones, es decir que los turnos gubernamentales – siempre teñidos de partidismo político – deban ceñirse y someterse al funcionamiento de ellas. Pongamos el caso de la Corte Suprema, quizás el órgano fundamental para la arquitectura institucional. Debe estar desde antes del arribo del nuevo ejecutivo y sobrevivirlo. Lo mismo cabe para el jefe de los fiscales – el Procurador General – el Tribunal de la Competencia y cien entes que estructuran al sistema. Se puede establecer una ecuación que nos permita una alerta temprana acerca de peligros institucionales: cuando se proyecta o se pretende flexibilizar los requisitos para nombrar a los encargados de esas instituciones o a sus miembros, deberá entenderse que existe una intención de manipulación incompatible con la institucionalidad deseada y necesaria.
La otra clave es el control constante por parte de la ciudadanía de los actos de gobierno. No bastan los controles institucionales, siempre sujetos a alguna o algunas averías. La ciudadanía activa y vigilante es indispensable. Obviamente, este saludable activismo reclama de un auxiliar ineludible: la prensa independiente. Ésta no es tan sencilla de hallar y sobre todo de sostener, pero es imprescindible. Afortunadamente para el esquema republicano ha irrumpido un instrumento informativo fenomenal, las redes sociales. Todo lo que hagamos para asegurar su libertad y para sanearla de su uso calumnioso, injuriante o abusivo será esencial para este medio brinde la información instantánea que exige la idea misma de una ciudadanía partícipe, cívicamente madura. Prensa y redes, pues, son esencialísimas.
No puede haber democracia republicana sin civismo. La Argentina ha sufrido tanto que es inconcebible que supongamos que por don de la divina providencia tendremos buenos gobiernos. Rogamos, claro, para recibir esa gracia, pero debemos coadyuvar. Nuestra calamidad es de tal envergadura que sólo con una ciudadanía activa podremos enderezar el rumbo. Tengamos en cuenta un solo y objetivo dato: en apenas tres generaciones pasamos de ser un ‘país rico’ a uno decididamente pobre. No existe paralelismo con ningún otro lar del planeta. La dimensión de la tragedia nacional es inmensurable. A tal inmensidad dañosa corresponde una fenomenal faena nacional en la cual el protagonista principal, el primer actor es la ciudadanía.
El “no te metas” fue corrosivo. De tanto dejar hacer a los gobernantes – y también a nuestros conciudadanos que en la vida cotidiana se regocijan con las transgresiones, desde las pequeñas a las magnas – posibilitamos ese milagro al revés de poseer un país dotado humana y materialmente que ha devenido en miserable y regresivo, donde el horizonte inextricablemente se estrecha y la perspectiva es el empobrecimiento general.
¿Por qué el “no te metas” se visualiza en retirada? Los banderazos y cacerolazos de 2019 y 2020 dan lugar a ese aserto esperanzador. Sobre todo por un elemento que les da trascendencia: no se movilizaron por un hecho concreto sino por un ideal abstracto: la vigencia del sistema republicano. Cuando una significativa parte ciudadana es capaz de expresarse por un ideal abstracto el volumen, la calidad y la entidad de la protesta adquieren una enorme relevancia. A esto deben adunársele las innúmeras manifestaciones barriales, sea por la azotante inseguridad, por la contaminación, por la falta de servicios básicos y tantas otras falencias.
Da la impresión que el “no te metas” agoniza, siendo inminente su inhumación. Como a ‘rey muerto, rey puesto’, nace o renace el civismo argentino, reaseguro de la indefectible institucionalidad.
La Argentina precisa cambios hondísimos que serán posibles articulando dos precondiciones: una institucionalidad sólida y una ciudadanía activa. Ello en el marco de volver a la Constitución comenzando por el Preámbulo que es nuestro programa nacional incumplido.
Comencemos por revertir de cuajo el rumbo hacia el empobrecimiento general trastrocándolo por el de prosperidad general. Un giro histórico de 180 grados.
*Diputado Nacional del partido UNIR en Juntos por el Cambio.
COLABORACIÓN: Dr. Francisco Benard
PrisioneroEnArgentina.com
Febrero 7, 2021