¿Cómo se entiende que en la discusión del precio de las tarifas de servicios públicos (gas, agua y energía eléctrica), esté ausente el costo de dichos servicios? Semejante despropósito que debe tener alguna explicación. ¿Será que la opinión pública ha sido ganada por periodistas y políticos populistas que entienden que el precio del kWh (Kilovatio/hora) debe establecerse en función de lo “políticamente correcto” en desmedro de lo que el producto efectivamente vale? ¿La célebre afirmación de Friedman: “no existe tal cosa como un almuerzo gratis” es aplicable a a un metro cúbico de gas natural? El aire es gratis; no así el agua que sale de la canilla, el gas domiciliario y la electricidad que distribuye la red. Si el que consume no paga o paga menos de lo que cuesta, entonces, necesariamente, hay otro que está pagando por él. Vale remachar esta obviedad porque hay gente que concibe al Estado como un Papá Noel provisto de una bolsa de recursos infinitos que debe hacerse cargo de la diferencia. Para fabricar dinero sólo hace falta una imprenta, papel y tinta. Ahora bien, cosa totalmente distinta y, hasta opuesta, es fabricar (producir) riqueza. Cada billete que imprime, gasta y malgasta el Estado obtiene valor sólo en la medida en que representa la riqueza producida por alguien ajeno a él. No es con el capital propio que los presidentes, gobernadores, intendentes y legisladores hacen “justicia social” repartiendo subsidios, casas y zapatillas sino con el dinero de los contribuyentes. Por lo demás, que no pocos destinen parte sustancial de ese saqueo a la propaganda que los muestra como benefactores de los desposeídos revela la catadura moral de ciertos sujetos. Es el caso de los kirchneristas que, en lugar de política energética, hicieron política electoral al mantener artificialmente fijo el precio de las tarifas mientras la inflación subía por el ascensor. El resultado previsible, advertido a coro por todos los especialistas en la materia, fue el derroche de recursos, desabastecimiento energético y la desinversión en exploración y producción. Que los que nos condujeron directo a este colapso se rasguen ahora las vestiduras por el sinceramiento tarifario es de un cinismo escatológico. Pero no sólo ellos sino también la izquierda y los ex kirchneristas de la primera hora Felipe Solá, Camaño, Maza y demás rompen lanzas contra el “tarifazo” de Macri. Se compadecen por los que sufrirán el aumento pero nada dicen de los que desde hace más de una década vienen financiando energía barata para que los funcionarios hagan populismo y/ o pingües negocios. En Argentina y en la China la energía se paga lo que vale y lo que no paga uno lo paga otro. La única manera real de bajar el precio en el corto plazo es bajar o eliminar la carga impositiva de la tarifa (35% de lo que se paga, promedio); pero de eso ningún diputado (de la oposición o el oficialismo) habla. Es que hay que pagar dietas de legisladores, sueldos de ministros, pasajes de avión, asesores, los ranchos indignos construidos por Milagro Salas y Bonafini, la persecución estatal infame a los ancianos militares y policías que lucharon contra la subversión, los gastos corrientes de la familia de Santiago Maldonado, y, no alcanza. De allí que la parte del león de las tarifas de los servicios públicos vaya para el Estado, el obligado socio que aparece a la hora del reparto de las ganancias. Ese dinero es sagrado y ¡guay del que lo toque! Faltaba más…
Por Mauricio Ortín.
¿Cómo se entiende que en la discusión del precio de las tarifas de servicios públicos (gas, agua y energía eléctrica), esté ausente el costo de dichos servicios? Semejante despropósito que debe tener alguna explicación. ¿Será que la opinión pública ha sido ganada por periodistas y políticos populistas que entienden que el precio del kWh (Kilovatio/hora) debe establecerse en función de lo “políticamente correcto” en desmedro de lo que el producto efectivamente vale? ¿La célebre afirmación de Friedman: “no existe tal cosa como un almuerzo gratis” es aplicable a a un metro cúbico de gas natural? El aire es gratis; no así el agua que sale de la canilla, el gas domiciliario y la electricidad que distribuye la red. Si el que consume no paga o paga menos de lo que cuesta, entonces, necesariamente, hay otro que está pagando por él. Vale remachar esta obviedad porque hay gente que concibe al Estado como un Papá Noel provisto de una bolsa de recursos infinitos que debe hacerse cargo de la diferencia. Para fabricar dinero sólo hace falta una imprenta, papel y tinta. Ahora bien, cosa totalmente distinta y, hasta opuesta, es fabricar (producir) riqueza. Cada billete que imprime, gasta y malgasta el Estado obtiene valor sólo en la medida en que representa la riqueza producida por alguien ajeno a él. No es con el capital propio que los presidentes, gobernadores, intendentes y legisladores hacen “justicia social” repartiendo subsidios, casas y zapatillas sino con el dinero de los contribuyentes. Por lo demás, que no pocos destinen parte sustancial de ese saqueo a la propaganda que los muestra como benefactores de los desposeídos revela la catadura moral de ciertos sujetos. Es el caso de los kirchneristas que, en lugar de política energética, hicieron política electoral al mantener artificialmente fijo el precio de las tarifas mientras la inflación subía por el ascensor. El resultado previsible, advertido a coro por todos los especialistas en la materia, fue el derroche de recursos, desabastecimiento energético y la desinversión en exploración y producción. Que los que nos condujeron directo a este colapso se rasguen ahora las vestiduras por el sinceramiento tarifario es de un cinismo escatológico. Pero no sólo ellos sino también la izquierda y los ex kirchneristas de la primera hora Felipe Solá, Camaño, Maza y demás rompen lanzas contra el “tarifazo” de Macri. Se compadecen por los que sufrirán el aumento pero nada dicen de los que desde hace más de una década vienen financiando energía barata para que los funcionarios hagan populismo y/ o pingües negocios. En Argentina y en la China la energía se paga lo que vale y lo que no paga uno lo paga otro. La única manera real de bajar el precio en el corto plazo es bajar o eliminar la carga impositiva de la tarifa (35% de lo que se paga, promedio); pero de eso ningún diputado (de la oposición o el oficialismo) habla. Es que hay que pagar dietas de legisladores, sueldos de ministros, pasajes de avión, asesores, los ranchos indignos construidos por Milagro Salas y Bonafini, la persecución estatal infame a los ancianos militares y policías que lucharon contra la subversión, los gastos corrientes de la familia de Santiago Maldonado, y, no alcanza. De allí que la parte del león de las tarifas de los servicios públicos vaya para el Estado, el obligado socio que aparece a la hora del reparto de las ganancias. Ese dinero es sagrado y ¡guay del que lo toque! Faltaba más…
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Abril 21, 2018
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