Según el Cambridge Dictionary, un ermitaño es “una persona que vive sola y apartada del resto de la sociedad, especialmente por motivos religiosos”. Pero en realidad, estos personajes pueden ser mucho más complejos. Durante más de 1.500 años, los reclusos santos, excéntricos o multimillonarios han sido figuras fascinantes, pero también llenas de paradojas.
Cuando Howard Hughes murió en abril de 1976, oficialmente por insuficiencia renal, Hughes medía 188 centímetros (6 pies 2 pulgadas) y pesaba solo 41 kilogramos (90 libras). Había sido una vez el gran hombre de la Renovación de América: un aviador temerario, un cineasta visionario y una figura de glamour de alto nivel. Cuando los millonarios aún eran seres míticos, inalcanzables, Hughes era multimillonario.
En 1950, Hughes ya estaba tan obsesionado con los gérmenes que las ventanas sin usar de sus autos y casas estaban selladas con cinta adhesiva. Los ayudantes, mucamos, conductores y empleados de mensajería tenían que usar guantes de algodón blanco del tipo que se usa en la edición de películas. Ppara abrir una lata de comida para Hughes se necesitaba un periódico sin abrir, un abrelatas estéril, un plato grande estéril, un tenedor estéril, una cuchara estéril, dos cepillos estériles, dos barras de jabón y papel-toalla estéril.
En la primavera de 1957, Hughes vivía en el hotel Beverley Hills en Bungalow Four. Se negó a permitir que los conserjes limpiaran y prohibió a sus proyeccionistas y guardias ir al baño, sugiriendo que usaran cartones de leche para hacer sus necesidades. Usando la misma camisa marrón y pantalones durante semanas, de repente se quitó la ropa y anduvo desnudo. Negándose a tocar los picaportes de las puertas, pateaba las aberturas como señal para que un ayudante las abriera. Durante largos períodos, Hughes, con el pelo y la barba desordenados y sin lavar, y las uñas de los pies y las manos tan largas que se enroscaban sobre sí mismas, debió parecer indistinguible de cualquier vagabundo estadounidense.
Más allá de toda ayuda ordinaria, Hughes fue la víctima suprema de la opulencia. No tenia amigos. Cuando el hotel Las Vegas Desert Inn trató de expulsarlo a él y a su séquito en 1966 para acomodar a los huéspedes adinerados del Año Nuevo, Hughes compró el lugar. Como el Rey Lear, Hughes pudo haber sido víctima de sus propios engaños de poder. Pero Lear, al menos, tuvo una epifanía tardía con su hija Cordelia.
Dólar por dólar, Howard Hughes fue quizás el hombre miserablemente más caro del siglo XX.
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Según el Cambridge Dictionary, un ermitaño es “una persona que vive sola y apartada del resto de la sociedad, especialmente por motivos religiosos”. Pero en realidad, estos personajes pueden ser mucho más complejos. Durante más de 1.500 años, los reclusos santos, excéntricos o multimillonarios han sido figuras fascinantes, pero también llenas de paradojas.
Cuando Howard Hughes murió en abril de 1976, oficialmente por insuficiencia renal, Hughes medía 188 centímetros (6 pies 2 pulgadas) y pesaba solo 41 kilogramos (90 libras). Había sido una vez el gran hombre de la Renovación de América: un aviador temerario, un cineasta visionario y una figura de glamour de alto nivel. Cuando los millonarios aún eran seres míticos, inalcanzables, Hughes era multimillonario.
En 1950, Hughes ya estaba tan obsesionado con los gérmenes que las ventanas sin usar de sus autos y casas estaban selladas con cinta adhesiva. Los ayudantes, mucamos, conductores y empleados de mensajería tenían que usar guantes de algodón blanco del tipo que se usa en la edición de películas. Ppara abrir una lata de comida para Hughes se necesitaba un periódico sin abrir, un abrelatas estéril, un plato grande estéril, un tenedor estéril, una cuchara estéril, dos cepillos estériles, dos barras de jabón y papel-toalla estéril.
En la primavera de 1957, Hughes vivía en el hotel Beverley Hills en Bungalow Four. Se negó a permitir que los conserjes limpiaran y prohibió a sus proyeccionistas y guardias ir al baño, sugiriendo que usaran cartones de leche para hacer sus necesidades. Usando la misma camisa marrón y pantalones durante semanas, de repente se quitó la ropa y anduvo desnudo. Negándose a tocar los picaportes de las puertas, pateaba las aberturas como señal para que un ayudante las abriera. Durante largos períodos, Hughes, con el pelo y la barba desordenados y sin lavar, y las uñas de los pies y las manos tan largas que se enroscaban sobre sí mismas, debió parecer indistinguible de cualquier vagabundo estadounidense.
Más allá de toda ayuda ordinaria, Hughes fue la víctima suprema de la opulencia. No tenia amigos. Cuando el hotel Las Vegas Desert Inn trató de expulsarlo a él y a su séquito en 1966 para acomodar a los huéspedes adinerados del Año Nuevo, Hughes compró el lugar. Como el Rey Lear, Hughes pudo haber sido víctima de sus propios engaños de poder. Pero Lear, al menos, tuvo una epifanía tardía con su hija Cordelia.
Dólar por dólar, Howard Hughes fue quizás el hombre miserablemente más caro del siglo XX.
PrisioneroEnArgentina.com
Julio 1, 2021
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