Sábado inusual para mí. Se trataba del reencuentro con un viejo compañero de la universidad que visita Florida y pese a que he presionado el modo de ermitaño desde hace un par de años y la broma recurrente que suelo usar “no me gusta la gente”, que por otra parte se está volviendo realidad día a día, gané la calle para cumplir con la reunión. Winter Garden es el típico pueblito de las películas, con un boulevard donde bandas musicales de composiciones alemanas chocan con grupos que interpretan música de los años setenta. Un mago apostado en la entrada de una vieja casa victoriana que hoy es un restaurante o un edificio colonial reconvertido en un hotel obtiene una escenografía casual a sus espaldas, una joven haciendo malabarismos con antorchas encendidas, una cocina con ruedas que se desplaza a control remoto,
La gente sonríe. El ambiente es agradable. Residentes y visitantes se funden en una atmósfera distendida. Las sillas plegables comienzan a abrirse alrededor de uno de los tres escenarios que decoran las plazoletas de Plant Street, en este día y en esa hora, ya convertida en una peatonal, prestos a disfrutar del show. No importa si es rock, bluegrass, folclore hawaiano o una tarantela.
Están dispuestos a pasar un rato ameno en familia, ya que el abuelo tiene en sus faldas a su nieto de cinco años mientras su nuera hamaca en sus brazos a su bebé de pocos días, mientras el esposo de esta vigila que su niña de tres años no se atragante con la porción de pizza que acaba de comprar.
Pero hay que mirar detenidamente. Si bien pensamos que es improbable -por la simple razón de que a mí no me va a pasar nada– hay un silencioso movimiento detrás de la algarabía. Algo que está al acecho, pero nadie quiere reconocerlo en medio de la fiesta. Para ello, me hice hacia atrás y comencé a divisar camiones y patrulleros que cortaban los accesos a la calle principal, impidiendo el avance de cualquier vehículo con intenciones asesinas.
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Winter Park, Florida. Grandes camiones y patrulleros policiales bloquean calles de acceso.
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Nueva York y Las Vegas se encuentran muy presentes en los pensamientos y si bien un ataque puede propiciarse con un simple cuchillo, al menos hay medidas preventivas, método que da un aire fresco de seguridad a la población.
Si bien no está en estado de pánico, América está alerta.
Terrorismo
Sábado inusual para mí. Se trataba del reencuentro con un viejo compañero de la universidad que visita Florida y pese a que he presionado el modo de ermitaño desde hace un par de años y la broma recurrente que suelo usar “no me gusta la gente”, que por otra parte se está volviendo realidad día a día, gané la calle para cumplir con la reunión. Winter Garden es el típico pueblito de las películas, con un boulevard donde bandas musicales de composiciones alemanas chocan con grupos que interpretan música de los años setenta. Un mago apostado en la entrada de una vieja casa victoriana que hoy es un restaurante o un edificio colonial reconvertido en un hotel obtiene una escenografía casual a sus espaldas, una joven haciendo malabarismos con antorchas encendidas, una cocina con ruedas que se desplaza a control remoto,
[ezcol_1third][/ezcol_1third] [ezcol_1third][/ezcol_1third] [ezcol_1third_end][/ezcol_1third_end]La gente sonríe. El ambiente es agradable. Residentes y visitantes se funden en una atmósfera distendida. Las sillas plegables comienzan a abrirse alrededor de uno de los tres escenarios que decoran las plazoletas de Plant Street, en este día y en esa hora, ya convertida en una peatonal, prestos a disfrutar del show. No importa si es rock, bluegrass, folclore hawaiano o una tarantela.
[ezcol_1third][/ezcol_1third] [ezcol_1third][/ezcol_1third] [ezcol_1third_end][/ezcol_1third_end]Están dispuestos a pasar un rato ameno en familia, ya que el abuelo tiene en sus faldas a su nieto de cinco años mientras su nuera hamaca en sus brazos a su bebé de pocos días, mientras el esposo de esta vigila que su niña de tres años no se atragante con la porción de pizza que acaba de comprar.
Pero hay que mirar detenidamente. Si bien pensamos que es improbable -por la simple razón de que a mí no me va a pasar nada– hay un silencioso movimiento detrás de la algarabía. Algo que está al acecho, pero nadie quiere reconocerlo en medio de la fiesta. Para ello, me hice hacia atrás y comencé a divisar camiones y patrulleros que cortaban los accesos a la calle principal, impidiendo el avance de cualquier vehículo con intenciones asesinas.
[ezcol_1half][/ezcol_1half] [ezcol_1half_end]Winter Park, Florida. Grandes camiones y patrulleros policiales bloquean calles de acceso.
[/ezcol_1half_end]Nueva York y Las Vegas se encuentran muy presentes en los pensamientos y si bien un ataque puede propiciarse con un simple cuchillo, al menos hay medidas preventivas, método que da un aire fresco de seguridad a la población.
Si bien no está en estado de pánico, América está alerta.
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