-Do you want the Cancer? (¿Quiere usted el cáncer?)
-What…? (¿Qué…?)
-Do you want the Cancer? (¿Quiere usted el cáncer?)
-I beg your pardon…? (¿Le ruego me disculpe…?)
-The can, sir…? Or you want a glass? -the Flight Attendat said, showing him a can of Coke (¿La lata, señor…? ¿O prefiere usted en un vaso? -dijo la aeromoza, mostrándole la lata de coca cola).
(Escena de la película Up in the Air, de Jason Reitman)
Comenzó al finalizar. Argentina -en un juego decepcionante- había igualado con Islandia y comencé a sentir mareos. Mareos y fiebre. Mareos, fiebre y nauseas. Me ocurre un par de veces al año, por lo que decidí arremeter contra la ola de trabajo atrasado y tal vez, ver otros partidos del mundial mas tarde. Un par de horas después, caí en cama. El resultado del encuentro me llevó a esa condición. ¿Hay otra explicación científica más evidente que esta hipótesis?
La noche no fue mi amiga. Cinco o seis veces, tiritando mas que Donald McCluskey, me arrastré hasta la ducha envuelto en transpiración para volver a buscar asilo político bajo médanos de frazadas (No, ni Boudou, ni Dujovne moran allí. Parece que en Estados Unidos es grave fraguar direcciones) La mañana no me recibió de la mejor manera. La sed me forzó a correr desde la pieza a la cocina y el pasillo que conduce a la misma se movía como si lo hubiera construido Javier Iguacel. Apoyé mis manos en las paredes y detuve el bamboleo para tomar por asalto el refrigerador. El agua tenía gusto a jugo de tomate, el jugo de tomate sabía a 7up, la 7up a Windex (No pregunte como se que sabe a Windex) y no solo el sabor. Todo era denso. El rio de María Julia hubiera sido más potable. Pasé frente a un espejo y vi a un fantasma. La imagen -muy familiar- imitaba cada uno de mis torpes movimientos. Como pude, y acarreando tres vasos, volví a la cama. La cama también se movía, pero la explicación era mas lógica: La había construido yo unos meses antes. Si usted supiera un cinco por ciento de mi vida sabría que no soy muy funcional con mis manos y que nunca sigo indicaciones de manuales o guías para armar muebles. El resultado esperado será una cama con cierto ritmo. En fin, yo no trabajo para el Estado. Las horas pasaban y pude experimentar la transformación de Michael Jackson. Mis pómulos se habían hundido, y mi piel -una vez que pude lavar las gotas de transpiración- era blanca como un papel.
Al segundo día había perdido casi ocho libras. Millones de mujeres y hombres gastan fortunas en libros de control de calorías, fajas, máquinas para quemar grasas, comidas dietéticas, y yo solito -con la galopante fiebre como aliada- lo conseguí sin desembolsar un solo dólar. Si alguna vez necesitan un ministro de economía…
Pero hay otro lado en la moneda. Al tercer día, lucía verde. Fue el punto de quiebre. Mi hija -en plena tarea conspirativa planeada por mi madre, no lo dudo- me maniató por la espalda, me arrojó dentro de un chaleco de fuerza que tiene reservado para casos especiales y me llevó a empellones hacía una clínica digna de la confianza de Google. Al llegar, el primer paso es llenar una innumerable cantidad de páginas con información personal. Debido a la fiebre, solo recuerdo haber cubierto algunos formularios:
Nombre: Fabian Kussman
Fecha de Nacimiento: Octubre 6, 1964 (Como la recepcionista era un tanto atractiva, el “4” pareció casi un “9”)
Sexo: De tanto en tanto
Raza: Humana
Alergias: A la comida sana
Seguro de Salud: Si te aseguraran la salud, nadie necesitaría a un médico
La recepcionista examinó los formularios y decidió que lo mejor sería apurar la consulta o derivarme a un siquiatra experimentado. Una enfermera me trasladó a una habitación en la cual cableado a una máquina comencé a recibir información: Temperatura 104.3 (40.2); Presión arterial 85-160
En tres segundos-dos décimas, tenía dos cápsulas en mi boca.
En dos minutos, la mujer extrajo muestras de sangre, saliva y mucosa nasal. El recipiente de orina lo tuve que llenar solito.
En cuatro minutos, hubo cambio de guardia.
Acto seguido, hizo su ingreso el doctor Wai, sin rastro alguno de tradicionales ropas asiáticas. El tipo -un ganador- vestido con pantalones Armani, camisa Ermenegildo Zegna, Rolex, y un par de Stefano Bemer con cordones que parecían de madera. Un George Clooney coreano.
“Respira y exhala” -dijo el doctor George Clooney, dejando en claro que, con la recepcionista, ni remotas posibilidades. Argentina 0 Corea 1.
“Tose” -ordenó sonriendo mientras llevaba su pulgar y su índice a mi garganta.
“Respira y exhala una vez más” -pidió cortésmente mientras observaba en el monitor montado en la pared el resultado de mis análisis. “Bronquitis. Y no me gusta esto en la garganta”
Como explicarle al buen doctor que, pese a esta apariencia indestructible a lo Clint Eastwood, ruda macho a lo Mickey Rourke e impenetrable a lo Harrison Ford, tengo una piel sensible y no me afeito todos los días.
“Lymphadenopathya” -dijo el galeno. ¡Ja! Como si yo hablara islandés.
“Lymphadenopathya” -repitió asintiendo, a lo que repetí asintiendo y esperando que me mostrara porque esa lymphadenopathya era mejor que mi un dólar y cincuenta centavos crema de afeitar de Wal Mart.
¡¡¡¡¡Oh!!!!! Lymphadenopathya!!!! Con ese nombre no puede ser nada bueno.
Treinta minutos después, un analgésico, un antibiótico y una recomendación para un Cat Scan (O tomografía) me encontré sentado frente a la administradora. Sin equipo médico alguno o técnico presente, mi condición cardiaca sería puesta a prueba. Una vez chequeado mi estatus en la compañía de salud, el daño a mi billetera fue CERO dólares con CERO centavo. Ya me sentía bien. Ya había cesado la fiebre. Hasta había recobrado el apetito.
Alguien dijo que Dios no sólo juega a los dados. A veces también echa los dados donde no pueden ser vistos, pero Stephen Hawkins no sabía que yo domino un poco Internet, de manera que comencé a leer con detenimiento.
La linfoadenopatía es usualmente causada por una infección bacteriana o Cáncer, infección vírica… o Cáncer. Otras causas incluyen alergias a medicamentos o Cáncer, alergias a vacunas, o Cáncer, y enfermedades que afectan el tejido que apoya, y protege los órganos. O Cáncer.
Totalmente ignorante de procedimientos médicos, imaginé que un Cat Scan era una gran capsula en donde estaría conectado a varios cables mientras cien monitores harían saltar miles de agujas indicadoras de malos funcionamientos en mi cuerpo (esperando que no señalaran malos funcionamientos en mi mente) o -si usted fue espectador de la película El Exorcista II: El Hereje, una cámara cerrada en donde incontables fotografías al unísono harían estallar mis tímpanos. Gran desilusión. Una muy breve estadía en una camilla mas confortable que mi cama, que se deslizó suavemente dentro de un compartimiento donde es imposible sufrir claustrofobia o fobia alguna, completaron el acto. Cuando ya me hallaba en posición de tomar una siesta, el técnico encargado del operativo dio por finalizado el mismo.
En tres días tendría los resultados. Setenta y dos horas. 4320 minutos de tensión que me separaban de la vida a una nueva experiencia imposible de contar. Una angustia que consumiría mi carne, mi sangre, mi tranquilidad. Toda mi vida pasaría ante mis ojos. Todos los seres queridos. Mis vivencias. Mis aciertos (O mi acierto) y mis errores (O toneladas de errores). Pero ese día la Selección Argentina de futbol jugaba con Nigeria en un partido decisivo para las aspiraciones albicelestes, por lo cual decidí postergar el llamado al doctor que tendría mis resultados (En realidad, el doctor Wai había llamado dos minutos antes del comienzo del encuentro deportivo. ¿Cómo se atreve…? Después de casi dos horas de patear el aire, empujar con la cabeza, insultar árbitros y jugadores, llegó el gol de Rojo para asegurar la clasificación Argentina a la segunda fase del torneo mundial. ¿Qué tenía que hacer yo, ahora? No es viernes… hmm, sacar la basura, no. Oh, sí. Llamar al galeno.
Luego de dar mis datos y los tres últimos números del seguro social, mi interlocutor pareció comenzar a leer mi expediente (O reporte médico) dejando pasar varios segundos.
“Oh, oh -pensé, con mi cabeza aún visualizando el gol de Marcos Rojo- tantos minutos, nada bueno debe ser. Nada bueno debe ser si se tarda tanto tiempo”
-Negativo -señaló el encargado de leer mi suerte. “Negativo”
– ¿Negativo? -consulté -Negativo para mi es malo.
-No. Negativo es bueno. No hay nada raro con tu salud -se apresuró a decir al otro lado del teléfono.
Antes de que este sujeto pudiera añadir “…psicológicamente, no lo sé…”, me adelanté a preguntar:
– ¿Y ahora?
-No sé -dijo el encargado- tu eres dueño de tu vida. Una vida que debe ser aprovechada en cada minuto, a cada segundo… exprimirla…
Agradecí a mi nuevo gurú y le comuniqué las buenas nuevas (para algunos) a mi hija para luego proceder a hacer lo mismo con mis padres. Skype es una herramienta importante, sobre todo para mi padre que con su tercer ojo (invisible, no es pariente de Cronos o parte de la mitología griega) puede discernir si miento o no. Mi madre, mi madre es más difícil. Ella ni creía que yo visitaría a un médico y mucho menos me realizaría estudios científicos.
-Mostrando los resultados -dijo el vientre culpable de mi existencia- Mostrando los resultados…
Los resultados podrían ser recogidos inmediatamente, pero a veces inmediatamente significa mañana, u otro día que mi vehículo automotor pasara cerca de la clínica. Un lunes de lluvia, mi auto pasó por allí y se detuvo frente a las oficinas de mi especialista.
-No nos enviaron los resultados todavía. Tendrás que venir en un par de días.
“Claro” pensé “Por supuesto! ¡Me leyeron los resultados de otro paciente!”
Y allí comencé a perder peso (Lo cual no es enteramente malo) Mis mejillas perdieron color y las casas funerarias comenzaron a llamar a mi celular con ofertas interesantes. Si utilizaba un sarcófago de cartón, el mismo costaba unos 700 dólares. Había cartón de lujo, si yo quisiera considerarlo…
-Perdón -se excusó la recepcionista- Escribieron “Fabian” como apellido… como aquella película de Robert De Niro… Harry Fabian. ¿Recuerdas?
-Aha… entonces todo está bien? ¿No voy a morir?
-No todavía. No. -dijo la joven entregando una sonrisa y mis análisis clínicos.
Adiós a “Mis Memorias”, a la más interesante historia jamás contada. A despedidas. A confesiones. A “Adiós, muchachos”. Nada.
Retorné a mi casa y a las tareas de todos los días. Ni Tom Hanks, ni David Caruso interpretarían la película de mi vida. Solo quedaba enfrentar a Francia y a las cotidianas desventuras mundiales. Y sabemos que esas historias son más tristes todavía.
Por Fabian Kussman
-Do you want the Cancer? (¿Quiere usted el cáncer?)
-What…? (¿Qué…?)
-Do you want the Cancer? (¿Quiere usted el cáncer?)
-I beg your pardon…? (¿Le ruego me disculpe…?)
-The can, sir…? Or you want a glass? -the Flight Attendat said, showing him a can of Coke (¿La lata, señor…? ¿O prefiere usted en un vaso? -dijo la aeromoza, mostrándole la lata de coca cola).
(Escena de la película Up in the Air, de Jason Reitman)
Comenzó al finalizar. Argentina -en un juego decepcionante- había igualado con Islandia y comencé a sentir mareos. Mareos y fiebre. Mareos, fiebre y nauseas. Me ocurre un par de veces al año, por lo que decidí arremeter contra la ola de trabajo atrasado y tal vez, ver otros partidos del mundial mas tarde. Un par de horas después, caí en cama. El resultado del encuentro me llevó a esa condición. ¿Hay otra explicación científica más evidente que esta hipótesis?
La noche no fue mi amiga. Cinco o seis veces, tiritando mas que Donald McCluskey, me arrastré hasta la ducha envuelto en transpiración para volver a buscar asilo político bajo médanos de frazadas (No, ni Boudou, ni Dujovne moran allí. Parece que en Estados Unidos es grave fraguar direcciones) La mañana no me recibió de la mejor manera. La sed me forzó a correr desde la pieza a la cocina y el pasillo que conduce a la misma se movía como si lo hubiera construido Javier Iguacel. Apoyé mis manos en las paredes y detuve el bamboleo para tomar por asalto el refrigerador. El agua tenía gusto a jugo de tomate, el jugo de tomate sabía a 7up, la 7up a Windex (No pregunte como se que sabe a Windex) y no solo el sabor. Todo era denso. El rio de María Julia hubiera sido más potable. Pasé frente a un espejo y vi a un fantasma. La imagen -muy familiar- imitaba cada uno de mis torpes movimientos. Como pude, y acarreando tres vasos, volví a la cama. La cama también se movía, pero la explicación era mas lógica: La había construido yo unos meses antes. Si usted supiera un cinco por ciento de mi vida sabría que no soy muy funcional con mis manos y que nunca sigo indicaciones de manuales o guías para armar muebles. El resultado esperado será una cama con cierto ritmo. En fin, yo no trabajo para el Estado. Las horas pasaban y pude experimentar la transformación de Michael Jackson. Mis pómulos se habían hundido, y mi piel -una vez que pude lavar las gotas de transpiración- era blanca como un papel.
Al segundo día había perdido casi ocho libras. Millones de mujeres y hombres gastan fortunas en libros de control de calorías, fajas, máquinas para quemar grasas, comidas dietéticas, y yo solito -con la galopante fiebre como aliada- lo conseguí sin desembolsar un solo dólar. Si alguna vez necesitan un ministro de economía…
Pero hay otro lado en la moneda. Al tercer día, lucía verde. Fue el punto de quiebre. Mi hija -en plena tarea conspirativa planeada por mi madre, no lo dudo- me maniató por la espalda, me arrojó dentro de un chaleco de fuerza que tiene reservado para casos especiales y me llevó a empellones hacía una clínica digna de la confianza de Google. Al llegar, el primer paso es llenar una innumerable cantidad de páginas con información personal. Debido a la fiebre, solo recuerdo haber cubierto algunos formularios:
Nombre: Fabian Kussman
Fecha de Nacimiento: Octubre 6, 1964 (Como la recepcionista era un tanto atractiva, el “4” pareció casi un “9”)
Sexo: De tanto en tanto
Raza: Humana
Alergias: A la comida sana
Seguro de Salud: Si te aseguraran la salud, nadie necesitaría a un médico
Problemas cardíacos: Contesto después de pagar
Incidentes Paranoicos: ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Quién quiere saber esto?
La recepcionista examinó los formularios y decidió que lo mejor sería apurar la consulta o derivarme a un siquiatra experimentado. Una enfermera me trasladó a una habitación en la cual cableado a una máquina comencé a recibir información: Temperatura 104.3 (40.2); Presión arterial 85-160
En tres segundos-dos décimas, tenía dos cápsulas en mi boca.
En dos minutos, la mujer extrajo muestras de sangre, saliva y mucosa nasal. El recipiente de orina lo tuve que llenar solito.
En cuatro minutos, hubo cambio de guardia.
Acto seguido, hizo su ingreso el doctor Wai, sin rastro alguno de tradicionales ropas asiáticas. El tipo -un ganador- vestido con pantalones Armani, camisa Ermenegildo Zegna, Rolex, y un par de Stefano Bemer con cordones que parecían de madera. Un George Clooney coreano.
“Respira y exhala” -dijo el doctor George Clooney, dejando en claro que, con la recepcionista, ni remotas posibilidades. Argentina 0 Corea 1.
“Tose” -ordenó sonriendo mientras llevaba su pulgar y su índice a mi garganta.
“Respira y exhala una vez más” -pidió cortésmente mientras observaba en el monitor montado en la pared el resultado de mis análisis. “Bronquitis. Y no me gusta esto en la garganta”
Como explicarle al buen doctor que, pese a esta apariencia indestructible a lo Clint Eastwood, ruda macho a lo Mickey Rourke e impenetrable a lo Harrison Ford, tengo una piel sensible y no me afeito todos los días.
“Lymphadenopathya” -dijo el galeno. ¡Ja! Como si yo hablara islandés.
“Lymphadenopathya” -repitió asintiendo, a lo que repetí asintiendo y esperando que me mostrara porque esa lymphadenopathya era mejor que mi un dólar y cincuenta centavos crema de afeitar de Wal Mart.
¡¡¡¡¡Oh!!!!! Lymphadenopathya!!!! Con ese nombre no puede ser nada bueno.
Treinta minutos después, un analgésico, un antibiótico y una recomendación para un Cat Scan (O tomografía) me encontré sentado frente a la administradora. Sin equipo médico alguno o técnico presente, mi condición cardiaca sería puesta a prueba. Una vez chequeado mi estatus en la compañía de salud, el daño a mi billetera fue CERO dólares con CERO centavo. Ya me sentía bien. Ya había cesado la fiebre. Hasta había recobrado el apetito.
Alguien dijo que Dios no sólo juega a los dados. A veces también echa los dados donde no pueden ser vistos, pero Stephen Hawkins no sabía que yo domino un poco Internet, de manera que comencé a leer con detenimiento.
La linfoadenopatía es usualmente causada por una infección bacteriana o Cáncer, infección vírica… o Cáncer. Otras causas incluyen alergias a medicamentos o Cáncer, alergias a vacunas, o Cáncer, y enfermedades que afectan el tejido que apoya, y protege los órganos. O Cáncer.
Totalmente ignorante de procedimientos médicos, imaginé que un Cat Scan era una gran capsula en donde estaría conectado a varios cables mientras cien monitores harían saltar miles de agujas indicadoras de malos funcionamientos en mi cuerpo (esperando que no señalaran malos funcionamientos en mi mente) o -si usted fue espectador de la película El Exorcista II: El Hereje, una cámara cerrada en donde incontables fotografías al unísono harían estallar mis tímpanos. Gran desilusión. Una muy breve estadía en una camilla mas confortable que mi cama, que se deslizó suavemente dentro de un compartimiento donde es imposible sufrir claustrofobia o fobia alguna, completaron el acto. Cuando ya me hallaba en posición de tomar una siesta, el técnico encargado del operativo dio por finalizado el mismo.
En tres días tendría los resultados. Setenta y dos horas. 4320 minutos de tensión que me separaban de la vida a una nueva experiencia imposible de contar. Una angustia que consumiría mi carne, mi sangre, mi tranquilidad. Toda mi vida pasaría ante mis ojos. Todos los seres queridos. Mis vivencias. Mis aciertos (O mi acierto) y mis errores (O toneladas de errores). Pero ese día la Selección Argentina de futbol jugaba con Nigeria en un partido decisivo para las aspiraciones albicelestes, por lo cual decidí postergar el llamado al doctor que tendría mis resultados (En realidad, el doctor Wai había llamado dos minutos antes del comienzo del encuentro deportivo. ¿Cómo se atreve…? Después de casi dos horas de patear el aire, empujar con la cabeza, insultar árbitros y jugadores, llegó el gol de Rojo para asegurar la clasificación Argentina a la segunda fase del torneo mundial. ¿Qué tenía que hacer yo, ahora? No es viernes… hmm, sacar la basura, no. Oh, sí. Llamar al galeno.
Luego de dar mis datos y los tres últimos números del seguro social, mi interlocutor pareció comenzar a leer mi expediente (O reporte médico) dejando pasar varios segundos.
“Oh, oh -pensé, con mi cabeza aún visualizando el gol de Marcos Rojo- tantos minutos, nada bueno debe ser. Nada bueno debe ser si se tarda tanto tiempo”
-Negativo -señaló el encargado de leer mi suerte. “Negativo”
– ¿Negativo? -consulté -Negativo para mi es malo.
-No. Negativo es bueno. No hay nada raro con tu salud -se apresuró a decir al otro lado del teléfono.
Antes de que este sujeto pudiera añadir “…psicológicamente, no lo sé…”, me adelanté a preguntar:
– ¿Y ahora?
-No sé -dijo el encargado- tu eres dueño de tu vida. Una vida que debe ser aprovechada en cada minuto, a cada segundo… exprimirla…
Agradecí a mi nuevo gurú y le comuniqué las buenas nuevas (para algunos) a mi hija para luego proceder a hacer lo mismo con mis padres. Skype es una herramienta importante, sobre todo para mi padre que con su tercer ojo (invisible, no es pariente de Cronos o parte de la mitología griega) puede discernir si miento o no. Mi madre, mi madre es más difícil. Ella ni creía que yo visitaría a un médico y mucho menos me realizaría estudios científicos.
-Mostrando los resultados -dijo el vientre culpable de mi existencia- Mostrando los resultados…
Los resultados podrían ser recogidos inmediatamente, pero a veces inmediatamente significa mañana, u otro día que mi vehículo automotor pasara cerca de la clínica. Un lunes de lluvia, mi auto pasó por allí y se detuvo frente a las oficinas de mi especialista.
-No nos enviaron los resultados todavía. Tendrás que venir en un par de días.
“Claro” pensé “Por supuesto! ¡Me leyeron los resultados de otro paciente!”
Y allí comencé a perder peso (Lo cual no es enteramente malo) Mis mejillas perdieron color y las casas funerarias comenzaron a llamar a mi celular con ofertas interesantes. Si utilizaba un sarcófago de cartón, el mismo costaba unos 700 dólares. Había cartón de lujo, si yo quisiera considerarlo…
-Perdón -se excusó la recepcionista- Escribieron “Fabian” como apellido… como aquella película de Robert De Niro… Harry Fabian. ¿Recuerdas?
-Aha… entonces todo está bien? ¿No voy a morir?
-No todavía. No. -dijo la joven entregando una sonrisa y mis análisis clínicos.
Adiós a “Mis Memorias”, a la más interesante historia jamás contada. A despedidas. A confesiones. A “Adiós, muchachos”. Nada.
Retorné a mi casa y a las tareas de todos los días. Ni Tom Hanks, ni David Caruso interpretarían la película de mi vida. Solo quedaba enfrentar a Francia y a las cotidianas desventuras mundiales. Y sabemos que esas historias son más tristes todavía.
Fabian Kussman
www.PrisioneroEnArgentina.com
Julio 29, 2018
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