Al entrar los Estafeteros al patio del Destacamento, se presentó ante sus ojos el macabro espectáculo de los cuerpos sin vida, horriblemente mutilados. Era el mes de marzo de 1919 y la tierra formoseña se empapaba de sangre en Fortín Yunká, un caserío al norte del territorio, cerca de la frontera con Paraguay; por allí había pasado el último malón que registra la historia argentina.
Absorbidos por los episodios de la Conquista del Desierto Pampeano, los historiadores relegan a veces de su interés la lucha que se entabló en la frontera formoseña y que tuvo un antagonista esencial: el indio.
A consecuencia del choque desapareció una cultura que recién los estudios contemporáneos están valorando en toda su profundidad; un rico folklore oral, cadencias musicales originales, una colorida cosmovisión, una organización social estable, son los elementos que compensan en la apreciación actual el pobre desarrollo de las técnicas indígenas y que ayudan a ver bajo otro aspecto a los temibles “salvajes” de la historia habitual.
Fue después de la guerra con Paraguay, una vez fijada la frontera, que el gobierno argentino advirtió las posibilidades económicas inmediatas de la región y se propuso llevar a cabo un plan sistemático de colonización. Los incidentes con los aborígenes no tardaron en menudear, caracterizados por las mismas crueldades que se vieron en el sur, la misma incomprensión de los argumentos del enemigo por parte de ambos bandos, la misma y abrumadora diferencia técnica de armamentos. Los sobrecogedores sucesos de Fortín Yunká revelan el tipo de lucha entablada. (Hoy Fortín Sargento Primero Leyes, en el Dpto. Patiño, sobre Río Pilcomayo)
Un día antes de la tragedia, el Sargento Primero Fernando o Fermín Leyes (no esta claro cual es el verdadero nombre) llegaba al lugar, trasladando a su familia en un carromato a través de la selva formoseña y dispuesto a tomar posesión de su nuevo destino. Era el último en incorporarse al pequeño grupo de hombres que allí se constituiría en avanzada de la civilización. En los montes cercanos, los aborígenes y sus precarias viviendas poblaban las costas del río Pilcomayo.
De lo que aconteció ese día de marzo, queda el vivido relato de Ariel Vergara Bai: “Era la hora de la siesta y seguramente la unidad militar estaba entregada a sus rutinarias tareas castrenses, cuando se escuchó de improviso, un alarido infernal. Decenas de indígenas se abatieron sobre los infelices soldados, sus mujeres e hijos y sembraron la muerte sin reparar en edades ni categorías”. Solo unos pocos se salvaron milagrosamente, los Gendarmes Félix Bustos y Waldino Almeida, enviados poco antes como estafeteros al Fortín Pegaldá y el cantinero Benítez, que había viajado a Comandante Fontana en busca de provisiones.
“Los primeros en comprobar el martirio – relata Vergara Bai – fueron Bustos u Almeida, que regresaron antes de lo previsto. Frente al rancho de Almeida una visión fantasmagóricamente cruel lo dejó inmóvil: Polonia Enciso, cribada a lanzazos, apretaba contra su pecho a su hijita Herminda, herida de un balazo. Su hijo varón, aún con vida, estaba junto a un árbol, en el mismo lugar donde los indios lo habían azotado brutalmente” Presas del llanto, consolando al pequeño, se alejaron rápidamente hacia las mulas, atadas junto a los quebrachos que rodeaban el mangrullo. La sensación de espanto seguramente se sumaba al temor de que la indiada los atacara de improviso. Lentamente, esperando en cada vuelta del sendero ser víctimas de una emboscada, llevaron consigo al único sobreviviente del malón.
El segundo acto del drama comenzó tres días más tarde, cuando el Capitán Enrique Gil Boy, Jefe accidental del Regimiento de Gendarmería de Línea, con asiento en Formosa, se enteró de la tragedia, por medio de un telegrama. Inmediatamente se inició la persecución del Cacique Garcete, responsable de la indiada. El Sargento Primero Pascual Ramírez, uno de los Gendarmes que integraron el pelotón, recordó en un periódico de le época “Habíamos llegado a China Satandí, una toldería del Cacique Garcete. Allí de trabó furioso combate y los indios huyeron despavoridos. Al día siguiente prendimos fuego a sus ranchos. Con el calor agobiante, amenazados constantemente por las víboras, ubicamos finalmente el cuartel general del culpable e iniciamos el ataque. Ante el fuego encarnizado el indio intentó huir, dejando abandonados en sus tierras a 40 vacas de pura raza y numerosos elementos militares, prueba evidente de que él había cometido la barbarie de Fortín Yunká”.
Cuando la del malón se convirtió en una de las tantas historias que jalonaron la vida de Formosa, uno de los que más sufrieron sus consecuencias, la rescató para siempre del olvido: fue un 25 de mayo de 1934, al recordarse con un monolito la última batalla entre aborígenes y cristianos. Ese día, un Gendarme de facciones endurecidas montaba guardia con la mirada fija en el monte cercano. El hijo de Polonia Enciso y Waldino Almeida, comprendió entonces que el indio no era culpable; más no podía olvidar el paso del Malón. Quince años atrás, bajo un árbol del fortín, el ahora soldado, había sido azotado ante la mirada moribunda de su madre.
Las víctimas fueron el sargento primero Fermín Leyes, el cabo Rafael Salazar, los soldados Alejandro Fleytas, Remigio Morinigo, Ramón Maciel, Eugenio Franco y Marcos Vallejos; Polonia Enciso, María Ojeda, Demencia Pintos, un hijo de una de ellas y los cuatro hijos de Leyes. El sargento primero Leyes había llegado al fortín para hacerse cargo de la guarnición dos días antes, el 17 de marzo.
Los hijos de Almeida y Polonia Enciso, fueron los dos sobrevivientes, Ramón, el Gendarme nombrado y su hermana.
OTRAS VARIANTES DE SOBRE ESTE SANGRIENTO HECHO
Otras versiones dicen que: nunca se supo quien realmente fue el atacante del Fortín; la historia que antecede, es más bien novelesca, pero el hecho ocurrió y las muertes también, fueron 15 en total, que habían sido asesinadas mediante golpes de macana, degüellos, y una, de un balazo.. Dos solamente fueron los sobrevivientes de la matanza. El Cabo Almeida y Burgos, se salvaron porque no estaban y fueron los que encontraron el cuadro descripto. Si fue cierta la matanza indiscriminada contra los Pilagá, Quom y Maká; la realidad es que, hasta la fecha, los homicidios quedaron impunes.
El Cacique Garcete fue llevado a juicio y declarado Inocente y puesto en libertad. Nunca se supo de los atacantes ni los motivos. Tampoco se encontró en las tribus arrasadas, elemento alguno que perteneciera a los pobladores del Fortín. La verdad sea dicha, en memoria de todos los muertos, los indígenas que fueron, según evaluaciones posteriores, alrededor de 120 familias indígenas (unas 700 personas) las cuales fueron masacradas por una tropa enfurecida y los efectivos del Fortín con sus familias.
Otra versión dice que: el ataque se adjudica a la ruptura de una alianza de paz que existía en ese momento entre una tribu Maká, que estaba en territorio paraguayo, y los Pilagá en la Argentina. Entonces, al retirarse hacia el Chaco Paraguayo, los Maká toman por sorpresa el fortín, lo atacan y matan a la gente. Esta segunda versión excluye la participación de los Pilagá y deja, por lo tanto, fuera de escena a Garcete.
Una tercera variante nos dice que Garcete no tuvo nada que ver y adjudica el ataque a dos criollos, quienes estaban acompañados por algunos indígenas Maká que pasan desde Paraguay al territorio argentino y atacan al Fortín Yunká, aunque hace mucho se sabe lo que efectivamente ocurrió, hoy siguen circulando las tres versiones.
Hay dos hechos que prueban que los Pilagá masacrados no tuvieron nada que ver con el ataque a Fortín Yunká y la matanza de los soldados y sus familias.
El primero de ellos es que, después de ser capturado, el cacique Alejandrino Garcete fue sometido a juicio. Lo defendió un abogado formoseño, Alcibíades Lotero, quien logró rápidamente su liberación por “falta de pruebas”.
El segundo está escrito en bronce por el propio Ejército en un monumento en memoria de los soldados caídos a quince años de la masacre. Se encuentra en la localidad que lleva el nombre de una de las víctimas, el Sargento Primero Leyes, y fue inaugurado el 19 de marzo de 1934, al cumplir 15 años del ataque. Allí dice: “Homenaje del Circulo de Suboficiales del Ejército y Armada a la Guarnición de Yunká, traidoramente ultimada por los indios macaes”.
◙
Al entrar los Estafeteros al patio del Destacamento, se presentó ante sus ojos el macabro espectáculo de los cuerpos sin vida, horriblemente mutilados. Era el mes de marzo de 1919 y la tierra formoseña se empapaba de sangre en Fortín Yunká, un caserío al norte del territorio, cerca de la frontera con Paraguay; por allí había pasado el último malón que registra la historia argentina.
Absorbidos por los episodios de la Conquista del Desierto Pampeano, los historiadores relegan a veces de su interés la lucha que se entabló en la frontera formoseña y que tuvo un antagonista esencial: el indio.
A consecuencia del choque desapareció una cultura que recién los estudios contemporáneos están valorando en toda su profundidad; un rico folklore oral, cadencias musicales originales, una colorida cosmovisión, una organización social estable, son los elementos que compensan en la apreciación actual el pobre desarrollo de las técnicas indígenas y que ayudan a ver bajo otro aspecto a los temibles “salvajes” de la historia habitual.
Fue después de la guerra con Paraguay, una vez fijada la frontera, que el gobierno argentino advirtió las posibilidades económicas inmediatas de la región y se propuso llevar a cabo un plan sistemático de colonización. Los incidentes con los aborígenes no tardaron en menudear, caracterizados por las mismas crueldades que se vieron en el sur, la misma incomprensión de los argumentos del enemigo por parte de ambos bandos, la misma y abrumadora diferencia técnica de armamentos. Los sobrecogedores sucesos de Fortín Yunká revelan el tipo de lucha entablada. (Hoy Fortín Sargento Primero Leyes, en el Dpto. Patiño, sobre Río Pilcomayo)
Un día antes de la tragedia, el Sargento Primero Fernando o Fermín Leyes (no esta claro cual es el verdadero nombre) llegaba al lugar, trasladando a su familia en un carromato a través de la selva formoseña y dispuesto a tomar posesión de su nuevo destino. Era el último en incorporarse al pequeño grupo de hombres que allí se constituiría en avanzada de la civilización. En los montes cercanos, los aborígenes y sus precarias viviendas poblaban las costas del río Pilcomayo.
De lo que aconteció ese día de marzo, queda el vivido relato de Ariel Vergara Bai: “Era la hora de la siesta y seguramente la unidad militar estaba entregada a sus rutinarias tareas castrenses, cuando se escuchó de improviso, un alarido infernal. Decenas de indígenas se abatieron sobre los infelices soldados, sus mujeres e hijos y sembraron la muerte sin reparar en edades ni categorías”. Solo unos pocos se salvaron milagrosamente, los Gendarmes Félix Bustos y Waldino Almeida, enviados poco antes como estafeteros al Fortín Pegaldá y el cantinero Benítez, que había viajado a Comandante Fontana en busca de provisiones.
“Los primeros en comprobar el martirio – relata Vergara Bai – fueron Bustos u Almeida, que regresaron antes de lo previsto. Frente al rancho de Almeida una visión fantasmagóricamente cruel lo dejó inmóvil: Polonia Enciso, cribada a lanzazos, apretaba contra su pecho a su hijita Herminda, herida de un balazo. Su hijo varón, aún con vida, estaba junto a un árbol, en el mismo lugar donde los indios lo habían azotado brutalmente” Presas del llanto, consolando al pequeño, se alejaron rápidamente hacia las mulas, atadas junto a los quebrachos que rodeaban el mangrullo. La sensación de espanto seguramente se sumaba al temor de que la indiada los atacara de improviso. Lentamente, esperando en cada vuelta del sendero ser víctimas de una emboscada, llevaron consigo al único sobreviviente del malón.
El segundo acto del drama comenzó tres días más tarde, cuando el Capitán Enrique Gil Boy, Jefe accidental del Regimiento de Gendarmería de Línea, con asiento en Formosa, se enteró de la tragedia, por medio de un telegrama. Inmediatamente se inició la persecución del Cacique Garcete, responsable de la indiada. El Sargento Primero Pascual Ramírez, uno de los Gendarmes que integraron el pelotón, recordó en un periódico de le época “Habíamos llegado a China Satandí, una toldería del Cacique Garcete. Allí de trabó furioso combate y los indios huyeron despavoridos. Al día siguiente prendimos fuego a sus ranchos. Con el calor agobiante, amenazados constantemente por las víboras, ubicamos finalmente el cuartel general del culpable e iniciamos el ataque. Ante el fuego encarnizado el indio intentó huir, dejando abandonados en sus tierras a 40 vacas de pura raza y numerosos elementos militares, prueba evidente de que él había cometido la barbarie de Fortín Yunká”.
Cuando la del malón se convirtió en una de las tantas historias que jalonaron la vida de Formosa, uno de los que más sufrieron sus consecuencias, la rescató para siempre del olvido: fue un 25 de mayo de 1934, al recordarse con un monolito la última batalla entre aborígenes y cristianos. Ese día, un Gendarme de facciones endurecidas montaba guardia con la mirada fija en el monte cercano. El hijo de Polonia Enciso y Waldino Almeida, comprendió entonces que el indio no era culpable; más no podía olvidar el paso del Malón. Quince años atrás, bajo un árbol del fortín, el ahora soldado, había sido azotado ante la mirada moribunda de su madre.
Las víctimas fueron el sargento primero Fermín Leyes, el cabo Rafael Salazar, los soldados Alejandro Fleytas, Remigio Morinigo, Ramón Maciel, Eugenio Franco y Marcos Vallejos; Polonia Enciso, María Ojeda, Demencia Pintos, un hijo de una de ellas y los cuatro hijos de Leyes. El sargento primero Leyes había llegado al fortín para hacerse cargo de la guarnición dos días antes, el 17 de marzo.
Los hijos de Almeida y Polonia Enciso, fueron los dos sobrevivientes, Ramón, el Gendarme nombrado y su hermana.
OTRAS VARIANTES DE SOBRE ESTE SANGRIENTO HECHO
Otras versiones dicen que: nunca se supo quien realmente fue el atacante del Fortín; la historia que antecede, es más bien novelesca, pero el hecho ocurrió y las muertes también, fueron 15 en total, que habían sido asesinadas mediante golpes de macana, degüellos, y una, de un balazo.. Dos solamente fueron los sobrevivientes de la matanza. El Cabo Almeida y Burgos, se salvaron porque no estaban y fueron los que encontraron el cuadro descripto. Si fue cierta la matanza indiscriminada contra los Pilagá, Quom y Maká; la realidad es que, hasta la fecha, los homicidios quedaron impunes.
El Cacique Garcete fue llevado a juicio y declarado Inocente y puesto en libertad. Nunca se supo de los atacantes ni los motivos. Tampoco se encontró en las tribus arrasadas, elemento alguno que perteneciera a los pobladores del Fortín. La verdad sea dicha, en memoria de todos los muertos, los indígenas que fueron, según evaluaciones posteriores, alrededor de 120 familias indígenas (unas 700 personas) las cuales fueron masacradas por una tropa enfurecida y los efectivos del Fortín con sus familias.
Otra versión dice que: el ataque se adjudica a la ruptura de una alianza de paz que existía en ese momento entre una tribu Maká, que estaba en territorio paraguayo, y los Pilagá en la Argentina. Entonces, al retirarse hacia el Chaco Paraguayo, los Maká toman por sorpresa el fortín, lo atacan y matan a la gente. Esta segunda versión excluye la participación de los Pilagá y deja, por lo tanto, fuera de escena a Garcete.
Una tercera variante nos dice que Garcete no tuvo nada que ver y adjudica el ataque a dos criollos, quienes estaban acompañados por algunos indígenas Maká que pasan desde Paraguay al territorio argentino y atacan al Fortín Yunká, aunque hace mucho se sabe lo que efectivamente ocurrió, hoy siguen circulando las tres versiones.
Hay dos hechos que prueban que los Pilagá masacrados no tuvieron nada que ver con el ataque a Fortín Yunká y la matanza de los soldados y sus familias.
El primero de ellos es que, después de ser capturado, el cacique Alejandrino Garcete fue sometido a juicio. Lo defendió un abogado formoseño, Alcibíades Lotero, quien logró rápidamente su liberación por “falta de pruebas”.
El segundo está escrito en bronce por el propio Ejército en un monumento en memoria de los soldados caídos a quince años de la masacre. Se encuentra en la localidad que lleva el nombre de una de las víctimas, el Sargento Primero Leyes, y fue inaugurado el 19 de marzo de 1934, al cumplir 15 años del ataque. Allí dice: “Homenaje del Circulo de Suboficiales del Ejército y Armada a la Guarnición de Yunká, traidoramente ultimada por los indios macaes”.
PrisioneroEnArgentina.com
Julio 22, 2021