Aunque hubiese sido planeado —algo que debe desestimarse por absurdo— el ejercicio gubernamental no hubiera podido ser peor que el desenvuelto en los dos primeros meses de un año electoral decisivo. La inconcebible serie de pifias, gazapos, incoherencias, inconsistencias y desaciertos en el manejo de la cosa pública resulta difícil de entender, por mucho que nos esforcemos. Puestos a enumerar, a mano alzada, algunas de las razones que podrían explicar un fenómeno pocas veces visto antes, tres sobresalen del resto.
Los sectores más radicalizados del arco opositor afirman que la actual administración se halla poblada por un conjunto de inútiles. Por supuesto, la acusación es tan tremendista como falsa. Representa una generalización que mete a todos en una misma bolsa, sin distinguir a los talentosos de los incapaces. Hay quienes, en cambio, apuntan al hecho de la herencia recibida, la envergadura de los problemas que no tienen solución ni rápida ni sencilla y la sobrecarga de trabajo de un Poder Ejecutivo, sobre todo, que se encuentra sobrepasado y carente de respuestas. Es posible que a Mauricio Macri esta explicación le quepa. No así a la totalidad del gabinete. Por fin, no han faltado voces que hacen hincapié en la falta de coordinación y de conducción de un equipo que sólo parece existir en la teoría. En la práctica luce falto de reflejos y anarquizado.
Como quiera que sea, lo cierto es que a esos errores los reconocen todos por igual, oficialismo y oposición. Con el agravante, además, de que ninguno ha sido forzado. Que se sepa no hubo un plan para desestabilizar al macrismo, ni una crisis económica mundial semejante a la acontecida en el año 2008, ni tampoco un cataclismo climático que hubiese reducido al mínimo la cosecha fina y gruesa. Nadie ha puesto al gobierno contra la pared. Lo curioso es que está contra las cuerdas por un conjunto de torpezas propias e ininterrumpidas. Con lo cual volvemos al principio. ¿Qué lleva a una persona caminando por un jardín, en un día luminoso, sin prisas ni arrebatos, a pisar un rastrillo que está a la vista?
No hay una razón, pura y exclusivamente. Nunca la hay. En la política, como en la vida, existe la causalidad interdependiente. Para decirlo sin circunloquios: Mauricio Macri está superado por los acontecimientos, a pesar de la voluntad que pone y de la claridad de su diagnóstico respecto de los desafíos que enfrenta. Detiene un penal y sus laderos le meten tres goles en contra. Marcos Peña resulta un ministro coordinador incompetente. Es como si hubiese aprendido a jugar al futbol en el balcón de su casa y, sin estaciones intermedias, se creyese capacitado para enredarse en un picado en el Bajo Flores. El equipo económico lisa y llanamente no existe. Cada uno cuida su quintita lo mejor que puede y obra en consecuencia.
Si los traspiés sufridos por el oficialismo, aunque notorios, fuesen poco trascendentes, la cuestión no sería de temer. Pero sucede lo contrario: son permanentes, notables y tienen consecuencias que pueden terminar resultando gravísimas. El desmanejo en el tema del Correo pone en tela de juicio la bandera de la trasparencia macrista. No porque de buenas a primeras la población suponga que el presidente es corrupto, sino porque una parte considerable de la opinión publica piensa qué hay conflicto de intereses y que no hubo claridad en la forma como se lo presentó. Otro ejemplo es el de los aumentos convenidos por la banca pública con los gremios, que excedió con creces el 17 % que había fijado como pauta inflacionaria el gobierno.
En sus comienzos Macri intentó —hablando mal y pronto— meter por la ventana a dos nuevos ministros en la Corte Suprema de Justicia. La grita que generó hizo que retrocediera y reconociera su equivocación. Después vinieron los aumentos tarifarios. La comunicación fue pésima y la falta de timing también. Nueva marcha atrás. A los hechos ya reseñados del Correo y el gremio bancario es menester sumarle el tema de los feriados, el de las jubilaciones y el decreto de necesidad y urgencia referido a las ART. En todos y cada uno el gobierno obró de la misma manera. Metió la pata sin que nadie lo obligase a hacerlo, sufrió el rechazo de la gente, de la clase política y hasta de parte de sus aliados. Luego reconoció el yerro y desandó lo andado.
Aunque hubiese sido planeado —algo que debe desestimarse por absurdo— el ejercicio gubernamental no hubiera podido ser peor que el desenvuelto en los dos primeros meses de un año electoral decisivo. La inconcebible serie de pifias, gazapos, incoherencias, inconsistencias y desaciertos en el manejo de la cosa pública resulta difícil de entender, por mucho que nos esforcemos. Puestos a enumerar, a mano alzada, algunas de las razones que podrían explicar un fenómeno pocas veces visto antes, tres sobresalen del resto.
Los sectores más radicalizados del arco opositor afirman que la actual administración se halla poblada por un conjunto de inútiles. Por supuesto, la acusación es tan tremendista como falsa. Representa una generalización que mete a todos en una misma bolsa, sin distinguir a los talentosos de los incapaces. Hay quienes, en cambio, apuntan al hecho de la herencia recibida, la envergadura de los problemas que no tienen solución ni rápida ni sencilla y la sobrecarga de trabajo de un Poder Ejecutivo, sobre todo, que se encuentra sobrepasado y carente de respuestas. Es posible que a Mauricio Macri esta explicación le quepa. No así a la totalidad del gabinete. Por fin, no han faltado voces que hacen hincapié en la falta de coordinación y de conducción de un equipo que sólo parece existir en la teoría. En la práctica luce falto de reflejos y anarquizado.
Como quiera que sea, lo cierto es que a esos errores los reconocen todos por igual, oficialismo y oposición. Con el agravante, además, de que ninguno ha sido forzado. Que se sepa no hubo un plan para desestabilizar al macrismo, ni una crisis económica mundial semejante a la acontecida en el año 2008, ni tampoco un cataclismo climático que hubiese reducido al mínimo la cosecha fina y gruesa. Nadie ha puesto al gobierno contra la pared. Lo curioso es que está contra las cuerdas por un conjunto de torpezas propias e ininterrumpidas. Con lo cual volvemos al principio. ¿Qué lleva a una persona caminando por un jardín, en un día luminoso, sin prisas ni arrebatos, a pisar un rastrillo que está a la vista?
No hay una razón, pura y exclusivamente. Nunca la hay. En la política, como en la vida, existe la causalidad interdependiente. Para decirlo sin circunloquios: Mauricio Macri está superado por los acontecimientos, a pesar de la voluntad que pone y de la claridad de su diagnóstico respecto de los desafíos que enfrenta. Detiene un penal y sus laderos le meten tres goles en contra. Marcos Peña resulta un ministro coordinador incompetente. Es como si hubiese aprendido a jugar al futbol en el balcón de su casa y, sin estaciones intermedias, se creyese capacitado para enredarse en un picado en el Bajo Flores. El equipo económico lisa y llanamente no existe. Cada uno cuida su quintita lo mejor que puede y obra en consecuencia.
Si los traspiés sufridos por el oficialismo, aunque notorios, fuesen poco trascendentes, la cuestión no sería de temer. Pero sucede lo contrario: son permanentes, notables y tienen consecuencias que pueden terminar resultando gravísimas. El desmanejo en el tema del Correo pone en tela de juicio la bandera de la trasparencia macrista. No porque de buenas a primeras la población suponga que el presidente es corrupto, sino porque una parte considerable de la opinión publica piensa qué hay conflicto de intereses y que no hubo claridad en la forma como se lo presentó. Otro ejemplo es el de los aumentos convenidos por la banca pública con los gremios, que excedió con creces el 17 % que había fijado como pauta inflacionaria el gobierno.
En sus comienzos Macri intentó —hablando mal y pronto— meter por la ventana a dos nuevos ministros en la Corte Suprema de Justicia. La grita que generó hizo que retrocediera y reconociera su equivocación. Después vinieron los aumentos tarifarios. La comunicación fue pésima y la falta de timing también. Nueva marcha atrás. A los hechos ya reseñados del Correo y el gremio bancario es menester sumarle el tema de los feriados, el de las jubilaciones y el decreto de necesidad y urgencia referido a las ART. En todos y cada uno el gobierno obró de la misma manera. Metió la pata sin que nadie lo obligase a hacerlo, sufrió el rechazo de la gente, de la clase política y hasta de parte de sus aliados. Luego reconoció el yerro y desandó lo andado.
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PrisioneroEnArgentina.com
Febrero 23, 2017
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