La geopolítica no tomó vacaciones en medio de la pandemia. Es que, como sostenía Napoleón, “la política se halla en la geografía”. Como la pandemia no admite que la política baje las persianas, la geopolítica continúa sin ‘feria’ – como la insólita de nuestro Poder Judicial. Una prueba la ha dado en estos días Australia.
El enorme país oceánico fue parte de un movimiento crucial en 2018. Cuando Estados Unidos se retiró del Acuerdo del Transpacífico, Australia y otros once países medianos suscribieron un pacto comercial, con implicancias políticas. A la mesa del convenio se sentaron Japón – la tercera economía del mundo -, Canadá, México, Vietnam, Nueva Zelanda, entre otros. Este antecedente cobra relieve en este momento pandémico caracterizado por la declinación norteamericana y una China a la defensiva, con inesperadas dificultades internas y también el frente exterior.
Los celebrantes de 2018 tienen un común denominador. Todos son países medianos en un planeta que – como la Argentina de antaño – tiene ‘movilidad ascensional’, es decir que países otrora pobres – el mejor ejemplo, Vietnam – hoy son intermedios y mañana podrán incorporarse al podio principal.
En estos días el primer ministro australiano Scott Morrison fue el primero en promover una investigación internacional sobre el origen del coronavirus no obstante que China es el principal destino de las exportaciones australianas y que sólo por visas estudiantiles Camberra obtiene inmensos beneficios económicos a raíz de que son legión los chinos que van a estudiar en las universidades australianas.
El premier hizo, además, una videoconferencia con sus pares de Estados de todas partes del mundo. El asunto central fue intercambiar experiencias entre los que habían dado ‘respuesta temprana’ al Covid-19. Así, en la reunión telemática también estuvieron Austria, Dinamarca, Grecia, Israel y Singapur. Cabe preguntarse por qué nuestro país no estuvo presente en esa sala virtual a pesar de que nos ufanamos de haber sido precisamente uno de los países que reaccionaron tempranamente ¿Será el síndrome de insignificancia? Más allá del ‘relato’ interno, parece que afuera han detectado ese morbo vernáculo. Que duele físicamente, pero sobre todo en el alma argentina. Aquel viejo país que se encaminaba – más allá de sus crisis, de su corrupción – hacia el primer escenario mundial, un siglo después cayó en la irrelevancia. Ya no somos modelo ni de los vecinos.
Hoy la geopolítica exhibe como nunca el protagonismo del multilateralismo con alto dinamismo. Ciertamente, el globalismo ha ingresado en un tramo de su devenir que se caracteriza por los cuestionamientos y las dudas. Hay interrogantes sobre cómo será el derrotero de acá en más. Empero, creo muy apresuradas las conclusiones como esa de que “se terminó la globalización”. Po el contrario, todo hace pensar que – con otros formatos, donde el rol de las potencias intermedias será crecientemente importante – la mundialización proseguirá su marcha. Seguramente armonizado con un resurgente soberanismo de los Estados. Ensamblar las dos velocidades para imprimirle motricidad al mundo no es una rareza. China, por caso, no dejó ni un minuto de reclamar soberanía en el Mar homónimo, hasta construyendo islas artificiales, mientras revivía la ‘Ruta de la Seda’ con notoria vocación global. Es otro falso dilema eso de globalización vs nacionalismo. Coexisten y convivirán por mucho tiempo. La clave está en saber combinarlos.
El contraste con la Argentina es tan evidente como hasta inexplicable. Nuestra política exterior – ¿existe? – en este medio año del gobierno asumido el 10 de diciembre logró más que un flamante congelador: enfrió todos los vínculos regionales al punto que no tenemos un buen compañero de ruta en parte alguna de América del Sur. Además, no dimos ni la más mínima señal a nuestra vecina África, no conversamos especialmente con ninguna de las potencias intermedias, amenazamos con retirarnos desopilantemente de las negociaciones comerciales del Mercosur con terceros países y sólo dialogamos con Italia, Alemania, Francia y España para, cual mendicantes en que nos hemos transformado, para suplicarles apoyo para no pagar la deuda.
La política exterior es tan decisiva como la interior. Integran un solo haz. Y la geopolítica no es solo una disciplina que guía los movimientos hacia afuera. Bien valdría aplicarla para orientar nuestra estrategia interna hacia una demografía más equilibrada, hacia la potenciación de los recursos – como los del mar -, hacia la reorganización político institucional – para encontrar el modo de hacer en serio un país federal y para evitar que diez conglomerados del conurbano que ocupan 2.000 km2 ‘gobiernen’ a una nación de 4 millones de km2 y otros tantos de espacios marítimos. Para, en suma, corregir tantas deformaciones que padecemos, como la pretender y proclamar la ‘soberanía’, pero no tener moneda.
Flaquean nuestras fuerzas internas, tanto en el plano espiritual como material. La recuperación vendrá de una doble vía: la de adentro y la de afuera. En el interior, apostando al emprendedurismo y ensanchamiento del trabajo privado, auxiliado por un Estado inteligente. En el exterior, forjando alianzas y acuerdos que amplíen el horizonte comercial y reubiquen a la Argentina como nación mediana, con aspiraciones de ascender.
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Por Alberto Asseff*
La geopolítica no tomó vacaciones en medio de la pandemia. Es que, como sostenía Napoleón, “la política se halla en la geografía”. Como la pandemia no admite que la política baje las persianas, la geopolítica continúa sin ‘feria’ – como la insólita de nuestro Poder Judicial. Una prueba la ha dado en estos días Australia.
El enorme país oceánico fue parte de un movimiento crucial en 2018. Cuando Estados Unidos se retiró del Acuerdo del Transpacífico, Australia y otros once países medianos suscribieron un pacto comercial, con implicancias políticas. A la mesa del convenio se sentaron Japón – la tercera economía del mundo -, Canadá, México, Vietnam, Nueva Zelanda, entre otros. Este antecedente cobra relieve en este momento pandémico caracterizado por la declinación norteamericana y una China a la defensiva, con inesperadas dificultades internas y también el frente exterior.
Los celebrantes de 2018 tienen un común denominador. Todos son países medianos en un planeta que – como la Argentina de antaño – tiene ‘movilidad ascensional’, es decir que países otrora pobres – el mejor ejemplo, Vietnam – hoy son intermedios y mañana podrán incorporarse al podio principal.
En estos días el primer ministro australiano Scott Morrison fue el primero en promover una investigación internacional sobre el origen del coronavirus no obstante que China es el principal destino de las exportaciones australianas y que sólo por visas estudiantiles Camberra obtiene inmensos beneficios económicos a raíz de que son legión los chinos que van a estudiar en las universidades australianas.
El premier hizo, además, una videoconferencia con sus pares de Estados de todas partes del mundo. El asunto central fue intercambiar experiencias entre los que habían dado ‘respuesta temprana’ al Covid-19. Así, en la reunión telemática también estuvieron Austria, Dinamarca, Grecia, Israel y Singapur. Cabe preguntarse por qué nuestro país no estuvo presente en esa sala virtual a pesar de que nos ufanamos de haber sido precisamente uno de los países que reaccionaron tempranamente ¿Será el síndrome de insignificancia? Más allá del ‘relato’ interno, parece que afuera han detectado ese morbo vernáculo. Que duele físicamente, pero sobre todo en el alma argentina. Aquel viejo país que se encaminaba – más allá de sus crisis, de su corrupción – hacia el primer escenario mundial, un siglo después cayó en la irrelevancia. Ya no somos modelo ni de los vecinos.
Hoy la geopolítica exhibe como nunca el protagonismo del multilateralismo con alto dinamismo. Ciertamente, el globalismo ha ingresado en un tramo de su devenir que se caracteriza por los cuestionamientos y las dudas. Hay interrogantes sobre cómo será el derrotero de acá en más. Empero, creo muy apresuradas las conclusiones como esa de que “se terminó la globalización”. Po el contrario, todo hace pensar que – con otros formatos, donde el rol de las potencias intermedias será crecientemente importante – la mundialización proseguirá su marcha. Seguramente armonizado con un resurgente soberanismo de los Estados. Ensamblar las dos velocidades para imprimirle motricidad al mundo no es una rareza. China, por caso, no dejó ni un minuto de reclamar soberanía en el Mar homónimo, hasta construyendo islas artificiales, mientras revivía la ‘Ruta de la Seda’ con notoria vocación global. Es otro falso dilema eso de globalización vs nacionalismo. Coexisten y convivirán por mucho tiempo. La clave está en saber combinarlos.
El contraste con la Argentina es tan evidente como hasta inexplicable. Nuestra política exterior – ¿existe? – en este medio año del gobierno asumido el 10 de diciembre logró más que un flamante congelador: enfrió todos los vínculos regionales al punto que no tenemos un buen compañero de ruta en parte alguna de América del Sur. Además, no dimos ni la más mínima señal a nuestra vecina África, no conversamos especialmente con ninguna de las potencias intermedias, amenazamos con retirarnos desopilantemente de las negociaciones comerciales del Mercosur con terceros países y sólo dialogamos con Italia, Alemania, Francia y España para, cual mendicantes en que nos hemos transformado, para suplicarles apoyo para no pagar la deuda.
La política exterior es tan decisiva como la interior. Integran un solo haz. Y la geopolítica no es solo una disciplina que guía los movimientos hacia afuera. Bien valdría aplicarla para orientar nuestra estrategia interna hacia una demografía más equilibrada, hacia la potenciación de los recursos – como los del mar -, hacia la reorganización político institucional – para encontrar el modo de hacer en serio un país federal y para evitar que diez conglomerados del conurbano que ocupan 2.000 km2 ‘gobiernen’ a una nación de 4 millones de km2 y otros tantos de espacios marítimos. Para, en suma, corregir tantas deformaciones que padecemos, como la pretender y proclamar la ‘soberanía’, pero no tener moneda.
Flaquean nuestras fuerzas internas, tanto en el plano espiritual como material. La recuperación vendrá de una doble vía: la de adentro y la de afuera. En el interior, apostando al emprendedurismo y ensanchamiento del trabajo privado, auxiliado por un Estado inteligente. En el exterior, forjando alianzas y acuerdos que amplíen el horizonte comercial y reubiquen a la Argentina como nación mediana, con aspiraciones de ascender.
*Diputado nacional
PrisioneroEnArgentina.com
Mayo 23, 2020