Ella es la persona más cercana, la que llamas primero cuando sucede algo importante, la que amas incluso cuando te enojas, la que pronuncian discursos en tu boda, la mejor y la peor al mismo tiempo, y cuya relación mutua es eterna; incluso si pasan meses o años sin verla, nada ha cambiado cuando nos reunimos.
Desafortunadamente, sospecho, dependiendo de cómo fueron las cosas en su juventud, su comportamiento es también su peor enemigo. Cuando cree o es imperioso para ella decir o hacer algo, lo hace.
Ella es la abuela Helen. No es mi abuela, es familiar lejano, pero se ha ganado ese título por su bondad y buen humor, pero a veces es Abuela y otras veces, la mayoría es ¡Abuela!!!!
Helen, los días posteriores a recibir su cheque de la jubilación, se dedica a recorrer las casas de sus familiares acarreando regalos para los más pequeños y dueña de una memoria prodigiosa recordó mi aniversario de casada insistiendo en ir a la tienda para comprar algo que yo quisiera y no algo que yo necesitara.
De esta manera, la semana pasada al salir del trabajo, la recogí en su casa y nos dirigimos al mall más cercano. Al primer lugar que me obligó a ir fue a la zona de la lencería y abrió su camino a la humillación dirigiéndose a la empleada:
“¿Puede usted mostrarnos juguetes sexuales? Es que mi nieta -dijo señalándome- y su marido tienen esas tendencias…”
La cara de la vendedora literalmente cayó y casi el maquillaje saltó de su rostro. Luego embozó una sonrisa cómplice y le explicó que lo más osado que podía ofrecer era un camisón sexy o ropa interior transparente.
No conforme con esos productos, Helen sugirió algún pendiente, un collar o un anillo. Mientras yo miraba en las estanterías, tratando de encontrar algo que no costara más de cuarenta dólares, Helen se dedicó a hablar con el guardia de seguridad. Luego de levantar mi vista un parde veces, ella me llamó y me introdujo a Vernon, un hombre de unos cincuenta años.
“Le expliqué a Vernon que estás desesperada por conseguir un novio y el también es soltero como tú…”
Tomé del brazo a Helen llevándola a otro sector del establecimiento, casi sin mirar al pobre hombre, para finalmente manotear una bufanda de camino a la caja registradora. Una bufanda en Florida, a pasos del verano. Un regalo muy útil y menos algo que hubiera deseado.
Ya en el elevador, con dirección al estacionamiento, no tuve el coraje de retarla y ya la humillación se había convertido en diversión. Junto a nosotras, una pareja estaba tratando de decidir entre ver una película o comprar comida y ver televisión en casa, cuando Helen me dirigió la mirada tierna y comprensiva.
“¡Abuela, no!” atiné a decir.
Helen dejó escapar un largo y melódico gas, al tiempo que yo trataba de ocultar mi rostro tras unas oscuras gafas.
Como un celoso sabueso, la nariz de Helen comenzó a examinar el aire y hasta que lentamente comenzó a producir una cara de asquerosidad.
“Vida!” casi gritó la abuela Helen “Eso no se hace!
Ella miró a la pareja agitando su cabeza de lado a lado, como frustrada por mi comportamiento.
😁
Ella es la persona más cercana, la que llamas primero cuando sucede algo importante, la que amas incluso cuando te enojas, la que pronuncian discursos en tu boda, la mejor y la peor al mismo tiempo, y cuya relación mutua es eterna; incluso si pasan meses o años sin verla, nada ha cambiado cuando nos reunimos.
Desafortunadamente, sospecho, dependiendo de cómo fueron las cosas en su juventud, su comportamiento es también su peor enemigo. Cuando cree o es imperioso para ella decir o hacer algo, lo hace.
Ella es la abuela Helen. No es mi abuela, es familiar lejano, pero se ha ganado ese título por su bondad y buen humor, pero a veces es Abuela y otras veces, la mayoría es ¡Abuela!!!!
Helen, los días posteriores a recibir su cheque de la jubilación, se dedica a recorrer las casas de sus familiares acarreando regalos para los más pequeños y dueña de una memoria prodigiosa recordó mi aniversario de casada insistiendo en ir a la tienda para comprar algo que yo quisiera y no
algo que yo necesitara.
De esta manera, la semana pasada al salir del trabajo, la recogí en su casa y nos dirigimos al mall más cercano. Al primer lugar que me obligó a ir fue a la zona de la lencería y abrió su camino a la humillación dirigiéndose a la empleada:
“¿Puede usted mostrarnos juguetes sexuales? Es que mi nieta -dijo señalándome- y su marido tienen esas tendencias…”
La cara de la vendedora literalmente cayó y casi el maquillaje saltó de su rostro. Luego embozó una sonrisa cómplice y le explicó que lo más osado que podía ofrecer era un camisón sexy o ropa interior transparente.
No conforme con esos productos, Helen sugirió algún pendiente, un collar o un anillo. Mientras yo miraba en las estanterías, tratando de encontrar algo que no costara más de cuarenta dólares, Helen se dedicó a hablar con el guardia de seguridad. Luego de levantar mi vista un parde veces, ella me llamó y me introdujo a Vernon, un hombre de unos cincuenta años.
“Le expliqué a Vernon que estás desesperada por conseguir un novio y el también es soltero como tú…”
Tomé del brazo a Helen llevándola a otro sector del establecimiento, casi sin mirar al pobre hombre, para finalmente manotear una bufanda de camino a la caja registradora. Una bufanda en Florida, a pasos del verano. Un regalo muy útil y menos algo que hubiera deseado.
Ya en el elevador, con dirección al estacionamiento, no tuve el coraje de retarla y ya la humillación se había convertido en diversión. Junto a
nosotras, una pareja estaba tratando de decidir entre ver una película o comprar comida y ver televisión en casa, cuando Helen me dirigió la mirada tierna y comprensiva.
“¡Abuela, no!” atiné a decir.
Helen dejó escapar un largo y melódico gas, al tiempo que yo trataba de ocultar mi rostro tras unas oscuras gafas.
Como un celoso sabueso, la nariz de Helen comenzó a examinar el aire y hasta que lentamente comenzó a producir una cara de asquerosidad.
“Vida!” casi gritó la abuela Helen “Eso no se hace!
Ella miró a la pareja agitando su cabeza de lado a lado, como frustrada por mi comportamiento.
PrisioneroEnArgentina.com
Mayo 3, 2022