La Primera Guerra Mundial sorprendió a los alemanes con la mayoría de su flota concentrada en las bases del mar del Norte, a la que se le sumaba un pequeño escuadrón de cruceros bajo el almirante Maximilian von Spee protegiendo las colonias de Asia y Oceanía desde la ciudad china de Tsingtao. Cuando se iniciaron las hostilidades von Spee era consciente de que su pequeña flota no podía hacer frente a las decenas de buques de guerra que británicos y japoneses reunirían en su contra, por lo que decidió tomar la iniciativa atacando a los aliados primero, antes de que estos pudieran concentrarse. De este modo envió por un lado al crucero Emden a interrumpir las rutas comerciales del Índico, mientras ordenaba al resto de sus naves reunirse en la isla de Pagan como paso previo al asalto contra las colonias aliadas.
El 6 de agosto de 1914 von Spee partía de Tsingtao a bordo de su nave insignia, el crucero acorazado Scharnost, al que se unieron su nave hermana el Gneiseneau y los cruceros ligeros Leipzig y Nürnberg. Sin embargo, el almirante no las tenía todas consigo y parecía destinado según sus propias palabras a “cruzar los mares del mundo haciendo tanto daño como pueda hasta que se me termine la munición, o un enemigo superior me dé alcance”. Con todo von Spee tenía órdenes de la marina alemana, por lo que se encaminó a la isla francesa de Tahití, que fue bombardeada por los alemanes el 22 de septiembre. El escuadrón aprovechó la ocasión para pasar por las colonias del Kaiser en la zona, llegando a Samoa para reponer combustible y continuar su ruta bélica. Pese a este primer éxito, el almirante alemán consideró que lo mejor que podía hacer con sus naves era llevarlas de vuelta a casa, arrasando por el camino todas las bases británicas con las que se encontrara. Así decidió dirigirse hacia el este para cruzar el peligroso cabo de Hornos y asaltar la colonia inglesa de las Malvinas, tras lo que cruzaría el Atlántico y se reuniría con sus camaradas en el Mar del Norte.
Por el camino se encontró con una escuadra británica en Coronel (Chile) a la que se enfrentó el 1 de noviembre de 1914. Dirigidos por Christopher Craddock los ingleses se enfrentaron a los navíos alemanes pese a encontrarse en inferioridad de condiciones, pues sus naves estaban equipadas con cañones ligeros y de poco alcance. Para aprovecharse de esta ventaja, von Spee decidió mantener la distancia con el enemigo, castigando a sus naves sin que estas pudieran responder al fuego. Ni la caída de la noche salvó a los británicos, pues sus naves se incendiaron convirtiéndose en un blanco perfecto para los alemanes. Solo el Glasgow pudo huir de la debacle, que se saldó con 1.600 marinos de la Royal Navy muertos incluyendo a Craddock, quien pereció cuando estalló su nave insignia el HMS Good Hope. Dejando atrás al enemigo, la solitaria nave británica se refugió en Port Stanley (la capital de las Malvinas, donde informó al Almirantazgo de la brutal derrota que habían sufrido. Decididos a parar en seco a von Spee antes de que pudiera causar más daño, los británicos sacaron dos cruceros de batalla (elInflexible y el Invincible) de la flota que mantenía bloqueados a los alemanes en el Mar del Norte, y los enviaron junto con otras naves a las Malvinas para hacer caer al enemigo en una trampa.
El 11 de noviembre de 1914 los dos buques de guerra británicos levaron anclas rumbo a las Malvinas mientras los alemanes se dirigían también hacia el archipiélago, donde solo esperaban encontrar a unas pocas naves que no les podrían hacer frente. Afortunadamente para Jorge V, las naves de su Majestad llegaron antes que el enemigo a Port Stanley (7 de diciembre), donde empezaron el largo proceso de llenar sus bodegas de carbón tras tan largo viaje. La escuadra preparada por el Almirantazgo constituía una importante inversión de recursos, pues reunía un total de dos cruceros de batalla, tres cruceros acorazados y dos ligeros bajo el mando de Doveton Sturdee. Con todo, la suerte no les duró mucho a los ingleses, pues a las 7:30 de la mañana del día siguiente se avistaron en el horizonte dos columnas de humo que marcaban el avance de la escuadra alemana. Von Spee seguía confiado en que no encontraría demasiada resistencia, por lo que preparó una partida de desembarco para tomar Port Stanley y destruir las instalaciones de la Royal Navy inglesa.
Para su horror, cuando sus naves se acercaron a la isla les empezaron a caer encima obuses de gran calibre disparados por una nave invisible oculta tras las alturas que cerraban el acceso al puerto. Se trataba de los cañones del HMS Canopus, una vieja reliquia de la flota cuyo fuego ahuyentó a los alarmados alemanes mientras el escuadrón de Sturdee cortaba amarras y encendía sus calderas a toda prisa. En el momento en que von Spee se dio cuenta de lo que se le venía encima ordenó la retirada, perseguido por siete cruceros ingleses que lo superaban tanto en número como en armamento. Sin perder un segundo los británicos se lanzaron a por los alemanes, ganándoles terreno minuto a minuto gracias a su mayor velocidad, que sacaba tres nudos a la nave más rápida del escuadrón enemigo.
A bordo del Glasgow el teniente Hirsch describió posteriormente como todos los marineros ardían en deseos de vengarse de “las mismas naves contra las que habíamos luchado en Coronel y que había mandado al valiente almirante Craddock y nuestros camaradas a su muerte”, un sentimiento compartido por toda la flota, que el fin se podía tomar la tan ansiada revancha. Poco a poco la distancia se fue acortando, y a las 12:55 los cañones del Inflexible abrieron fuego contra la última nave de la columna enemiga. Consciente de que no podía escapar, von Spee ordenó a sus cruceros ligeros huir mientras el Scharnost y el Gneiseneau cubrían la retirada. Sin embargo Sturdee ya había previsto una maniobra semejante, y había dado instrucciones a su flota que cazara a las naves que huyeran del combate mientras los cruceros de batalla daban cuenta de las naves alemanas que se quedaran atrás.
Los ingleses intentaron mantenerse a 16 kilómetros para que los alemanes no pudieran responder al fuego como en Coronel, pero se encontraron con que el viento les echaba el humo de las chimeneas delante oscureciendo totalmente al enemigo. De este modo a Sturdee no le quedó más remedio que cerrar distancias, y pronto las cuatro naves se enzarzaron un duelo de artillería que decidiría la suerte de las Malvinas. El superior blindaje y armamento de los británicos debería haber resuelto la cuestión rápidamente, pero mientras que sus disparos apenas daban en el blanco, se encontraron con que los alemanes respondían con un fuego rápido y preciso. Los oficiales de la Royal Navy escribirían admirados como “las salvas perfectas recorrían sus costados […] alcanzándonos una vez y otra”, a lo que otro testigo presencial añadiría que “nunca había visto cañones disparados con semejante rapidez y control”.
Pero nada podía la disciplina y el entrenamiento contra la impenetrable coraza de siete pulgadas que recubría las naves de Sturdee, en cuyos cascos estallaban sin causar apenas daños los proyectiles de la Kriegsmarine. En cambio, aunque los británicos no lograban tantos impactos, cada uno era un golpe mortal para su enemigo, que tras dos horas y media de combate quedó completamente destrozado. El Scharnost fue el primero en caer. Con todos los cañones de un costado destruidos viró en seco para continuar con el combate, pero terminó por hundirse a las 16:17 llevándose consigo a von Spee y a 800 marineros al fondo. Al poco le siguió el Gneiseneau, que con su sala de máquinas inundada por los impactos apenas permanecía a flote. Su comandante Julius Maerker ordenó abrir las esclusas para que la nave se hundiese y no fuera capturada. El agua estaba tan fría que los británicos solo rescataron con vida a 12 de los 785 miembros de la tripulación.
Mientras se producía este combate, el Leipzig y el Nürnberg huían con la esperanza de escapar cuando cayera la noche, para continuar con sus ataques contra los mercantes aliados. En la estela del primero navegaban el Cornwall y el Glasgow, que lo alcanzaron a las 16:00 y lo sometieron a un fuego cruzado terrible. Una hora más tarde parecía que la nave alemana había cesado el fuego, pero cuando los británicos se acercaron, el Leipzig disparó una última salva a la desesperada. Así la cosas, las dos naves británicas reanudaron el fuego hasta que el crucero empezó a hacer aguas, momento en el que por fin se bajó la enseña alemana y se recogió a los supervivientes de las gélidas aguas del Atlántico Sur. El Nürnberg mientras tanto huía seguido por el Kent, y dado que este último no había podido repostar combustible parecía que la nave alemana podría escapar a la masacre. Solo un milagro permitiría a los británicos alcanzar a su presa y eso fue precisamente lo que sucedió. Su capitán ordenó quemar toda la madera del barco para mantener las calderas en funcionamiento: cajas, muebles e incluso la mesa del comedor de oficiales se echaron a las llamas, en un fuego que llegó a consumir las planchas que formaban la cubierta.
A las 17:00 empezó el enfrentamiento final de la batalla entre ambos buques, que se enfrentaron a 3.600 metros costado contra costado. De nuevo se hizo notar la superioridad británica, pues con sus dos torretas de seis pulgadas, el Kent se impuso a al navío alemán, cuyos cañones de cuatro apenas hacían mella en su blindaje. Tras una hora y media de desigual combate, el Nürnberg quedó desarbolado y se arrió la bandera, pero todos los botes habían sido destrozados por granadas, por lo que la mayoría de los alemanes murieron congelados mientras una bandada de albatros picoteaba sus cadáveres. Entre ellos se encontraba un hijo del almirante, Otto von Spee. Se completaba así la destrucción de la escuadra alemana de la Indias Orientales, y con la rendición en México del crucero alemán Dresden, en marzo del año siguiente, Gran Bretaña dominaba de nuevo los mares.
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Por Cyd Ollack.
La Primera Guerra Mundial sorprendió a los alemanes con la mayoría de su flota concentrada en las bases del mar del Norte, a la que se le sumaba un pequeño escuadrón de cruceros bajo el almirante Maximilian von Spee protegiendo las colonias de Asia y Oceanía desde la ciudad china de Tsingtao. Cuando se iniciaron las hostilidades von Spee era consciente de que su pequeña flota no podía hacer frente a las decenas de buques de guerra que británicos y japoneses reunirían en su contra, por lo que decidió tomar la iniciativa atacando a los aliados primero, antes de que estos pudieran concentrarse. De este modo envió por un lado al crucero Emden a interrumpir las rutas comerciales del Índico, mientras ordenaba al resto de sus naves reunirse en la isla de Pagan como paso previo al asalto contra las colonias aliadas.
El 6 de agosto de 1914 von Spee partía de Tsingtao a bordo de su nave insignia, el crucero acorazado Scharnost, al que se unieron su nave hermana el Gneiseneau y los cruceros ligeros Leipzig y Nürnberg. Sin embargo, el almirante no las tenía todas consigo y parecía destinado según sus propias palabras a “cruzar los mares del mundo haciendo tanto daño como pueda hasta que se me termine la munición, o un enemigo superior me dé alcance”. Con todo von Spee tenía órdenes de la marina alemana, por lo que se encaminó a la isla francesa de Tahití, que fue bombardeada por los alemanes el 22 de septiembre. El escuadrón aprovechó la ocasión para pasar por las colonias del Kaiser en la zona, llegando a Samoa para reponer combustible y continuar su ruta bélica. Pese a este primer éxito, el almirante alemán consideró que lo mejor que podía hacer con sus naves era llevarlas de vuelta a casa, arrasando por el camino todas las bases británicas con las que se encontrara. Así decidió dirigirse hacia el este para cruzar el peligroso cabo de Hornos y asaltar la colonia inglesa de las Malvinas, tras lo que cruzaría el Atlántico y se reuniría con sus camaradas en el Mar del Norte.
Por el camino se encontró con una escuadra británica en Coronel (Chile) a la que se enfrentó el 1 de noviembre de 1914. Dirigidos por Christopher Craddock los ingleses se enfrentaron a los navíos alemanes pese a encontrarse en inferioridad de condiciones, pues sus naves estaban equipadas con cañones ligeros y de poco alcance. Para aprovecharse de esta ventaja, von Spee decidió mantener la distancia con el enemigo, castigando a sus naves sin que estas pudieran responder al fuego. Ni la caída de la noche salvó a los británicos, pues sus naves se incendiaron convirtiéndose en un blanco perfecto para los alemanes. Solo el Glasgow pudo huir de la debacle, que se saldó con 1.600 marinos de la Royal Navy muertos incluyendo a Craddock, quien pereció cuando estalló su nave insignia el HMS Good Hope. Dejando atrás al enemigo, la solitaria nave británica se refugió en Port Stanley (la capital de las Malvinas, donde informó al Almirantazgo de la brutal derrota que habían sufrido. Decididos a parar en seco a von Spee antes de que pudiera causar más daño, los británicos sacaron dos cruceros de batalla (elInflexible y el Invincible) de la flota que mantenía bloqueados a los alemanes en el Mar del Norte, y los enviaron junto con otras naves a las Malvinas para hacer caer al enemigo en una trampa.
El 11 de noviembre de 1914 los dos buques de guerra británicos levaron anclas rumbo a las Malvinas mientras los alemanes se dirigían también hacia el archipiélago, donde solo esperaban encontrar a unas pocas naves que no les podrían hacer frente. Afortunadamente para Jorge V, las naves de su Majestad llegaron antes que el enemigo a Port Stanley (7 de diciembre), donde empezaron el largo proceso de llenar sus bodegas de carbón tras tan largo viaje. La escuadra preparada por el Almirantazgo constituía una importante inversión de recursos, pues reunía un total de dos cruceros de batalla, tres cruceros acorazados y dos ligeros bajo el mando de Doveton Sturdee. Con todo, la suerte no les duró mucho a los ingleses, pues a las 7:30 de la mañana del día siguiente se avistaron en el horizonte dos columnas de humo que marcaban el avance de la escuadra alemana. Von Spee seguía confiado en que no encontraría demasiada resistencia, por lo que preparó una partida de desembarco para tomar Port Stanley y destruir las instalaciones de la Royal Navy inglesa.
Para su horror, cuando sus naves se acercaron a la isla les empezaron a caer encima obuses de gran calibre disparados por una nave invisible oculta tras las alturas que cerraban el acceso al puerto. Se trataba de los cañones del HMS Canopus, una vieja reliquia de la flota cuyo fuego ahuyentó a los alarmados alemanes mientras el escuadrón de Sturdee cortaba amarras y encendía sus calderas a toda prisa. En el momento en que von Spee se dio cuenta de lo que se le venía encima ordenó la retirada, perseguido por siete cruceros ingleses que lo superaban tanto en número como en armamento. Sin perder un segundo los británicos se lanzaron a por los alemanes, ganándoles terreno minuto a minuto gracias a su mayor velocidad, que sacaba tres nudos a la nave más rápida del escuadrón enemigo.
A bordo del Glasgow el teniente Hirsch describió posteriormente como todos los marineros ardían en deseos de vengarse de “las mismas naves contra las que habíamos luchado en Coronel y que había mandado al valiente almirante Craddock y nuestros camaradas a su muerte”, un sentimiento compartido por toda la flota, que el fin se podía tomar la tan ansiada revancha. Poco a poco la distancia se fue acortando, y a las 12:55 los cañones del Inflexible abrieron fuego contra la última nave de la columna enemiga. Consciente de que no podía escapar, von Spee ordenó a sus cruceros ligeros huir mientras el Scharnost y el Gneiseneau cubrían la retirada. Sin embargo Sturdee ya había previsto una maniobra semejante, y había dado instrucciones a su flota que cazara a las naves que huyeran del combate mientras los cruceros de batalla daban cuenta de las naves alemanas que se quedaran atrás.
Los ingleses intentaron mantenerse a 16 kilómetros para que los alemanes no pudieran responder al fuego como en Coronel, pero se encontraron con que el viento les echaba el humo de las chimeneas delante oscureciendo totalmente al enemigo. De este modo a Sturdee no le quedó más remedio que cerrar distancias, y pronto las cuatro naves se enzarzaron un duelo de artillería que decidiría la suerte de las Malvinas. El superior blindaje y armamento de los británicos debería haber resuelto la cuestión rápidamente, pero mientras que sus disparos apenas daban en el blanco, se encontraron con que los alemanes respondían con un fuego rápido y preciso. Los oficiales de la Royal Navy escribirían admirados como “las salvas perfectas recorrían sus costados […] alcanzándonos una vez y otra”, a lo que otro testigo presencial añadiría que “nunca había visto cañones disparados con semejante rapidez y control”.
Pero nada podía la disciplina y el entrenamiento contra la impenetrable coraza de siete pulgadas que recubría las naves de Sturdee, en cuyos cascos estallaban sin causar apenas daños los proyectiles de la Kriegsmarine. En cambio, aunque los británicos no lograban tantos impactos, cada uno era un golpe mortal para su enemigo, que tras dos horas y media de combate quedó completamente destrozado. El Scharnost fue el primero en caer. Con todos los cañones de un costado destruidos viró en seco para continuar con el combate, pero terminó por hundirse a las 16:17 llevándose consigo a von Spee y a 800 marineros al fondo. Al poco le siguió el Gneiseneau, que con su sala de máquinas inundada por los impactos apenas permanecía a flote. Su comandante Julius Maerker ordenó abrir las esclusas para que la nave se hundiese y no fuera capturada. El agua estaba tan fría que los británicos solo rescataron con vida a 12 de los 785 miembros de la tripulación.
Mientras se producía este combate, el Leipzig y el Nürnberg huían con la esperanza de escapar cuando cayera la noche, para continuar con sus ataques contra los mercantes aliados. En la estela del primero navegaban el Cornwall y el Glasgow, que lo alcanzaron a las 16:00 y lo sometieron a un fuego cruzado terrible. Una hora más tarde parecía que la nave alemana había cesado el fuego, pero cuando los británicos se acercaron, el Leipzig disparó una última salva a la desesperada. Así la cosas, las dos naves británicas reanudaron el fuego hasta que el crucero empezó a hacer aguas, momento en el que por fin se bajó la enseña alemana y se recogió a los supervivientes de las gélidas aguas del Atlántico Sur. El Nürnberg mientras tanto huía seguido por el Kent, y dado que este último no había podido repostar combustible parecía que la nave alemana podría escapar a la masacre. Solo un milagro permitiría a los británicos alcanzar a su presa y eso fue precisamente lo que sucedió. Su capitán ordenó quemar toda la madera del barco para mantener las calderas en funcionamiento: cajas, muebles e incluso la mesa del comedor de oficiales se echaron a las llamas, en un fuego que llegó a consumir las planchas que formaban la cubierta.
A las 17:00 empezó el enfrentamiento final de la batalla entre ambos buques, que se enfrentaron a 3.600 metros costado contra costado. De nuevo se hizo notar la superioridad británica, pues con sus dos torretas de seis pulgadas, el Kent se impuso a al navío alemán, cuyos cañones de cuatro apenas hacían mella en su blindaje. Tras una hora y media de desigual combate, el Nürnberg quedó desarbolado y se arrió la bandera, pero todos los botes habían sido destrozados por granadas, por lo que la mayoría de los alemanes murieron congelados mientras una bandada de albatros picoteaba sus cadáveres. Entre ellos se encontraba un hijo del almirante, Otto von Spee. Se completaba así la destrucción de la escuadra alemana de la Indias Orientales, y con la rendición en México del crucero alemán Dresden, en marzo del año siguiente, Gran Bretaña dominaba de nuevo los mares.
PrisioneroEnArgentina.com
Abril 3, 2024
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