Cipriano Catriel, tercer hijo del cacique mayor Juan Catriel, nació tal vez de una cautiva blanca y fue bautizado, aparentemente, en la parroquia de Azul, ya que su verdadero nombre indio era Mariñancú, que significa “Diez Águilas”. En su juventud, se desempeñó, bajo la guía de su padre, como embajador en Buenos Aires, Paraná y Salinas Grandes. Estas funciones, mostraban la particularidad de un intelecto y perspicacia poco común en un “indio” para moverse entre cristianos. Puede ser que, su ascendencia blanca por parte de la madre, lo haya dotado de esta condición, como su actuación pacificadora en la tribu, la condición de estanciero y buenos lazos sociales y comerciales con la población de Azul. De estas cualidades, dio muestras acabadas durante sus años de cacique general. Su capacidad de gobierno, firmeza de carácter y la disposición de mantener normas de vida introducidas por su padre en la tribu. Se consideraba Indio Argentino, leal servidor del gobierno, como lo había sido su padre con Rosas y Rauch.
Como sus antecesores, tuvo tres esposas, Eufemia, Rafaela Burgos y Lorenza Toribio, pero no vaciló en hacer bautizar alguno de sus hijos, en 1871 – 73, estos bautismos están registrados debidamente en la Parroquia “Nuestra Señora del Rosario” de Azul, hoy Catedral. De acuerdo a la línea sucesoria tradicional, era a Juan José Catriel, por ser el mayor de los hermanos y de esposa legítima, al que el correspondía la jefatura o cacicazgo y le hubiese seguido, Marcelino. Esto no ocurrió en ninguno de los dos casos citados. No hay explicación, salvo las declaraciones de la viuda de Juan José, Juana Gallardo, quien residía en Olavarría, en 1923, la que explicó que si, que era a él, Juan José, a quien le correspondía el cargo y renunció en su momento, porque prefería dedicarse a cuidar la hacienda que poseía. Pero añadió, como certificando lo antedicho, que “siempre ambicionó la Jefatura, porque la consideraba inherente a su persona”. En este argumento, podemos hallar una explicación para lo que se avecinaría más tarde, el asesinato de Cipriano Catriel a manos de su hermano.
Guillermo Cuadrado Hernández señala “en realidad, ateniéndonos a una serie de antecedentes, lo sucedido es que Juan José se niega a asumir la responsabilidad de ponerse a la cabeza de los catrieleros para no verse obligado a cumplir los compromisos contraídos por su progenitor con los cristianos, hacia los cuales sentía profunda aversión. O bien quedaba descartado debido a ese mismo motivo por decisión de una mayoría partidaria de seguir la política de su padre en el mantenimiento de las buenas relaciones con las autoridades y la cristiandad. En cuanto a Marcelino, supuestamente el segundo en la línea sucesoria, se deduce que no reunía las “prendas” esenciales que debían adornar a un apogülmen (cacique, jefe) de los pampas tapalqueros” op.cit. San Cipriano Catriel.
Muerto Juan Catriel IV “El Joven”, sus hijos Cipriano y Juan José, emprenden diversas negociaciones para acomodarse a la nueva dinámica de la República que los iba arrinconando definitivamente. En un principio Cipriano, permaneció leal a la Comandancia de Frontera del Azul, muy bien relacionado con el General Ignacio Rivas. Según Alfredo Ebelot, escritor francés, esta nueva época esta signada por una serie de fracasos militares, a los que siguen un par de años – hasta la llegada de Alsina – donde el gobierno pensó que, a los indios, solo los podían vencer otros indios, inaugurando toda una serie de dones y contrapones para entablar alianzas y enemistar las distintas parcialidades indígenas. Por último, entrada la década del ´70 y en momentos en que los indios amigos participaban incluso de revueltas civiles, Avellaneda, Alsina y Roca decidieron transformar la defensiva en ofensiva formal.
Cipriano Catriel fue un poco más lejos que su padre y su abuelo; tenía Secretario Personal, también designado como Canciller, Santiago Avendaño. El cacique en un principio, se albergó en la casa de su secretario en la ciudad de Azul. Cipriano era un gran estratega y muy inteligente, que sabía moverse social y políticamente. Una vez asumido el poder, reclama el sueldo de 1.300 pesos que el gobierno le estableció a su padre y la casa ubicada en la calle San Martín.
Como característica personal, tenía un temperamento firme; físicamente robusto, estatura considerablemente alta, con tendencia a la obesidad, por lo que debía moverse en una volanta (vehículo tirado por un caballo, cubierto con un toldo de cuero o material impermeable; era usado por gente de cierto poder adquisitivo) por ser dificultoso cabalgar normalmente.
En su primer encuentro con el cacique, el viajero Henry Armaignac en “Viajes por las pampas argentinas” 1869 – 1874, relata “Pronto vi acercarse a nosotros, un hombre de alta estatura y de una extremada obesidad. Representaba unos treinta años y vestido como los gauchos, con poncho, chiripá y botas de cuero; llevaba la cabeza atada con un pañuelo que sujetaba su espesa cabellera, su cara era lampiña y su triple papada, caía hacia su enorme abdomen. Era Catriel en persona, pues en su corte no había edecanes, ni maestros de ceremonias, ni mujeres, y las audiencias casi siempre tenía lugar junto al fogón de la cocina, tomando numerosos mates. Como nos esperaba, no se sorprendió al vernos y nos tendió afectuosamente la mano”.
Antes de asumir el cacicazgo de la tribu, ésta se hallaba dividida en dos grupos: uno urbano y otro rural. En la primera estaba el grueso de la tribu y la otra, ubicada en la periferia de la ciudad, en la que vivían unos 300 artesanos, peones, lenguaraces, tejedoras, baqueanos. Juan Catriel “el joven” como Juan Catriel “el viejo”, y Cipriano, como hacendados, residían fuera del lugar de sus bienes, teniendo marca de ganado que compartían; alternaban en ambos casos sin habitar en ninguno de los dos grupos, ni rural ni urbano; la casa que usaron ambos, estaba ubicada en pleno centro de Azul.
En 1874, Cipriano recibió a un misionero que estaba interesado en catequizar a su gente, en su casa de Azul, pero cambió la cita, por tener que concurrir a su Chacra. En la toldería rural, Catriel controlaba su caballada, ganadería personal y las parcelas sembradas de maíz y cebada; en los ubicados en la zona urbana, se aseguraba de resguardarlos de la continuas “embestidas” de los especuladores y comerciantes que realizaban jugosas ganancias. El accionar de éstos era simple: contratar gente por poca plata hasta luego venderles cualquier chuchería al momento del pago o comprar por monedas parte de las provisiones que el gobierno les otorgaba. El Coronel Álvaro Barros le escribe al Vicepresidente de la Nación, Mariano Acosta, informando que Cipriano era “más manejable que su padre y muy inclinado a nuestras costumbres”. Acá no hay dudas de que Cipriano heredó los beneficios materiales de su abuelo y su padre, a los que sumó un lugar sociopolítico privilegiado respecto a otros caciques, con la garantía de una situación más favorable que la que vivieron sus antecesores. No es de extrañar que el Coronel Barros, haya notado la inclinación de Cipriano hacia las costumbres de los blancos; forma de vida, vestimenta que no se diferenciaban de las de cualquier estanciero-ganadero bonaerense de la época. Lejos quedó el toldo, comer carne cruda, montar en pelo y dirigir un Nguillatún (ceremonia religiosa mapuche), labores en las que había participado de pequeño. Del “chalet” en volanta a controlar sus bienes rurales, pasando por el Banco Provincia para observar su cuenta. Gustaba alternar su ropaje de hombre de campo, con uniformes militares. La ropa de hacendado lo remitía hacia la figura de don Juan Manuel de Rosas, figura muy bienvenida entre los pampas; el uso del Uniforme, debió crearle cierta ilusión de verticalidad y acatamiento militar en el poder, si bien su conducta cultural se alejaba cada día más de la de un cacique formal.
Habitar un rancho y no un toldo, aunque sin muebles y sentándose en el piso, le infundía la visión engañadora de estar a medio camino entre la indiada y los blancos. Pero la mayor claridad de este pensamiento de “cabalgar” entre dos mundos, lo daba el idioma. Armaignac, recuerda en sus memorias que: “Después del festín, mientras el lenguaraz estaba jugando con los chicos, Catriel me dijo en bastante mal español, que lo siguiera. Ambos nos dirigimos hacia un arroyuelo que corría a doscientos o trescientos metros de allí y emprendimos una larga conversación. La misma giró en torno a una serie de preguntas formuladas por el cacique sobre el país de origen del visitante y sobre las condiciones del viaje por mar, puesto “que no conocía a los barcos sino de oídas”. Asimismo, se interesó de modo particular por el desarrollo de la guerra franco – prusiana, hablando sobre “el número de los combatientes, de los medios de ataque y defensa, etc.”. “Me invitó, si yo quería, a hacer una larga excursión por el desierto, prometiéndome darme una escolta de indios para que me acompañase”. Delante de todos, el cacique fingía ignorar el español y, aunque hablaba sin tropiezos esa lengua, se hacía traducir mis respuestas al idioma pampa cuando Avendaño o alguna otra persona estaban presentes”.
Estanislao Zeballos, que lo conoció personalmente, dice de él en “Calfucurá y la Dinastía de los Piedra”: “El viejo Catriel, muerto en su reducción de Nievas, hace un años (1866) dejó el mando de las tribus a su hijo Cipriano, uno de los indios más arrogantes y hermosos y de salvaje continente que haya conocido. Era, sin embargo, un fanático por las cosas cristianas. Tenía casa propia en Azul y flagelaba a su tribu para inducirla en los rumbos de la civilización. Aspiró mucho tiempo al empleo de General de la Nación, y el gobierno de Sarmiento le dio un nombramiento mistificado: Cacique General. Vestía por eso uniforme de General de División y lo llevó siempre dignamente, pagándolo en la Batalla De San Carlos, de manera heroica y decisiva”
Podemos terminar con Claudio Aquerreta, uno de los biógrafos, el cual también, resume los rasgos fundamentales de la personalidad del Cacique: “Era un hermoso tipo de indio, de regular estatura, de arrogante personalidad, generoso, leal, con ciertos rasgos de paternalismo hacia los suyos. Fue exigente ante la capacitación y organización guerrera de su gente de pelea, a la que sometía a permanentes entrenamientos que él personalmente dirigía y repetía con insistencia hasta lograr la aprobación definitiva. Fue inflexible ante la palabra empeñada y exigía tanto de si como de la otra parte el cumplimiento estricto de lo pactado; aunque siempre, como casi la totalidad de los pampas, actuaba con recelo. Poseía autoridad sin imposición ni arbitrariedad; entre los suyos fue preocupado por su bienestar y mostrarse consejero y defensor…Cipriano actuaba con equilibrada sensatez para juzgar la conducta de los suyos y para no comprometerse ante las autoridades; ciertos procederes los disimulaba con frases oportunas y evasivas; pero ante la evidencia irrefutable no trepidaba en hacer justicia, reafirmando la palabra empeñada. Cipriano poseía una férrea disposición para asimilar normas de la civilización, que hasta con fervor podríamos decir, trató de inculcar entre los suyos. Vestía tipo hombre de campo: chambergo, pañuelo al cuello, bombachas, botas duras de cuero, faja “pampa” (la cual es negra con cruces blancas al igual que el poncho), blusa corralera (blusa corta que aún es usada por los hombres de campo en los desfiles tradicionales) y hasta poncho (el de Cipriano era Pampa, Azul oscuro con cruces blancas. Este poncho fue llevado por Francisco “el perito” Moreno, como recuerdo personal y cuando fue trasladado a la Isla Centinela para su entierro, en Bariloche, el mismo cubrió su féretro, luego fue devuelto a sus familiares) y en actos protocolares supo vestir Uniforme Militar. Muy comilón, gustaba de preferencia mate y la ginebra (no la cerveza como por ahí se ha dicho). Propenso a engordar con suma facilidad, pese a su permanente actividad…Habitó en Azul, casa de ladrillos y barro, techos de zinc, pisos de tierra apisonada, dormía sobre cama con elementos para uso de la misma”. Esta casa parcialmente aún se conserva en Azul, un edificio en esquina, entre las calles Colon y Corrientes. Los azuleños esperan que se declare monumento histórico y hasta la fecha, nada ha pasado. Sobre esta propiedad, Aquerreta agrega “El cacique Juan “El Joven” padre de Cipriano, la alquilaba a su dueña Gregoria Villafañe de Aguilar; luego optó por comprarla; el pago fue en dinero y de contado; muerto el cacique, quedó viviendo en ella Cipriano”.
Como vemos, existen dos mundos en la vida de él, como bien apuntara Cuadrado Hernández; dos mundos opuestos en aquellas fechas en que vivió. Por una parte, la frontera que anuncia la llegada de la civilización, con el hombre blanco al cual quiere imitar, para lo que se presenta como el modelo ante su gente y por otra, el desierto y la barbarie; sangre india corre por sus venas y esta presente el reclamo de sus ancestros en ella. En su vida privada y familiar, la calma era imperante y sobria. Sus esposas fueron: Eufemia; Rafaela Burgos y Lorenza Toribio. Alguno de sus hijos fueron bautizados como dijimos anteriormente: Cipriano, Ignacio y Tomasa. Admitió en la tribu, tanto en Nievas como el Villa Fidelidad, (esta villa fue fundada por el General Manuel de Escalada, mientras fue Comandante en Jefe de la Frontera Sud, en 1857, quien tuvo la visión que resultaría imposible alcanzar una pacificación de las tribus, con el solo recurso de la ofensiva militar. Para él. La forma más efectiva, era la diplomacia de los caciques para llegar a nuevos tratados o convenios. En pacientes negociaciones encabezadas por el Coronel Ignacio Rivas, logró que los caciques Juan Catriel y Cachul, se sometieran al gobierno de Buenos Aires, regresando a sus dominios de arroyos Nuevas, Tapalqué y Azul y mediante la instalación de un asentamiento permanente en las puertas de Azul, como forma de facilitar la integración de las tribus con los pobladores. El 18 de octubre de 1856, quedó fundado el agrupamiento indígena “Villa Fidelidad”, en el cual reunía capitanejos y gente de los caciques Catriel, Cachul y Maicá, recibiendo todos ellos, las parcelas en propiedad. El nombre dado, deriva del hecho de la capitulación, que en la mente de Escalada incluía este regalo a modo de reconocimiento por el paso dado. Pero lamentablemente la Villa, no tuvo una vida próspera; en 1874 estaba en estado deplorable. Ver Bartolomé J. Ronco, “El General Manuel de Escalada y la fundación de la Villa Fidelidad” en “Cuadernos del Azul” Biblioteca Popular, Azul, 1994) la presencia de dos Misioneros Lazaristas, Jorge María Salvaire y Fernando Meister, quienes actuaron con total libertad. Además, el cacique inculcó a los suyos la práctica de la agricultura, mediante el sembrado de parcelas de maíz y cebada, para consumo de las tolderías y las caballadas, a las cuales los indios cuidaban con suma prolijidad.
Florencio del Mármol, añade, “El Cacique General Cipriano Catriel, pasaba ciertas épocas del año en el pueblo de Azul, viviendo la vida civilizada. Allí tenía una casa de su propiedad, a cuya puerta no faltaba la Volanta Americana, también de su propiedad y en la cual hacía sus marchas en campaña; allí tenía sus amigos, sus diversiones, su sastre y su sombrerero”. “Noticias y documentos sobre la Revolución de Septiembre de 1874” Buenos Aires, Imprenta de M. Biedma, 1876 p. 234.
No obstante su inclinación a las costumbres cristianas, perduró analfabeto, siendo su secretario y lenguaraz Santiago Avendaño, quién le escribiera sus cartas. Para autenticar sus escritos, utilizaba un sello personal de tinta o lacre, con su nombre y apellido, al que en algunas ocasiones, lo acompañaba de una rúbrica muy particular. Empleó marca para el ganado (la misma que su padre) y en los últimos tiempos, hizo uso de una Volanta o Breck, (obsequio del gobierno) para movilizarse con comodidad, ya que por cuestiones de peso, tenía dificultades para montar a caballo. “Dado que su físico llegó a ser tan corpulento que aplastaba el caballo con su peso y despachaba limpiamente a un hombre de un lanzazo, llegó en cierta época a montar no sin esfuerzo, además de lo difícil que era lograr caballo apto para soportar tal peso y rendir las exigencias que el jinete solía imponer a su corcel…Pese a todo, en los actos oficiales y las tolderías cuando las exigencias lo requerían, Catriel concurría montado sobre su caballo” Claudio Aquerreta op.cit.
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CIPRIANO Y JUAN JOSÉ CATRIEL
Cipriano Catriel, tercer hijo del cacique mayor Juan Catriel, nació tal vez de una cautiva blanca y fue bautizado, aparentemente, en la parroquia de Azul, ya que su verdadero nombre indio era Mariñancú, que significa “Diez Águilas”. En su juventud, se desempeñó, bajo la guía de su padre, como embajador en Buenos Aires, Paraná y Salinas Grandes. Estas funciones, mostraban la particularidad de un intelecto y perspicacia poco común en un “indio” para moverse entre cristianos. Puede ser que, su ascendencia blanca por parte de la madre, lo haya dotado de esta condición, como su actuación pacificadora en la tribu, la condición de estanciero y buenos lazos sociales y comerciales con la población de Azul. De estas cualidades, dio muestras acabadas durante sus años de cacique general. Su capacidad de gobierno, firmeza de carácter y la disposición de mantener normas de vida introducidas por su padre en la tribu. Se consideraba Indio Argentino, leal servidor del gobierno, como lo había sido su padre con Rosas y Rauch.
Como sus antecesores, tuvo tres esposas, Eufemia, Rafaela Burgos y Lorenza Toribio, pero no vaciló en hacer bautizar alguno de sus hijos, en 1871 – 73, estos bautismos están registrados debidamente en la Parroquia “Nuestra Señora del Rosario” de Azul, hoy Catedral. De acuerdo a la línea sucesoria tradicional, era a Juan José Catriel, por ser el mayor de los hermanos y de esposa legítima, al que el correspondía la jefatura o cacicazgo y le hubiese seguido, Marcelino. Esto no ocurrió en ninguno de los dos casos citados. No hay explicación, salvo las declaraciones de la viuda de Juan José, Juana Gallardo, quien residía en Olavarría, en 1923, la que explicó que si, que era a él, Juan José, a quien le correspondía el cargo y renunció en su momento, porque prefería dedicarse a cuidar la hacienda que poseía. Pero añadió, como certificando lo antedicho, que “siempre ambicionó la Jefatura, porque la consideraba inherente a su persona”. En este argumento, podemos hallar una explicación para lo que se avecinaría más tarde, el asesinato de Cipriano Catriel a manos de su hermano.
Guillermo Cuadrado Hernández señala “en realidad, ateniéndonos a una serie de antecedentes, lo sucedido es que Juan José se niega a asumir la responsabilidad de ponerse a la cabeza de los catrieleros para no verse obligado a cumplir los compromisos contraídos por su progenitor con los cristianos, hacia los cuales sentía profunda aversión. O bien quedaba descartado debido a ese mismo motivo por decisión de una mayoría partidaria de seguir la política de su padre en el mantenimiento de las buenas relaciones con las autoridades y la cristiandad. En cuanto a Marcelino, supuestamente el segundo en la línea sucesoria, se deduce que no reunía las “prendas” esenciales que debían adornar a un apogülmen (cacique, jefe) de los pampas tapalqueros” op.cit. San Cipriano Catriel.
Muerto Juan Catriel IV “El Joven”, sus hijos Cipriano y Juan José, emprenden diversas negociaciones para acomodarse a la nueva dinámica de la República que los iba arrinconando definitivamente. En un principio Cipriano, permaneció leal a la Comandancia de Frontera del Azul, muy bien relacionado con el General Ignacio Rivas. Según Alfredo Ebelot, escritor francés, esta nueva época esta signada por una serie de fracasos militares, a los que siguen un par de años – hasta la llegada de Alsina – donde el gobierno pensó que, a los indios, solo los podían vencer otros indios, inaugurando toda una serie de dones y contrapones para entablar alianzas y enemistar las distintas parcialidades indígenas. Por último, entrada la década del ´70 y en momentos en que los indios amigos participaban incluso de revueltas civiles, Avellaneda, Alsina y Roca decidieron transformar la defensiva en ofensiva formal.
Cipriano Catriel fue un poco más lejos que su padre y su abuelo; tenía Secretario Personal, también designado como Canciller, Santiago Avendaño. El cacique en un principio, se albergó en la casa de su secretario en la ciudad de Azul. Cipriano era un gran estratega y muy inteligente, que sabía moverse social y políticamente. Una vez asumido el poder, reclama el sueldo de 1.300 pesos que el gobierno le estableció a su padre y la casa ubicada en la calle San Martín.
Como característica personal, tenía un temperamento firme; físicamente robusto, estatura considerablemente alta, con tendencia a la obesidad, por lo que debía moverse en una volanta (vehículo tirado por un caballo, cubierto con un toldo de cuero o material impermeable; era usado por gente de cierto poder adquisitivo) por ser dificultoso cabalgar normalmente.
En su primer encuentro con el cacique, el viajero Henry Armaignac en “Viajes por las pampas argentinas” 1869 – 1874, relata “Pronto vi acercarse a nosotros, un hombre de alta estatura y de una extremada obesidad. Representaba unos treinta años y vestido como los gauchos, con poncho, chiripá y botas de cuero; llevaba la cabeza atada con un pañuelo que sujetaba su espesa cabellera, su cara era lampiña y su triple papada, caía hacia su enorme abdomen. Era Catriel en persona, pues en su corte no había edecanes, ni maestros de ceremonias, ni mujeres, y las audiencias casi siempre tenía lugar junto al fogón de la cocina, tomando numerosos mates. Como nos esperaba, no se sorprendió al vernos y nos tendió afectuosamente la mano”.
Antes de asumir el cacicazgo de la tribu, ésta se hallaba dividida en dos grupos: uno urbano y otro rural. En la primera estaba el grueso de la tribu y la otra, ubicada en la periferia de la ciudad, en la que vivían unos 300 artesanos, peones, lenguaraces, tejedoras, baqueanos. Juan Catriel “el joven” como Juan Catriel “el viejo”, y Cipriano, como hacendados, residían fuera del lugar de sus bienes, teniendo marca de ganado que compartían; alternaban en ambos casos sin habitar en ninguno de los dos grupos, ni rural ni urbano; la casa que usaron ambos, estaba ubicada en pleno centro de Azul.
En 1874, Cipriano recibió a un misionero que estaba interesado en catequizar a su gente, en su casa de Azul, pero cambió la cita, por tener que concurrir a su Chacra. En la toldería rural, Catriel controlaba su caballada, ganadería personal y las parcelas sembradas de maíz y cebada; en los ubicados en la zona urbana, se aseguraba de resguardarlos de la continuas “embestidas” de los especuladores y comerciantes que realizaban jugosas ganancias. El accionar de éstos era simple: contratar gente por poca plata hasta luego venderles cualquier chuchería al momento del pago o comprar por monedas parte de las provisiones que el gobierno les otorgaba. El Coronel Álvaro Barros le escribe al Vicepresidente de la Nación, Mariano Acosta, informando que Cipriano era “más manejable que su padre y muy inclinado a nuestras costumbres”. Acá no hay dudas de que Cipriano heredó los beneficios materiales de su abuelo y su padre, a los que sumó un lugar sociopolítico privilegiado respecto a otros caciques, con la garantía de una situación más favorable que la que vivieron sus antecesores. No es de extrañar que el Coronel Barros, haya notado la inclinación de Cipriano hacia las costumbres de los blancos; forma de vida, vestimenta que no se diferenciaban de las de cualquier estanciero-ganadero bonaerense de la época. Lejos quedó el toldo, comer carne cruda, montar en pelo y dirigir un Nguillatún (ceremonia religiosa mapuche), labores en las que había participado de pequeño. Del “chalet” en volanta a controlar sus bienes rurales, pasando por el Banco Provincia para observar su cuenta. Gustaba alternar su ropaje de hombre de campo, con uniformes militares. La ropa de hacendado lo remitía hacia la figura de don Juan Manuel de Rosas, figura muy bienvenida entre los pampas; el uso del Uniforme, debió crearle cierta ilusión de verticalidad y acatamiento militar en el poder, si bien su conducta cultural se alejaba cada día más de la de un cacique formal.
Habitar un rancho y no un toldo, aunque sin muebles y sentándose en el piso, le infundía la visión engañadora de estar a medio camino entre la indiada y los blancos. Pero la mayor claridad de este pensamiento de “cabalgar” entre dos mundos, lo daba el idioma. Armaignac, recuerda en sus memorias que: “Después del festín, mientras el lenguaraz estaba jugando con los chicos, Catriel me dijo en bastante mal español, que lo siguiera. Ambos nos dirigimos hacia un arroyuelo que corría a doscientos o trescientos metros de allí y emprendimos una larga conversación. La misma giró en torno a una serie de preguntas formuladas por el cacique sobre el país de origen del visitante y sobre las condiciones del viaje por mar, puesto “que no conocía a los barcos sino de oídas”. Asimismo, se interesó de modo particular por el desarrollo de la guerra franco – prusiana, hablando sobre “el número de los combatientes, de los medios de ataque y defensa, etc.”. “Me invitó, si yo quería, a hacer una larga excursión por el desierto, prometiéndome darme una escolta de indios para que me acompañase”. Delante de todos, el cacique fingía ignorar el español y, aunque hablaba sin tropiezos esa lengua, se hacía traducir mis respuestas al idioma pampa cuando Avendaño o alguna otra persona estaban presentes”.
Estanislao Zeballos, que lo conoció personalmente, dice de él en “Calfucurá y la Dinastía de los Piedra”: “El viejo Catriel, muerto en su reducción de Nievas, hace un años (1866) dejó el mando de las tribus a su hijo Cipriano, uno de los indios más arrogantes y hermosos y de salvaje continente que haya conocido. Era, sin embargo, un fanático por las cosas cristianas. Tenía casa propia en Azul y flagelaba a su tribu para inducirla en los rumbos de la civilización. Aspiró mucho tiempo al empleo de General de la Nación, y el gobierno de Sarmiento le dio un nombramiento mistificado: Cacique General. Vestía por eso uniforme de General de División y lo llevó siempre dignamente, pagándolo en la Batalla De San Carlos, de manera heroica y decisiva”
Podemos terminar con Claudio Aquerreta, uno de los biógrafos, el cual también, resume los rasgos fundamentales de la personalidad del Cacique: “Era un hermoso tipo de indio, de regular estatura, de arrogante personalidad, generoso, leal, con ciertos rasgos de paternalismo hacia los suyos. Fue exigente ante la capacitación y organización guerrera de su gente de pelea, a la que sometía a permanentes entrenamientos que él personalmente dirigía y repetía con insistencia hasta lograr la aprobación definitiva. Fue inflexible ante la palabra empeñada y exigía tanto de si como de la otra parte el cumplimiento estricto de lo pactado; aunque siempre, como casi la totalidad de los pampas, actuaba con recelo. Poseía autoridad sin imposición ni arbitrariedad; entre los suyos fue preocupado por su bienestar y mostrarse consejero y defensor…Cipriano actuaba con equilibrada sensatez para juzgar la conducta de los suyos y para no comprometerse ante las autoridades; ciertos procederes los disimulaba con frases oportunas y evasivas; pero ante la evidencia irrefutable no trepidaba en hacer justicia, reafirmando la palabra empeñada. Cipriano poseía una férrea disposición para asimilar normas de la civilización, que hasta con fervor podríamos decir, trató de inculcar entre los suyos. Vestía tipo hombre de campo: chambergo, pañuelo al cuello, bombachas, botas duras de cuero, faja “pampa” (la cual es negra con cruces blancas al igual que el poncho), blusa corralera (blusa corta que aún es usada por los hombres de campo en los desfiles tradicionales) y hasta poncho (el de Cipriano era Pampa, Azul oscuro con cruces blancas. Este poncho fue llevado por Francisco “el perito” Moreno, como recuerdo personal y cuando fue trasladado a la Isla Centinela para su entierro, en Bariloche, el mismo cubrió su féretro, luego fue devuelto a sus familiares) y en actos protocolares supo vestir Uniforme Militar. Muy comilón, gustaba de preferencia mate y la ginebra (no la cerveza como por ahí se ha dicho). Propenso a engordar con suma facilidad, pese a su permanente actividad…Habitó en Azul, casa de ladrillos y barro, techos de zinc, pisos de tierra apisonada, dormía sobre cama con elementos para uso de la misma”. Esta casa parcialmente aún se conserva en Azul, un edificio en esquina, entre las calles Colon y Corrientes. Los azuleños esperan que se declare monumento histórico y hasta la fecha, nada ha pasado. Sobre esta propiedad, Aquerreta agrega “El cacique Juan “El Joven” padre de Cipriano, la alquilaba a su dueña Gregoria Villafañe de Aguilar; luego optó por comprarla; el pago fue en dinero y de contado; muerto el cacique, quedó viviendo en ella Cipriano”.
Como vemos, existen dos mundos en la vida de él, como bien apuntara Cuadrado Hernández; dos mundos opuestos en aquellas fechas en que vivió. Por una parte, la frontera que anuncia la llegada de la civilización, con el hombre blanco al cual quiere imitar, para lo que se presenta como el modelo ante su gente y por otra, el desierto y la barbarie; sangre india corre por sus venas y esta presente el reclamo de sus ancestros en ella. En su vida privada y familiar, la calma era imperante y sobria. Sus esposas fueron: Eufemia; Rafaela Burgos y Lorenza Toribio. Alguno de sus hijos fueron bautizados como dijimos anteriormente: Cipriano, Ignacio y Tomasa. Admitió en la tribu, tanto en Nievas como el Villa Fidelidad, (esta villa fue fundada por el General Manuel de Escalada, mientras fue Comandante en Jefe de la Frontera Sud, en 1857, quien tuvo la visión que resultaría imposible alcanzar una pacificación de las tribus, con el solo recurso de la ofensiva militar. Para él. La forma más efectiva, era la diplomacia de los caciques para llegar a nuevos tratados o convenios. En pacientes negociaciones encabezadas por el Coronel Ignacio Rivas, logró que los caciques Juan Catriel y Cachul, se sometieran al gobierno de Buenos Aires, regresando a sus dominios de arroyos Nuevas, Tapalqué y Azul y mediante la instalación de un asentamiento permanente en las puertas de Azul, como forma de facilitar la integración de las tribus con los pobladores. El 18 de octubre de 1856, quedó fundado el agrupamiento indígena “Villa Fidelidad”, en el cual reunía capitanejos y gente de los caciques Catriel, Cachul y Maicá, recibiendo todos ellos, las parcelas en propiedad. El nombre dado, deriva del hecho de la capitulación, que en la mente de Escalada incluía este regalo a modo de reconocimiento por el paso dado. Pero lamentablemente la Villa, no tuvo una vida próspera; en 1874 estaba en estado deplorable. Ver Bartolomé J. Ronco, “El General Manuel de Escalada y la fundación de la Villa Fidelidad” en “Cuadernos del Azul” Biblioteca Popular, Azul, 1994) la presencia de dos Misioneros Lazaristas, Jorge María Salvaire y Fernando Meister, quienes actuaron con total libertad. Además, el cacique inculcó a los suyos la práctica de la agricultura, mediante el sembrado de parcelas de maíz y cebada, para consumo de las tolderías y las caballadas, a las cuales los indios cuidaban con suma prolijidad.
Florencio del Mármol, añade, “El Cacique General Cipriano Catriel, pasaba ciertas épocas del año en el pueblo de Azul, viviendo la vida civilizada. Allí tenía una casa de su propiedad, a cuya puerta no faltaba la Volanta Americana, también de su propiedad y en la cual hacía sus marchas en campaña; allí tenía sus amigos, sus diversiones, su sastre y su sombrerero”. “Noticias y documentos sobre la Revolución de Septiembre de 1874” Buenos Aires, Imprenta de M. Biedma, 1876 p. 234.
No obstante su inclinación a las costumbres cristianas, perduró analfabeto, siendo su secretario y lenguaraz Santiago Avendaño, quién le escribiera sus cartas. Para autenticar sus escritos, utilizaba un sello personal de tinta o lacre, con su nombre y apellido, al que en algunas ocasiones, lo acompañaba de una rúbrica muy particular. Empleó marca para el ganado (la misma que su padre) y en los últimos tiempos, hizo uso de una Volanta o Breck, (obsequio del gobierno) para movilizarse con comodidad, ya que por cuestiones de peso, tenía dificultades para montar a caballo. “Dado que su físico llegó a ser tan corpulento que aplastaba el caballo con su peso y despachaba limpiamente a un hombre de un lanzazo, llegó en cierta época a montar no sin esfuerzo, además de lo difícil que era lograr caballo apto para soportar tal peso y rendir las exigencias que el jinete solía imponer a su corcel…Pese a todo, en los actos oficiales y las tolderías cuando las exigencias lo requerían, Catriel concurría montado sobre su caballo” Claudio Aquerreta op.cit.
PrisioneroEnArgentina.com
Agosto 3, 2021