Con casi 80 años, tengo la horrorosa certeza de que no me será dada, en vida, la posibilidad de ver a la Argentina resurgir después de tantos años de saqueo indiscriminado – llevado al paroxismo durante el kirchnerismo – porque se necesitarán varias décadas de continuidad en las políticas públicas para recomponer una cultura del trabajo, de serio republicanismo, de ética y probidad en el manejo de la cosa pública, de educación y de salud de excelencia, de respeto a la propiedad privada, de igualdad ante la ley, y a ésta como patrona de la única esclavitud que garantiza libertad.
No niego mi responsabilidad – como la que compete a todos cuantos practicamos el juego de la democracia, votando a favor o en contra de cada candidato – en este proceso y, para purgarla he consumido mi vida luchando por todas esas virtudes que necesita una sociedad para crecer y desarrollarse, y los últimos veintiún años intentando describir la dolorosa decadencia que a los argentinos nos ha traído hasta aquí y proponer algunas obvias recetas para salir de ese eterno pantano.
La mayor prueba de mi fracaso personal la constituye la continuidad de la ignominiosa persecución, mediante juicios estalinistas instaurados por fiscales militantes, plagados de testigos falsos y con sentencias escritas de antemano por esos asesinos togados que son los jueces de mi Patria.
Fueron reiniciados a instancias de Néstor Kirchner para compensar a la izquierda por la indulgencia plenaria previa que ésta otorgó a la defraudación sistemática del Estado y, para hacerlo, se violaron todos los principios que sustentan el Derecho en Occidente.
Pero no pude mover un ápice a la gestión de Mauricio Macri en sentido contrario, ni a la actual y, mucho más grave, insuflé vanas esperanzas en los presos políticos – militares, policías, civiles y sacerdotes – en las visitas semanales que, en los días previos a las elecciones, realicé a los establecimientos penales.
Pero hoy, con todos mis enormes reparos hacia Javier Milei y su entorno, creo que estamos en el camino correcto, aunque soy consciente de que mantenernos en él nos costará un enorme esfuerzo.
Cada sector o corporación que ve afectado sus intereses personales por las decisiones de este raro gobierno – y son muchísimos y muy poderosos – hará hasta lo imposible para apartarnos de la buena senda que, como todos sabemos, puede reducirse a no gastar más de lo que ingresa; ignorarla y, consecuentemente, endeudarnos hasta la asfixia para seguir distribuyendo bienes y beneficios que no hemos sido capaces de generar con nuestro propio trabajo y, por tanto, ficticios.
El populismo, sobre todo en su versión rapaz y ladrona, siempre estará al acecho para recuperar terreno y conservar sus privilegios y canonjías, aún a sabiendas de los peores males que implicarán para los más desprotegidos, esos a los que, a fuerza de negarles el acceso a una educación razonable y subsidiarles arteramente sus más elementales necesidades, hoy se han caído del sistema y saben que les costará mucho, si es que les resulta posible, volver a subirse.
Son, al menos, tres generaciones que no han trabajado y sus descendientes han visto a sus abuelos y a sus padres no esforzarse en lo más mínimo y, aun así, recibir gratis lo necesario para subsistir y – no olvidar – votar a sus pretendidos “salvadores”.
Por su parte, el Gobierno, con sus ignominiosos modales, su actitud de confrontación permanente, los sucesivos escándalos que explotan a su alrededor – $Libra y raros aviones con valijas – y con las luchas intestinas que autogenera, no contribuye a tranquilizar a los inversores; y sin éstos, sean propios o ajenos, no resultará posible el despegue rápido que se necesita para que la bonanza se derrame entre los asalariados y los jubilados y termine, de una buena vez, con ese gran conglomerado social tan permeable a las falsas promesas.
Tampoco el mundo augura épocas de tranquilidad en lo inmediato, y para comprobarlo basta constatar que estos tiempos son unos en que los conflictos bélicos han producido más muertos desde la II guerra mundial, con la trágica excepción de África, donde persisten rivalidades tribales y religiosas, siempre zanjadas de la peor manera, debidas a la forma en que terminó allí el colonialismo europeo que, al abandonar el continente, trazó con reglas y escuadras fronteras ficticias y antinaturales entre las nuevas naciones.
En resumen, estoy muy cansado, muy viejo y mi país me duele demasiado ya, a punto tal que, creo, la próxima semana escribiré la última de estas más de mil notas semanales y me despediré, aunque sea con lágrimas en los ojos, de mis queridos y fieles lectores.
Hasta entonces, cuando todos – incluido yo mismo – sabremos qué he decidido al respecto.
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Con casi 80 años, tengo la horrorosa certeza de que no me será dada, en vida, la posibilidad de ver a la Argentina resurgir después de tantos años de saqueo indiscriminado – llevado al paroxismo durante el kirchnerismo – porque se necesitarán varias décadas de continuidad en las políticas públicas para recomponer una cultura del trabajo, de serio republicanismo, de ética y probidad en el manejo de la cosa pública, de educación y de salud de excelencia, de respeto a la propiedad privada, de igualdad ante la ley, y a ésta como patrona de la única esclavitud que garantiza libertad.
No niego mi responsabilidad – como la que compete a todos cuantos practicamos el juego de la democracia, votando a favor o en contra de cada candidato – en este proceso y, para purgarla he consumido mi vida luchando por todas esas virtudes que necesita una sociedad para crecer y desarrollarse, y los últimos veintiún años intentando describir la dolorosa decadencia que a los argentinos nos ha traído hasta aquí y proponer algunas obvias recetas para salir de ese eterno pantano.
La mayor prueba de mi fracaso personal la constituye la continuidad de la ignominiosa persecución, mediante juicios estalinistas instaurados por fiscales militantes, plagados de testigos falsos y con sentencias escritas de antemano por esos asesinos togados que son los jueces de mi Patria.
Fueron reiniciados a instancias de Néstor Kirchner para compensar a la izquierda por la indulgencia plenaria previa que ésta otorgó a la defraudación sistemática del Estado y, para hacerlo, se violaron todos los principios que sustentan el Derecho en Occidente.
Pero no pude mover un ápice a la gestión de Mauricio Macri en sentido contrario, ni a la actual y, mucho más grave, insuflé vanas esperanzas en los presos políticos – militares, policías, civiles y sacerdotes – en las visitas semanales que, en los días previos a las elecciones, realicé a los establecimientos penales.
Pero hoy, con todos mis enormes reparos hacia Javier Milei y su entorno, creo que estamos en el camino correcto, aunque soy consciente de que mantenernos en él nos costará un enorme esfuerzo.
Cada sector o corporación que ve afectado sus intereses personales por las decisiones de este raro gobierno – y son muchísimos y muy poderosos – hará hasta lo imposible para apartarnos de la buena senda que, como todos sabemos, puede reducirse a no gastar más de lo que ingresa; ignorarla y, consecuentemente,
endeudarnos hasta la asfixia para seguir distribuyendo bienes y beneficios que no hemos sido capaces de generar con nuestro propio trabajo y, por tanto, ficticios.
El populismo, sobre todo en su versión rapaz y ladrona, siempre estará al acecho para recuperar terreno y conservar sus privilegios y canonjías, aún a sabiendas de los peores males que implicarán para los más desprotegidos, esos a los que, a fuerza de negarles el acceso a una educación razonable y subsidiarles arteramente sus más elementales necesidades, hoy se han caído del sistema y saben que les costará mucho, si es que les resulta posible, volver a subirse.
Son, al menos, tres generaciones que no han trabajado y sus descendientes han visto a sus abuelos y a sus padres no esforzarse en lo más mínimo y, aun así, recibir gratis lo necesario para subsistir y – no olvidar – votar a sus pretendidos “salvadores”.
Por su parte, el Gobierno, con sus ignominiosos modales, su actitud de confrontación permanente, los sucesivos escándalos que explotan a su alrededor – $Libra y raros aviones con valijas – y con las luchas intestinas que autogenera, no contribuye a tranquilizar a los inversores; y sin éstos, sean propios o ajenos, no resultará posible el despegue rápido que se necesita para que la bonanza se derrame entre los asalariados y los jubilados y termine, de una buena vez, con ese gran conglomerado social tan permeable a las falsas promesas.
Tampoco el mundo augura épocas de tranquilidad en lo inmediato, y para comprobarlo basta constatar que estos tiempos son unos en que los conflictos bélicos han producido más muertos desde la II guerra mundial, con la trágica excepción de África, donde persisten rivalidades tribales y religiosas, siempre zanjadas de la peor manera, debidas a la forma en que terminó allí el colonialismo europeo que, al abandonar el continente, trazó con reglas y escuadras fronteras ficticias y antinaturales entre las nuevas naciones.
En resumen, estoy muy cansado, muy viejo y mi país me duele demasiado ya, a punto tal que, creo, la próxima semana escribiré la última de estas más de mil notas semanales y me despediré, aunque sea con lágrimas en los ojos, de mis queridos y fieles lectores.
Hasta entonces, cuando todos – incluido yo mismo – sabremos qué he decidido al respecto.
Un fraternal y cariñoso abrazo.
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
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Cel. en Argentina (+54911) o (15) 4473 4003
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Julio 15, 2025
Tags: Africa, Néstor KirchnerRelated Posts
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