Derrotada la primera invasión, el General Beresford, el Coronel Pack y otros oficiales británicos, fueron confinados en Luján, pero su huida y las noticias de una nueva invasión, llevaron al Cabildo de Buenos Aires, a ordenar que otros prisioneros fueran trasladados al interior. Así fue como Córdoba, Santiago Del Estero, La Rioja, Tucumán y Catamarca, recibieron a su turno el contingente que les correspondía custodiar. El 5 de abril de 1807, arribaron a esta última provincia (Catamarca) cuatro carretas que conducían a siete oficiales, un soldado, siete húsares, un asistente, tres mujeres y un niño. Todos de procedencia británica.
De acuerdo a las órdenes que llevaba don Hipólito García Posse, conductor de la insólita caravana, “El Muy Ilustre Cabildo”, como se llamaba a si mismo en los documentos, dispuso alojar en la cárcel pública a los rubios prisioneros. Según se había establecido, no debía ejercerse “ninguna extorsión” sobre los cautivos, a quienes les estaba prohibido salir del radio urbano y mantener correspondencia. Sin embargo, ya fuera porque la cárcel no dispusiera de las comodidades necesarias o para aliviar las penurias de los visitantes, se dispuso que fueran alojados en casas particulares, pero los vecinos se negaron terminantemente a recibirlos; para una sociedad celosamente católica, que no albergaba un solo adepto al protestantismo, se trataba de un grupo bastante indeseable. Fue necesario entonces, alquilar algunas viviendas y “echar a la calle a varios artesanos (zapateros)…” Según consigna un documento de la época.
En carta al Gobernador de Salta, el Comandante de Armas interino de Catamarca explicaba el episodio alegando “que los vecinos son gente pobre, que no están acostumbrados a ver esta clase de herejes, a quienes tienen mucho horror y miedo…” A esta altura de los acontecimientos, los prisioneros empezaron a hacer oír su protesta, reclamando el Real y Medio por día que, según el tratado firmado entre las autoridades españolas e inglesas en oportunidad de la rendición, les correspondía.
La llegada de un segundo contingente – compuesto por el Sargento John Dennet, el Soldado John Ecarth, su esposa e hija – contribuyó a mejorar la situación de los prisioneros. Sucedió que el Sargento portaba una carta de recomendación del presbítero Pedro Acuña para Lorenzo Correa que lo alojó en su casa. Desde esta privilegiada situación, Dennet obtuvo ciertas ventajas para sus compañeros. Un episodio fortuito contribuyó, también, que la estadía de los británicos fuera aún más confortable. Al enfermar de Neumonía (Mal del Costado, le llamaban) Nicolás de Sosa y Soria, alcalde de primer voto, fue asistido por los padres franciscanos y varios curanderos “tolerados por las autoridades”, según cuenta Rafael Cano en su libro “Catamarca del 800” Pero el mal de agravaba sin pausa y los familiares del enfermo debieron aceptar la oferta del Doctor James Evans, cirujano del Regimiento 71, que se encontraba alojado en la cárcel. Sosa y Soria no tardó en mejorar y de ahí en más. La situación de los prisioneros cambió notoriamente y fueron alojados en casas de familia.
Al poco tiempo la autoridad local, dispuso “que los vecinos pudientes” facilitaran a los prisioneros “ropas de abrigo y unos pocos reales para sus necesidades más apremiantes, porque a todos les consta que no tenían ni con que hacer rezar a un ciego” Así fue como el celoso confinamiento, empezó a transformarse en una agradable estadía que otorgaba a los británicos mucha libertad de movimientos.
Lo cierto es que, pese a las protestas de algunos, los prisioneros se dedicaban a menesteres tan entretenidos como cortejar a señoritas de la sociedad catamarqueña. Quién más entusiasmo mostraba era el Sargento Dennet, enamorado, al parecer, de Josefa Correa, hija de los dueños de casa en que se alojaba.
En julio de 1807, Santiago de Liniers, ordenó al Comandante de Armas de Catamarca el inmediato regreso de los extranjeros. Se había acordado su liberación y de la rapidez con que se hiciera el trámite podía depender – según anotaba el mismo Liniers – la recuperación de Montevideo, ciudad que los británicos mantenían en su poder. Antes de partir los presos, recibieron la paga estipulada: un Real y medio por día de detención. Algunos, convertidos ya en buenos jinetes, viajaron a caballo; el resto lo hizo en carretas fletadas especialmente.
Solo uno de los soldados ingleses se negó a ser repatriado: el Sargento John Dennet, quien renunció a su grado militar y anunció su decisión de casarse con Josefa Correa. El 28 de abril de 1808, dirigió una comunicación al Vicario y Juez Eclesiástico notificándole que se había reconciliado con la religión verdadera. Al mes siguiente, el presbítero Juan Acuña bautizó al enamorado John y el 16 de mayo de 1808, la ciudad entera asistió sorprendida al insólito acontecimiento. La ceremonia, realizada en la Capilla Oratorio de los Acuña, arrancó en los testigos, no pocos suspiros y lágrimas y en Rafael Cano una romántica reflexión: John Dennet, de prisionero de guerra, se había transformado en Prisionero del Amor.
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Derrotada la primera invasión, el General Beresford, el Coronel Pack y otros oficiales británicos, fueron confinados en Luján, pero su huida y las noticias de una nueva invasión, llevaron al Cabildo de Buenos Aires, a ordenar que otros prisioneros fueran trasladados al interior. Así fue como Córdoba, Santiago Del Estero, La Rioja, Tucumán y Catamarca, recibieron a su turno el contingente que les correspondía custodiar. El 5 de abril de 1807, arribaron a esta última provincia (Catamarca) cuatro carretas que conducían a siete oficiales, un soldado, siete húsares, un asistente, tres mujeres y un niño. Todos de procedencia británica.
De acuerdo a las órdenes que llevaba don Hipólito García Posse, conductor de la insólita caravana, “El Muy Ilustre Cabildo”, como se llamaba a si mismo en los documentos, dispuso alojar en la cárcel pública a los rubios prisioneros. Según se había establecido, no debía ejercerse “ninguna extorsión” sobre los cautivos, a quienes les estaba prohibido salir del radio urbano y mantener correspondencia. Sin embargo, ya fuera porque la cárcel no dispusiera de las comodidades necesarias o para aliviar las penurias de los visitantes, se dispuso que fueran alojados en casas particulares, pero los vecinos se negaron terminantemente a recibirlos; para una sociedad celosamente católica, que no albergaba un solo adepto al protestantismo, se trataba de un grupo bastante indeseable. Fue necesario entonces, alquilar algunas viviendas y “echar a la calle a varios artesanos (zapateros)…” Según consigna un documento de la época.
En carta al Gobernador de Salta, el Comandante de Armas interino de Catamarca explicaba el episodio alegando “que los vecinos son gente pobre, que no están acostumbrados a ver esta clase de herejes, a quienes tienen mucho horror y miedo…” A esta altura de los acontecimientos, los prisioneros empezaron a hacer oír su protesta, reclamando el Real y Medio por día que, según el tratado firmado entre las autoridades españolas e inglesas en oportunidad de la rendición, les correspondía.
La llegada de un segundo contingente – compuesto por el Sargento John Dennet, el Soldado John Ecarth, su esposa e hija – contribuyó a mejorar la situación de los prisioneros. Sucedió que el Sargento portaba una carta de recomendación del presbítero Pedro Acuña para Lorenzo Correa que lo alojó en su casa. Desde esta privilegiada situación, Dennet obtuvo ciertas ventajas para sus compañeros. Un episodio fortuito contribuyó, también, que la estadía de los británicos fuera aún más confortable. Al enfermar de Neumonía (Mal del Costado, le llamaban) Nicolás de Sosa y Soria, alcalde de primer voto, fue asistido por los padres franciscanos y varios curanderos “tolerados por las autoridades”, según cuenta Rafael Cano en su libro “Catamarca del 800” Pero el mal de agravaba sin pausa y los familiares del enfermo debieron aceptar la oferta del Doctor James Evans, cirujano del Regimiento 71, que se encontraba alojado en la cárcel. Sosa y Soria no tardó en mejorar y de ahí en más. La situación de los prisioneros cambió notoriamente y fueron alojados en casas de familia.
Al poco tiempo la autoridad local, dispuso “que los vecinos pudientes” facilitaran a los prisioneros “ropas de abrigo y unos pocos reales para sus necesidades más apremiantes, porque a todos les consta que no tenían ni con que hacer rezar a un ciego” Así fue como el celoso confinamiento, empezó a transformarse en una agradable estadía que otorgaba a los británicos mucha libertad de movimientos.
Lo cierto es que, pese a las protestas de algunos, los prisioneros se dedicaban a menesteres tan entretenidos como cortejar a señoritas de la sociedad catamarqueña. Quién más entusiasmo mostraba era el Sargento Dennet, enamorado, al parecer, de Josefa Correa, hija de los dueños de casa en que se alojaba.
En julio de 1807, Santiago de Liniers, ordenó al Comandante de Armas de Catamarca el inmediato regreso de los extranjeros. Se había acordado su liberación y de la rapidez con que se hiciera el trámite podía depender – según anotaba el mismo Liniers – la recuperación de Montevideo, ciudad que los británicos mantenían en su poder. Antes de partir los presos, recibieron la paga estipulada: un Real y medio por día de detención. Algunos, convertidos ya en buenos jinetes, viajaron a caballo; el resto lo hizo en carretas fletadas especialmente.
Solo uno de los soldados ingleses se negó a ser repatriado: el Sargento John Dennet, quien renunció a su grado militar y anunció su decisión de casarse con Josefa Correa. El 28 de abril de 1808, dirigió una comunicación al Vicario y Juez Eclesiástico notificándole que se había reconciliado con la religión verdadera. Al mes siguiente, el presbítero Juan Acuña bautizó al enamorado John y el 16 de mayo de 1808, la ciudad entera asistió sorprendida al insólito acontecimiento. La ceremonia, realizada en la Capilla Oratorio de los Acuña, arrancó en los testigos, no pocos suspiros y lágrimas y en Rafael Cano una romántica reflexión: John Dennet, de prisionero de guerra, se había transformado en Prisionero del Amor.
PrisioneroEnArgentina.com
Junio 20, 2021