La Policía – La práctica del baile y la milonga como tortura cotidiana…

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 Por Jorge B. Lobo Aragón

La práctica del baile y la milonga como tortura cotidiana “La vida de policía se aprende en el cuerpo”. “Lo que no entra por la cabeza entra por los pies.” La frase de la mentalidad de extremo sufrimiento físico para construir “el cuerpo de un policía”.

 

Opinión

 

Hemos de hablar de policía… Entonces pongámonos de acuerdo. Policía:(A) es la persona que – con o sin uniforme – presta servicios en determinada institución. (B) es el edificio, el ámbito en que ese personal se desempeña y los medios con que cuenta. (C) es la repartición estatal, la institución, el organismo público que tiene a su cargo velar por la seguridad de las personas sobre todo y en primer lugar. (D) es el buen orden que se observa cuando se cumplen las leyes y ordenanzas establecidas por el Estado para el mejor gobierno de la sociedad. Vale la pena aclararlo para saber a qué estamos refiriéndonos. Se mantiene muchas veces una protesta generalizada en contra de la policía, entendiendo a su personal, al que se lo califica muchas veces de corrupto, de extorsionador, de prepotente, de escasamente preparado para cumplir las funciones que se le encomiendan. Y, al mismo tiempo, todos conocemos a policías que son excelentes personas, honestos, dedicados con abnegación a su labor a la que la toman con auténtica vocación. Así, como esos que conocemos y que nos honran con ser nuestros amigos, debieran ser todos. Pero hay quienes escapan a la regla. La deshonestidad, la corrupción, la prepotencia resultan muy visibles a causa de sus funciones. Es prepotente un pobre diablo y nadie se da cuenta, pero es extorsionador un policía y a su actitud a todos nos inflama de indignación. Para evitar este mal no se ha hecho mucho. Contamos en nuestra provincia – Tucumán – con una escuela de policía que debe dar una instrucción adecuada. Pero lo denunciado, documentado y expuesto directa, publica y espontáneamente por los aspirantes a cadete Luis Reales (18 años) y Luis Serra (28 años) fueron “Bailes – Torturas – ejercicios castigos hasta llegar a un agotamiento que los dejó al borde de la muerte o con secuelas físicas y psíquicas tal vez permanentes. Ahora bien, pareciera que nadie sabe bien cómo es la vida en esa institución aislada y sujeta a un verticalismo abusivo y desproporcionado. No sólo solo se habla de entrenamiento brutal. Los casos de abusos físicos – que salieron a la luz -, entre cadetes son comunes desde hace años; es más, internamente se ve como una costumbre honrada y acatada por la institución hasta las últimas consecuencias. Un hecho gravísimo – Gravedad institucional -, que únicamente es indagado desde la Legislatura por un solo diputado y desde la Justicia por la única fiscal que desde hace tiempo se hace cargo de los abusos policiales y que a raíz de su accionar fue públicamente amenazada. Lo revelado por un cadete aspirante en un video que se virilizó, desde el diario tucumano, y que repercutió a nivel nacional fue estudiado y constatado por la antropóloga Mariana Sirimarco, que recorrió por ocho años las escuelas policiales para su tesis de licenciatura y explica y sintetiza su hipótesis de que policía y sociedad civil son términos construidos como irreconciliables. Sirimarco sostiene que el proceso que viven los cadetes apunta a “dejar la vida civil, esa vida de mierda”, para hacer “vida de policía’”. Sus datos hacen presumir que los métodos siguen siendo similares y que se fundamentan en que “los policías tienen que ser duros, viriles, mientras que los que vienen de la sociedad civil son débiles o directamente maricones o mantequitas”. Es lo que rememora el aspirante Luis Reales en el video publicado por el Diario la Gaceta de mi provincia durante su internación en terapia intensiva. La antropóloga e investigadora del Conicet consideró que esas prácticas “son habituales en los contextos de formación”. Los castigos mediante el esfuerzo físico son llamados “bailes” y “milongas”. Rutina física extenuante que consiste en “correr, saltar, agacharse, tirarse al suelo, arrastrarse y volver a correr”. Existen actualmente policías, que están “prestos a defender esas prácticas”. En la tesis, titulada “Milongas: pedagogía del sufrimiento”, se cita una frase que sirve de paradigma “una escuela sin milonga no es una escuela”. El “baile, entre milonga y obediencia”, resulta un dispositivo sumamente eficaz para apuntar hacia la docilidad de los cuerpos, hacia la construcción de ese sujeto policial inclinado a la obediencia. Adiestrarlos es disciplinarlos, es potenciar su sumisión, ya que como bien señala Foucault, es “dócil un cuerpo que puede ser sometido. En todos los casos, “el error, o la falta antes que ser subsanado por una explicación o una demostración, es “corregido” en el cuerpo”. Lo que no entra por la cabeza, entra por los pies”. En el nuevo método de las enseñanzas “por los pies”, en donde los instructores maltratan al aspirante no son sino rastros de un discurso donde lo que se busca es doblegar al otro, y donde la denigración y el padecimiento son las metodologías puestas en práctica” con un objetivo que “se esconde en palabras rutinarias. “…Acá se abrió la puerta de la jaula, ustedes entraron, nadie los llamó… El cuerpo lábil de la civilidad debe ser templado mediante el dolor para poder emerger como el duro cuerpo policial, siempre asociado “a lo recio y lo duro”. El hecho de que “el sujeto policial deba ser forjado a partir del sufrimiento (Baile y Milonga) habla a las claras del discurso institucional que se alienta peligrosamente no sólo sobre lo que debe ser el cuerpo policial, sino sobre lo que debe ser, también, su labor. Un cuerpo y una labor asociados a lo resistente, tanto como al ejercicio de la violencia y del poder con que se pretende templar a los futuros oficiales es inconcebible e inadmisible. Te torturan, pero es un entrenamiento. El caso de Reales y Serra en Tucumán y seguramente de muchos otros condensan, una visión idealizada y extremadamente peligrosa de la instrucción y formación policial que busca a que se magnifique a tal extremo el papel del sufrimiento físico como instancia de formación, donde el dolor es el umbral que hay que traspasar para adquirir la resistencia y la dureza que requiere la función”. Lo explicado y vivenciado por la licenciada es el tormento que pasaron Reales y Serra en la escuela de policía de Tucumán. Por eso mismo las autoridades, en todos sus niveles, deben redoblar los esfuerzos para esclarecer el caso y evitar que la sombra de la sospecha y el temor siga extendiéndose sobre la sociedad. Es la a única forma de hacer justicia, y de revalidar los títulos de las instituciones que vienen desprestigiadas desde la época de la dictadura. Sin embargo podemos constatar que existe una enorme pasividad con la que se acepta la administración de la violencia, con la misma quietud de una bomba ya instalada, dibujando en el tic-tac de su temporizador una sonrisa dirigida hacia el poder. Esta crítica al proceso endemoniado de la tortura la que debe ser profundamente investigado y desarticulado, lo hizo días atrás el periodista y columnista Roberto Delgado en el Diario La gaceta bajo el título del “El sofisma de la violencia pacificadora”. Lamentablemente y en forma paralela, el mundo del delito avanza – estimulado por cuantiosos beneficios económicos – a mayor velocidad de lo que la preparación de las fuerzas policiales pueden alcanzar. Los tres poderes miran al sudeste. Y la policía como buen orden que debe surgir del cabal funcionamiento de las leyes, ordenanzas y reglamentos que la sociedad adopta no despliega o exhibe un comportamiento acorde a los momentos de inseguridad y desasosiego que vive la sociedad ante la proliferación del delito.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Mayo 16, 2017


 

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