En el cambiante panorama de la geopolítica global, la profundización de la relación entre Moscú y Pekín se ha convertido en uno de los acontecimientos más relevantes de la década de 2020. Si bien no se trata de una alianza formal, su creciente asociación estratégica —caracterizada por declaraciones conjuntas, cooperación militar e interdependencia económica— sugiere una convergencia deliberada destinada a contrarrestar la influencia occidental. Sin embargo, en el fondo, esta alineación se basa tanto en una necesidad mutua como en una visión compartida.
La reunión de julio de 2025 entre el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, y su homólogo chino, Wang Yi, resaltó la fortaleza de esta relación. Wang la describió como «la relación más estable, madura y estratégicamente valiosa entre las principales potencias del mundo actual». Este sentimiento se debe a años de diplomacia coordinada, especialmente desde la invasión rusa de Ucrania en 2022, que atrajo a Moscú aún más a la órbita de Pekín en medio de las sanciones y el aislamiento occidentales. En el ámbito económico, China se ha convertido en el sustento de Rusia. El comercio bilateral alcanzó los 245 000 millones de dólares en 2024, con la compra por parte de China de grandes cantidades de energía rusa y el suministro de bienes esenciales para reemplazar las marcas occidentales. El proyecto del gasoducto Power of Siberia 2 y el mayor uso del yuan en las transacciones comerciales ilustran un cambio de rumbo respecto a los sistemas dominados por el dólar, lo que refuerza el deseo compartido de construir un orden mundial multipolar.
En el ámbito militar, ambas naciones han intensificado los ejercicios conjuntos y la coordinación en materia de defensa. Si bien China ha evitado apoyar abiertamente la guerra de Rusia en Ucrania, ha ampliado la cooperación en áreas como la defensa antimisiles y la seguridad marítima. Esta dualidad —apoyar a Moscú sin involucrarse directamente en sus conflictos— permite a Pekín mantener una neutralidad plausible, a la vez que se beneficia de la vulnerabilidad estratégica de Rusia.
Sin embargo, la alianza no está exenta de fricciones. Tensiones históricas, como disputas territoriales y cismas ideológicos que se remontan a la ruptura chino-soviética, siguen ensombreciendo la alianza. Documentos filtrados de la inteligencia rusa revelan una profunda desconfianza hacia las ambiciones a largo plazo de China, en particular en el Lejano Oriente ruso. Además, el dominio económico y la ventaja tecnológica de China han incrementado la dependencia de Moscú, lo que genera preocupación por la posibilidad de que Rusia se convierta en un socio menor, o incluso en un estado vasallo, en la relación.
Estratégicamente, ambas naciones comparten un adversario común en Occidente, en particular Estados Unidos y la OTAN. Sus esfuerzos conjuntos en foros como los BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái reflejan el deseo de reformular las normas de gobernanza global. Sin embargo, sus objetivos finales divergen: Rusia busca recuperar su influencia imperial, mientras que China aspira a redefinir el liderazgo global mediante la supremacía económica y tecnológica.
En esencia, el eje Moscú-Pekín es una alineación pragmática nacida de una necesidad geopolítica. Se mantiene unido no por la confianza, sino por el resentimiento compartido hacia el dominio occidental y el interés mutuo en reescribir las reglas del juego global. Si esta asociación evolucionará hacia una alianza duradera o se fracturará bajo el peso de sus contradicciones sigue siendo una de las preguntas clave de nuestro tiempo.
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En el cambiante panorama de la geopolítica global, la profundización de la relación entre Moscú y Pekín se ha convertido en uno de los acontecimientos más relevantes de la década de 2020. Si bien no se trata de una alianza formal, su creciente asociación estratégica —caracterizada por declaraciones conjuntas, cooperación militar e interdependencia económica— sugiere una convergencia deliberada destinada a contrarrestar la influencia occidental. Sin embargo, en el fondo, esta alineación se basa tanto en una necesidad mutua como en una visión compartida.
La reunión de julio de 2025 entre el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, y su homólogo chino, Wang Yi, resaltó la fortaleza de esta relación. Wang la describió como «la relación más estable, madura y estratégicamente valiosa entre las principales potencias del mundo actual». Este sentimiento se debe a años de diplomacia coordinada, especialmente desde la invasión rusa de Ucrania en 2022, que atrajo a Moscú aún más a la órbita de Pekín en medio de las sanciones y el aislamiento occidentales. En el ámbito económico, China se ha convertido en el sustento de Rusia. El comercio bilateral alcanzó los 245 000 millones de dólares en 2024, con la compra por parte de China de grandes cantidades de energía rusa y el suministro de bienes esenciales para reemplazar las marcas occidentales. El proyecto del gasoducto Power of Siberia 2 y el mayor uso del yuan en las transacciones comerciales ilustran un cambio de rumbo respecto a los sistemas dominados por el dólar, lo que refuerza el deseo compartido de construir un orden mundial multipolar.
En el ámbito militar, ambas naciones han intensificado los ejercicios conjuntos y la coordinación en materia de defensa. Si bien China ha evitado apoyar abiertamente la guerra de Rusia en Ucrania, ha ampliado la
cooperación en áreas como la defensa antimisiles y la seguridad marítima. Esta dualidad —apoyar a Moscú sin involucrarse directamente en sus conflictos— permite a Pekín mantener una neutralidad plausible, a la vez que se beneficia de la vulnerabilidad estratégica de Rusia.
Sin embargo, la alianza no está exenta de fricciones. Tensiones históricas, como disputas territoriales y cismas ideológicos que se remontan a la ruptura chino-soviética, siguen ensombreciendo la alianza. Documentos filtrados de la inteligencia rusa revelan una profunda desconfianza hacia las ambiciones a largo plazo de China, en particular en el Lejano Oriente ruso. Además, el dominio económico y la ventaja tecnológica de China han incrementado la dependencia de Moscú, lo que genera preocupación por la posibilidad de que Rusia se convierta en un socio menor, o incluso en un estado vasallo, en la relación.
Estratégicamente, ambas naciones comparten un adversario común en Occidente, en particular Estados Unidos y la OTAN. Sus esfuerzos conjuntos en foros como los BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái reflejan el deseo de reformular las normas de gobernanza global. Sin embargo, sus objetivos finales divergen: Rusia busca recuperar su influencia imperial, mientras que China aspira a redefinir el liderazgo global mediante la supremacía económica y tecnológica.
En esencia, el eje Moscú-Pekín es una alineación pragmática nacida de una necesidad geopolítica. Se mantiene unido no por la confianza, sino por el resentimiento compartido hacia el dominio occidental y el interés mutuo en reescribir las reglas del juego global. Si esta asociación evolucionará hacia una alianza duradera o se fracturará bajo el peso de sus contradicciones sigue siendo una de las preguntas clave de nuestro tiempo.
PrisioneroEnArgentina.com
Julio 30, 2025
Tags: Brics, Vladimir Putin, Xi JinpingRelated Posts
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