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  Prof. Dra. María Elena Cisneros Rueda.

Mucho había acontecido desde que iniciara su ministerio unos tres años atrás. Desde el principio creó controversia. En verdad que resultaba un tanto estrafalario para mucha gente respetable, un poco fuera de lugar para los invasores que lo miraban con displicencia. Pero muy querido, seguido, apreciado y valorado por muchísima gente que escuchaba arrobada sus palabras tan diferentes, a veces incomprensibles, que les llegaba al corazón y los emocionaba.  Y estaban los hechos inexplicables, los ciegos veían, los rengos caminaban, los endemoniados se sanaban, le daba de comer a multitudes, aceptaba a mujeres en su entorno, salvó a una adúltera de ser apedreada, calmaba las tempestades, reía de buena gana, se apartaba temprano por las mañanas para orar a SU Padre, desde que a los 12 años había estado intercambiando nociones con los sabios ancianos del Templo.

A veces su madre se desesperaba, su padre solía sacudir la cabeza en gesto de desasosiego, los hermanos se avergonzaban un poco y no comprendían nada de sus palabras. Había reunido un grupo  de pescadores a los que llamaba discípulos y ellos lo llamaban Rabí. Solía trabajar en la carpintería cuando era más joven pero desde que comenzó a viajar por todo el territorio hablando y explicando ya no lo hacía. Tenía amigos por todas partes donde pernoctaban y comían siendo bien recibidos, como en Betania en casa de  Lázaro al que había llamado desde la tumba. Hablaba en parábolas y a veces ni sus propios seguidores no entendían y tenía que explicar todo otra vez, junto a la fogata que cocinaba el pescado del Mar de Galilea.  Muchos lo consideraban un personaje pintoresco, otros no le creían nada de sus dichos, los invasores lo miraban con un dejo de menosprecio, pero había oídos y ojos que lo observaban muy detenidamente, todos y cada uno de sus movimientos. Habían colocado informantes entre sus seguidores y se mantenían muy bien informados de todo lo que hacía. Éstos en verdad le temían, podía desbaratar su urdimbre para con el pueblo, el negocio del Templo, como aquella vez que se permitió echar a los mercaderes a latigazos porque no cumplían con el Padre como debían, además era soltero y se rodeaba de mujeres que solían tener muy mala reputación, tampoco trabajaba como todo hombre de bien debía hacerlo y para colmo de males vestía como si fuera un príncipe, el hijo de un carpintero portando túnicas de la lana más fina, sin costuras, aunque sabían que la madre era muy hacendosa y preparaba ella misma esas túnicas, porque era conocida de todas las otras mujeres que sacaban agua del pozo. En verdad era molesto y comenzaba a doler como espina en el ojo y era necesario hacer algo, radical, definitivo, un escarmiento ejemplar.

En aquella ocasión se avecinaba la Pascua, siempre rememorando la salida de Egipto conducidos por un verdadero varón judío. Todo se preparaba en el Templo para tal festividad porque muchísima gente acudía y el negocio redituaba ciento por uno.

Unos seis días antes de la fecha, el nazareno llegó de visita con sus amigos a casa de Lázaro en Betania, familia adinerada con dos hermanas solteras que estaban locas de amor por él. Se organizó un festejo, al cual asistieron algunos miembros de la jerarquía religiosa y hasta participó Simón al que llamaban “el leproso” porque había padecido la enfermedad y había sido sanado por el visitante. Como era la costumbre judía de la época, los varones se sentaron todos a la mesa y las hermanas diligentes corrían de una lado a otro para servirlos, pero en un momento dado una de ellas corrió a su recámara privada y trajo un precioso frasco de alabastro con un perfume de nardo y a pesar de que todos ya habían lavado sus pies, ella rompió el sello del frasco y lo derramó sobre los pies del agasajado, y lo secó con sus propios larguísimos y sedosos cabellos, era María quién había llevado a cabo ese acto de amor infinito y no pasó desapercibido porque el olor inundó la habitación completa.  Uno de sus discípulos montó en cólera porque el ungüento era muy caro y expresó la idea de haberlo vendido para darle a los necesitados. Era Judas Iscariote,  el administrador de los dones que el grupo recibía y muchas veces su mano había sacado lo que no debía y elucubraba su ganancia si esto hubiera sucedido. . Entonces Él, cuyo nombre era Jesús, le respondió que la dejara porque era un anticipo de su sepultura. Ante esta respuesta muchos quedaron desconcertados. Hacía tiempo que venían maquinando hacer matar por un sicario a Lázaro debido a que por causa suya muchos de entre los más notables habían vuelto su pensamiento hacia el autor del evento milagroso y buscaban la manera de lograrlo y de paso deshacerse del “peligroso”.

Al otro día, la muchedumbre que se dirigía a Jerusalén supo que Jesús también iría al Templo y se alegraron en demasía por lo que reunieron hojas de palmeras y salieron al camino a recibirlo. El venía sentado a la grupa de un asnillo que estaba por allí junto a su madre y nunca nadie lo había montado aún. La gente feliz lo alababa gritando: ”Hosanna, bendito el que viene en el Nombre del Señor! Viva el Rey de Israel!” y hasta algunos griegos lo aclamaban y manifestaron a los discípulos el deseo de hablarle. Entonces Él se dirigió a las gentes y les dijo algunas palabras sobre la hora que era llegada, que el Hijo del Hombre debía de ser glorificado, que el grano de trigo si  no caía a la tierra y moría llevaba mucho fruto y agregó que quién daba su vida ganaría la Vida eterna. Entonces se turbó un poco, una gran emoción lo embargó y de pronto se oyó una voz como de trueno que decía claramente: ”Lo he glorificado y lo glorificaré otra vez”, aunque muchos de la turbación no entendían nada y solo decían haber escuchado un trueno pero otros inquirían con fervor sobre la verdad porque habían entendido que Él estaría por siempre entre ellos,  la Ley lo decía. La gente de pueblo no comprendía tanto, pero algunos notables, expertos conocedores de la Ley como Nicodemo y José de Arimatea y otros muchos que no querían aceptarlo públicamente por temor de ser expulsados de la sinagoga, entendían perfectamente, pero  como siempre preferían la gloria humana. Era la gota que colmó el vaso. Dos días después el Sanedrín reunido en parte con los que querían sacarlo del camino y sin la presencia de los que lo aceptaban comenzaron a tramar su perdición. Se confabularon con uno de los discípulos para que lo entregara y le pagaron 30 monedas que guardó raudamente en la bolsa que llevaba atada a la cintura. Como la Fiesta de los panes sin levadura había llegado y había que celebrarla ÉL envió a prepararla y les dijo  que al entrar a la ciudad encontrarían a un hombre con un cántaro de agua, debían seguirlo y preguntarle al dueño de casa dónde estaba el aposento preparado para la celebración. Llegada la hora de la cena todos se encaminaron un poco silenciosos hacia el lugar y se sentaron a la mesa. Ahí le dijo que sería la última Pascua que celebrarían juntos, entonces toma la copa de vino dando gracias y la hace pasar para que todos beban y luego tomó unos de los panes y partiéndolo les dijo que lo compartía como si fuera su propio cuerpo y les dijo que lo hicieran para recordarlo. Al final de la cena, tomó el vaso del cual habían bebido todos y le dijo que sería el Nuevo Pacto. Pero ellos, entraron en una rencilla sobre la importancia que cada uno revestía a SU lado. Pacientemente les explicó la importancia de saber ser el último, de lo bueno de mantenerse a SU lado y que deseaba que establecieran un reino para rememorar los hechos recién llevados a cabo en recuerdo de SU vida.

Todos se abalanzaron para decirle cuánto lo amaban, cómo lo defenderían y con qué ahínco pelearían por su vida. A uno de ellos lo miró con tristeza diciéndole que antes que cantara el gallo lo habría negado tres veces. Al otro le dijo que se fuera e hiciera rápido lo que tenía que hacer.

Luego los invitó a ir al Huerto de los Olivos a orar. Allí se alejó un tanto y comenzó a orar mientras que algunos de ellos se adormilaron. Al volver de su oración, les levantó de su sueño y en eso llegaron guardias con antorchas y Judas entre ellos que se acercó a besarlo. También estaban los Principales Sacerdotes, los Magistrados del Templo y algunos Ancianos. Entre todos lo redujeron y lo llevaron a la casa del Sumo Sacerdote. Allí lo escarnecieron y lo golpearon teniendo sus manos atadas. Lo golpearon burlándose  de Él hasta el amanecer  y lo llevaron a concilio de los Ancianos del pueblo, los Principales Sacerdote y los escribas y le inquirían rudamente si era cierto que era el Hijo de Dios. El respondió: ”Yo soy!” todos gritaron horrorizados y rasgando sus vestiduras dijeron no necesitar más para condenarlo.

Lo arrastraron hasta Poncio Pilato que era el representante del César acusándolo de sedición por no querer pagar tributo haciéndose llamar Rey. Pero éste que era el quinto prefecto en la provincia romana de Judea siendo Emperador Tiberio,  no encontró nada para acusarlo. Como era de Galilea y esto estaba fuera de su jurisdicción se lo envió a Herodes para que decidiera, Éste se burló de ÉL y lo envió de nuevo a Pilato quién para calmar a la muchedumbre les dio a escoger entre Barrabás y el Nazareno. Ante la insistencia de crucificar al acusado. Pilato se lavó las manos y lo entregó a los verdugos que lo azotaron, lo coronaron con espinas, lo escupieron, lo abofetearon, y lo cargaron con una pesada cruz que por momentos lo hacía claudicar y pusieron a un hombre del pueblo para que lo ayude. Llegados al lugar llamado  Calavera, lo crucificaron junto a otros dos ladrones y se jugaron sus ropas que eran muy finas entre los guardias romanos. Cuando finalmente expiró no sin que pasaran eventos extraordinarios como un terremoto y el velo del Templo rasgado en dos, José de Arimatea fue a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús y lo llevaron a un sepulcro nuevo hecho en la piedra en el día de la Víspera de la Pascua. Pasado el sábado las mujeres que habían preparado ungüentos para el cuerpo muerto al llegar al sepulcro encontraron la puerta abierta y las ´sabanas que lo envolvían en un ángulo del lugar del entierro, pero no había ningún cuerpo. Una luz las envolvió diciéndoles que ÉL había resucitado tal como lo había dicho. Al contarles alborozadas a los hombre, estos no les creyeron pero ÉL se le apareció camino a Emaüs, pero no recordaron hasta que llegados al pueblo se quedó con ellos para la cena y solo ahí lo reconocieron. Tuvo que manifestarse varias veces para ser reconocido. Ahí  les entregó la Gran Comisión. Luego de pasar con ellos un cierto tiempo los llevó otra vez hasta Betania desde donde fue elevado al cielo.

De manera somera, ésta es la narración de los Hechos de la Semana Santa. Es para recordar, orar, rememorar, alabar, respetar y valorar. No es para salir de vacaciones, divertirse y hartarse de todo. No fue una Semana agraciada, todo lo contrario. Es un tiempo de meditación, lectura, agradecimiento y sana alegría. Especialmente para aquellos que hemos sobrevivido a una larga Pandemia que amenaza nuevamente con hacer su reaparición.

Tuve el privilegio de vivir en Galilea y recorrer todos los lugares por los que ÉL anduvo. Me emociona aún el recuerdo de ese tiempo maravilloso.

Cada mañana de Viernes  Santo, me corre un escozor por la espalda al oír cantar al gallo. Siempre me pregunto si lo habré negado tres veces…

 

Fuente: Evangelios de Mateo y Juan

 


PrisioneroEnargentina.com

Abril 14, 2022


 

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