La ciudad de Cali sufre ahora la peor de las tragedias que ha padecido desde que fue fundada en 1536 por Sebastián de Belalcázar.
Con el paso del tiempo, esta ciudad se ha convertido en un ícono de Colombia a muchos títulos. En ella confluyen un amasijo de razas y un universo de culturas, que siempre han vivido pacíficamente y en perfecta armonía entre blancos y negros, ricos y pobres, aristócratas y campesinos.
Todos, sin excepción, han contribuido a la construcción de una hermosa y próspera urbe de casi tres millones de habitantes. Atravesada por siete ríos de ensueño, recostada contra una espectacular cordillera de cuatro mil metros de altura, y rodeada por las más fértiles y productivas tierras de Colombia, la ciudad es un ejemplo de cultura, civismo y progreso.
Pues bien, toda esta poesía que llena el alma de los que queremos a Cali y deseamos lo mejor para ella, está siendo arrasada hasta los más profundos cimientos por el alcalde Jorge Iván Ospina. Inspirado en los más nefastos principios del marxismo y del socialismo, que solo producen caos y miseria, el alcalde le ha añadido un ingrediente más nocivo que todos los demás factores de disolución, como lo es la práctica del satanismo y de la brujería cubano-venezolana, que se ha convertido en eje fundamental de su gobierno.
Desde el pasado 28 de abril, Cali viene siendo destruida por fuerzas subversivas y terroristas, que con una violencia inaudita han arruinado el progreso, las fuentes de empleo, el bienestar de sus habitantes y la magnífica imagen internacional de la ciudad. El promotor de esta barbarie es el alcalde Ospina, que fue elegido gracias a la estupidez de fuerzas divisorias que propiciaron esta catástrofe.
Un monumento indigno de Cali
La imagen perfecta que expresa nuestra desolación es el monumento indigno que él mismo mandó construir en Puerto Rellena, un popular lugar de la ciudad. Allí hizo levantar un esperpento diabólico, que proclama el satanismo radical y que es la inversión absoluta de los valores culturales y religiosos que han caracterizado a nuestra ciudad por siglos.
En ese remedo de monumento están dibujadas las más grotescas expresiones del satanismo cubano-venezolano, sustento de las dictaduras brutales que han subyugado a esas dos naciones. Las figuras que allí aparecen pintadas son las de la bruja María Lionza, la del Negro Felipe y la del Cacique Guaicaipuro, que son los demonios de la santería marxista invocados por Chávez y por Maduro, y que apadrinan la revolución marxista de Venezuela. Además, en la parte superior del monumento hay un puño comunista con la palabra “Resiste”, que no es otra cosa que el llamado del alcalde a la destrucción de la ciudad, lo cual ha venido ejecutando al pie de la letra desde que se posesionó en el cargo.
Esa construcción indigna, inspirada en brujería satánica, no representa a Cali en absoluto. Eso es exactamente lo contrario de nuestra cultura cristiana, que el alcalde pretende demoler con sus rezos satánicos, pero con certeza que no lo conseguirá. Los verdaderos símbolos de Cali, los que sí nos representan y con los cuales sí nos identificamos todos los caleños, son absolutamente otros.
Los verdaderos símbolos de la ciudadLa
Ellos son Las Tres Cruces, colocadas en el cerro del mismo nombre, desde donde se divisa la ciudad y que desde hace más de un siglo bendicen y exorcizan a Cali en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo.Es el monumento de Cristo Rey, ubicado en otro de los cerros tutelares, que protege a Cali con sus brazos extendidos. Es la Virgen de Nuestra Señora de los Remedios, patrona de la ciudad, que desde hace cuatro siglos se venera en la Iglesia de la Merced. Ellos son los que protegen a Cali de todas las brujerías y maleficios que nos quiere imponer el alcalde.
Y también, entre los monumentos históricos que más respetamos, está la estatua de Don Sebastián de Belalcázar, fundador de la ciudad. Él nos trajo de España la cultura y la civilización que son la fuente del progreso y del bienestar que hemos alcanzado. Él es el patriarca de Cali, ejemplo vivo de la obra civilizadora de España en América, realizada a lo largo de cinco siglos y reconocida como una de las más grandes epopeyas culturales de la Historia.
Pues bien, por mandato del alcalde, ese monumento benemérito fue derribado por una horda de indígenas del Cauca que no representan a Cali y que fueron traídos por el alcalde con ese fin. Esas comunidades indígenas están siendo manipuladas por los peores delincuentes de Colombia, como lo son los terroristas de las FARC, del ELN y de los carteles de la droga. Ninguno de ellos tiene derecho a destruir una historia civilizadora de 500 años.
Si queremos progresar, mejorar nuestras condiciones de vida, vivir en paz y resolver en forma civilizada los problemas que tenemos, que sin duda se agravaron por la pandemia, es imperativo que Cali debe agotar todos los recursos legales para que este alcalde sea destituido. Acto seguido, debemos hacer desaparecer para siempre ese esperpento satánico que él nos quiere imponer como símbolo de Cali, y que no lo es en absoluto. Y, finalmente, debemos devolver cuanto antes a Don Sebastián de Belalcázar al sitial de honor en donde ha estado por muchos años.
Si los caleños dignos y honrados no somos capaces de hacer respetar nuestra ciudad y defender el legado que recibimos, haciendo uso de nuestros derechos legales y constitucionales, es que no merecemos otra cosa diferente a esta ignominia que nos están imponiendo. Y, finalmente, nos causa perplejidad que sobre esta tragedia no hemos escuchado una sola palabra del Arzobispo de Cali, Mons. Darío de Jesús Monsalve, a no ser los elogios continuos que hace de la labor del alcalde y su inaceptable pedido de perdón a las turbas indígenas del Cauca que hace poco aterrorizaron la ciudad por algunos días.
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Por Eugenio Trujillo Villegas.
La ciudad de Cali sufre ahora la peor de las tragedias que ha padecido desde que fue fundada en 1536 por Sebastián de Belalcázar.
Con el paso del tiempo, esta ciudad se ha convertido en un ícono de Colombia a muchos títulos. En ella confluyen un amasijo de razas y un universo de culturas, que siempre han vivido pacíficamente y en perfecta armonía entre blancos y negros, ricos y pobres, aristócratas y campesinos.
Todos, sin excepción, han contribuido a la construcción de una hermosa y próspera urbe de casi tres millones de habitantes. Atravesada por siete ríos de ensueño, recostada contra una espectacular cordillera de cuatro mil metros de altura, y rodeada por las más fértiles y productivas tierras de Colombia, la ciudad es un ejemplo de cultura, civismo y progreso.
Pues bien, toda esta poesía que llena el alma de los que queremos a Cali y deseamos lo mejor para ella, está siendo arrasada hasta los más profundos cimientos por el alcalde Jorge Iván Ospina. Inspirado en los más nefastos principios del marxismo y del socialismo, que solo producen caos y miseria, el alcalde le ha añadido un ingrediente más nocivo que todos los demás factores de disolución, como lo es la práctica del satanismo y de la brujería cubano-venezolana, que se ha convertido en eje fundamental de su gobierno.
Desde el pasado 28 de abril, Cali viene siendo destruida por fuerzas subversivas y terroristas, que con una violencia inaudita han arruinado el progreso, las fuentes de empleo, el bienestar de sus habitantes y la magnífica imagen internacional de la ciudad. El promotor de esta barbarie es el alcalde Ospina, que fue elegido gracias a la estupidez de fuerzas divisorias que propiciaron esta catástrofe.
Un monumento indigno de Cali
La imagen perfecta que expresa nuestra desolación es el monumento indigno que él mismo mandó construir en Puerto Rellena, un popular lugar de la ciudad. Allí hizo levantar un esperpento diabólico, que proclama el satanismo radical y que es la inversión absoluta de los valores culturales y religiosos que han caracterizado a nuestra ciudad por siglos.
En ese remedo de monumento están dibujadas las más grotescas expresiones del satanismo cubano-venezolano, sustento de las dictaduras brutales que han subyugado a esas dos naciones. Las figuras que allí aparecen pintadas son las de la bruja María Lionza, la del Negro Felipe y la del Cacique Guaicaipuro, que son los demonios de la santería marxista invocados por Chávez y por Maduro, y que apadrinan la revolución marxista de Venezuela. Además, en la parte superior del monumento hay un puño comunista con la palabra “Resiste”, que no es otra cosa que el llamado del alcalde a la destrucción de la ciudad, lo cual ha venido ejecutando al pie de la letra desde que se posesionó en el cargo.
Esa construcción indigna, inspirada en brujería satánica, no representa a Cali en absoluto. Eso es exactamente lo contrario de nuestra cultura cristiana, que el alcalde pretende demoler con sus rezos satánicos, pero con certeza que no lo conseguirá. Los verdaderos símbolos de Cali, los que sí nos representan y con los cuales sí nos identificamos todos los caleños, son absolutamente otros.
Los verdaderos símbolos de la ciudadLa
Ellos son Las Tres Cruces, colocadas en el cerro del mismo nombre, desde donde se divisa la ciudad y que desde hace más de un siglo bendicen y exorcizan a Cali en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Es el monumento de Cristo Rey, ubicado en otro de los cerros tutelares, que protege a Cali con sus brazos extendidos. Es la Virgen de Nuestra Señora de los Remedios, patrona de la ciudad, que desde hace cuatro siglos se venera en la Iglesia de la Merced. Ellos son los que protegen a Cali de todas las brujerías y maleficios que nos quiere imponer el alcalde.
Y también, entre los monumentos históricos que más respetamos, está la estatua de Don Sebastián de Belalcázar, fundador de la ciudad. Él nos trajo de España la cultura y la civilización que son la fuente del progreso y del bienestar que hemos alcanzado. Él es el patriarca de Cali, ejemplo vivo de la obra civilizadora de España en América, realizada a lo largo de cinco siglos y reconocida como una de las más grandes epopeyas culturales de la Historia.
Pues bien, por mandato del alcalde, ese monumento benemérito fue derribado por una horda de indígenas del Cauca que no representan a Cali y que fueron traídos por el alcalde con ese fin. Esas comunidades indígenas están siendo manipuladas por los peores delincuentes de Colombia, como lo son los terroristas de las FARC, del ELN y de los carteles de la droga. Ninguno de ellos tiene derecho a destruir una historia civilizadora de 500 años.
Si queremos progresar, mejorar nuestras condiciones de vida, vivir en paz y resolver en forma civilizada los problemas que tenemos, que sin duda se agravaron por la pandemia, es imperativo que Cali debe agotar todos los recursos legales para que este alcalde sea destituido. Acto seguido, debemos hacer desaparecer para siempre ese esperpento satánico que él nos quiere imponer como símbolo de Cali, y que no lo es en absoluto. Y, finalmente, debemos devolver cuanto antes a Don Sebastián de Belalcázar al sitial de honor en donde ha estado por muchos años.
Si los caleños dignos y honrados no somos capaces de hacer respetar nuestra ciudad y defender el legado que recibimos, haciendo uso de nuestros derechos legales y constitucionales, es que no merecemos otra cosa diferente a esta ignominia que nos están imponiendo. Y, finalmente, nos causa perplejidad que sobre esta tragedia no hemos escuchado una sola palabra del Arzobispo de Cali, Mons. Darío de Jesús Monsalve, a no ser los elogios continuos que hace de la labor del alcalde y su inaceptable pedido de perdón a las turbas indígenas del Cauca que hace poco aterrorizaron la ciudad por algunos días.
trujillo.eugenio@gmail.com
Eugenio Trujillo Villegas es Director de la Sociedad Colombiana Tradición y Acción
PrisioneroEnArgentina.com
Julio 8, 2021