Escribir de sexos opuestos, en la cúspide de la escala biológica terrenal, nos impone hablar del hombre y la mujer. ¡Nada menos!
Es referirse al antecedente esencial y necesario, para quien considera a la familia como el núcleo fundacional de una sociedad. Con una lógica rigurosa, se podría sostener que sin el hombre y la mujer no hay familia. Y sin esto no hay sociedad.
Pero he aquí, que creo de larga data, cuando se hace referencia a la relación entre ambos es muy común hablar de los sexos opuestos. Yo creo que viví escuchando esta calificación. Y confieso que siempre “me hizo ruido”. Y esto lo enfatizo, haciendo reserva de mi particular enfoque, sin comprometer a los demás hombres y con toda seguridad a todas las mujeres. Sobre éstas, siempre sostuve, que puedo intelectualmente valorarlas. Pero me resulta imposible describir sus sentimientos. Los disfruto o los sufro, pero no puedo “ponerme dentro de ellos”.
Aun así, tengo la seguridad de que “ellas” sienten diferente a “ellos”. Intuyo, con mayor riqueza, con mayor pasión, con una mayor sensibilidad, con una “exclusividad innacesible” que solo puedo entender por sus “efectos” sobre la masculinidad. ¡Y qué efectos!
Por todo esto, durante mi larga vida vi a la mujer como esencialmente diferente. Pero jamás como el sexo opuesto.
Nunca podría calificar a mi madre, como el sexo opuesto. Hasta podría sostener que fue una maravllosa mujer, y si el sexo debe ser calificado a través de ella, me impele mas a sostener que fue un sexo necesario, y jamás se me ocurriría calificarlo de opuesto.
Claro, que mis críticos podrían sostener que la madre “es la excepción a la regla”. Y mi argumento definitorio es que fue un testimonio que me mostró la vida, de amor, de sensibilidad, de fuerza inspirada en ello, de altruismo tan poco frecuente en la vida, de abnegación, de sabíduria educativa, que bueno seria aceptable como excepción.
Pero a poco de ir creciendo, cuando desde la adolecencia comencé a fijarme en mis contem-poráneas, me comenzaron a deslumbrar. Y no solo por su belleza y su enorme capacidad de seducción envuelta en una timidez auto protectora. Su inteligencia práctica, su orgullo protegiendo su sensibilidad, su fuerza para seleccionar lo suyo y a la vez, su celo para protegerlo de los demás. Y bueno no puedo decir que mi madre era la excepción. Lo que era la excepción era su función con respecto a mí.
Se podría escribir un libro mas sobre la mujer desde la imperfecta visión del hombre. Dejo a mis congeneres que hagan su propia valoración. Pero estoy seguro llegarán a conclusiones semejantes. La mujer no es el sexo que se nos opone. Es el sexo que necesitamos.
Y tratando de vivir lo que pasa en el interior de la mujer, no creo estar muy errado al llegar a la misma conclusión: para ellas es el sexo que necesitan.
Volviendo a mi interior, percibo de ellas, la fuente de una relación intrasferible, la compañera de por vida o de una parte de ella, es la madre de nuestros hijos, es el ejercicio de una mutua seducción, que llena la vida y muchos etc. mas.
Y vocacionalmente, es quien nos inspira protegerla, creyendo en su dependencia, y sin percibir lo que ellas nos protegen.
Bueno, basta, no vamos a hacer una novela de amor a los 86 años.
Esto es suficiente para rechazar la calificación de opuesto, cuando me refiero a la mujer. Y sin poder ponerme en mujer, creo que tampoco ellas puedan sostener que somos el sexo opuesto.
Somos mutuamente necesarios, es como si ambos sexos estuvieran incompletos. Y ansiosamente buscamos lo que puede completarnos. Es el “yo” que busca el “tú” para conformar el “nosotros”.
Hasta aquí, mi objeción semántica. Durante mi vida no incidió en nada. Sirvió para algún “chichoneo” con alguna mujer, pero por un rato. Por lo tanto, lo dejamos para charla de café y punto.
Pero el marxismo transformado en un virus, generador de odios, ha detectado lo de “sexos opuestos” y le ha volcado su virulencia a partir de su metódica inserción en un tema propicio: “la vulneración de los derechos de la mujer desde toda la historia”. Y es un tema muy bien elegido.
Quién podría dudar, que la mujer ha sufrido desde Adán, de un desconocimiento de sus derechos, que necesariamente deben correr en paridad con los del hombre.
Creo que en los XXI siglos de existencia semiconocida, la mujer hizo de su abnegación y su maravillosa capacidad amatoria, su disposición a acompañar al hombre en sus vitales vicisitudes, a pesar de la necedad de muchos varones, que se creyeron mas poderosos que ellas. Pero a la vez hombres llenos de capacidad que descubrian en “una compañera” la luchadora que necesitaban para seguir adelante superando los duros golpes de la vida.
Estos dos últimos siglos se ha puesto de manifiesto, varias generaciones de mujeres dispuestas a alcanzar la igualdad indiscutible que les corresponde, en esta relación tan vital para la Humanidad que se materializa entre el hombre y la mujer.
Pero como he dicho, el marxismo aplica una fórmula aparentemente infalible para generar y estimular el odio. Con su ingenioso malabarismo de las palabras ha percibido una que resulta mágica para sus incursiones en toda sociedad: los derechos.
Hábilmente presenta a los derechos ignorando los deberes. Más precisamente “los derechos del yo” y los “deberes de los opuestos”. Llamando opuestos a la relación social existente convertida en contraria. Por ejemplo: Los “derechos del estudiante contra los deberes del profesor”, “derechos del trabajador contra los deberes del empresario” , “derechos del peatón contra los deberes del transportista”; “derechos de la protesta contra los deberes del perjudicado por ella”, etc.
A la vez, pasa por alto la inversión lógica. Tiene derechos pero no tiene deberes con los demás. “Él tiene derecho para alterar la convivencia ciudadana” y “las fuerzas de seguridad tiene el deber de no “reprimir” su derecho”.
Y esto cuando tiene campo propicio, sin decirlo explicitamente, en la práctica intenta que su derecho es superior a los deberes en el mismo campo de los demás. Recuerdo en tiempo del terrorismo, cuando las bandas terroristas advertían a la policia que cuando ellos atacaban, la policia no debía intervenir. Y si lo hacian sería la responsable de desatar la violencia. En la mentalidad marxista la culpa siempre es del otro.
Esto llevado al tema que intento exponer, ha encontrado entusiastas defensoras de los derechos de la mujer, que han logrado descubrir, que el asesinato de una mujer no es un homicidio con los agravantes correspondientes, sino es un femicidio. El homicidio resulta una calificación más benigna. Claro que si asesinan a un infante no es “infanticidio”, ni a un hombre, no es un “masculicidio” sino un homicidio.
Y sin querer, crean un derecho superior a su respectivo deber.
Algunas entusiastas mujeres luchadoras por derechos legítimos para ser iguales al hombre, las lleva a pensar que por ejemplo, las legislaturas tienen que tener igual cantidad de hombres y mujeres. Es como si exigieramos que tendría igual número en todas las actividades laborales, dejando de lado el deber de ser lo suficientemente capaz. Y dejo claro, mi deseo es que la legislatura tenga a los mas capaces, sin que me perturbe que haya mucho mas mujeres que varones.
Y esto se proyecta a la necesaria convivencia de un hombre con una mujer. Hoy es notable, la poca duración de muchas parejas, que a pesar de decidir unir sus vidas, descubren que al compartir no pueden superar las inevitables asperezas de la vida diaria. El descubrir que su pareja carece de la perfección que le atribuia, y para peor, que está flotando en medio de nuevos conflictos generado por la atadura al “sexo opuesto”.
Y sin querer, transforma al sexo en enemigo, con algunos “oasis” cuyas ausencias dia a dia se van sintiendo mas.
Ya al fin de mi vida, estoy convencido de la necesidad mutua que se inicia en cada unión de un hombre y una mujer, en cada proyecto que se irá conformando en el trascurso de cada día, en la felicidad que origina ir ambos tirando del mismo carro, que aún pareciendo pesado, resultará liviano al sentirse mutuamente solidarios. No son sexos opuestos, no hay uno que manda y otro que obedece por un supuesto mandato de la historia. Son dos que según las capacidades de cada uno, asumirá sus tareas, pero planificadas por ambos.
Todo lo expuesto, me lleva a proponer que dejemos de utilizar la frase “sexo opuesto” para referirnos a la relación del hombre y la mujer. Muchas veces algo tan superficial como una frase, sirve para establecer una falsa base sobre la cual construir algo tan importante como la vida en común de un hombre y una mujer.
Yo sugiero, que vean al ingresar a esa relación, la conciencia de un “yo” que se une al “tú” que necesitamos para caminar en nuestra vida, constituidos en un “nosotros” que hace que junto, aún en la diversidad de nuestros enfoques, seamos capaces de encontrar el proyecto necesario y fecundo en el cual como frutos han de desarrollar sus hijos los primeros años de su vida. Y teniendo en cuenta que estos no significan un fin ni razón de ser de la pareja, sino nada menos y nada mas que una responsabilidad, un deber, que la Humanidad nos requiere.
La relación hombre y mujer es tan necesaria, que supera la etapa de padres hijos. Los hijos los tenemos a partir de una fecha, y si bien es para toda la vida, llega un momento en que debemos dejarlos que asuman sus vidas. Y muchas veces se convierte en pecados inmiscuirnos en ellas. Ellos son los “dueños” de sus vidas, y los padres deben quedar como sostén espiritual si es que han ganado ese lugar. Ya no importaran los gustos de estos. Y es el redescubrir de la existencia de la pareja, que se convierten nuevamente en los constructores solitarios de sus caminos y en espectadores del de ellos.
En definitiva, el hombre y la mujer son los sexos complementarios cuando materializan su pareja. El camino que se hace al andar por la vida, los fusiona en una misma senda, y dentro de ella van surgiendo el famoso reparto de funciones, que no solo sirven para fortalecer la propia personalidad, sino para fusionar dos personalidades, dos diversas identidades que se integran en ese buscado “nosotros”.
Y esto no es de “sexos opuestos”. Y a los equivocados marxistas, aplicados en su afán de crear la lucha de unos contra otros; les digo ¿Qué me van a decir de sexos opuestos? Son necesarios y complementarios. No hay grieta.
¿SEXOS OPUESTOS?
Escribe: My. Carlos Españadero
Escribir de sexos opuestos, en la cúspide de la escala biológica terrenal, nos impone hablar del hombre y la mujer. ¡Nada menos!
Es referirse al antecedente esencial y necesario, para quien considera a la familia como el núcleo fundacional de una sociedad. Con una lógica rigurosa, se podría sostener que sin el hombre y la mujer no hay familia. Y sin esto no hay sociedad.
Pero he aquí, que creo de larga data, cuando se hace referencia a la relación entre ambos es muy común hablar de los sexos opuestos. Yo creo que viví escuchando esta calificación. Y confieso que siempre “me hizo ruido”. Y esto lo enfatizo, haciendo reserva de mi particular enfoque, sin comprometer a los demás hombres y con toda seguridad a todas las mujeres. Sobre éstas, siempre sostuve, que puedo intelectualmente valorarlas. Pero me resulta imposible describir sus sentimientos. Los disfruto o los sufro, pero no puedo “ponerme dentro de ellos”.
Aun así, tengo la seguridad de que “ellas” sienten diferente a “ellos”. Intuyo, con mayor riqueza, con mayor pasión, con una mayor sensibilidad, con una “exclusividad innacesible” que solo puedo entender por sus “efectos” sobre la masculinidad. ¡Y qué efectos!
Por todo esto, durante mi larga vida vi a la mujer como esencialmente diferente. Pero jamás como el sexo opuesto.
Nunca podría calificar a mi madre, como el sexo opuesto. Hasta podría sostener que fue una maravllosa mujer, y si el sexo debe ser calificado a través de ella, me impele mas a sostener que fue un sexo necesario, y jamás se me ocurriría calificarlo de opuesto.
Claro, que mis críticos podrían sostener que la madre “es la excepción a la regla”. Y mi argumento definitorio es que fue un testimonio que me mostró la vida, de amor, de sensibilidad, de fuerza inspirada en ello, de altruismo tan poco frecuente en la vida, de abnegación, de sabíduria educativa, que bueno seria aceptable como excepción.
Pero a poco de ir creciendo, cuando desde la adolecencia comencé a fijarme en mis contem-poráneas, me comenzaron a deslumbrar. Y no solo por su belleza y su enorme capacidad de seducción envuelta en una timidez auto protectora. Su inteligencia práctica, su orgullo protegiendo su sensibilidad, su fuerza para seleccionar lo suyo y a la vez, su celo para protegerlo de los demás. Y bueno no puedo decir que mi madre era la excepción. Lo que era la excepción era su función con respecto a mí.
Se podría escribir un libro mas sobre la mujer desde la imperfecta visión del hombre. Dejo a mis congeneres que hagan su propia valoración. Pero estoy seguro llegarán a conclusiones semejantes. La mujer no es el sexo que se nos opone. Es el sexo que necesitamos.
Y tratando de vivir lo que pasa en el interior de la mujer, no creo estar muy errado al llegar a la misma conclusión: para ellas es el sexo que necesitan.
Volviendo a mi interior, percibo de ellas, la fuente de una relación intrasferible, la compañera de por vida o de una parte de ella, es la madre de nuestros hijos, es el ejercicio de una mutua seducción, que llena la vida y muchos etc. mas.
Y vocacionalmente, es quien nos inspira protegerla, creyendo en su dependencia, y sin percibir lo que ellas nos protegen.
Bueno, basta, no vamos a hacer una novela de amor a los 86 años.
Esto es suficiente para rechazar la calificación de opuesto, cuando me refiero a la mujer. Y sin poder ponerme en mujer, creo que tampoco ellas puedan sostener que somos el sexo opuesto.
Somos mutuamente necesarios, es como si ambos sexos estuvieran incompletos. Y ansiosamente buscamos lo que puede completarnos. Es el “yo” que busca el “tú” para conformar el “nosotros”.
Hasta aquí, mi objeción semántica. Durante mi vida no incidió en nada. Sirvió para algún “chichoneo” con alguna mujer, pero por un rato. Por lo tanto, lo dejamos para charla de café y punto.
Pero el marxismo transformado en un virus, generador de odios, ha detectado lo de “sexos opuestos” y le ha volcado su virulencia a partir de su metódica inserción en un tema propicio: “la vulneración de los derechos de la mujer desde toda la historia”. Y es un tema muy bien elegido.
Quién podría dudar, que la mujer ha sufrido desde Adán, de un desconocimiento de sus derechos, que necesariamente deben correr en paridad con los del hombre.
Creo que en los XXI siglos de existencia semiconocida, la mujer hizo de su abnegación y su maravillosa capacidad amatoria, su disposición a acompañar al hombre en sus vitales vicisitudes, a pesar de la necedad de muchos varones, que se creyeron mas poderosos que ellas. Pero a la vez hombres llenos de capacidad que descubrian en “una compañera” la luchadora que necesitaban para seguir adelante superando los duros golpes de la vida.
Estos dos últimos siglos se ha puesto de manifiesto, varias generaciones de mujeres dispuestas a alcanzar la igualdad indiscutible que les corresponde, en esta relación tan vital para la Humanidad que se materializa entre el hombre y la mujer.
Pero como he dicho, el marxismo aplica una fórmula aparentemente infalible para generar y estimular el odio. Con su ingenioso malabarismo de las palabras ha percibido una que resulta mágica para sus incursiones en toda sociedad: los derechos.
Hábilmente presenta a los derechos ignorando los deberes. Más precisamente “los derechos del yo” y los “deberes de los opuestos”. Llamando opuestos a la relación social existente convertida en contraria. Por ejemplo: Los “derechos del estudiante contra los deberes del profesor”, “derechos del trabajador contra los deberes del empresario” , “derechos del peatón contra los deberes del transportista”; “derechos de la protesta contra los deberes del perjudicado por ella”, etc.
A la vez, pasa por alto la inversión lógica. Tiene derechos pero no tiene deberes con los demás. “Él tiene derecho para alterar la convivencia ciudadana” y “las fuerzas de seguridad tiene el deber de no “reprimir” su derecho”.
Y esto cuando tiene campo propicio, sin decirlo explicitamente, en la práctica intenta que su derecho es superior a los deberes en el mismo campo de los demás. Recuerdo en tiempo del terrorismo, cuando las bandas terroristas advertían a la policia que cuando ellos atacaban, la policia no debía intervenir. Y si lo hacian sería la responsable de desatar la violencia. En la mentalidad marxista la culpa siempre es del otro.
Esto llevado al tema que intento exponer, ha encontrado entusiastas defensoras de los derechos de la mujer, que han logrado descubrir, que el asesinato de una mujer no es un homicidio con los agravantes correspondientes, sino es un femicidio. El homicidio resulta una calificación más benigna. Claro que si asesinan a un infante no es “infanticidio”, ni a un hombre, no es un “masculicidio” sino un homicidio.
Y sin querer, crean un derecho superior a su respectivo deber.
Algunas entusiastas mujeres luchadoras por derechos legítimos para ser iguales al hombre, las lleva a pensar que por ejemplo, las legislaturas tienen que tener igual cantidad de hombres y mujeres. Es como si exigieramos que tendría igual número en todas las actividades laborales, dejando de lado el deber de ser lo suficientemente capaz. Y dejo claro, mi deseo es que la legislatura tenga a los mas capaces, sin que me perturbe que haya mucho mas mujeres que varones.
Y esto se proyecta a la necesaria convivencia de un hombre con una mujer. Hoy es notable, la poca duración de muchas parejas, que a pesar de decidir unir sus vidas, descubren que al compartir no pueden superar las inevitables asperezas de la vida diaria. El descubrir que su pareja carece de la perfección que le atribuia, y para peor, que está flotando en medio de nuevos conflictos generado por la atadura al “sexo opuesto”.
Y sin querer, transforma al sexo en enemigo, con algunos “oasis” cuyas ausencias dia a dia se van sintiendo mas.
Ya al fin de mi vida, estoy convencido de la necesidad mutua que se inicia en cada unión de un hombre y una mujer, en cada proyecto que se irá conformando en el trascurso de cada día, en la felicidad que origina ir ambos tirando del mismo carro, que aún pareciendo pesado, resultará liviano al sentirse mutuamente solidarios. No son sexos opuestos, no hay uno que manda y otro que obedece por un supuesto mandato de la historia. Son dos que según las capacidades de cada uno, asumirá sus tareas, pero planificadas por ambos.
Todo lo expuesto, me lleva a proponer que dejemos de utilizar la frase “sexo opuesto” para referirnos a la relación del hombre y la mujer. Muchas veces algo tan superficial como una frase, sirve para establecer una falsa base sobre la cual construir algo tan importante como la vida en común de un hombre y una mujer.
Yo sugiero, que vean al ingresar a esa relación, la conciencia de un “yo” que se une al “tú” que necesitamos para caminar en nuestra vida, constituidos en un “nosotros” que hace que junto, aún en la diversidad de nuestros enfoques, seamos capaces de encontrar el proyecto necesario y fecundo en el cual como frutos han de desarrollar sus hijos los primeros años de su vida. Y teniendo en cuenta que estos no significan un fin ni razón de ser de la pareja, sino nada menos y nada mas que una responsabilidad, un deber, que la Humanidad nos requiere.
La relación hombre y mujer es tan necesaria, que supera la etapa de padres hijos. Los hijos los tenemos a partir de una fecha, y si bien es para toda la vida, llega un momento en que debemos dejarlos que asuman sus vidas. Y muchas veces se convierte en pecados inmiscuirnos en ellas. Ellos son los “dueños” de sus vidas, y los padres deben quedar como sostén espiritual si es que han ganado ese lugar. Ya no importaran los gustos de estos. Y es el redescubrir de la existencia de la pareja, que se convierten nuevamente en los constructores solitarios de sus caminos y en espectadores del de ellos.
En definitiva, el hombre y la mujer son los sexos complementarios cuando materializan su pareja. El camino que se hace al andar por la vida, los fusiona en una misma senda, y dentro de ella van surgiendo el famoso reparto de funciones, que no solo sirven para fortalecer la propia personalidad, sino para fusionar dos personalidades, dos diversas identidades que se integran en ese buscado “nosotros”.
Y esto no es de “sexos opuestos”. Y a los equivocados marxistas, aplicados en su afán de crear la lucha de unos contra otros; les digo ¿Qué me van a decir de sexos opuestos? Son necesarios y complementarios. No hay grieta.
PrisioneroEnArgentina.com
Diciembre 14, 2017
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