¿A qué nos referimos cuando mencionamos la grandeza de una persona? La grandeza una personas es la cualidad que la hace muy buena o noble. Ella no se mide por su belleza, dinero o estudios, ni menos por su estatura. La grandeza de una persona se mide por la lealtad de su corazón y por humildad de su alma… Hay un escrito que versa, “Si un hombre posee alguna grandeza en sí mismo, viene para iluminar a otros; no en una hora determinada, ni por un brillo especial, pero sí para hacerlo en todo momento de su diario vivir.”
Cuando la paz del Señor está presente en nuestros corazones, nuestras actitudes, palabras y pensamientos se ven transformados; no tornamos espirituales, agradables, amorosos y fieles. Dejamos atrás esa actitud malintencionada, perversa y pecadora, y comenzamos a caminar en la presencia de nuestro Salvador, el Señor Jesús Cristo. A nuestra espalda queda nuestra vieja naturaleza carnal, indignas de las cosas de Dios.
En nosotros, la presencia de Jesús en nosotros hace que nuestro rostro brille en todo momento; sea en casa, en la Universidad, en el trabajo, en las reuniones y charlas con amigos, la grandeza del se evidencia. No es la ocasión que nos hace deslumbrar por la alegría, pero sí el hecho de que en nuestros corazones ahora habita el Señor… Por tanto, ¡el brillo no es por nosotros, pero sí por Él!
Podemos decir que, por la presencia del Señor, en nosotros existe una grandeza especial y, por ello, es necesario que nuestra vida brille en todos los días, en todos los momentos, en todas las situaciones y circunstancias; no sólo en los fines de semana en ocasión de alguna reunión, sea en la iglesia o en el templo, ni menos en horas especiales; en todo momento, porque el honor no es nuestro, y sí de Él.
Dejemos que el brillo del Señor sea visto en nuestras vidas, dejemos que ilumine los ambientes. Dejemos de esforzarnos por “brillar” en ciertos lugares, intentando mostrar que somos merecedores de aplausos y felicitaciones; porque se trata de un brillo falso, engañador y pasajero. El brillo de Cristo es natural, transformador y contagioso…
Seamos instrumentos de alabanza; porque, ¡La gloria no es nuestra, pero sí de Él!
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un saludo y mi deseo que la vida te prospere en todo lo que emprendas, y derrame sobre ti salud, paz, amor y muchas prosperidad.
♀️
Por Claudio Valerio.
¿A qué nos referimos cuando mencionamos la grandeza de una persona? La grandeza una personas es la cualidad que la hace muy buena o noble. Ella no se mide por su belleza, dinero o estudios, ni menos por su estatura. La grandeza de una persona se mide por la lealtad de su corazón y por humildad de su alma… Hay un escrito que versa, “Si un hombre posee alguna grandeza en sí mismo, viene para iluminar a otros; no en una hora determinada, ni por un brillo especial, pero sí para hacerlo en todo momento de su diario vivir.”
Cuando la paz del Señor está presente en nuestros corazones, nuestras actitudes, palabras y pensamientos se ven transformados; no tornamos espirituales, agradables, amorosos y fieles. Dejamos atrás esa actitud malintencionada, perversa y pecadora, y comenzamos a caminar en la presencia de nuestro Salvador, el Señor Jesús Cristo. A nuestra espalda queda nuestra vieja naturaleza carnal, indignas de las cosas de Dios.
En nosotros, la presencia de Jesús en nosotros hace que nuestro rostro brille en todo momento; sea en casa, en la Universidad, en el trabajo, en las reuniones y charlas con amigos, la grandeza del se evidencia. No es la ocasión que nos hace deslumbrar por la alegría, pero sí el hecho de que en nuestros corazones ahora habita el Señor… Por tanto, ¡el brillo no es por nosotros, pero sí por Él!
Podemos decir que, por la presencia del Señor, en nosotros existe una grandeza especial y, por ello, es necesario que nuestra vida brille en todos los días, en todos los momentos, en todas las situaciones y circunstancias; no sólo en los fines de semana en ocasión de alguna reunión, sea en la iglesia o en el templo, ni menos en horas especiales; en todo momento, porque el honor no es nuestro, y sí de Él.
Dejemos que el brillo del Señor sea visto en nuestras vidas, dejemos que ilumine los ambientes. Dejemos de esforzarnos por “brillar” en ciertos lugares, intentando mostrar que somos merecedores de aplausos y felicitaciones; porque se trata de un brillo falso, engañador y pasajero. El brillo de Cristo es natural, transformador y contagioso…
Seamos instrumentos de alabanza; porque, ¡La gloria no es nuestra, pero sí de Él!
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un saludo y mi deseo que la vida te prospere en todo lo que emprendas, y derrame sobre ti salud, paz, amor y muchas prosperidad.
Claudio Valerio
Valerius ©
PrisioneroEnArgentina.com
Diciembre 18, 2022