Resulta paradójico que los máximos responsables de la supercrisis económica que atraviesa la Argentina se junten para, supuestamente, a través de la aprobación de una ley, eliminar las consecuencias de sus nefastos actos.
No son los sojeros, los ganaderos, los empresarios honestos argentinos o las multinacionales mineras los que nos llevaron a esta situación de quiebra. Y por más que el marxismo y el populismo insistan y aleguen en contra, es evidente que los que crean riqueza no son los causantes de la pobreza. O no se entiende o es cinismo puro.
El debate por la ley de emergencia en diputados ilustró largamente esta situación. Se preguntaron los legisladores kirchneristas y de izquierda acerca de la contradicción entre el hambre de la gente y la realidad fáctica de que la Argentina, con 40 millones de habitantes, produce alimentos para 400 millones de habitantes.
Un marciano recién llegado a la Argentina, escuchándolos, diría: ¡Qué situación más injusta la que usted denuncia! ¡Debería repararse a la brevedad! No opinaría así, en cambio, alguien que, conociendo el paño, además, apreciara la verdad y el honor propio.
Ello porque, primero, no es “la Argentina la que produce esa cantidad de alimentos” sino sólo unos pocos ciudadanos con sus sudor, riesgo y talento. Segundo, porque los diputados (el Estado), de ese alimento para 400 millones que produce “el campo”, se queda con una parte que alcanza para alimentar a 120 millones, o con su equivalente en dólares. Y si los argentinos somos cuarenta millones, quiere decir que por año “el campo” pone para alimentar gratis tres veces a toda la población.
Pero, además, la gran mayoría se sustenta a sí misma. Los indigentes absolutos no pueden sumar más de cuatro millones. Conclusión: el “cochino” campo entrega alimentos al Estado para alimentar a 120 millones y los políticos no pueden saciar el hambre de cuatro millones. ¡Y ellos discutiendo la ley de emergencia alimentaria! ¡Debieran estar enfrentando pelotones de fusilamiento!
Otro en escena y muy preocupado es el agente de Bergoglio, Juan Grabois, dirigente de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (grupo de apriete que curra y se retroalimenta con el millonario presupuesto de los subsidios oficiales). Pues bien, Grabois, no contento con chuparle la sangre al campo cuál parásito, ahora va por los medios de producción: el campo mismo, a través de la “reforma agraria”. No se da cuenta de que una cosa es dejarla anémica y, otra muy distinta, es matar a la gallina de los huevos de oro. Los profesionales del apriete y de dar lástima quieren la plata de arriba, no trabajar.
Volviendo a la discusión parlamentaria que llevó a la media sanción de la ley, es de destacar que a ningún diputado se le pasó por la cabeza la idea de reducirse drásticamente el escandaloso sueldo que perciben; ellos y los empleados legislativos. Seguramente, la aflicción que los embargaba hizo que momentáneamente no advirtieran tan elemental y conducente solución.
También los sindicalistas, las autoridades de la Conferencia Episcopal Argentina, los periodistas de C5N, los actores y todos aquellos pudientes que piden la “emergencia alimentaria ya” pueden aportar con metálico contante y sonante.
He aquí que la gran oportunidad de ayudar al prójimo, urgido por el hambre, se ha presentado ante sus ojos. Un consejo: ¡No la dejen pasar mientras haya tiempo! A ver si todavía se encuentran con uno de esos que nunca faltan y soportar que les grite: “chanta de cuarta…”
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Resulta paradójico que los máximos responsables de la supercrisis económica que atraviesa la Argentina se junten para, supuestamente, a través de la aprobación de una ley, eliminar las consecuencias de sus nefastos actos.
No son los sojeros, los ganaderos, los empresarios honestos argentinos o las multinacionales mineras los que nos llevaron a esta situación de quiebra. Y por más que el marxismo y el populismo insistan y aleguen en contra, es evidente que los que crean riqueza no son los causantes de la pobreza. O no se entiende o es cinismo puro.
El debate por la ley de emergencia en diputados ilustró largamente esta situación. Se preguntaron los legisladores kirchneristas y de izquierda acerca de la contradicción entre el hambre de la gente y la realidad fáctica de que la Argentina, con 40 millones de habitantes, produce alimentos para 400 millones de habitantes.
Un marciano recién llegado a la Argentina, escuchándolos, diría: ¡Qué situación más injusta la que usted denuncia! ¡Debería repararse a la brevedad! No opinaría así, en cambio, alguien que, conociendo el paño, además, apreciara la verdad y el honor propio.
Ello porque, primero, no es “la Argentina la que produce esa cantidad de alimentos” sino sólo unos pocos ciudadanos con sus sudor, riesgo y talento. Segundo, porque los diputados (el Estado), de ese alimento para 400 millones que produce “el campo”, se queda con una parte que alcanza para alimentar a 120 millones, o con su equivalente en dólares. Y si los argentinos somos cuarenta millones, quiere decir que por año “el campo” pone para alimentar gratis tres veces a toda la población.
Pero, además, la gran mayoría se sustenta a sí misma. Los indigentes absolutos no pueden sumar más de cuatro millones. Conclusión: el “cochino” campo entrega alimentos al Estado para alimentar a 120 millones y los políticos no pueden saciar el hambre de cuatro millones. ¡Y ellos discutiendo la ley de emergencia alimentaria! ¡Debieran estar enfrentando pelotones de fusilamiento!
Otro en escena y muy preocupado es el agente de Bergoglio, Juan Grabois, dirigente de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (grupo de apriete que curra y se retroalimenta con el millonario presupuesto de los subsidios oficiales). Pues bien, Grabois, no contento con chuparle la sangre al campo cuál parásito, ahora va por los medios de producción: el campo mismo, a través de la “reforma agraria”. No se da cuenta de que una cosa es dejarla anémica y, otra muy distinta, es matar a la gallina de los huevos de oro. Los profesionales del apriete y de dar lástima quieren la plata de arriba, no trabajar.
Volviendo a la discusión parlamentaria que llevó a la media sanción de la ley, es de destacar que a ningún diputado se le pasó por la cabeza la idea de reducirse drásticamente el escandaloso sueldo que perciben; ellos y los empleados legislativos. Seguramente, la aflicción que los embargaba hizo que momentáneamente no advirtieran tan elemental y conducente solución.
También los sindicalistas, las autoridades de la Conferencia Episcopal Argentina, los periodistas de C5N, los actores y todos aquellos pudientes que piden la “emergencia alimentaria ya” pueden aportar con metálico contante y sonante.
He aquí que la gran oportunidad de ayudar al prójimo, urgido por el hambre, se ha presentado ante sus ojos. Un consejo: ¡No la dejen pasar mientras haya tiempo! A ver si todavía se encuentran con uno de esos que nunca faltan y soportar que les grite: “chanta de cuarta…”
PrisioneroEnArgentina.com
Septiembre 15, 2019
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