Si bien mis facultades de bilocación son tan especiales ya que solamente han sido reconocidas en la vida de Santos y místicos, he narrado a mis lectores en varias publicaciones mi presencia simultánea en varios lugares.He podido observar la luna, las estrellas, las constelaciones y a grandes personajes de la historia que son mis amigos.Facultad tan especial en mi persona que soy el único que visitó el Polo sur. La Antártida. Este fenómeno que me viene sucediendo sistemáticamente, me obliga a pedir que lean sobre las facultades sobrenaturales y milagrosas – la mano de Dios – de grandes Santos y místicos. San Clemente; San Francisco de Asís; San Antonio de Padua; San Martin de Porres;San José de Cupertino, San Alfonso de Ligorio;San Juan Boscoy San Pio de Pietrelcina, son quienes están complotados en darme una mano para que me aferre a la primera manivela para llegar al purgatorio. Y yendo a mi vuelo. Ustedes saben que en el polo Sur hay un continente. La Antártida. Que no puede navegarse pues siempre está helado. Se lo ha navegado con submarinos, por debajo de la capa de hielo. Pero en el siglo pasado el polo se presentaba como un atractivo desafío a los espíritus aventureros deseosos de llegar a ese punto singularísimo de la Tierra y de verificar la posibilidad de pasos navegables.Pero lo que pude apreciar en mi vuelo de pájaro, es que recién en el año 1909 se alcanzó ese lugar maravilloso en el que existe el tiempo. Pero los relojes están de más, pues no existe la hora.Allí conocí a Julio Verne, como novelista curioso de la ciencia, quien se ocupó del tema y escribió “Ingleses en el polo Norte”. Me subo con mi amigo Julio un 5 de abril de 1860. Puedo distinguir y observar, cuando está listo para partir un barco especialísimo que lo había construido en secreto con una serie de detalles singulares, sin poder explicarme cuál sería su destino.Tiene un amplio velamen que le aseguraba una buena velocidad, y además motor de vapor bien surtido de carbón.Las provisiones son como para alimentar a su tripulación durante dos años, y la estructura, por su forma y su excepcional fortaleza, denuncia el propósito de navegar los mares helados. Contemplo como se alista la tripulación mediante sigilosas cartas anónimas, sin que nadie sepa el destino del viaje ni quién será su capitán.El capitán – Verne – , seguramente aparecerá a su debido tiempo; y es notable que cuando se piensa que en esos mares helados no aparecería nadie. El capitán aparece. Un notable personaje es el médico del barco, que además de medicina conoce todas las demás ciencias y encuentra soluciones correctas a los problemas que se presentan. Después de comprobar novelescos inconvenientes, y como se agotan las posibilidades de caminar por el hielo, al final veo como llegan navegando a vela. También percibo, que en el último tramo que el mar no se congele se debe a que en el mismo polo imagina una isla con un salvador volcán encendido. Por supuesto en el viaje vislumbro motines y naufragios, como corresponde a una historia con marineros. Y aunque sea extraño para novelas de mar, también me llama la atención la existencia notable de un perro. Desde mi posición de pájaro espectador que tiene que hacer un perro. Ni en un barco ni en el polo. No se lo digo, para que usted no pierda interés y tenga transcendencia mediática la segunda parte de mi viaje con mi amigo Julio y mi celebre bilocación.
Por JORGE BERNABE LOBO ARAGON
-CON MI AMIGO JULIO VERNE –
Reflexión
Si bien mis facultades de bilocación son tan especiales ya que solamente han sido reconocidas en la vida de Santos y místicos, he narrado a mis lectores en varias publicaciones mi presencia simultánea en varios lugares. He podido observar la luna, las estrellas, las constelaciones y a grandes personajes de la historia que son mis amigos. Facultad tan especial en mi persona que soy el único que visitó el Polo sur. La Antártida. Este fenómeno que me viene sucediendo sistemáticamente, me obliga a pedir que lean sobre las facultades sobrenaturales y milagrosas – la mano de Dios – de grandes Santos y místicos. San Clemente; San Francisco de Asís; San Antonio de Padua; San Martin de Porres; San José de Cupertino, San Alfonso de Ligorio; San Juan Bosco y San Pio de Pietrelcina, son quienes están complotados en darme una mano para que me aferre a la primera manivela para llegar al purgatorio. Y yendo a mi vuelo. Ustedes saben que en el polo Sur hay un continente. La Antártida. Que no puede navegarse pues siempre está helado. Se lo ha navegado con submarinos, por debajo de la capa de hielo. Pero en el siglo pasado el polo se presentaba como un atractivo desafío a los espíritus aventureros deseosos de llegar a ese punto singularísimo de la Tierra y de verificar la posibilidad de pasos navegables. Pero lo que pude apreciar en mi vuelo de pájaro, es que recién en el año 1909 se alcanzó ese lugar maravilloso en el que existe el tiempo. Pero los relojes están de más, pues no existe la hora. Allí conocí a Julio Verne, como novelista curioso de la ciencia, quien se ocupó del tema y escribió “Ingleses en el polo Norte”. Me subo con mi amigo Julio un 5 de abril de 1860. Puedo distinguir y observar, cuando está listo para partir un barco especialísimo que lo había construido en secreto con una serie de detalles singulares, sin poder explicarme cuál sería su destino. Tiene un amplio velamen que le aseguraba una buena velocidad, y además motor de vapor bien surtido de carbón. Las provisiones son como para alimentar a su tripulación durante dos años, y la estructura, por su forma y su excepcional fortaleza, denuncia el propósito de navegar los mares helados. Contemplo como se alista la tripulación mediante sigilosas cartas anónimas, sin que nadie sepa el destino del viaje ni quién será su capitán. El capitán – Verne – , seguramente aparecerá a su debido tiempo; y es notable que cuando se piensa que en esos mares helados no aparecería nadie. El capitán aparece. Un notable personaje es el médico del barco, que además de medicina conoce todas las demás ciencias y encuentra soluciones correctas a los problemas que se presentan. Después de comprobar novelescos inconvenientes, y como se agotan las posibilidades de caminar por el hielo, al final veo como llegan navegando a vela. También percibo, que en el último tramo que el mar no se congele se debe a que en el mismo polo imagina una isla con un salvador volcán encendido. Por supuesto en el viaje vislumbro motines y naufragios, como corresponde a una historia con marineros. Y aunque sea extraño para novelas de mar, también me llama la atención la existencia notable de un perro. Desde mi posición de pájaro espectador que tiene que hacer un perro. Ni en un barco ni en el polo. No se lo digo, para que usted no pierda interés y tenga transcendencia mediática la segunda parte de mi viaje con mi amigo Julio y mi celebre bilocación.
Dr. Jorge B. Lobo Aragón
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