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Por Monseñor Santiago Olivera

Parroquia Luján, Castrense

Buenos Aires

 

Con mucha alegría celebro junto al clero, religiosas y representantes del pueblo de Dios que se me han confiado como son las Autoridades y miembros de las Fuerzas Armadas y de las Fuerzas Federales de Seguridad y sus familias, la segunda Misa Crismal en esta particular Diócesis Castrense.
En esta celebración no quiero dejar de dar gracias a Dios por nuestros nuevos hermanos en la Diócesis pertenecientes a la Policía de Seguridad Aeroportuaria. Pedimos por los directivos y por cada miembro de la Institución, pedimos por sus familias.
La celebración de esta Santa Misa en la cual concelebramos los sacerdotes es manifestación del Único y Mismo Sacerdocio de Jesús y, también es manifestación de pertenencia y comunión del Obispo con su presbiterio. Es poner en práctica la enseñanza conciliar que dice: “…conviene que todos tengan un gran aprecio por la vida litúrgica de la Diócesis en torno al Obispo, es aquí donde se hace la principal manifestación de la Iglesia…”.
Al decir castrense es este un modo privilegiado de mostrar la “conjuntez”, están presentes los Capellanes de las distintas fuerzas pero de la misma Diócesis, podríamos decir que aquí es donde se hace la principal manifestación de la Iglesia Castrense.
Es una gracia grande, como les he compartido el año pasado, que una vez al año podamos tener esta oportunidad de encontrarnos y sabernos que caminamos juntos para servir a nuestros fieles que el Señor y la Iglesia nos confían. Y repito juntos, porque este es el estilo que quiero y queremos como Iglesia, el estilo sinodal, que es cada vez más, caminar y reflexionar juntos, que es escucha y diálogo sincero y fraterno.
El Evangelio que nos propone la liturgia de la Misa Crismal nos presenta a Jesús en el inicio de su ministerio público, cuando en la sinagoga de Nazareth manifiesta su plena conciencia de saberse llamado por el Padre a cumplir una misión, sostenido y fortalecido por la certeza de la presencia del Espíritu Santo.
 “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena Noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros…a consolar a los que están de duelo, a cambiar su ceniza por una corona, su ropa de luto por el óleo de la alegría, y su abatimiento por un canto de alabanza…”, esto acabamos de escuchar en la lectura del profeta Isaías. Frente a este texto y lo actualizado en el Evangelio por el mismo Jesús a quien seguimos, no puedo dejar de pensar en aquellos fieles nuestros que más están sufriendo. Aquellos que enfermos y con años de prisiones preventivas siguen sufriendo la cárcel y lo que es peor siguen sufriendo por causa de miradas parciales e ideologizadas.   El Papa Francisco nos invitaba hace poco tiempo a no dejarnos ganar por la ideología de un lado y de otro. Nos dijo el Santo Padre que estar privado de libertad no es estar privado de dignidad.  No puedo dejar de pensar en tantas familias que sufren estas dolorosas situaciones. No puedo dejar de pensar en tantas familias que sufriendo en tiempos de democracia violencias y atentados, hoy se los sigue silenciando o etiquetando, sin recibir ningún reconocimiento. No puedo dejar de renovar con esperanza la certeza que otro modo de vivir es posible en nuestra Patria.
¡Cómo nos interpela el Evangelio! Siempre, si lo recibimos desde la fe, el Evangelio interpela y compromete.  Jesús anuncia y proclama, libera y hace ver, curando cegueras.
Necesitamos que el Evangelio que sana y libera se encarne más en nuestra Nación. Nación cuya identidad sea la pasión por la verdad.  Que bien nos hará la verdad. Han sido, pero tristemente esto no es sólo del pasado, muchos años de una verdad a medias, parcial, ideologizada, y se impone con sencillez y caridad buscar y presentar la verdad completa, esplendorosa, que también ilumina los caminos errados. Mostrar la verdad con claridad, como cuando nuestras heridas las ponemos al sol para curarlas. Decirlo no es fácil, pero si callamos sería faltar a la vocación que hemos sido llamados. Jesús nos mostró el camino.
Y con “memoria”, tan importante pero que sin verdadera historia puede ser peligrosamente tendenciosa, y necesitamos la verdad y la memoria, para mirar nuestro futuro con esperanza. Necesitamos la verdad completa para pensar en verdadera justicia.
Hemos sido ungidos para sanar, vendar, acompañar y para hablar con coraje y valentía.  La verdad muchas veces nos duele, pero nos hace libres. La verdad asumida engrandece, aunque parezca humillación. Verdad supone también entonces asumir los propios errores. Jesús vino a sanarnos, vendarnos y curarnos. Esto es motivo de profundo gozo.  En este mismos Espíritu recordamos lo que ya han dicho los Obispos hace 15 años acerca de nuestro compromiso:” Entre las muchas tareas a las que nos llama hoy nuestro compromiso ciudadano creemos fundamental “hacer posible la reconciliación en nuestra sociedad, herida por la división y el desencuentro”. A los argentinos el pasado nos sigue pesando demasiado. Si lo asumimos desde la reconciliación, en lugar de ser causa de divisiones se transformará en escuela que nos enseñe todo lo que debemos hacer para integrarnos y crecer en comunión.” (San Miguel, 87 Asamblea Plenaria, 15 de mayo de 2004)
Este Espíritu que está sobre el Señor y al cual Él obedece dejándose conducir, está también sobre nosotros, guiándonos y conduciéndonos internamente.  No es la carne ni la sangre lo que guía nuestro caminar de pastores. No es la prudencia humana ni el interés propio lo que nos mueve. El Espíritu es quien inspira nuestras acciones y lo hace para alabanza y gloria del Padre y para el bien del pueblo fiel.
Nosotros, sabemos que fuimos llamados por Jesús para llevar la buena Noticia: La buena noticia es que Dios envió a su Hijo Jesús. La buena noticia es Jesús quien nos “Ama hasta el extremo, hasta el fin” que ama sin límites, siempre y a todos.
Hemos escuchado también en el Evangelio, que “Todos en la Sinagoga tenían puestos los ojos en El”.  Más de una vez me gusta volver sobre estas palabras u observación que el Evangelista Lucas nos presenta sobre Jesús en la Sinagoga.
En esta Eucaristía los sacerdotes y yo vamos a renovar nuestro ministerio.
Quisiera que todos pongamos nuestra mirada en Jesús, nuestra mirada en El.  Mirada contemplativa y agradecida porque: El, es el que nos llamó. El, es el que nos amó hasta el Extremo. El, es el que nos mira siempre amando.  El, es el que nos renueva. El, es el que nos espera. El, es el que nos busca. El, es el que nos sana. El, es el que nos perdona. El, es el rostro de la Misericordia. El, es el que murió por nuestra Salvación. El, es el Dios con nosotros
Mirada contemplativa, habla de mirada orante. El sacerdote debe ser sobre todo un hombre de oración. Lo necesitamos. Y el pueblo de Dios nos necesita orantes. Nos necesita santos.
La oración nos ayudará a discernir y andar por los caminos del Evangelio sin ambigüedades, firmes y seguros, frágiles pero fuertes.
Los invito hoy, y lógico también me sumo, a renovar las promesas sacerdotales en clave de conversión y disponibilidad para poder ser santos sacerdotes. El expresivo signo de la bendición de los santos óleos, que serán usados para la administración de los sacramentos, nos habla de la santificación del pueblo cristiano mediante una intensa vida sacramental.  La santidad del pueblo cristiano la realiza Dios por los sacramentos, pero no cabe duda de que la mayor o menor santidad de los ministros incide ciertamente en la fecundidad de su ministerio.
Queridos presbíteros, un día fuimos ungidos para vivir como sacerdotes y ser felices desempeñando este hermoso ministerio. Hoy queremos renovar esa unción del Espíritu Santo, que selló nuestra amistad con Cristo y nos insertó profundamente en la Iglesia.  Renovar una vez más nuestro sacerdocio nos debe llenar de gozo, porque Dios vuelve a mirarnos con amor y nos invita a dejar todo para seguirlo. Renovar supone carga ligera para dejar atrás proyectos personales y embarcarnos en la gozosa aventura de Anunciar el Evangelio.
Quiera Dios que este día sea un día de auténtica renovación. Tú nos conoces Señor, te presentamos nuestras vidas, nuestras alegrías, nuestras debilidades, nuestras fuerzas desgastadas, nuestras enfermedades, nuestros aciertos y errores, nuestras miserias y pecados.  Pero por sobre todo ponemos bajo tu mirada nuestra vida y nuestra fe. Esta misa es una nueva oportunidad de la que el Señor se sirve para hacer resonar con nueva fuerza aquel sígueme que todos escuchamos hace algunos años y aquel sí que con gozo hemos expresado.
Que María, nuestra Madre de Luján, nos custodie y cuide a cada miembro de nuestra Iglesia Diocesana que se consagran para servir a los hermanos y a la Patria, aún a costa de la entrega de la propia vida.

 

+Santiago Olivera es Obispo para las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federalesde Seguridad de la República Argentina (Obispado Castrense)

 


PrisioneroEnArgentina.com

Abril 17, 2019


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