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  Por Delia Crespo.

La historia se remonta a Galileo, pero sigue siendo más que válida incluso en nuestro tiempo. En el Diálogo sobre los dos principales sistemas del mundo, Sagredo cuenta: “Me encontré un día en la casa de un médico muy estimado en Venecia, donde algunos por su estudio, y otros por curiosidad, venían a veces a ver alguna sección anatómica de la mano de un anatomista verdaderamente no menos docto que diligente y práctico. Y sucedió que ese día, que estaban investigando el origen y nacimiento de los nervios… y el anatomista mostrando cómo, partiendo del cerebro y pasando por la nuca, el tronco muy grande de los nervios se extendía luego por la médula espinal y se ramificaba por todo el cuerpo, y que solo un hilo muy fino como estambre llegaba al corazón, se dirigió a un caballero que conocía como filósofo peripatético… le preguntó si permanecía satisfecho y seguro, el origen de los nervios venía del cerebro y no del corazón; A lo que el filósofo, después de haber estado algo consciente, respondió: “Me has hecho ver esta cosa tan abierta y sensible, que si no fuera en contrario el texto de Aristóteles, que abiertamente dice, los nervios nacen del corazón, habría que confesarlo por la fuerza como verdadero”. Simplicio, un científico aristotélico, replica: “Señores, quiero que sepáis que esta disputa sobre el origen de los nervios no está en absoluto tan zanjada y decidida como algunos tal vez se persuaden”. Y Sagredo: “Ni nunca estará segura… pero lo que dices no disminuye en nada la extravagancia de la respuesta del peripatético, que contra tan sensible experiencia no adujo otras experiencias ni razones de Aristóteles, sino solamente la autoridad y el puro Ipse dixit”.

Galileo

El episodio está narrado en el libro Parola di Galileo de Andrea Frova y Mariapiera Marenzana, quienes comentan así: «El principio de autoridad, si en el contexto histórico particular de la Italia del siglo XVII puede ser descrito… como arriba, ha sobrevivido a través de los siglos hasta nuestros días, en formas diferentes y adaptándose a los tiempos. De hecho, parece satisfacer dos impulsos fundamentales y contrastantes de la naturaleza humana: el de imponerse y el de obedecer. Aquí está, por ejemplo, jugando un papel manifiesto en varios regímenes dictatoriales, en credos y sectas religiosas; y un papel más sutil, pero no menos incisivo, incluso en las democracias modernas, donde el consenso se logra mediante hábiles sistemas de persuasión que ignoran cualquier convicción racional, o donde las masas son inducidas a comportamientos impuestos desde arriba y aceptados acríticamente: creer, conformarse, consumir. Es conveniente aceptar las verdades reveladas, sean las que sean: elimina el esfuerzo de la responsabilidad individual. La lección de Galileo, si la asimilamos, puede ayudarnos a vivir de una manera más digna”.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Diciembre 6, 2024


 

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