Halloween está a la vuelta de la esquina y en todos los trabajos se comienzan a celebrar una semana antes. Con este calendario, El pasado jueves fuimos a una organizada por el jefe de Oscar, mi esposo. El viernes fuimos a la casa de mi vecina, mientras que el sabado, ya Oscar cansado, asistí a una fiesta de Halloween de mi oficina vestida como Gatúbela, con un enterizo negro ceñido con tirantes finos, botas negras hasta la rodilla y una diadema con orejas de gato. Si, ya no me importa el que dirán, aunque creo que decían que parecía mas Willy, la orca que Michelle Pffeifer, la Gatúbela.
El enterizo tenía una cremallera que se extendía desde mi ombligo hasta mi cuello, que desafortunadamente era un poco barata. Toda la noche estuve jugueteando con él para asegurarme de que permaneciera cerrado, y rogando que no se rompiera. La fiesta se llenó de gente, y cuando finalmente vi a un posible cliente que llevará mis comisiones a otro nivel, me acerqué a él y comencé una conversación.
Iba muy bien hasta que traté de subirme el cierre como precaución, ¡y lo rompí! Mi objetivo había sido la modestia, pero terminé con la parte superior del mono completamente abierta. El cliente, el señor Abrahams, fue muy amable y junto a su esposa, me llevó al baño protegiendo mi escote profundo. La señora Abrahams preguntó y consiguió varias alfileres con las que pude disimular el accidente de vestuario.
La fiesta prosiguió y me dediqué a bailar con la encantadora pareja. La señora Abrahams es muy amable y le caí en gracia. El señor Abrahams se mostro interesado en nuestros productos y prometió visitar nuestras oficinas. Todo marchaba sobre ruedas hasta que noté que la señora Abrahams había dejado caer un pequeño látigo (estaba disfrazada de una femenina cazadora o domadora de fieras) de manera que me agaché a recogerlo, enfocando mi trasero a los que bailaban alocadamente. Y fue entonces cuado sentí el inconfundible sonido de las telas que se rasgaban y dejaban mi gran cola al descubierto. Me fui incorporando lentamente tratando de no escuchar las risotadas.
Hablar con la persona que podría traer beneficios a mi trabajo era lo suficientemente estresante, así que cuando esto sucedió, ¡estaba mortificada! Casi me puse a llorar por miedo a que empezara a reírse de mí. En cambio, miró a su alrededor con torpeza y me mostró -nuevamente- dónde estaba el baño.
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Por Vida Bolt.
Halloween está a la vuelta de la esquina y en todos los trabajos se comienzan a celebrar una semana antes. Con este calendario, El pasado jueves fuimos a una organizada por el jefe de Oscar, mi esposo. El viernes fuimos a la casa de mi vecina, mientras que el sabado, ya Oscar cansado, asistí a una fiesta de Halloween de mi oficina vestida como Gatúbela, con un enterizo negro ceñido con tirantes finos, botas negras hasta la rodilla y una diadema con orejas de gato. Si, ya no me importa el que dirán, aunque creo que decían que parecía mas Willy, la orca que Michelle Pffeifer, la Gatúbela.
El enterizo tenía una cremallera que se extendía desde mi ombligo hasta mi cuello, que desafortunadamente era un poco barata. Toda la noche estuve jugueteando con él para asegurarme de que permaneciera cerrado, y rogando que no se rompiera. La fiesta se llenó de gente, y cuando finalmente vi a un posible cliente que llevará mis comisiones a otro nivel, me acerqué a él y comencé una conversación.
Iba muy bien hasta que traté de subirme el cierre como precaución, ¡y lo rompí! Mi objetivo había sido la modestia, pero terminé con la parte superior del mono completamente abierta. El cliente, el señor Abrahams, fue muy amable y junto a su esposa, me llevó al baño protegiendo mi escote profundo. La señora Abrahams preguntó y consiguió varias alfileres con las que pude disimular el accidente de vestuario.
La fiesta prosiguió y me dediqué a bailar con la encantadora pareja. La señora Abrahams es muy amable y le caí en gracia. El señor Abrahams se mostro interesado en nuestros productos y prometió visitar nuestras oficinas. Todo marchaba sobre ruedas hasta que noté que la señora Abrahams había dejado caer un pequeño látigo (estaba disfrazada de una femenina cazadora o domadora de fieras) de manera que me agaché a recogerlo, enfocando mi trasero a los que bailaban alocadamente. Y fue entonces cuado sentí el inconfundible sonido de las telas que se rasgaban y dejaban mi gran cola al descubierto. Me fui incorporando lentamente tratando de no escuchar las risotadas.
Hablar con la persona que podría traer beneficios a mi trabajo era lo suficientemente estresante, así que cuando esto sucedió, ¡estaba mortificada! Casi me puse a llorar por miedo a que empezara a reírse de mí. En cambio, miró a su alrededor con torpeza y me mostró -nuevamente- dónde estaba el baño.
PrisioneroEnArgentina.com
Octubre 30, 2022