La comparación entre patos y políticos puede parecer a primera vista caprichosa, incluso absurda. Sin embargo, la metáfora captura algo profundo de ambas criaturas: su asombrosa capacidad de avanzar dejando un rastro. Los patos, con su andar de pato y sus constantes deposiciones, literalmente fertilizan el suelo a su paso. Los políticos, en cambio, “fertilizan” la esfera pública con promesas, retórica y políticas —algunas enriquecedoras, otras cuestionables— a lo largo de su trayectoria política.
Los patos son animales encantadores. Nadan por los estanques con facilidad, proyectan una imagen serena y deleitan a los transeúntes en los parques. Pero en el fondo, son más desordenados de lo que parecen. Cualquiera que haya caminado por un sendero junto a un lago sabe que los patos dejan excrementos por todas partes. Esto no los hace maliciosos, simplemente fieles a su naturaleza. Los políticos funcionan de forma similar: exteriormente, se dejan llevar por las corrientes de la diplomacia, el encanto y las relaciones públicas. Aparentan serenidad y determinación, pero sus acciones diarias —ya sea en forma de nuevas leyes, discursos o acuerdos— generan subproductos que otros deben sortear.
El “fertilizante” de los políticos adopta diversas formas. Las promesas de campaña suelen ser ricas en nutrientes, alimentando la esperanza y el entusiasmo del público. Pero, como los excrementos de pato, no todas las promesas son agradables ni prácticas una vez que se conocen de cerca. Los favores de los grupos de presión, las medias verdades y los compromisos pueden saturar el panorama político. Los ciudadanos, como peatones que esquivan excrementos de pato, deben discernir qué políticas realmente enriquecen a la sociedad y cuáles son simplemente obstáculos.
Sin embargo, este desorden no es del todo destructivo. Así como los excrementos de pato pueden servir de fertilizante para el ecosistema, los detritos de la política —debates, desacuerdos e incluso escándalos— pueden estimular la participación ciudadana y nutrir la democracia. La desilusión puede impulsar la reforma y la frustración puede inspirar el activismo. En este sentido, tanto los patos como los políticos desempeñan un papel paradójico: ensucian el suelo, pero también lo enriquecen.
Por supuesto, la sátira es más aguda cuando se consideran los excesos de la vida política. Una bandada de patos puede inundar un parque con excrementos; de igual manera, un parlamento lleno de políticos egoístas puede abrumar a una nación con retórica e ineficiencia. Los ciudadanos a menudo se sienten menos encantados con la imagen elegante del liderazgo y más preocupados por limpiar el rastro que este deja.
En última instancia, la metáfora subraya una verdad simple: los patos y los políticos no pueden avanzar sin dejar algo atrás. El desafío para la sociedad no es exigir caminos impecables, sino reconocer qué “fertilizante” fomenta el crecimiento y cuál simplemente ensucia los zapatos de la democracia.
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La comparación entre patos y políticos puede parecer a primera vista caprichosa, incluso absurda. Sin embargo, la metáfora captura algo profundo de ambas criaturas: su asombrosa capacidad de avanzar dejando un rastro. Los patos, con su andar de pato y sus constantes deposiciones, literalmente fertilizan el suelo a su paso. Los políticos, en cambio, “fertilizan” la esfera pública con promesas, retórica y políticas —algunas enriquecedoras, otras cuestionables— a lo largo de su trayectoria política.
Los patos son animales encantadores. Nadan por los estanques con facilidad, proyectan una imagen serena y deleitan a los transeúntes en los parques. Pero en el fondo, son más desordenados de lo que parecen. Cualquiera que haya caminado por un sendero junto a un lago sabe que los patos dejan excrementos por todas partes. Esto no los hace maliciosos, simplemente fieles a su naturaleza. Los políticos funcionan de forma similar: exteriormente, se dejan llevar por las corrientes de la diplomacia, el encanto y las relaciones públicas. Aparentan serenidad y determinación, pero sus acciones diarias —ya sea en forma de nuevas leyes, discursos o acuerdos— generan subproductos que otros deben sortear.
El “fertilizante” de los políticos adopta diversas formas. Las promesas de campaña suelen ser ricas en nutrientes, alimentando la esperanza y el entusiasmo del público. Pero, como los excrementos de pato, no todas las promesas son agradables ni prácticas una vez que se conocen de cerca. Los favores de los grupos de presión, las medias verdades y los compromisos pueden saturar el panorama político. Los ciudadanos, como peatones que esquivan excrementos de pato, deben discernir qué políticas realmente enriquecen a la sociedad y cuáles son simplemente obstáculos.
Sin embargo, este desorden no es del todo destructivo. Así como los excrementos de pato pueden servir de fertilizante para el ecosistema, los detritos de la política —debates, desacuerdos e incluso escándalos— pueden estimular la participación ciudadana y nutrir la democracia. La desilusión puede impulsar la reforma y la frustración puede inspirar el activismo. En este sentido, tanto los patos como los políticos desempeñan un papel paradójico: ensucian el suelo, pero también lo enriquecen.
Por supuesto, la sátira es más aguda cuando se consideran los excesos de la vida política. Una bandada de patos puede inundar un parque con excrementos; de igual manera, un parlamento lleno de políticos egoístas puede abrumar a una nación con retórica e ineficiencia. Los ciudadanos a menudo se sienten menos encantados con la imagen elegante del liderazgo y más preocupados por limpiar el rastro que este deja.
En última instancia, la metáfora subraya una verdad simple: los patos y los políticos no pueden avanzar sin dejar algo atrás. El desafío para la sociedad no es exigir caminos impecables, sino reconocer qué “fertilizante” fomenta el crecimiento y cuál simplemente ensucia los zapatos de la democracia.
PrisioneroEnArgentina.com
Septiembre 2, 2025
Tags: Corrupción, PolíticaRelated Posts
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