Patti y Milani. Hospital de Lesa Pesados en tiempos de Camps, Bussi y el Cachorro Menéndez.

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Nota publicada en JorgeAsisDigita.com http://www.jorgeasisdigital.com/2017/07/03/patti-y-milani-hospital-de-lesa/

 

 

 Escribe Oberdán Rocamora (Jorge Asis)

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En Le Souper, pieza teatral de Jean-Claude Brisbille, el Marqués de Talleyrand, ministro de Relaciones Exteriores, invita a cenar a Joseph Fouché, el Jefe de la Policía. Discuten el pasado inmediato, diseñan el destino de Francia (Talleyrand le corta a Fouché rodajas de Fois Gras del Perigord).
Con menor grandeza conceptual, en la sala compartida del hospital de la prisión de Ezeiza, se ensaya otra “souper”. Con mate y sandwiches familiares.
Sector de Lesa, presos de “lesa humanidad”. Dos sexagenarios, considerados casi jóvenes en el lugar, intentan a veces el patetismo del diálogo.
Luis Abelardo Patti, 64 años, se moviliza en silla de ruedas. Fue subcomisario, mini-gobernador electo de Escobar. Tiene perpetua.
César Santos Gerardo del Corazón de Jesús Milani, 62 años. General que fue Jefe del Estado Mayor del Ejército hasta 2015. Limbo judicial.
Determinados enfermos del pabellón evocan el texto clásico de Alexander Solzhenitsyn, premio Nobel, ruso. Para los visitantes, el marco deprime. Los castigados suelen cruzarse.
Son vencidos que se sienten ingratamente olvidados. Aunque se creyeron, paradójicamente, triunfadores.
Para la versión rudimentaria de “Le Souper”, es factible que circulen, o interfieran, otros presos. El que fuera temible comisario Miguel Etchecolatz, 88. El relativamente célebre capitán de fragata Jorge Acosta, El Tigre, 76. O el teniente coronel Juan Daniel Amelong, 64.

Fríos y enfriadores
“¿Así que Patti era pesado? Mirá vos cómo vengo a enterarme”, dijo una tarde la fuente inapelable. Ironía cruel.
El asesino retirado se había encargado de “percutar subversos”. Hablaba en el bar del Hotel Castelar.
“Que yo sepa, al Loco se los entregaron fríos. Los habían enfriado en Rosario. En Buenos Aires sólo recibieron los paquetes”.
“Fríos” significaba muertos. La fuente desacreditaba como pesado al “Loquito ese”. Había “sacado patente de guapo por enfriamientos que no le pertenecieron”.
Pero por más guapo y operativo que fuera, a los 24 años Patti nunca podía tallar con fuerza en la policía comandada por el general Ramón Camps. Con Etchecolatz, para colmo, como colaborador.
El mismo octogenario que en el Pabellón recurre a artificios para resolver dilemas orgánicos.
El extendido prestigio de guapo le bastó a Patti para ser, en los noventa, interventor en el Mercado Central, atmósfera de pesados de verdad. Para resultar electo mini-gobernador de Escobar, en 1995, incluso reelecto hasta 2003. Para elevarse después como candidato a gobernador de la provincia inviable. Y terminar la epopeya como diputado, en 2005, por su Partido de Unidad Federalista. El Paufe. En el tramo en que justamente el kirchnerismo copaba la totalidad del poder.
Con la dirigencia política, periodística y empresaria a sus pies, El Furia ejercía el poder mientras profundizaba su curso intensivo de Derechos Humanos. Para desaforar y expulsar “a Patti, el represor” que había colado con la democracia. Como aquel general Bussi, en Tucumán.
Llamativamente, la expulsión de Patti del Congreso fue apoyada hasta por los disciplinados “compañeros” que lo habían acompañado, en distintas boletas.
“Le souper” imposible
En Le Souper con Patti, el general Milani arrastra el drama insoluble. Lo sindican trágicamente como kirchnerista. Dilema que el preso arrastró también con los camaradas del Ejército. Otros “presos de Lesa” que le atribuyen gran parte de la responsabilidad por sus infortunios. Porque, en el ascenso irresistible, poco y nada hizo Milani para atenuar las condenas.
Al contrario, porque la señora ministro Garré lo obligó a entregar las listas. Sin vacilar.
Más grave aún: Milani se manifestó a favor del “modelo” que los mantenía encerrados. Para desembarcar en la portada de la revista de las Madres de Plaza de Mayo. Sonriente, ganador y seductor, al lado de la señora Hebe de Bonafini.

Le Souper, entonces, se pone literalmente imposible.
Uno, Patti, fue fulminado por el kirchnerismo. El otro, Milani, fue fulminado cuando el kirchnerismo se desvaneció.
Cuando el viento era previsiblemente adverso. Lo acosaban con datos de cuándo era sub teniente.
Así como El Loco Patti, a los 24, no podía tallar en la policía bonaerense de Camps, costaba creer que el sub teniente Milani pudiera decidir vidas o muertes a los 21. En el ejército del Cachorro Menéndez y del general Bussi. Pero desde hacía años estaban adentro decenas de camaradas por cuestiones similares, mientras Milani cumplía el ciclo ascendentemente mítico. Se adueñaba de la inteligencia militar (y sospechaban: del manejo secreto de los fondos).
Cuesta creer también que el profesional de la inteligencia, que nada dejaba librado al azar, no atendiera la perspectiva de quedar pegado. Por una casona ampulosa. Pero sobre todo por el enfriamiento de dos muchachos. Colimbas trasladados 40 años atrás.
En Le Souper de Ezeiza el calvario de Patti es más claro. Lo encerró el kirchnerismo.
Y aunque ideológicamente su líder -Mauricio- en el fondo personalmente lo estime, el macrismo no puede liberarlo. Ni recortarle la perpetua. Ni siquiera llevarle el declive final hacia la “domiciliaria”.
Lo único que se respeta del kirchnerismo es, llamativamente, la política de estado de los derechos humanos.
Indica que los viejos de Lesa paulatinamente se van todos a morir adentro. Aunque las esposas, los hijos y nietos, griten “se puede”. Se sienten como fiscales en los escrutinios, estimulen las ceremonias de los timbreos.
En Le Souper de Ezeiza no es tan diáfana la identificación del calvario de Milani. El kirchnerismo que lo catapultó se olvidó de su suerte sin la menor elegancia.

Consta que Milani se afilió al peronismo, como su hermano, caudillo de Cosquín, Córdoba. Consta que se enredó con el amigo Moreno, El Guille, el único que lo bancó. Que planificaron juntos, con el común amigo Castelli, una sucesión de pancherías. La Buena Salchicha.
Culpas del infortunio
Justo a Milani, el caminador, Carlos Zannini, El Cenador, “lo mandaba caminar”. Le desconfiaba.
“Buena la comida que anoche le ofreció Quintana”, le dijo Zannini en la mañana, cuando el general ni había digerido la comida reservada.
Pero Milani culpa de su infortunio, según nuestras fuentes, al colega Horacio Verbitsky (que le facilitó tres ascensos, siempre con la señora Garré de intermediario). Y sobre todo culpa a Clarín, personalizado en Héctor Magnetto. Al salir de Comodoro Py lo calificó por TV, a Magnetto, como “ese gran amigo del general Videla”.
El poder se le había diluido. Y lo que el General creyó que iba a ser una visita casi turística hacia La Rioja, donde debía declarar, se le transformó en el primer peldaño del encierro. Quedó adentro. Embocado.
Para ensañamiento de los otros presos de Lesa que no lo recibieron con solidaria alegría. Temía, incluso, según nuestras fuentes, que lo asesinaran. Ni dormía. Hasta recalar en el hospital.
Como corresponde a un completo profesional de la inteligencia, Milani se encargó de averiguar, posteriormente, hasta el penúltimo dato. Concluye que se trató de una operación política de venganza. Instrumentada desde el Ministerio de Defensa. En un arreglo explícito con el Juzgado de La Rioja.
El general tiene tiempo de sobra para darse cuerda.
Lo sensato, a esta altura, es resignarse a convivir en la sala compartida. Pero trasciende que cualquier tema fomenta la discusión. Hasta el último libro del colega Nicolás Wiñazki, que acaso con perversidad, según nuestras fuentes, Patti supo recomendarle al general.

 

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PrisioneroEnArgentina.com

Julio 3, 2017


 

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