QUERER LO BUENO A NUESTROS ENEMIGOS.

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 Por CLAUDIO VALERIO

En todas las religiones hay una máxima de oro: «No hagas a nadie lo que no quieres que te hagan a ti». Esta regla de oro es el fundamento de toda la moral. Y es así que  ésta  invocación  nos alecciona todavía más, porque podemos afirmar: ‘desear todo bien para los demás y, también, hacer el bien a los demás’. Por lo que esta máxima de oro expuesta no se puede quedar en un mero deseo, sino que debe traducirse en obras. Y seguidamente se exponen  tres concreciones positivas de este mandato: hacer bien a los que nos odien, bendecir a los que nos maldigan, rogar por los que os difamen.  ¿Son éstos mandatos que parecieran difícil de cumplir? ¿Cómo podemos amar a quienes no nos aman? Es más, ¿cómo podemos desear bien  a quienes sabemos cierto que nos quieren mal? Llegar a este modo de pensar y sentir es un don que no resulta imposible de alcanzar y es preciso que estemos abiertos a él. Bien mirado, amar a los enemigos es lo más sabio humanamente hablando: el enemigo amado se verá desarmado; amarlo puede ser la condición de posibilidad para que deje de ser enemigo. Podría parecer un exceso de mansedumbre;  pero,  con una firmeza y llenos de caridad hagamos reflexionar a aquella persona airada en su pasión.  Ciertamente, y una cosa que se debe de hacer es no contraatacar a la agresión. Porque si nos  han hablado mal, digamos en qué y que nos hablen como es debido…  La única fórmula en positivo: «Lo que queramos que nos hagan las personas, hagamos nosotros igualmente.

 

Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un saludo, y mi deseo que Dios te bendiga y prospere, y derrame sobre ti, Salud, Paz, Amor, y mucha prosperidad.

Claudio Valerio

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